viernes, 3 de noviembre de 2017

Cartas entre León Bloy y su madre (I de VI)

Nota del Blog: Sirvan estas páginas como un pequeño homenaje a León Bloy a cien años de su muerte.
 
La madre de L. Bloy, dibujada por él mismo. 

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Hay en la vida de León Bloy tres[1] mujeres que marcan a fuego su vida; dos de ellas acaso sean las más conocidas: Anne-Marie Roullet, la Verónica de El Desesperado y, por supuesto, su mujer Jeanne Molbech, la Clotilde de la segunda parte de La Mujer Pobre; pero hay otra mujer a la cual Bloy le debe mucho y de la que poco se conoce: nos referimos a su madre, Marie Anne Carreau.

Joseph Bollery, en su monumental e insuperable biografía[2] nos ha conservado un par de cartas que la madre de Bloy le enviara en su juventud; verdaderas joyas donde reluce un hermoso y cristiano corazón.

¿Pero quién era esta mujer, hija de madre española?

El 14 de febrero de 1890, León Bloy le escribe a su futura esposa:

Antes que viniera al mundo, mi madre, que era una cristiana de corazón profundo, quiso que no fuera su hijo. Con un esfuerzo extraordinario de voluntad y de amor, que acaso sólo las almas superiores pueden comprender, abdicó totalmente en manos de María sus derechos maternales, haciéndola responsable de todo mi destino, y mientras vivió no cesó de repetirme, con una obstinación sublime, que mi verdadera madre, de una manera especial y absoluta, era la Santísima Virgen. A Ella, pues, debes dirigirte, mi amada Juana, si quieres conseguirme”.

Estas palabras parecen darnos ya como una pincelada de un alma no mediocre.

La vida de Bloy, sin embargo, lejos estuvo de ser en su juventud un modelo de piedad. A los 18 años dejó su casa paterna para residir en París, y con ella dejaba también, al poco tiempo, la fe. Pero nadie mejor que él mismo nos puede resumir esos años.

En una carta al célebre Abad de Solesmes, Dom Gueranger, escrita en 1874, Bloy le abría su corazón con la siguiente confesión[3]:

“Entré en la vida como un aventurero, habiendo perdido la fe, sin un céntimo, envidioso, vanidoso, ambicioso, perezoso y sensual. Con semejante bagaje, no podía dejar de volverme un perfecto socialista y es precisamente lo que sucedió. Entonces me volví completamente miserable y mi consciencia y libertad se alteraron a un punto increíble.

Hasta entonces, Padre mío, todo estaba en orden. Estaba en el camino más largo y frecuente de este siglo y no me deshonré ni más ni menos que el primer infeliz. Era el estúpido trono del demonio que todo socialista lleva en sí y si la Comuna hubiera venido dos años antes, ciertamente hubiera fusilado algunos sacerdotes e incendiado algunas casas, sin ninguna crueldad, por lo demás”.

El 10 de febrero de 1877, en una carta a Paul Bourget[4], y sobre la cual volveremos, Bloy resumía brutalmente su vida en aquellos años:

Hubo un momento donde el odio a Jesús y a su Iglesia eran el único pensamiento de mi espíritu y el único sentimiento de mi corazón”.

Bien. Para ubicar las cartas de su madre en su justo contexto era preciso antes conocerlo a grandes rasgos.






[1] El que quiera agregar a la lista a Berta Dumont, la Clotilde de la primera parte de La Mujer Pobre, puede hacerlo.

[2] Léon Bloy, essai de Biographie, 3 vol., ed. Albin Michel, 1947, 1949 y 1954.

[3] Op. cit. I, pag. 75.

[4] Id. pag. 228 ¡¿A Bourget semejante confesión!? ¡Oh ironías de la vida!