miércoles, 29 de junio de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Segunda Parte: Reinará (IV de X)

Nota del Blog: Este nos parece uno de los más interesantes capítulos del libro.

IV

LLEGUEMONOS CONFIADAMENTE AL TRONO
DE LA GRACIA

Heb. IV, 16

El reino había estado "cerca" (Mt. IV, 17), pero los jefes de la nación no lo habían recibido cuando estaba "en medio de ellos"[1]. Ahora se ha alejado. Y el Maestro dice: "Seréis mis testigos hasta las extremidades de la tierra"; era esto anunciar que su vuelta y su reino tardarían porque era necesario que la palabra del reino fuese antes predicada a todas las naciones (Lc. XXIV, 47).

Pero en espera del establecimiento del reino de gloria, siempre prometido, los discípulos debían buscar el reino de gracia que los "misterios" les habían revelado.

Una página del evangelista San Lucas pone de relieve estos misterios, determinando tres tiempos: Un reino que vino, pero fué desechado. Un reino misterioso, el actual. Un reino glorioso, por venir.

Interrogado POR LOS FARISEOS acerca de cuándo vendrá el reino de Dios, les respondió y dijo: “El reino de Dios no viene con advertencia, ni dirán: “¡Está aquí!” o “¡Está allí!” porque ya está el reino de Dios en medio de vosotros”.  Dijo después A SUS DISCÍPULOS: “Vendrán días en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: "¡Ved allí, ved aquí!"; no vayáis ni corráis en pos. Pues como el relámpago, fulgurando desde una (parte) del cielo a la otra resplandece, así será el Hijo del hombre en su día. Mas primero es necesario que él sufra mucho y que sea rechazado por la generación esta” (Lc. XVII, 20-25).

La respuesta a los fariseos concierne al reino aparecido realmente sobre la tierra, por la presencia corporal de Jesús: "El reino de Dios está en medio de vosotros".

Pero, sin embargo, el reino no venía de manera que llamara la atención. No aparecía según las concepciones rabínicas un reino mesiánico puramente terrestre. Era un reino de una naturaleza diferente y que respondía a la palabra del Señor: "Mi reino no es de este mundo". Yo no recibiré mi realeza sino de Dios, no del mundo, como los reyes ordinarios; regiré mi pueblo del modo que Dios quería hacerlo cuando fué rechazado en tiempos de Samuel.

sábado, 25 de junio de 2016

León Bloy, por Jacques Maritain (V de XII)

Ahora trataré de ver, de caracterizar y explicar, en cierta medida, la vocación de León Bloy.

Aunque era muy afecto a la Edad Media, no podríamos imaginar a Bloy contemporáneo de san Bernardo y de santo Tomás de Aquino, sino más bien de Tertuliano y de Orígenes; pues parecía un cristiano del siglo II, perdido entre los hombres de la Tercera República. No habiéndole sido posible convencerse de la real existencia de sus contemporáneos, ¿cómo hubiera podido no echar sobre ellos algunas sombras ingratas? Las prerrogativas del cristiano y las del poeta convivían en él como en estado primitivo, fuera del clima de la razón. Quiero decir que las llevaba como desentendidas de la humana razón, con cierto desdén de las precisiones filosóficas y a los consejos de la prudencia. En cambio, las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo hallaron clima favorable en un alma profunda e intuitiva, en un espíritu hambriento de la visión de Dios. Y así vivió su pobre corazón de hombre, oprimido por el genio, sujeto a todo el orden sobrehumano de las exigencias divinas y al divino despotismo del arte. En aquel siglo de violencia y de pasión, el misticismo áspero de Bloy fué como una tormenta sobre una tierra impenetrable. Su imaginación, muy ardiente, dió esplendor a la manifestación de aquel deseo imperioso que nunca pudo satisfacer en esta vida: ver los signos sensibles y tangibles de la gloria de Dios. Fué así como el sentimiento genuinamente cristiano de las exigencias absolutas de Dios, recibido en inteligencia mística, pasó a informar la obra del poeta. Pero la intuición del misterio, tan pura en Bloy, se mantenía lejos del mundo de figuras e imágenes que el artista gobierna. De ahí las discordancias entre un saber muy alto y un decir demasiado dependiente del orden material.

