sábado, 3 de septiembre de 2016

La Venida del Señor en la Liturgia, por J. Pinsk (I de X)

   Nota del Blog: Publicamos, como lo prometimos, este hermoso estudio del P. Pinsk anexado al final de la traducción de la obra de M. Chasles que estamos publicando.


LA VENIDA DEL SEÑOR EN LA LITURGIA

por

J. Pinsk, Doctor en teología

Publicado en: "Liturgische Zeitschrift Jahrgang", 1932-1933 y
reproducido en el "Bulletin Paroissial Liturguique" (N.o 1, 1938),
de la Abadía de "Saint André les Bruges", de Bélgica.

El advenimiento del Señor es el objetivo verdadero de la predicación cristiana, de la fe, de la esperanza y del triunfo cristiano. Es también la idea central de toda fiesta cristiana. Se puede decir que una fiesta llega a ser verdaderamente cristiana según la relación que tenga con este advenimiento, pues la Redención entera en su principio, en su curso y en su consumación descansa sobre la venida del Señor. Todas las fiestas de la Iglesia encierran así, en sí mismas, una relación necesaria con este advenimiento.

Los hechos confirman esta afirmación. Bajo una u otra forma, cada sacrificio eucarístico contiene la idea de la venida del Señor. En las fórmulas antiguas, la oración de después de la Consagración "Unde et memores" mencionaba al lado de los grandes hechos de la Redención "beata passio, resurrectio et ascensio" la "nativitas" y el "adventus Domini". En cuanto a los sacramentos, el fin de su institución está siempre en función con el advenimiento de Cristo.

Esta idea de la Parusía llena igualmente las grandes fiestas del año litúrgico. Fijemos nuestra atención por ejemplo, cuán a menudo ella reaparece en el tiempo comprendido entre Semana Santa y la fiesta de Pascua. En el transcurso del desarrollo de la liturgia, la Iglesia ha logrado expresarse plenamente en fiestas propias: el Adviento, la Natividad y la Epifanía, fiestas todas que tienen como objeto principal la venida del Señor, dejando, por así decirlo, en segundo plano los otros hechos de la Redención.

Este advenimiento de Cristo es ante todo un misterio. Considerado desde un punto de vista general es la irrupción del Hijo de Dios en el mundo a fin de hacerle participante de la vida divina. Pero esta irrupción puede revestir diversos aspectos según que se considere la Encarnación de Cristo (su nacimiento en Belén), su venida sacramental (Bautismo, Eucaristía y los otros Sacramentos) o aún su manifestación gloriosa al fin de los tiempos.


Es realmente justo que consideremos esta entrada del Hijo de Dios en el mundo, esta "Encarnación" bajo diferentes formas: (la liturgia en realidad no es más que una continuación de la Encarnación aunque esto sea bajo una forma distinta del misterio de Belén). Podemos considerar esta Encarnación como un descenso de las alturas de la gloria y de la majestad divina y en consecuencia como un rebajamiento del Hijo de Dios y por otra parte la elevación y la glorificación de la carne y de la materia, ya que el Verbo uniéndose a una carne humana formada de polvo y destinada a volver al polvo ha llenado a esta carne de su gloria divina y la ha hecho por lo tanto divinizada. He aquí por qué apoyándonos en la Encarnación podemos en adelante hablar en todo rigor de términos de una "carne divina", de un "corazón divino", etc, y no solamente por antropomorfismo como en el antiguo testamento.

Nos encontramos frente a la siguiente pregunta: ¿Qué punto de vista prevalecerá si se quiere establecer un juicio decisivo sobre el valor de la Encarnación: el rebajamiento del Hijo de Dios o la elevación de la naturaleza humana? La respuesta es bien clara, pues el rebajamiento del Hijo de Dios no representa en el conjunto de su venida más que un episodio pasajero, treinta años de su vida terrestre antes de su Resurrección. En cambio, tanto el Cristo resucitado como el Cristo glorificado sentado a la diestra del Padre vive siempre en la carne puesto que El no se ha despojado de la naturaleza humana y nadie sostendrá que este estado actual rebaja a Cristo. En consecuencia, la verdadera significación de la Encarnación del Verbo debe buscarse, no tanto en el hecho de que Dios se haya hecho hombre sino en la deificación del hombre que de ella se desprende.

