martes, 21 de abril de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (IV de XIV)

5. EL AHERROJAMIENTO DE SATÁN

Se han empleado tantas palabras y gastado tanta tinta y papel, para probar que estamos ya en el mejor de los mundos, porque va a hacer veinte siglos que Satán fué arrojado al abismo y aherrojado allí tan fuertemente, que no puede dañar sino al que se le acerca.

Del aherrojamiento de Satán en los abismos habla San Juan en Ap. XX, 3. Pero antes había escrito en su primera epístola estas palabras: "El mundo todo está asentado sobre el maligno" (I Jn. V, 19). Y San Pablo a su vez precisa: "Porque para nosotros la lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los espíritus de la maldad en lo celestial" (Ef. VI, 12). Y San Pedro remacha con viveza: "Vuestro adversario el diablo ronda, como un león rugiente, buscando a quien devorar" (I Ped. V, 8 s.). El arma de la fe contra el diablo, es la misma que San Juan nos manda esgrimir contra su aliado el mundo: “Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe” (I Jn. V, 4).

Por los textos aducidos, y otros que se podrían aducir, aparece manifiesta la fuerza seductora que para los Apóstoles conserva el demonio, aun después de establecida en el mundo la nueva economía. Mas para que no se juzgue pasajero ese estado de cosas, y que con el desarrollo posterior del cristianismo cesó automáticamente el maleante vagabundeo de Satán, véase el uso tan frecuente que de los textos alegados hace la Iglesia en su liturgia; y en lo que atañe al momento actual, nada mejor para mostrar su fe y esperanza en este punto, que la oración ordenada por León XIII al sacerdote para después de la misa rezada:

“Sancte Michael Archangele, defende nos in proelio; contra nequitiam et insidias diaboli esto praesidium. "Imperet illi Deus" supplices deprecamur. Tuque princeps militiae caelestis Satanam aliosque spiritus malignos, qui ad perditionem animarum pervagantur in mundo, divina virtute in infernum detrude”.

Aquí la Iglesia, con manifiesta alusión al citado texto de San Pablo y al discutido capítulo XX del Apocalipsis, nos enseña abiertamente, dos cosas:

1. Que Satán no está aherrojado ni mucho menos, de manera que no seduzca (Ap. XX, 3).

2. Que algún día, sin embargo, lo estará, pues ella no puede ser desoída.


No negamos que con la primera venida de Cristo, Satán fuera ya ligado de alguna manera, y aun de muchas maneras, pero no fué ligado y aherrojado en el abismo de la manera que expresa el texto apocalíptico, para que no engañase más a las naciones. Y tal manera es cabalmente la que pide la Iglesia con la oración litúrgica "Satanam aliosque spiritus malignos, qui ad perditionem animarum pervagantur in mundo, in infernum detrude". Y de aquí nuestro argumento: Tal aherrojamiento está aún por venir. Pero tal aherrojamiento vendrá infaliblemente, en fuerza de la oración y de la profecía, y con él el reinado de los mil años que a él va vinculado (Ap. XX, 3 s.).
No negamos tampoco la identidad por todos reconocida del reino de los mil años con el reino fundado por Cristo en su primera venida. Como es, o puede ser, el mismo, el soldado que lucha en la guerra y el que goza luego del triunfo, así la Iglesia inmortal que ahora lucha con las armas de la fe, es la que luego, en el mismo campo de batalla, gozará del triunfo obtenido sobre sus dos grandes enemigos, el mundo y, su aliado el demonio.

¡Oh, si entendiera de una vez el mundo lo que el Espíritu Santo proclama constantemente por la Iglesia, es a saber, "que el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado” (Jn. XVI, 11), y sólo falta ejecutar de lleno esa sentencia, que alcanzará asimismo al mundo, si no deja de conspirar con Satán! ¿Cuándo vendrá esa ejecución? Cuando, al sonar de la séptima trompeta, haya cambio de guardia, es decir, el mundo cambie de soberano, para quedar de hecho, que de derecho ya lo está, a las órdenes de Cristo, según suenan estas voces: "Se hizo el reino del mundo de Nuestro Señor y de su Cristo” (Ap. XI, 15)[1], que es el hito y ápice final hacia el que hay que colimar los grandes vaticinios de los antiguos profetas sobre reino mesiano, según se dice expresamente en Ap. X, 7: "En los días de la voz del séptimo ángel, cuando vaya a tocar la trompeta, se consumó el misterio de Dios como lo evangelizó a sus siervos los profetas".

Esas profecías no miran tanto al establecimiento de la Iglesia en el siglo presente, cuanto a su consumación en el siglo futuro, o tercer mundo de San Pedro (II Pet. III, 7 ss.). De aquel había dicho San Pablo que pasa: "la apariencia de este mundo pasa" (I Cor. VII, 31), y aquí el ángel dice que está para terminar, "tiempo ya no habrá" (Ap. X, 6) pues un nuevo mundo está para alborear con el dicho cambio de guardia, o transferencia de poderes, al sonar de la séptima y última trompeta (Ap. XI, 15 ss.).
Cuanto a seguida se estampa en el Apocalipsis, desde el capítulo XII al XX, no son más que los trámites de esa trasferencia forzosa, con la eliminación sucesiva de sus adversarios en el juicio universal de las naciones o de vivos; y una vez apresado e inutilizado también Satán, el primero (Ap. XII) y último adversario (Ap. XX), comienza el reinado efectivo de Cristo y sus santos a tenor de estas palabras sacramentales: "Y ví tronos y sentáronse en ellos y les fue dado juicio" (Ap. XX, 4; cf. Dn. VII, 27), con esa ecuación de los vocablos "juicio" "reinado", que ya conocemos, y que San Pablo consagra, cuando conjura a Timoteo por Jesucristo, "el cual juzgará a vivos y a muertos, tanto en su aparición como en su reino" (II Tim. IV, 1).


