jueves, 26 de noviembre de 2015

Y la Mujer huyó al desierto… (Apoc. XII, 6) (I de X)

Y la Mujer huyó al desierto… (Apoc. XII, 6)

Sin dudas el Fenómeno VIII de Lacunza es el mejor comentario que existe al capítulo XII del Apocalipsis[1]. Algunas de sus conclusiones deberían ser, a esta altura, un lugar común, un punto de partida para ulteriores estudios, pero lamentablemente, al menos en lo que hace a la exégesis de las Profecías, los autores se han inclinado una y otra vez hacia el alegorismo que no ha hecho más que estragos en la exégesis. Urge, pues, desterrarlo cuanto antes.

La idea deste trabajo será indagar la identidad del desierto al cual será enviada la Mujer y en el que la alimentarán durante mil doscientos sesenta días; pero antes de responder a esta interesante pregunta nos parece del todo necesario indagar algunas cuestiones previas que ayudarán, en mayor o menor medida, a ubicar el desierto. Nos referimos a la identidad de la Mujer, al lugar desde el cual sale y al momento en el que huye hacia el desierto.


Primera Parte

Quién – Desde dónde – Cuándo.


I.- Identidad de la Mujer.

Brevitatis causa daremos por supuesta la identificación de la Mujer con Israel tal como lo prueba Lacunza en el Fenómeno ya citado, no sin antes presentar la parte más pertinente del comentario de Straubinger al v. 1:

Straubinger: “La mujer de las doce estrellas aparece en el cielo como una señal, es decir una realidad prodigiosa y misteriosa… Esta personificación de la comunidad teocrática era como tradicional (Os. II, 19-20; Jer. III, 6-10; Ez. XVI, 8) y la imagen de Sión en trance de alumbramiento no era desconocida del judaísmo (Is. LXVI, 8). La maternidad mesiánica afirmada aquí (vv. 2 y 5) lo es también en IV Esdras IX, 43 ss.; X, 44 ss)” (Pirot). Sobre su frecuente aplicación a la Iglesia, dice Sales que en tal caso “la palabra Iglesia debe ser tomada en su sentido más lato, de modo que comprenda ya sea el Antiguo, ya el Nuevo Testamento”. Algunos restringen este simbolismo a Israel que se salva según el capítulo anterior (XI, 1.13.19; cf. VII, 2 ss y nota), considerando que las doce estrellas son las doce tribus, según Gen. XXXVII, 9. Gelin dice a este respecto que “en cuanto refugiada en el desierto (v. 6 y 14-16) la mujer no puede ser sino la mujer judeo-cristiana”, pero no precisa si es la que se convierte al principio de nuestra era (cf. Rom. IX, 27; Gal VI, 16) o al fin de ella (Rom. XI, 25 ss.). Cfr. Miq. V, 3 ss. En cuanto a la Iglesia en el sentido de Cuerpo Místico de Cristo, ¿cómo explicar que ella diese a luz al que es su Cabeza (Col. I, 18), cuando, a la inversa, se dice nacida del costado del nuevo Adán (Jn. XIX, 34; Rom. V, 14) como Eva del antiguo (Gen. III, 20)? Ni siquiera podría decirse de ella como se dice de Israel, que convirtiéndose a Cristo podría darlo a luz “espiritualmente” como antes lo dio a luz según la carne (Rom. IX, 5), pues la Iglesia es Cuerpo de Cristo precisamente por la fe con que está unida a Él (…) La Liturgia y muchos escritores patrísticos emplean este pasaje en relación con la Santísima Virgen, pero es sólo en sentido acomodaticio, pues “la mención de los dolores de parto se opone a que se vea aquí una referencia a la Virgen María”, la cual dio a luz sin detrimento de su virginidad. Puede recordarse también la misteriosa profecía del Protoevangelio (Gen. III, 15 s.), donde se muestra ya el conflicto de este capítulo entre ambas descendencias (cf. Mat. III, 7; XIII, 38; VIII, 44; Miq. V, 3; Rom. XVI, 20; Col II, 15; Hebr. II, 14) y se anuncian dolores de parto como aquí (v. 2; Gen. III, 16), lo cual parecería extender el símbolo de esta mujer a toda la humanidad redimida por Cristo, concepto que algunos aplican también a las Bodas de XIX, 6 ss., que interpretan en sentido lato considerando derribado el muro de separación con Israel (Ef. II, 14).


Sin embargo, todo esto es aún todavía algo vago ¿Se trata de todo Israel o de una parte? Y en este último caso ¿se podrá precisar con más detalle de quiénes se está hablando?

