martes, 27 de junio de 2017

El Katéjon, II Tes. II, 6-7 (IX de XV)

b) La Apostasía y el Hombre de Iniquidad.

Dado que el segundo miembro apenas si presenta dudas ya que todos los autores concuerdan en la interpretación, y por si fuera poco San Pablo es más que claro al respecto, entonces toda nuestra atención deberá centrarse en la Apostasía.

Es este uno de los clásicos ejemplos citado una y otra vez para probar la defección general en la fe antes de la venida del Anticristo, defección no sólo de las naciones sino inclusive de los individuos[1].

Somos de la opinión que la situación no es tan clara como parece a primera vista.

Antes que nada, veamos a grandes rasgos lo que dicen los principales comentadores sobre la apostasía.

Biblia de Jerusalén:

La apostasía es nombrada como ya conocida. Al contenido general de la palabra (secesión, defección) hay que darle un valor religioso, Hech. V, 37; XXI, 21; Heb. III, 12. A quienes jamás han pertenecido a Cristo, puede que se les unan quienes se dejaron desviar de la fe, cf. I Tim. IV, 1; II Tim. III, 1; IV, 3, etc.”.

Turrado:

“La presencia del artículo indica que se trata de una apostasía bien determinada, conocida ya de los tesalonicenses, sobre la que sin duda habían sido instruidos por el Apóstol (v. 5). Es casi seguro que se trata de esa misma apostasía o defección en la fe a que se refirió Jesucristo en su discurso escatológico, cuando habló de que al final de los tiempos surgirán pseudo-profetas que engañarán a muchos, y habrá gran enfriamiento de la caridad, con peligro de ser seducidos incluso los elegidos, si ello fuera posible (cf. Mt. XXIV, 11-12.24; Lc. XVIII, 8). También San Juan en el Apocalipsis, alude a la misma gran apostasía, cuando habla de “la bestia” que luchará con los fieles y los vencerá, quedando sólo aquellos cuyos nombres están en el libro de la vida (cf. Apoc. XIII, 7-8).
Esta “apostasía” está probablemente íntimamente relacionada con “el hombre de pecado” o anticristo, que tendrá mucha parte en ella. Así parecen insinuarlo los diversos textos sea de Jesucristo, que la une a los pseudoprofetas, sea de San Juan, que la une a la aparición de la bestia, sea de San Pablo en este pasaje, presentando juntas ambas cosas”.

Padovani:

jueves, 22 de junio de 2017

El que ha de Volver, por M. Chasles. Apéndice III, La Vuelta y el Reino de Cristo en la Liturgia (II de IV)

TIEMPO DE EPIFANIA

La Epifanía es la verdadera fiesta de Cristo Rey que la Iglesia celebra desde hace siglos. Toda su literatura está orientada a la alabanza de la realeza maravillosa de Cristo.

Hemos hecho notar que un día los judíos supieron mostrar a los gentiles dónde estaba su Rey[1]. Estos lo encontraron, en cambio las tinieblas espirituales cegaron a los judíos. Pero en el último día su nombre será conocido por todos: "Rey de Reyes y Señor de señores" (Apoc. XIX, 16).

El Introito de la Epifanía canta esta realeza (Mal. III, 1 y I Paral. XXIX, 12): "Ha llegado el Soberano Señor; en su mano tiene el reino, el poder y el imperio".

El salmo LXXII contiene casi todos los trozos cantados de esta fiesta, tanto en la Misa como en el Breviario. Algunos versículos de este salmo son particularmente típicos para mostrar cuál será la realeza futura del Mesías: "Y Él dominará de mar a mar. y desde el Río hasta los confines de la tierra. Ante Él se prosternarán sus enemigos, y sus adversarios lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán tributos; los reyes de Arabia y de Sabá le traerán presentes. Y lo adorarán los reyes todos de la tierra”

Todos estos textos no pueden referirse sino a la segunda venida y Reino, puesto que el día en que los Magos llegaron a Belén, su cortejo no se parecía a esa enumeración de reyes de que nos habla el salmo LXXII, ni a la que describe magníficamente Isaías LX y que nos presenta la Epístola. "Muchedumbre de camellos te inundará, dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos vienen de Sabá, trayendo oro e incienso y pregonando las glorias de Yahvé".

domingo, 18 de junio de 2017

Notas a la Escritura Santa, VI. "Y no la conoció" (Mt. I, 25)

VI

Et non cognoscebat eam – Y no la conoció (Mt. I, 25)

Nota del Blog: La siguiente interpretación, muy interesante, pertenece al excelente exégeta, R. Thibaut, S.I. y está tomada de la Nouvelle Revue Théologique, vol. LIX (1932), pag. 255-6.

Para comodidad del lector, hemos dado entre paréntesis y en color verde las citas a las que alude el Autor en varias oportunidades.



La frase donde se inserta la proposición puesta como título de esta nota, se presenta dividida de la siguiente manera en la interpretación recibida:

“Despertado de su sueño, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y tomó consigo a su mujer; y no la conoció hasta el día en que dio a luz un hijo; y él le dio el nombre Jesús” (Lagrange, 1923)[1].

Nosotros proponemos la distribución siguiente:

“José hizo lo que el ángel le había dicho:

1) tomó consigo a su mujer (y no la conoció) hasta el día en que ella dio a luz un hijo;

2) él le dio al niño el nombre Jesús”.

martes, 13 de junio de 2017

El que ha de Volver, por M. Chasles. Apéndice III, La Vuelta y el Reino de Cristo en la Liturgia (I de IV)

III

LA VUELTA Y EL REINO DE CRISTO EN LA LITURGIA

La liturgia romana ha tenido el mayor empeño en actualizar el misterio de Cristo, con el fin de permitir a los fieles el vivir día a día la acción redentora del Salvador.