6. EL REINADO DE CRISTO CON SUS SANTOS

La destrucción de Babilonia-Roma y los terribles golpes de mano de Edón, Josafat y Armagedón, con el subsiguiente aherrojamiento de Satán, constituyen los actos capitales, para la limpieza de los maleantes en el gran juicio escatológico de vivos, de carácter francamente social. Preparado así el terreno, el reinado pacífico de Cristo con sus santos que es el reverso de ese juicio, puede comenzar.

Muchos, sin atender a la articulación inmediata de tales acontecimientos, trasladan a la historia de la Iglesia ese reinado, haciéndole comenzar bien en la fundación de la Iglesia, bien en la paz constantiniana, bien en la institución del Sacro Romano Imperio. Mas para la solución de los problemas que suscita este extraño reinado, poco o nada aprovecha hacer histórico ese período, pues el asunto primariamente es cuestión de naturaleza y no de tiempo, y la naturaleza subsiste la misma, lo mismo en un tiempo que en otro.
¿Qué es en realidad lo que en Ap. XX se quiso significar con ese singular reinado? He ahí el problema. La solución al problema así planteado, no es fácil captarla en todos sus extremos, pero bien se deja captar en algunos de ellos, siempre que no se disloque el evento del ambiente escatológico, en que aparece enclavado, pues aquí todo cuanto prepara, acompaña y sigue a ese reinado, todo reviste ese carácter...
Y comenzamos por notar que preferimos aquí el nombre de "reinado" al de "reino", porque eso hay aquí realmente, un reinado especial de Cristo dentro de su único reino que es la Iglesia, ya que es cosa averiguada que dentro de un mismo reino puede haber varios reinados o maneras de reinar. Así se comprende por qué los santos correinantes no parecen ser todos, sino algunos escogidos (Ap. XX, 4; cf. XVII, 14)[2], ni se dicen constituir el reino, sino reinar con Cristo (Ap. XX, 4. 6). Lo que se supone in recto es el reinado; el reino solo está in obliquo.

Apurando más el concepto de reinado, según la ecuación varias veces apuntada, reinado es aquí un equivalente de juicio, que por eso se dice al constituir los correinantes: "Y les fue dado juicio” (Ap. XX, 4), una verdadera continuación del juicio universal de vivos, antes dirigido contra los impíos (la ira), y ahora en favor de los justos (la misericordia). Tomados, pues, específicamente "juicio" y "reinado" son el anverso y el reverso de un mismo juicio universal, tomado en sentido genérico. Es el que todos esperamos, cuando decimos "Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos".

Con esto habríamos dado una explicación cómoda a la promesa del céntuplo en la palingenesia (Mt. XIX, 28 s. y par.); cuya inteligencia sigue fluctuante hasta el presente. Según la promesa, los Apóstoles y cuantos sigan sus huellas, serán asesores (= correinantes) de Cristo en el juzgar. Mas ¿en cuál acto judicial? No ciertamente en el final de muertos, pues ni rastro de ello se descubre en la descripción que de él se hace, lo mismo en Mt. XXV, 31 ss., que en Ap. XX, 11 ss. Será por tanto en el universal de vivos. Y esta conclusión, que por exclusión sacamos aquí, nos la da en términos San Pablo, cuando dice: "¿No sabéis acaso que los santos juzgarán al mundo?" (I Cor. VI, 2). Y porque nadie pensase que una tal palingenesia judiciaria había comenzado ya, según la acepción que a esa palabra da el Apóstol en Tit. III, 5 (cf. Jn. III, 3 ss.), se dejó decir poco antes: "No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor" (I Cor. IV, 5).
La palingenesia judiciaria coincide, pues, con la parusía, o venida del Señor a juzgar, en primer término con el juicio de vivos, en que el Señor tendrá asesores, a diferencia del final de muertos, donde no aparecen los asesores por ninguna parte, sino que todos, justos y pecadores, nos presentaremos ante el tribunal de Cristo para ser juzgados[3], hecho éste al que aludiría el Apóstol cuando escribe: "Pues todos hemos de ser manifestados ante el tribunal de Cristo, a fin de que en el cuerpo reciba cada uno según lo bueno o lo malo que haya hecho" (II Cor. V, 10).

No obstante la distinción bíblica entre el juicio de vivos y el de muertos Cristo no vendrá dos veces a juzgar sino que en una misma venida y parusía continuada el Señor juzgará primero a los vivos en un juicio-reinado harto complejo, y luego a los muertos en el juicio final harto sencillo, con que acaba el orden temporal y comienza el  eterno.




[1] Tema en extremo interesante. Para comprender bien ciertas expresiones del Nuevo Testamento es preciso distinguir la sentencia de su ejecución, cosa que muchos pasan por alto, y a su vez, en esta última, hay que tener en cuenta las diversas y sucesivas ejecuciones (sellos, trompetas, copas), pues no se trata de un solo acto sino de varios. No está del todo claro si el autor distingue esto último, aunque por lo que sigue parecería que sí.

[2] Ya hemos dicho AQUI que, en nuestra opinión, son todos los santos los que tienen parte en la primera resurrección y consiguiente reinado de mil años.

[3] No creemos que ese juicio ante el tribunal de Cristo sea el mismo que el juicio final de Ap. XX, 11-15 y tampoco que todos se presenten ante el tribunal del juicio narrado en el cap. XX, sino todos los que no han tenido parte en la primera resurrección.