En el acto de ejecutar las cosas ordinarias, las almas obedientes a la intención divina dan lugar a una especial acción de Dios, que determina el modo peculiar de cada una. Percibir con exactitud ese modo en la realización de obras extraordinarias, es el principal objetivo poético de Bloy.

Y así se explica la romántica grandiosidad de algunos personajes, como el llamado Caín Marchenoir, sobrenombre del mismo Bloy en su novela Le Désespéré. La pretensión de traducir en actos y palabras imaginarios el modo oculto de la acción de Dios en sus almas, constituye una falla venial. Pero esa misma deficiencia es el reverso de una virtud incomparable: la de hacer que el corazón humano se vuelva hacia el propio misterio y lo contemple; la de arrancar a los hombres de la vida habitual de los sentidos, y conducirlos, mediante lo sensible, a la admiración del orden inteligible.

miércoles, 22 de junio de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Segunda Parte: Reinará (III de X)

III

¡YO SOY REY! PARA ESTO NACI

Jn. XVIII, 37

El ministerio de los profetas fué el medio escogido por Dios para quedar en contacto, con su pueblo. Fué como un puente entre David, el rey-profeta, y Jesús, Rey también y Profeta. "El rollo del libro" se escribió entonces.

Hacía cuatro siglos que había cesado de oírse la voz de Malaquías, el último de los profetas, cuando por fin se realizó una de sus palabras: "He aquí que envío a mi ángel que preparará el camino delante de Mí" (Mal. III, 1, citado por Lc. VII, 27 y Mt. XI, 10).

Aparece Juan Bautista. Viene para allanar el camino al rey que se acerca.

En Oriente sobre todo, a causa de la imprecisión de las rutas en el desierto, las regias comitivas iban precedidas de una tropa de hombres, enviados para trazar el camino, aplanarlo y retirar los obstáculos. A falta de un grupo de enviados, un heraldo corría delante del carro del rey. Elías corrió así delante de Acab (III Rey. XVIII, 46).

El Bautista que viene con "el espíritu y el poder de Elías" (Lc. I, 16) será la "Voz de uno que clama: “Preparad el camino de Yahvé en el desierto, enderezad en el yermo una senda para nuestro Dios. Que se alce todo valle, y sea abatido todo monte y cerro; que la quebrada se allane y el roquedal se torne en valle" (Is. XL, 3-4, citado por Lc. III, 4-6; Mc. I, 2-3; Mt. III, 3; Jn. I, 6).

Este texto de Isaías corresponde exactamente a la preparación del camino delante de una comitiva real en movimiento[1]. Ahora es precisamente un rey al que el precursor anuncia: "Arrepentíos PORQUE EL REINO DE LOS CIELOS ESTA CERCA"' (Mt. III, 2). El arrepentimiento es la condición para el establecimiento del reino de Dios. San Pedro no hablará de otro modo (Hech. II, 38; III, 19-21).

sábado, 18 de junio de 2016

León Bloy, por Jacques Maritain (IV de XII)

Jeanne Molbech

Esa petición de sufrir por la gloria de Dios y para la salvación de sus hermanos es de gran importancia.

En mi alma, escribía, sólo hay una continua presencia el horror. Algo negro y venenoso ha caído en mi corazón, como tinta en el agua de una fuente. Y con un exceso que recuerda las palabras más terribles de Ezequiel, ha dicho en una de sus cartas: "Tendría vergüenza de tratar tu un perro, como Dios me trata".

