martes, 23 de mayo de 2017

El que ha de Volver, por M. Chasles. Apéndice II, El Reino Milenario (II de III)

Desgraciadamente en vez de considerar este reino misterioso como un reino de cuerpos resucitados, de vida espiritualizada, de paz y pureza en presencia del Rey de reyes, un estado que debía parecerse al de Jesús después de su resurrección[1], que conservando la visión de su Padre podía, sin embargo, alimentarse, vivir como nosotros, andar sobre la tierra, aparecer y desaparecer; en vez de considerar el reino apocalíptico de mil años como anticipación de la vida celestial, muchos se dejaron llevar por la prescripción de realizaciones carnales y goces de orden puramente material.

Entonces para combatir este error San Agustín cambió bruscamente de opinión. En “la Ciudad de Dios" reconoce que lo que ha dicho anteriormente

"Se puede admitir creyendo que durante ese séptimo milenio (o reino de mil años del Apoc.) los santos gozarán de algunas delicias espirituales a causa de la presencia del Salvador; y agrega: Yo he pensado antes de ese modo.

"Pero como aquellos que adoptan esta creencia dicen que los santos vivirán en continuo festín, sólo las almas carnales podrán creer como ellos, por eso es que los espirituales los han llamado "Chiliastas", de una palabra griega que puede traducirse literal-mente por "milenaristas".

En seguida San Agustín trata de dar una nueva interpretación al reino milenario para destruir la esperanza de un reino terrestre y grosero.

"Respecto a los mil años pueden ellos comprenderse de dos maneras: o bien todo esto sucede en los últimos mil años, es decir en el sexto milenio cuyos últimos años transcurren actualmente[2]. Estos últimos años serán seguidos del Sábado que no tiene tarde, es decir, del reposo de los santos que no tiene fin, de modo que la Escritura llama aquí mil años la última parte de ese tiempo; considerando una parte por el todo[3].

Este es pues, el texto que tuvo más tarde tanta resonancia en la exégesis católica, ¡texto al cual se refieren siempre, pero sin transcribirlo! Es por lo demás bien confuso. Autorizaría en la primera parte a admitir el milenio en sentido literal:


"Se puede admitir que durante ese séptimo milenio los santos gozarán de algunas delicias espirituales. Yo he pensado antes de ese modo".

Pues bien, aunque la Iglesia no ha condenado jamás la opinión de un reino terrestre de Jesús con sus fieles, antes de la resurrección de los impíos para el juicio general[4], los exégetas católicos enseñan comúnmente que ese reino milenario está actualmente en curso y que las profecías que se referían a la gloria de Jerusalén reconstituida eran el anuncio de la paz y seguridad que goza la Iglesia libertada de Satanás desde Constantino, es decir, desde el fin del paganismo oficial.

Leemos, por ejemplo, en el comentario que hace Fillion del Apoc., lo siguiente:

"Cristo ha establecido su reino; hace triunfar la verdad, la justicia, la santidad desde su Encarnación y por consiguiente inaugura una era de felicidad para los suyos que reinan con El, siendo reyes al mismo tiempo que súbditos"[5].

¿Quién podrá creer que ya triunfan la verdad, la justicia, la santidad: más aún, que reinamos efectivamente con Cristo, y que la Iglesia no ha conocido persecución desde Constantino por estar encadenado Satanás?

Esta exégesis deja en extraña penumbra la gran página del Apocalipsis.

Sabemos todos, por el contrario, que la verdad, la justicia, la santidad, son virtudes ignoradas de la mayor parte de los hombres; aun aquellos que "practican" su religión. El Príncipe de este mundo tiene una actividad bien singular. ¡La Iglesia ignora entonces las persecuciones que ha sufrido en los últimos siglos! Recordemos el anticlericalismo y el combismo próximos a nosotros. Consideremos lo que sucede en la URSS y en Alemania.

Hay que colocar al lado de la página del Apocalipsis que acabamos de citar, un texto de los Hechos de los Apóstoles, que se refiere sin duda alguna a los tiempos de restablecimiento maravilloso.

San Pedro, en su gran discurso del cap. III, dice lo siguiente:

"Arrepentíos, pues, y convertíos, para que se borren vuestros pecados, de modo que vengan los tiempos del refrigerio de parte del Señor y que Él envíe a Jesús, el Cristo, el cual ha sido predestinado para vosotros. A Éste es necesario que lo reciba el cielo hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de las que Dios ha hablado desde antiguo por boca de sus santos profetas" (Hech. III, 19-21).

¿Qué ha de ser, pues, "ese tiempo de restauración de todas las cosas" en que el cielo nos envíe nuevamente a Nuestro Señor Jesucristo como lo anunció San Pedro?

El R. P. Jacquier, en su comentario de los Hechos, responde con mucha sabiduría:

“Pedro habla aquí de la Parusía del Cristo, no como del TIEMPO DEL JUICIO FINAL SINO COMO DEL TIEMPO DEL REINO MESIANICO que será para los judíos el reino de la felicidad tan a menudo anunciado por los profetas[6]”.

Por lo tanto, el R. P. Jacquier disocia claramente la Parusía del Juicio final y coloca entre los dos el reino mesiánico al cual llama "Tiempo de la restauración de todas las cosas".

Era ésta en efecto en los primeros siglos la opinión de los Padres de la Iglesia, de Justino, Ireneo, Tertuliano y el mismo San Ambrosio.

