miércoles, 5 de octubre de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Tercera Parte: Las Señales (III de VII)

III

¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES?

Sal. II, 1

Estudiando la significación de la estatua que vió en sueños Nabucodonosor, dijimos que el profeta Daniel, interpretándola, había contemplado toda la historia del mundo hasta la vuelta de Cristo. Es él, Nuestro Señor, quien, bajo el símbolo de una "Piedra" golpeará al coloso para reducirlo a polvo y convertirlo en ligero tamo del trigo que se lleva la brisa en el verano; Juan la verá en Patmos bajo el símbolo DEL CORDERO, "y el Cordero los vencerá (porque Señor de señores es y Rey de reyes)" (Apoc. XVII, 14).

El verdadero dictador será Cristo, porque se habrá revestido "de su gran poder" y estará reinando (véase Apoc. XI, 17). Pero, antes de su vuelta, no nos sorprendamos de esta fuerza dictatorial que subyuga a todos los países, unos después de otros… Tampoco nos maravillaremos de la crisis económica mundial, tan claramente anunciada en el Apocalipsis.


***

El tiempo de los dictadores.

Desde hace veinte años todos los países de Europa han sido sacudidos por crisis políticas de una magnitud más o menos considerable, pero todas estas revoluciones tienden hacia un mismo fin: establecer dictaduras, ora fascistas, ora comunistas. Si más tarde vemos renacer monarquías, éstas tendrán un carácter semejante de fuerza y de poderío.

Todos los países claman por "un jefe", un Stalin, un Mussolini o un Hitler.

Este consentimiento mundial representa la gran aspiración del corazón humano hacia un libertador: ha llegado el momento "para destruir a los que destruyen la tierra" (Apoc. XI, 18).

Si los dictadores, como veremos, transforman el país donde se instalan, ellos llevan consigo gérmenes de muerte y de destrucción, pues su principio de autoridad no hunde sus raíces en Dios.


Revoluciones como la de Portugal y la de España han expulsado sus reyes para establecer gobiernos nuevos; dictadura en Portugal, República autoritaria en España.

¿Qué decir de Italia? Este país del dulce "far niente" donde el individuo trabajaba poco y ganaba poco, no guardaba nada, se alimentaba de sol, de algunas cebollas y tallarines, ¿qué ha llegado a ser?

Mussolini ha cambiado la faz de las cosas.

En Alemania, si consideramos a Hitler, ¿acaso no encontramos la exaltación del mismo principio de autoridad? Pero aquí ha sido puesto particularmente al servicio del desencadenamiento de las pasiones racistas y anticristianas.

Dirijamos nuestras miradas a la Rusia Soviética.

Los Soviets no quieren, es verdad, ser fascistas, pero ellos lo son a su manera. Bajo el color rojo del comunismo y del internacionalismo no hay un país en Europa en que la libertad sea más trabada y donde la autoridad sea más aplastadora.

Una autoridad que se extiende sobre todo y que sobre todos pesa, — y con qué peso, — sobre una nación de 163 millones de hombres, obedientes "al dedo y al ojo" para evitar la muerte, la prisión o la ruina.

El pueblo ruso ha doblado la cerviz bajo el poder de un jefe que ha sabido imponer una idea a la masa.

Turquía ha acogido también la dictadura revolucionaria y enérgica, bajo la férula de Mustafá Kemal.

Irlanda ha seguido el movimiento; Grecia lo ha conocido, después rechazado y acaba de proclamar un rey.

¿E Inglaterra? ¿Y Francia? Ellas miran lo que hacen los países vecinos. ¿No aspiran acaso los franceses a un régimen republicano de autoridad?

Se trata pues, de una carrera hacia el principio de autoridad que arrastra a la Europa entera, carrera a la cual nada resistirá, porque es preciso que existan autoridades humanas constituídas y fuertes, para que ellas sean quebrantadas, aniquiladas por la Venida de Cristo.

Ya lo hemos dicho, "la piedra" debe derribar al coloso de oro, bronce, hierro y greda, que representa los reinos, los jefes, los poderes dictatoriales. Serán destruidos por una fuerza más poderosa, la realeza de Cristo, tal como se nos lo muestra en el Salmo II y en el Apocalipsis: "Las destruirá con cetro de hierro" (Apoc. XIX, 15).

Nuestra marcha, — más bien nuestra carrera, —hacia el fascismo mundial, bajo cualquier aspecto que se presente, es un indicio cierto de que se van levantando potencias en el mundo, hasta llegar el día en que se enfrentarán el Anticristo, o bestia del Apocalipsis, y Cristo.

Estas son las dos autoridades representativas de todos los elementos, injustos y criminales, justos y bienhechores, en que se divide actualmente el mundo, y que deben enfrentarse.


La crisis económica mundial

Cuando el Apóstol San Juan, en Patmos, vió por revelación del Señor Jesús la ruina de Babilonia, entrevió igualmente una verdadera crisis económica mundial, es decir, una superproducción de productos, que detiene las ventas.

"Y los mercaderes de la tierra lloran y se lamentan por ella, porque sus cargamentos nadie compra más. cargamento de oro y de plata y de piedra preciosa y de perlas y de lino fino y de púrpura y de seda y de escarlata y todo leño aromático y todo vaso de marfil y todo vaso de leño preciosísimo y bronce y hierro y mármol. Y cinamomo y amomo y perfumes y mirra e incienso y vino y aceite y flor de harina y trigo y jumentos y ovejas y (cargamento) de caballos y de carrozas y de cuerpos, y almas de hombres. Y el fruto del deseo de tu alma se fue de ti y todas las cosas pingües y resplandecientes perecieron de tí y no las hallarán más. Los mercaderes de estas cosas, los que se enriquecieron de ella, (estarán) desde lejos, estando de pie, por el temor de su tormento, llorando y lamentándose diciendo: “¡Ay, ay la ciudad, la grande, la vestida de lino fino y púrpura y escarlata y dorada en oro y piedra preciosa y perla…” (Apoc., 18, 11-16).

¡Llorarán los mercaderes de nuestra Babilonia mundial! Sabemos esto, desde hace algunos años. En todo tiempo ha habido crisis de los mercados de venta, pero lo que es nuevo y hace presentir para el futuro el estado "endémico" de la crisis económica actual, es el desarrollo siempre creciente del maquinismo, que provoca inevitablemente la superproducción.

Esta superproducción no puede ser compensada sino por poderes de compra y una gran prosperidad económica ¡Cuán difícil es mantener esa prosperidad!

Entonces “los mercaderes de la tierra lloran…, porque sus cargamentos nadie compra más".


Pero escuchemos la voz de Cristo: "Pero al comenzar estas cosas a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza porque se acerca vuestra redención" (Lc. XXI, 28).