Le Désespéré fué escrito en el año 1887 durante un período de oscuridad nocturna y de violencia. Tenía cuarenta años. Sabéis que ese es un libro en extremo vehemente, en el cual ha atacado al mundo entero de los literatos de su época, con una aspereza inaudita y sin haberse reservado ninguna amistad: Daudet, con el nombre de Gaston Chaudesaigues; Richepin, Hamilcar Lécuyer; Maupassant, Armand Silvestre; Bourget bajo el nombre de Alexis y muchos otros.

No solamente en Le Désespéré se dedicó a atacar a Paul Bourget; y el modo de dirigirse a él en algunos de sus otros libros, tuteándole y llamándole su "querido Pablo", es de una rara crueldad.

La curación de su alma de que habla en uno de los textos que acabo de citar, que no consistió en la supresión de su dolor, sino en librarlo de las amenazas de muerte espiritual, le vino precisamente por el lado que esperaba. El 11 de junio de 1886 se casó, después de haberla convertido del protestantismo, con la destinataria de las "Lettres a sa fiancée", Juana Molbech, la hija mayor del poeta danés del mismo nombre. Era un alma admirable cuya generosidad pone de manifiesto el siguiente rasgo: encontró por primera vez a Bloy en casa de la hermana de Copée, adonde fué llevada por el deseo de iniciarse en la literatura francesa de la época. Preguntó a la hermana de Copée: — ¿Quién es ese hombre?, y ella le contestó: — Es un mendigo. — Me casaré con él, pensó en seguida la que debía ser después Señora de Bloy.

miércoles, 15 de junio de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Segunda Parte: Reinará (II de X)

II

ES A MI A QUIEN RECHAZAN
PARA QUE NO REINE MAS SOBRE ELLOS

I Rey. VIII, 7

Dios, que por medio del don de la Ley preparó a su pueblo para recibir a Cristo, quería también prepararlo para acoger el reino mesiánico. El Mesías debía ante todo sufrir, y sin su rechazo por parte de los judíos habría vuelto para reinar sin tardanza, después de la Ascensión. Es indudable que en tiempo de la Ley, el Eterno quería regir sobre Israel, su pueblo, gobernarlo como rey, ser su jefe militar y dirigir sus combates.

Por el desenvolvimiento del poder teocrático, Dios se proponía formar a dicho pueblo, educarlo, para que aceptara un día someterse a un rey visible: Cristo.

Si bien es cierto que Dios suscitó algunos jefes, como los Jueces, lo hizo en el entendimiento de ser Él su único Rey. No quería de ningún modo que el pueblo "escogido" fuera semejante a las otras naciones que se dan un rey para que las domine.

Fácil es notar en algunos detalles la actitud psicológica del pueblo de Dios, tan profundamente indisciplinado. Analizándola, comprenderemos mejor cómo, muchos siglos después, rechazará a su Mesías-Rey. ¡Permanecía el mismo espíritu, el del hombre caído, siempre ambicioso de arrancar a Dios sus derechos y su autoridad!

La primera tentativa de Israel, para establecer sobre él una realeza humana, se remonta a la época de Gedeón.

Cuando éste volvió victorioso de los Madianitas - victoria milagrosa debida únicamente al poder divino - el pueblo lo aclamó y quiso hacerlo rey. Mas no aceptó, y guardando la humilde actitud de un servidor delante del verdadero vencedor, dijo a la muchedumbre que le oprimía: "No reinaré yo sobre vosotros, ni reinará mi hijo sobre vosotros. YAHVÉ SEA QUIEN REINE SOBRE VOSOTROS” (Jue. VIII, 23).

sábado, 11 de junio de 2016

León Bloy, por Jacques Maritain (III de XII)


León Bloy nació en Perigueux, el 11 de julio de 1846, segundo entre siete hijos. Su madre era de origen español, cristiana de gran corazón que él veneró siempre como a una santa. Su padre ejercía la profesión de ingeniero de puentes y caminos. Hombre honrado, deísta, con mentalidad de pequeño burgués, herméticamente mente cerrado a las cosas del espíritu y de la religión. Mucho sufrió Bloy a causa de ese estado de espíritu de su padre, que siempre tuvo presente en sus recuerdos. Tanto, que las nociones de ingeniero y de anticlerical incurable se habían asociado en su mente. Me acuerdo de la extrañeza y de la desconfianza con que recibió la primera carta del gran Termier, que después había de ser tan fiel amigo. La mención de "ingeniero de minas" que figuraba al pie de la firma de Pierre Termier, inquietó mucho a Bloy.

