lunes, 5 de octubre de 2015

Origen de la creencia vulgar en las pretendidas profecías sobre la no restauración política de Israel. Salvador Iglesias (IV de IX)

C) Ámbito temporal de estas predicciones.

El año 70 de la Era Cristiana los soldados de Tito se encargaron, sin saberlo, de cumplir hasta el mínimo detalle cuanto Cristo había anunciado sobre la suerte del puebla escogido. Y también sin pretenderlo, Josefo, en su De Bello Judaico y Tito en su Arco del Triunfo, legaron a la posteridad los mejores testimonios — literario y monumental- del exacto cumplimiento de aquellas profecías. Durante dieciocho siglos y medio los repetidos intentos de restablecer ora el templo y la ciudad, ora el estado judío, fracasaron rotundamente.
Si la opinión vulgar se limitara a constatar estas dos realidades históricas, nada tendríamos que oponer. Pero se afirma mucho más. Se dice que Cristo anunció la imposibilidad de toda restauración hasta el fin de los tiempos. ¿Dijo algo Cristo en este sentido? ¿Qué dijo?

Desde luego, nada concreto. Hay que distinguir bien los tres aspectos arriba indicados de la ruina predicha por Cristo: exclusión de la salud mesiánica, destrucción de la Ciudad y del Templo, y desaparición de Israel como unidad política. Cristo no pone expresamente término a ninguna de estas tres calamidades. Pero sería aventurado y falso querer deducir de ahí que en la mente del Señor ninguna de ellas lo había de tener.
Por San Pablo sabemos que la exclusión de la salud mesiánica, predicha de manera tan general por Cristo, tendrá fin algún día cuando la plenitud de las gentes haya entrado en la Iglesia (Rom. XI, 25).

Al hablar de la destrucción del Templo, Jesús sólo anuncia la desaparición del edificio material entonces existente, pero no dice que con el tiempo no se haya de restablecer jamás. Lo mismo ocurre con la ruina de la Ciudad: se anuncia el hecho pero no su duración. Y en efecto, muy pronto fué reedificada por Adriano y desde hace mucho tiempo gran parte de ella es habitada por judíos de raza y de religión.
Sólo en Lc. XXI, 24 se da una vaga indicación temporal bastante ambigua e imprecisa:

«Jerusalén será hollada por las gentes hasta que se cumplan los tiempos de las naciones».

Pero esta frase es tan enigmática como la de Rom. XI, 25:

«Hasta que haya entrado la plenitud de las gentes».


Si son sinónimas, tendríamos que la dominación extranjera sobre Jerusalén tendrá también fin, como la infidelidad de Israel.