miércoles, 4 de octubre de 2017

El Buen Samaritano, por Jean Daniélou (I de III)

Nota del Blog: Artículo aparecido en Mélanges bibliques rédigés en l'honneur de André Robert. Paris : Librairie Bloud & Gay, [1957] Travaux de l'Institut catholique de Paris, pag. 457-465.

Artículo similar en cuanto a la exégesis al que ya publicamos del Cardenal Billot (ver AQUI), si bien el enfoque varía un tanto: en el de Billot vemos un acercamiento más bien teológico y relacionado con los sacramentos, mientras que en Daniélou vemos un desarrollo sobre todo escriturístico y patrístico.

Inútil aclarar que no hay contradicción sino complementariedad.

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En su libro sobre la parábola evangélica[1], Maxime Hermaniuck ha mostrado que las parábolas simbólicas no tienen por objeto dar una lección moral general, sino que son revelaciones del secreto relativo al establecimiento del Reino de Dios (p. 456). Esto es particularmente claro con las parábolas que Cristo mismo explicó, como el de la cizaña (Mt. XIII, 37-39). Pero, cuando se trata de la parábola del Buen Samaritano, el mismo autor declara que es “una ilustración por un ejemplo concreto de una verdad general” (p. 252). Esta interpretación es la de casi todos los exégetas modernos, con la única excepción de Edwyn Hoskyns[2].

Pero sucede que la antigua tradición se opone unánimemente a esta interpretación moral y vé en nuestra parábola, conforme a la definición que da Hermaniuck, una revelación de los secretos del reino. El Samaritano es una figura de Cristo, el hombre despojado por los ladrones representa la humanidad despojada por los demonios, la posada es un símbolo de la Iglesia. La universalidad de esta tradición impresionó a Maldonado, que, deteniéndose en el sentido moral, no rechazó la idea que la parábola tenía otra[3]. Pero los exégetas modernos rechazan este sentido como una exégesis alegórica que se remontaría a Orígenes, cuando no a Agustín[4].

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Sorprende la ignorancia que buenos exégetas del Nuevo Testamento pueden tener hoy de la tradición patrística. En este punto, los exégetas del Renacimiento son netamente superiores.
El P. Buzy declara brutalmente que la exégesis que hemos mencionado es “una simple acomodación que porta con singular relieve la marca de su escuela y de su tiempo: esta escuela es la de Alejandría”. (Les paraboles, p. 627). Pero es suficiente con haber frecuentado un poco los Padres antiguos para reconocer inmediatamente que esta exégesis no tiene nada de alejandrina. No presenta ninguno de los detalles que caracterizan la exégesis propia de Orígenes, la transposición de sucesos de la historia de la salvación a un mundo celeste, la espiritualización de los datos históricos propuestos por el texto de la Escritura.

Sobre todo, como lo nota Hermaniuck, en el primer pasaje donde Orígenes menciona esta exégesis, y que se encuentra en las Homilías sobre Lucas, que son del año 233-234, precisa que viene “de uno de los presbíteros”. He aquí el texto tal como lo poseemos según la traducción latina[5]:

Uno de los presbíteros, queriendo interpretar la parábola, decía que el hombre que descendía era Adán, Jerusalén el Paraíso, Jericó el mundo, los ladrones las fuerzas contrarias, el sacerdote la ley, el levita los profetas, el Samaritano Cristo, las heridas la desobediencia, el animal el cuerpo del Señor, el pandochium, es decir, la posada, es la Iglesia que recibe a todos los que quieren entrar; además los dos denarios se entienden del Padre y del Hijo, el posadero es el que preside la Iglesia, al cual se le confió la administración. Del hecho que el Samaritano prometió regresar, se figuraba la segunda Venida del Salvador” (Ho. Luc, 34; GCS, 201-202)[6].