Pasó su infancia como adormecido, encerrado en su propia melancolía y en el presentimiento de su destino. Después de una incubación extraordinariamente larga, cumplidos ya los treinta años de edad, comenzó a revelarse su genio. A los quince años, había perdido la fe. Parece, además, haber ido bastante lejos en su aversión al cristianismo. "Hubo un momento, escribe, en que el odio a Jesús y a su Iglesia era mi pensamiento único". Abandonó a su familia y se fué a París; estuvo durante un año como ayudante de un arquitecto, y después inició estudios de pintura. Más tarde debía dedicarse a trabajos de miniaturista, y copió manuscritos con su admirable escritura de iluminador. A los veinte años tuvo su encuentro con Barbey d'Aurevilly, que fué de capital importancia para su vida. Barbey d'Aurevilly y Villiers de l'Isle-Adam constituyen realmente su familia literaria. Se convirtió a la edad de veintitrés años, en la Iglesia de Santa Genoveva. Decidió confesarse, después de una procesión del Santísimo Sacramento, y a partir de aquel día su fe de granito permaneció inmutable en medio de las peores tormentas.

Durante la guerra del 70 se enroló en las filas de Cathelineau; después de la guerra volvió a Perigueux y llevó una vida de tres años muy penosa, en casa de sus padres. Un conflicto profundo lo separaba de su padre, y le hacía la vida de familia extremadamente dolorosa. En 1873 volvió a París, donde le vemos conseguir con dificultad algunos empleos efímeros y aceptar tareas desconsoladoras. Bloy no puede adaptarse a la figura de este mundo. En 1877 está empleado en el Ferrocarril del Norte, y publica su primer libro. La chevalière de la Mort, consagrado a María Antonieta. Aunque más tarde manifestó desdén hacia la filosofía, en aquel momento recibió la influencia de algunos filósofos: Joseph de Maistre, Donoso Cortés, Bonnald y quizá de Blanc Saint-Bonnet. Durante ese mismo año de 1877 perdió a su padre y a su madre, y trató de ingresar en la Gran Trapa de Soligny. Un año después hizo una segunda tentativa de vida religiosa, igualmente vana. Fué entonces que conoció al abate Tardif de Moidrey, quien lo condujo a la Salette, donde le enseñó a entrar en el misterio de los Siete Dolores. Moidrey murió en la misma Salette, el año 1879.

miércoles, 8 de junio de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Segunda Parte: Reinará (I de X)

"Venga tu Reino" Mt. VI, 10

"El Señor Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos, y su, reinado no tendrá fin" Lc. I, 32-33


I

ES MENESTER QUE EL REINE

I Cor. XV, 25

A Dios solo pertenece el reino como creador del mundo, de la tierra y de los cielos: "Fijado está tu trono desde ese tiempo; Tú eres desde la eternidad" (Sal. XCIII, 2). “Tuyos son los cielos y tuya es la tierra, Tú cimentaste el orbe y cuanto contiene" (Sal. LXXXIX9, 12).

Dios creó los animales después de los seres inanimados, y por fin al hombre para que fuese el jefe de esta creación maravillosa. Dió a Adán una especie de investidura divina y lo hizo depositario de una parte de su autoridad: "Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; y dominad sobre los peces del mar y las aves del cielo, y sobre todos los animales que se mueven sobre la tierra" (Gén. I, 28). El Sal. VIII canta: "Tú lo creaste poco inferior a Dios, le ornaste de gloria y de honor. Le diste poder sobre las obras de tus manos, y todo lo pusiste bajo sus pies".