Recuerdo claramente que siguiendo en otros tiempos cursos de apologética se nos insistía cuánto debíamos tener en consideración las doctrinas de los Padres de la Iglesia primitiva. ¿Qué autoridad era la de San Justino y San Ireneo principalmente? Este último fué el depositario directo de la enseñanza del Apóstol Juan — por lo tanto, del Apocalipsis — por su maestro Policarpo. Debía conocer los pensamientos del Apóstol mejor que nadie; y si él más que ningún otro afirma lo del reino milenario, ¿no deberemos tomar muy en cuenta su opinión?

Un punto inquietante nos queda todavía a propósito de esta cuestión: ¡es la tendencia actual de los exégetas católicos a "espiritualizar o a idealizar" —dice el abate Fillion — las páginas del Apocalipsis!

El R. P. Allo habla en este sentido y el abate Lesetre ha escrito en el "Diccionario de la Biblia":

"Ha prevalecido la explicación alegórica y espiritual del texto apocalíptico. La interpretación espiritual de los pasajes escatológicos de Isaías y del Apocalipsis no puede ser ignorada y ella hace hoy día ley en la Iglesia"[7].

¿Es acaso más fácil espiritualizar así las Escrituras? Sin duda que es más fácil para nuestra fe que titubea y para nuestra débil esperanza. Pero semejante interpretación no está conforme con las encíclicas pontificias: "Providentissimus" de León XIII y "Spiritus Paraclitus" de Benedicto XV.

Si es así ¿por qué no espiritualizamos las profecías del Antiguo Testamento que anunciaban la primera venida del Cristo? Se nos dirá que es porque estamos obligados a reconocer la perfecta y literal realización: nuestra razón está dominada por el cumplimiento histórico del hecho.

Pero entonces los judíos de otro tiempo ¿no habrían tenido el derecho de espiritualizar, antes de su cumplimiento, las profecías sobre la primera venida, por ej. "La Virgen que concebirá", diciendo: "en ella no debemos esperar sino una realización espiritual, símbolo ideal de pureza de la Madre del Mesías"? Porque, ¡una Virgen concebir!... Y respecto a la Pasión ¿por qué no hubiesen podido espiritualizar las manos y los pies atravesados, la túnica tirada a la suerte, el golpe de la lanza, etc., etc…?

Vemos a qué negación, a qué racionalismo nos lleva fatalmente desde que dejamos de tomar las escrituras a la letra, salvo en los casos de parábolas o alegorías evidentes.

¿Podemos considerar alegoría lo que no nos es presentado como tal por ejemplo en el Apocalipsis?

¿Podemos tomar idealmente "Las palabras del Señor afinadas y modeladas hasta siete veces en el crisol"? (Sal. XII, 7).

¡Dios no habla para que su "palabra quede sin efecto" (Is. LV, 11) y sea una simple imagen, un bello sueño ideal!




[1] Es muy importante, lo creemos, considerar que debemos reproducir punto por punto la vida terrestre y gloriosa de Cristo. ¿No debemos acaso llegar a su edad perfecta? Como El resucitó, resucitaremos nosotros. Entonces, como vivió durante 40 días, como resucitado, sobre la tierra y en lugares invisibles a la vez — sin perder la visión de su Padre — ¿no deberemos nosotros también vivir esa misma vida? El reino de mil años ¿no será la exacta reproducción de esta vida misteriosa de Jesús resucitado, durante 40 días? Si, en cambio, el reino de mil años abraza nuestra vida actual — perfectamente apacible, con Satán encadenado --¿somos nosotros resucitados? No, evidentemente. Entonces: ¿cómo podemos reproducir en nosotros esta vida de Cristo resucitado? El reino milenario sería entonces aniquilado, a menos que sea simplemente idealizado.
Hay todavía una observación que no ha de ser desechada. Jesús resucitado vivía, lo sabemos por los Evangelios y los Hechos, en medio de los no resucitados. Pues bien, una de las objeciones esgrimidas contra el reino de mil años y que, según se dice, no es posible aceptar, es que haya al mismo tiempo sobre la tierra resucitados y no resucitados. Pero exactamente esto es lo que tuvo lugar durante los 40 días de la vida gloriosa de Nuestro Señor en la tierra.

[2] ¿Creía entonces San Agustín en la próxima vuelta de Cristo?: estos "últimos años" duran todavía!...

[3]  San Agustín ha marcado anteriormente los próximos dos milenios el 7° y el 8°. Suprime en adelante el octavo y reúne todo bajo el séptimo milenio, el de los mil años del Apocalipsis: "la parte por el todo".

[4]  Un decreto del Papa Gelasio, cuya autenticidad no es cierta, es el único acto oficial que podría estar dirigido contra el milenarismo. (Lesetre: "Dictionaire de la Bible" 'de F. Vigoroux, artículo: "Millénarisme", T. IV, col. 10913).

Nota del Blog: Escrito esto en 1938, claro está que habría que agregar los dos decretos, el del `41 y el del `44, sobre los cuales ya hemos hablado en otra oportunidad y no hay para qué insistir.

[5] Fillion, "La Santa Biblia comentada". T. VIII, Apoc., cap. XX p. 372.

[6] R. J. Jacquier "Les Actes des Apótres", p. 112, Gabalda.

[7] H. Lesetre: "Dictionaire de la Bible", T. IV, artículo citado, col. 1096.