Que no estamos en presencia de todo Israel se ve por el simple hecho de que recién se va a convertir totalmente apenas algún tiempo (¿horas, días, semanas?) antes de la Parusía (Mt. XXIV, 32-33; Mc. XIII, 28-29; Lc. 29-31; Rom. XI, 25-26), y aquí todavía quedan algo más de tres años y medio para la Segunda Venida.

¿De quién se tratará, pues?

Como argumento de autoridad bastará citar al mismo Lacunza y a Van Rixtel.

El Jesuita chileno comenta[2]:

“Mas este concepto metafórico, estos dolores y clamores para darlo a luz, y el parto mismo con todas sus consecuencias, ¿qué significan en ambas profecías? El parto lo consideraremos más adelante (artículo III); el concepto, y los dolores y angustias para darlo a luz, parece claro, siguiendo el mismo hilo de la metáfora que hemos comenzado. De manera que llamada misericordiosamente del Esposo la madre Sión con todas sus reliquias (las cuales, sea número determinado o indeterminado, deben ser ciento y cuarenta y cuatro mil señalados de todas las tribus de los hijos de Israel ), iluminada o vestida de la luz celestial, que viene del Padre de las luces; abiertos los ojos, y los oídos internos, para que vea y oiga lo que hasta ahora por justos juicios de Dios no ha visto ni oído, según las Escrituras; le entrará la luz por los ojos, y por los oídos de la fe: la fe es por el oído; con lo cual, no habiendo ya impedimento alguno por su parte, porque se ha acabado su afán, perdonada es su maldad, concebirá al punto en el vientre, por semejanza, a Cristo Jesús (y este crucificado, el cual ha sido siempre para ella por culpa de sus doctores un verdadero escándalo) y Cristo Jesús se empezará a formar en ella en el mismo vientre, por semejanza, y allí mismo va adelante y crece hasta el día perfecto . Esto es claro, y no necesita más explicación (…) Los primeros que se opondrán al parto de la mujer, serán verosímilmente los judíos mismos, de todas las tribus de los hijos de Israel; aquellos, digo, que no entrarán por culpa suya en el número de los sellados con el sello de Dios vivo; los cuales, como se dice en Zacarías (XIII, 8), serán las dos terceras partes, cuando menos…”.

Por su parte, Van Rixtel concuerda al afirmar[3]:

C.- Los 144.000: 12.000 de cada tribu.

Ese mismo residuo fiel es el que vemos sellado en el Apocalipsis para cuando estalle la angustia de Jacob: “No dañéis la tierra, ni el mar, ni los árboles, hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes”. Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil, sellados de toda tribu de los hijos de Israel” (sigue la enumeración de las doce tribus) (Apoc. VII, 3-8). Estos 144.000  son los que (según Apoc. IX, 4) serán preservados de espantosa plaga de langostas (con poder de escorpiones), que por cinco meses atormentará a los hombres que no tengan el sello de Dios en sus frentes.
Estos 144.000 de las doce tribus de Israel serán los que constituirán aquella mujer que tiene en su cabeza una corona de doce estrellas y la luna debajo de sus pies (Apoc. XII, 1); que huyó al desierto donde tenía un lugar preparado por Dios, para que la sustentase allí mil doscientos sesenta[4] días (Apoc. XII, 6) a fin que allí la sustentase durante dos tiempos, un tiempo y la mitad de un tiempo (los tres años y medio del reinado del Anticristo) lejos de la presencia de la serpiente (Apoc. XII, 14). “Y arrojó la serpiente de su boca, detrás de la Mujer, agua como un río, para que ella fuese arrastrada por el río. Y ayudó la tierra a la Mujer y abrió la tierra su boca y devoró el río… Y se airó el Dragón contra la Mujer y se fue a hacer guerra contra el resto de su linaje, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (Apoc. XII, 15-18).
Los 144.000 hebreos marcados en las frentes, pertenecen con toda seguridad al residuo fiel de la casa de Jacob…”.

La Mujer del Apocalipsis parecería identificarse, pues, con los 144.000 sellados del capítulo VII del Apocalipsis, correspondiente, esto ya es nuestro, al sexto sello[5].



[1] La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, Fenómeno VIII: La señal grande o la Mujer vestida del sol de que se habla en el capítulo XII del Apocalipsis, tomo III, pag. 75-234 de la edición de M. Belgrano.

[2] La Venida, Fenómeno VIII, pag. 112-115 de la edición de M. Belgrano.

[3] El Testimonio, cap. XVI, pag. 579.

[4] Pequeña errata en el original que dice setenta.

[5] El sexto Sello, y ésta no es la primera vez que lo decimos, no parece ser lo que se narra en VI, 12-17 sino en VII, 1-8. Esto merecería un artículo aparte.