martes, 11 de octubre de 2016

La Venida del Señor en la Liturgia, por J. Pinsk (VI de X)

II.- NAVIDAD

El examen atento de los textos litúrgicos del Adviento nos ha permitido constatar que el objeto primero y, por decirlo así, exclusivo de este período es prepararnos con la Iglesia a la venida final de Cristo en "poder y majestad". La evocación de esta segunda venida — que es coronamiento y consumación de la venida de Cristo a nuestra carne en Belén — se hace aún más insistente y actual durante las fiestas de Navidad y Epifanía.

1. Sin embargo, a primera vista, parece que esta fiesta de Navidad se apartara un poco de esta visión escatológica. Su nombre mismo, "nativitas Domini" se refiere a un hecho histórico del pasado. En cambio, el nombre de las otras dos solemnidades "Adventus Domini", "Epiphania Domini" atrae la atención al acontecimiento final del último día. Aún más, estas palabras han llegado a ser los términos técnicos con que se designa la Parusía. El hecho es que toda la liturgia de Navidad insiste siempre en el carácter histórico de esta fiesta.

Para empezar, el anuncio mismo de la fiesta en el martirologio romano, sitúa el acontecimiento dentro de la historia de la Humanidad.

"Después de la creación del mundo, cuando al principio Dios sacó de la nada el cielo y la tierra, en el año cinco mil ciento noventa y nueve; después del diluvio, en el año dos mil novecientos cincuenta y siete; después del nacimiento de Abraham, etc..., en el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de Roma y cuarenta y dos del Imperio de Octaviano Augusto, gozando de paz el universo; en la sexta edad del mundo, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del Padre eterno, queriendo consagrar el mundo por su misericordioso advenimiento, habiendo sido concebido del Espíritu Santo, nace en Belén de Judá, hecho hombre de la Virgen María".


Este anuncio es como un acta, una proclamación oficial y solemne cuya réplica está en el Evangelio de la Misa de medianoche (Lc. II, 1 ss.). Gracias a ella, la Encarnación del Hijo de Dios ocupa un lugar exacto y bien definido en la historia humana. El cristianismo reposa sobre esta sólida base.

Este hecho histórico, considerado como tal, constituye y realiza "la plenitud de los tiempos" pues hacia él estaban ordenados todos los acontecimientos religiosos sucedidos anteriormente. A esto y no a otra cosa se refiere la relación establecida entre la Natividad de Cristo, primero, con las diferentes etapas de la historia del pueblo judío y, en seguida, con las fechas de la historia romana. Estas referencias históricas ilustran las afirmaciones que hace San Pablo en su Epístola a los Efesios:

"Cuando Dios hizo que llegase la plenitud de los tiempos, quiso recapitular todas las cosas en Jesucristo, las que están en el cielo y las que están en la tierra".

Recapitular como el que queriendo hacer el resumen de un libro, toma lo esencial de los diferentes capítulos para dar a la obra, en esta conclusión, su significado y su perfección.

2. Sin embargo, por el hecho mismo de ser la Encarnación del Verbo el capítulo final de la historia de la humanidad, ya no es un simple suceso histórico como todos los demás.

La originalidad de este acontecimiento está en que bajo la apariencia de un hecho transitorio, localizado en el tiempo y en el espacio, se oculta este suceso completamente singular: "Dios infunde al mundo su vida divina". En Jesús de Nazareth se ha unido para siempre a la carne humana la vida de la Trinidad Santa, tal cual constituye el atributo propio de su Segunda Persona.


Se comprende entonces, que sea imposible encerrar y limitar en el marco de un simple hecho histórico todo el misterio de la Encarnación, por más que este mismo suceso histórico sea a la vez el fundamento y la revelación del misterio al mundo. Con la Encarnación del Hijo de Dios comienza un mundo nuevo, una era nueva, un nuevo "AION", cuya característica fundamental consiste en lo siguiente: los individuos de este mundo no son ya simples vehículos de una vida y una fuerza recibidas de Dios y creadas "ex nihilo" por El; ahora poseen una vida propiamente increada y divina. Y ésta es la razón por la cual la fiesta anual del Nacimiento de Cristo, aún insistiendo en los sucesos acaecidos en Belén, excede ampliamente los límites de este aspecto puramente histórico.