El hombre fué pues, establecido rey de la creación; debía someter la tierra, debía dominar a los animales, todas las cosas fueron puestas bajo sus pies… Era pues Adán quien debía reinar. Sin embargo, Dios para señalar su autoridad puso límite al poder del hombre sobre todas las cosas. Se reservó un árbol. Y esta reserva fué signo de su autoridad suprema. Desde el Paraíso quedó en salvo el principio de la soberanía divina. La obediencia está puesta en la base de las relaciones del hombre con Dios, y a Adán podría aplicársele la del Faraón a José: "Tan sólo por el trono seré más grande que tú" (Gén. XLI, 40).

Adán soportó mal la restricción absolutamente justa que Dios le puso. Dios le daba todo gratuitamente por puro amor; ¿no podía acaso pedir en cambio un gesto libre de amor de su creatura al reconocer su suprema soberanía? Conocemos la triste historia: la tentación artera del maligno, la curiosidad de Eva, la debilidad de Adán, y la acusación que él echó sobre la mujer. Con este gesto de independencia Adán sobrepasaba sus derechos buscando en cierto modo arrebatar el reino de Dios para hacerse rey él mismo y por él mismo. Después de la sublevación del ángel, Adán dice a su manera: Ni Dios, ni Señor. El ángel caído obró del mismo modo; no pudo aceptar su subordinación a Dios. “¡Como caíste del cielo, astro brillante, hijo de la aurora! ¡Cómo fuiste echado por tierra, tú, el destructor de las naciones! Tú que dijiste en tu corazón: «Al cielo subiré; sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono… subiré a las alturas de las nubes; seré como el Altísimo”[1].

sábado, 4 de junio de 2016

León Bloy, por Jacques Maritain (II de XII)

Tal vez convenga referir, al comienzo do esta conversación, algunos rasgos significativos que se relacionan con la vida de Bloy. Hablando de los días de su juventud, solía repetir que el cálculo de lo que comía en un año daba por resultado la cantidad de alimentación que se requiere normalmente en menos de seis meses. Y así escribía a Barbey d'Aurevilly, el 23 de junio de 1894: Calculándolo bien, estoy seguro de no haber comido en un año más de cuatro meses.

Un día que Paul Féval fué a visitarle, se puso a caminar, mientras conversaba, de un lado a otro de la única habitación de Bloy, y así llegó a pisar una pobre alfombra extendida en el suelo. ¡Cuidado!, le advirtió: estáis caminando encima de mi cama.

Bloy y Villiers de l'Isle-Adam se paseaban un día por las orillas del Sena, enloquecidos de angustia y de miseria, cuando Villiers pronunció aquellas palabras que conocéis y que tanto impresionaron a Bloy: Nos acordaremos bien de este planeta. Le gustaba repetir esas palabras de Villiers, y otras tan crueles como esas. Otro día, estaban los dos sentados junto a la mesa de un café, en la acera. Un hombre de esos que se dicen positivos, que conocía a Villiers, se le acercó y le dijo, sonriendo: ¡Y qué tal, poeta! ¿Siempre andáis así, así, así? (y trazaba en el aire espirales ascendentes). Y Villiers le contestó, mirándolo con severidad: Y a usted, señor, ¿cómo le va? ¿Siempre anda usted así, así, así? (y trazó espirales en el aire, también; pero en sentido descendente).

Otra anécdota: Solía recibir dinero por órdenes de pago telegráficas, y en los grandes apuros se dirigía a algunos amigos tan pobres como él. Uno de esos amigos era un checo, llamado José Florián. En cierta ocasión, habiéndose atrasado en el pago del alquiler, escribió a Florián: Si de aquí al 15 de abril no encuentra usted 500 francos, reventamos. Con mucha solicitud y mucho amor, se puso Florián a la busca del dinero pedido; pero no lo consiguió. Llegado el día que Bloy señalara, recibió la respuesta negativa de Florián, pero redactada en los términos más lacónicos; el despacho no contenía más que esta palabra: Revienten.