El año litúrgico, que es como un compendio de la vida de Jesús, se divide en dos ciclos: ciclo de Navidad y ciclo de Pascua. Coloca bajo nuestra vista y a nuestro corazón los grandes acontecimientos de esta vida, con el objeto de que podamos concretizarlos.

La existencia de Jesús — como hombre — ha tenido un comienzo: es su venida a la tierra y su nacimiento en Belén. Pero esta primera venida tendrá su continuación magnífica en su vuelta gloriosa al fin de los tiempos.

No es extraño pues, que la liturgia haya pensado acercar estos dos sucesos del Señor, el uno humilde, el segundo magnífico, y puesto que el segundo es nuestra esperanza suprema la Iglesia romana hace de él el Omega de su liturgia.

En el primer Domingo del año litúrgico — 1° Domingo de Adviento, — leemos el Evangelio de San Lucas que expone los signos precursores de la vuelta de Cristo; y en el último Domingo del año — 24° después de Pentecostés — leemos el mismo anuncio en el Evangelio de San Mateo.

El año litúrgico en su comienzo y en su fin quiere llamar la atención del cristiano sobre el suceso por el cual debe suspirar continuamente, que es la base de su esperanza y que San Pablo sintetiza así: "¡Tanto en su aparición como en su reino!".


ADVIENTO

martes, 6 de junio de 2017

El Katéjon, II Tes. II, 6-7 (VIII de XV)

Después de lo dicho hasta aquí tenemos que analizar con más detalle los vv. 3-7, pues todavía hay cosas por aclarar.

3. Nadie os engañe en alguna manera: si no viniere la apostasía primero y se revelare el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición;
4. el que se opone y levanta sobre todo el que se dice Dios o numen; hasta él en el Santuario de Dios sentarse, probándose a sí mismo que es Dios—
5. ¿No recordáis que, todavía estando con vosotros, esto os decía?
6. Y ahora lo que detiene, sabéis, para que él se revele en el tiempo suyo.
7. En efecto, el misterio ya está obrando de iniquidad; sólo el que detiene ahora, hasta que del medio surja.


a) Katéjon como neutro y masculino.

Conocida es la distinción que los exégetas han visto (o procurado ver) entre el katéjon neutro y masculino (lo que y el que detiene, respectivamente), dando para ambos términos dos interpretaciones diversas que los habituados a la exégesis de este capítulo conocerán de sobra, pero de nuevo tenemos que decir que nos parece estar ante otra suposición.

Antes de meternos de lleno en el tema, notemos tan sólo algunas interpretaciones de carácter más general que se acercan más de lo que parece a primera vista a nuestra posición, tal como luego veremos en el punto siguiente:

Zorell:

κατ-έχω: Parecería que la mejor es la sentencia de los Padres, según la cual el imperio Romano es τὸ κατέχον, y el Emperador ὁ κατέχων (…), para otros como Reischl, Crampon, Griesbach, τὸ κατέχον es la apostasía, ὁ κατέχων el hombre de pecado (v. 3), lo que retarda el día y venida del Señor”.

Crampon:

Lo que retiene, versículo 6, es pues el conjunto de las condiciones previas a la venida de Cristo, es decir, la apostasía y la aparición del anticristo.  El que lo retiene: es el anticristo que debe, antes de la venida de Cristo, salir del medio de la humanidad entrenada por el espíritu anticristiano”.

¿Cuál es, nos preguntamos antes que nada, la necesidad de multiplicar los significados cuando gramaticalmente nada lo exige?

jueves, 1 de junio de 2017

El que ha de Volver, por M. Chasles. Apéndice II, El Reino Milenario (III de III)

Los Padres de la Iglesia que creían en el Milenio, lógicamente creyeron también en una primera resurrección para los justos de acuerdo con la enseñanza tantas veces repetida del Nuevo Testamento.

Esperaban pues, "la mejor resurrección" (Heb. XI, 35) aquella en que "los muertos en Cristo resucitarán" (I Tes. IV, 16) "cada uno por su orden... luego los de Cristo Cristo en su Parusía" (I Cor. XV, 23).

Leemos en la Didakhé o DOCTRINA DE LOS APOSTOLES (Siglo I):

"Entonces aparecerán los signos de la verdad: primer signo los cielos abiertos; segundo signo, el sonido de la trompeta; tercer signo, LA RESURECCION DE LOS MUERTOS, NO DE TODOS ES VERDAD, pero según lo que ha sido dicho: "El Señor vendrá y todos sus Santos con Él". Entonces el mundo verá al Señor "viniendo sobre las nubes del cielo" (Cap. XVI, 6-8).

Y en San Justino (Siglo II):

"Sabemos que sucederá una resurrección de la carne y que pasarán mil años en la Jerusalén reconstruida… los que hayan creído en nuestro Cristo pasarán mil años en Jerusalén después de lo cual sucederá la resurrección general" (Diálogo con Trifón. LXXXI 5, LXXXI, 4).

Sería fácil multiplicar estas citas hasta San Ambrosio.

Si estudiamos de cerca el texto original griego, notaremos que el Nuevo Testamento distingue claramente la resurrección de los muertos, es decir la resurrección general de todos los muertos, los malos como los buenos, de la resurrección de entre los muertos. Esta última frase indica que hay otros muertos que quedan atrás[1] y es por eso que San Pablo enseñaba que cada uno resucitará "por su orden: como primicia Cristo; LUEGO LOS DE CRISTO en su Parusía… el último enemigo destruido será la muerte" (I Cor. XV, 23-26).