La expresión “presbíteros” presenta dos sentidos en los autores de esta época, que, por otra parte, coinciden con nuestros dos sentidos de la palabra “anciano”. Por una parte, puede designar los miembros de mayor edad o más respetables de la comunidad. El sentido es corriente en Orígenes, como lo era en Ireneo. Pero, por otra parte, la palabra puede designar personajes de antaño. En Ireneo, los ancianos son los miembros de la comunidad judeo-cristiana primitiva, de los que Papías transmitió las tradiciones. Ese sentido se encuentra también desde Orígenes. Así, a propósito de una exégesis tradicional de Num. XXII, 4, la atribuye sea a un “maestro entre los presbíteros” (Ho. Jos. 16, 5), sea a un “maestro venido del judaísmo a la fe” (Ho. Num. 13, 5). La ecuación entre presbítero y judeo-cristiano es aquí rigurosa. No dice que se trate de un miembro de la comunidad primitiva, pero el cotejo con Ireneo orienta hacia esta solución. Parece que lo mismo sucede en nuestro pasaje.

Tenemos además una confirmación decisiva en el hecho que nuestra exégesis no se encuentra por primera vez en Orígenes, sino que se menciona ya, y precisamente por Ireneo, lo cual parece haber escapado a todos nuestros autores.

“El Señor ha confiado al Espíritu Santo el hombre, que es suyo, ese hombre caído en manos de los ladrones, del que tuvo piedad, del que curó las heridas, dando dos denarios reales, para que nosotros mismos, habiendo recibido por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo hagamos fructificar el denario que nos fue confiado (III, 3).

Y en Ireneo la parábola, como escribe el P. Sagnard (p. 309), “ya era clásica: la mezcla con la de los talentos, desarrolla algún detalle de ella, los dos denarios, en el sentido de su propia teología”. Así la cita de Ireneo nos envía a un medio anterior, sin dudas el de los presbíteros, de los cuales se sabe que toma muchas cosas. Lejos de tratarse de una exégesis alejandrina, ni siquiera se trata de una exégesis reciente en tiempos de Ireneo.

Además, en la misma escuela de Alejandría, Orígenes no es el primero en mencionarla. Clemente de Alejandría da de ella un desarrollo remarcable en su Quis dives salvetur, que testimonia al mismo tiempo una justa interpretación de la parábola y una orientación “alejandrina” esta vez característica, pero que supone un fondo tradicional anterior:

“¿Quién es (el buen Samaritano), sino el Salvador? ¿Quién ha tenido más piedad (ἠλέησας) de nosotros que Él, de nosotros a quienes los “cosmocratores”[7] de las tinieblas casi que nos habían matado por medio de sus golpes, miedos, deseos, cóleras, penas, mentiras, placeres. Es él quien ha derramado sobre nuestras almas heridas el vino, la sangre de la viña de David, es él quien ha abastecido el aceite en abundancia, la piedad de las entrañas del Padre, es él quien ha establecido los ángeles, los principados y las potestades para que nos sirvan” (27; GCS, 179).

Tenemos aquí por primera vez una exégesis alejandrina de la parábola, pero que no es el origen de la interpretación que defendemos; representa simplemente un desarrollo paralelo al de Ireneo y supone un fondo común, el que indicaba Orígenes y que es la comunidad judeo-cristiana primitiva.






[1] La parabole évangélique, Louvain, 1947.

[2] The fourth Gospel, p. 377.

[3] Com. in Lucam, Venise, 1596, p. 198, col. I.

[4] Es el caso de C. H. Dodd (The parables of the kingdom, pp. 11-13) que califica de “bastante perversa” la interpretación que proponemos (p. 13).

[5] Nota del Blog: Damos directamente la traducción y luego en nota el original.

[6]Aiebat quidam de presbyteris, volens parabolam interpretari, hominem qui descenderit, esse Adam, Hierusalem paradisum, Hiericho mundum, latrones contrarias fortitudines, sacerdotem legem, Leviten prophetas, Samariten Christum, vulnera vero inoboedientiam, animal corpus Domini, pandochium, id est stabulum, quod universos volentes introire suscipiat, ecclesiam interpretari; porro duos denarios Patrem et Filium intellegi, stabularium ecclesiae praesidem, cui dispensatio credita sit. De eo vero, quod Samarites reversurum se esse promittit, secundum Salvatoris figurabat adventum“.

[7] Nota del Blog: Palabra tomada de Ef. VI, 12 y que Straubinger traduce “poderes mundanos”.