Bloy no podía soportar el ruido del dinero dentro de la iglesia. Ese ruido le producía una funesta excitación en su sistema nervioso. Recuerdo que un día, en el Sacré Coeur, la encargada de recoger las limosnas se acercó a nosotros sacudiendo la bolsa de monedas en el momento de la Elevación. Bloy la miró con esos ojos de que os hablaba hace un momento, y le dijo estas simples palabras: ¡De rodillas, miserable!


***

Su obra es incomprensible para los que no la sitúan en su vida, para los que no ven en ella la expresión de su alma.
Respecto a uno de los personajes de sus libros, Bloy tiene escritas las siguientes palabras: Mientras hablaba, su alma parecía agitarse en su interior, semejante a una doncella cautiva que arrimara su rostro a las vidrieras de un Escorial incendiado. Así es la obra de Bloy: un signo, un don del alma, un ventanal en cuyos vidrios se dibujan por transparencia los incendios interiores.


Conviene, por eso, que hablemos ante todo de la vida de Bloy; en segundo lugar, trataremos de decir algo de su vocación, de su misión; y después consideraremos a Bloy en cuanto poeta y profeta. Aprovecharé esta oportunidad para citar muchos pasajes de su obra, y esas citas habrán de constituir la parte más valiosa de estas evocaciones.

miércoles, 1 de junio de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Primera Parte: Volverá (XVI de XVI)

XVI

¡TODO OJO LE VERA!

Apoc. I, 7

Es difícil precisar en qué orden se desarrollarán los acontecimientos en aquellas horas misteriosas de la venida del Señor.

Detengámonos aquí sobre un texto escriturístico preciso y singularmente evocador. Cuando Jesús vendrá sobre las nubes "todo ojo le verá" (Apoc. I, 7).

Nuestros ojos cegados que miraron sin ver, nuestros oídos ensordecidos que escucharon sin entender las enseñanzas de la Iglesia, nuestras inteligencias obscurecidas delante de las revelaciones divinas, se abrirán.

Job ha conocido esta hora extraordinaria en que el ojo se abre, cuando él se humilla sobre el cilicio por haber hablado, sin inteligencia, de maravillas que lo sobrepasaban:

"Sólo de oídas te conocía; mas ahora te ven mis ojos" (Job XLII, 5).

Simeón recibió también esta potente iluminación: "Mis ojos han visto tu salvación" (Lc. II, 30).
Ahora, en este día del segundo advenimiento TODOS LE VERAN "como el relámpago sale del oriente y aparece hasta occidente" (Mt. XXIV, 27) "como uno de aquellos rayos que iluminan el mundo" que cantan los Salmos (LXXVII, 19; XCVII, 4).

"¡TODO OJO LE VERA!" Verán, a aquél a quien traspasaron, nos dice el apóstol Juan, testigo de la lanzada (Apoc. I, 7), cumplimiento sorprendente por su literalidad de una profecía de Zacarías (Zac. XII, 10).

Sí, todo ojo le verá:

Ojo de Caín que huyó del ojo de Dios.

Ojo de Judas, que miró sólo la bolsa.

Ojo de Caifás; ojo de Pilatos, ojo de todos los enemigos de Jesús, que creyeron escapar al encuentro del ojo con el ojo ¡Ojo por ojo!

Ojo de toda esta humanidad, numerosa como las estrellas del cielo y que no ha conocido o que ha conocido mal a su Salvador.

"Verán a aquél a quien traspasaron".

Pero también los ojos de todos los amigos de Jesús, que han deseado el sublime encuentro, le verán: "¡Mis ojos han visto tu salvación!".