Esta concepción pasa más y más a segundo plano en la piedad moderna. En el advenimiento de Cristo ya no se ve más que el nacimiento de un pequeño niño en un establo. He aquí una diferencia esencial entre la actitud religiosa de los primeros siglos cristianos, y aquella de la baja Edad Media y de los tiempos modernos. Los cristianos de los primeros siglos se apoyaban y edificaban sobre el fundamento de la venida de Cristo en carne (Nazaret--Belén) y esto es muy natural puesto que la realidad de nuestra Redención no tiene otra base. Sus miradas, sin embargo, no estaban vueltas hacia el pasado sino exclusivamente hacia el porvenir. En la piedad moderna por el contrario, si esta idea de la venida de Cristo pudiera tener todavía algún lugar, lo tiene en forma mínima. Lo probaré más aún por varios ejemplos en el curso de este trabajo. Para hacer resaltar más claramente lo que hemos expresado se podría caracterizar del siguiente modo esta diferencia de actitud religiosa: la piedad cristiana de los primeros siglos se siente como un ejército escogido, seguro de su triunfo y de su victoria futura; la piedad moderna, por el contrario, se parece más bien a un monarca viejo y destronado que vive del recuerdo del pasado. Los cristianos de los primeros siglos esperaban la venida del Señor como una realidad futura mientras los de nuestros días meditan este advenimiento como un hecho ya pasado, del cual a fuerza de detalles psicológicos se ha llegado a formar un cuadro lo más completo posible. La piedad antigua aspiraba a la segunda venida de Cristo, a su triunfo definitivo: "¡que desaparezca la forma de este mundo y que la gloria del Señor aparezca!" (Maranahta); la de los tiempos modernos por el contrario teme a esta venida: "dies irae, dies illa…".

Para dar una idea más completa es preciso señalar que al mismo tiempo ha nacido en el curso de la evolución del sentimiento religioso, una tercera concepción de la venida de Cristo que ha nacido: es aquella que tiene su expresión más fina y más individualista en lo que se ha llamado "mística de las bodas espirituales": el alma en estado de abandono, espera la venida espiritual de Cristo, su Esposo.

Esta simple exposición basta para mostrar el número de formas y significaciones que puede revestir la idea de la venida del Señor.

Para nosotros es necesario saber al proponer esta cuestión: ¿qué venida de Cristo celebramos durante el Adviento, cómo es preciso comprender la Natividad, qué significa la Epifanía?

La respuesta a esta pregunta no es, me parece, tan superficial que podamos encontrarla en las muchas lecturas piadosas y meditaciones como las hay, particularmente sobre el Adviento.

Es indispensable tener en cuenta el hecho de que esta celebración del Adviento nos es transmitida por la Iglesia, desde hace más de mil años, en forma precisa y bien ordenada. Como tendremos ocasión de decirlo más adelante no es el individuo quien celebra el Adviento, es la Iglesia como tal. Nuestra celebración del Adviento no es posible sino en la medida en que tomemos parte en la celebración de la Iglesia. Por consiguiente, para tener una idea clara y nítida sobre la celebración litúrgica del Adviento será necesario juntar todos los textos del misal, del breviario y del martirologio que la Iglesia ha compuesto especialmente para este tiempo. Sólo después de tomar en cuenta el conjunto de estos materiales podremos responder a la cuestión propuesta.

Cuando recorremos ciertas introducciones y descripciones que se refieren a la liturgia de Adviento nos espantamos de ver cuán lejos están de indicar su verdadera significación. Las definiciones que dan algunos autores no dejan, por así decirlo, sospechar nada de la verdadera riqueza de su liturgia. Hablan de la triple venida de Cristo en una forma convencional y banal por no decir que expresan solamente lugares comunes que aburren. Me refiero aquí no solamente a trabajos de predicación sino también a numerosos libros litúrgicos que se consideran como autoridad en la materia.

Lamento mucho no poder en el marco de este trabajo transcribir simplemente el conjunto de textos, puesto que sólo basándose continuamente sobre éstos puede una exposición revestir un carácter verdaderamente objetivo y probatorio, y este es mi fin. Tengo la absoluta convicción que en todos estos textos, cantos, ejercicios y meditaciones, la piedad moderna se aparta considerablemente de la celebración litúrgica del Adviento y que la idea principal de este, tal como la entiende la Iglesia, está lejos en ella de alcanzar su pleno desenvolvimiento. Por el contrario, la piedad moderna ha acentuado fuertemente y de una manera unilateral y casi exclusiva, elementos de segundo y tercer orden.

En consecuencia, el alcance y sentido del Adviento se han embrollado y oscurecido en forma tan lamentable, que su objeto verdadero, la venida de Cristo, ha sido alterado. Quiera Dios que este trabajo pueda contribuir a revisar en este sentido nuestra concepción y nuestra celebración del Adviento. Esta revisión debe ser emprendida según el espíritu de la exhortación de Pío X: "Revertimini ad fontes", recurriendo a las primeras fuentes. Estas fuentes son los textos litúrgicos tales como se encuentran en los libros oficiales de la Iglesia y que actualmente son accesibles a todos, ya sea en los originales o en las traducciones.