domingo, 12 de abril de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (I de XIV)

Nota del Blog: Sin dudas este gran trabajo del P. Ramos García fue para nosotros un feliz hallazgo. Cuando publicamos hacia fines de 2013 su estudio sobre La Restauración de Israel (ver AQUI la I Parte) desconocíamos por completo este estudio.
En aquel entonces ya le habíamos criticado su teoría (bastante extraña, por cierto) donde distinguía entre el mero Advenimiento de Nuestro Señor, en contraposición a su Presencia o Parusía.
Para nuestra sorpresa (y alegría, por supuesto) hemos visto que el autor modificó, varios años después, su posición anterior en consonancia con lo que criticábamos y en plena conformidad con Lacunza, a quien sin dudas ha leído y estudiado.
En este nuevo estudio deja de lado su distinción entre el mero “Advenimiento” y “Presencia”, y simplemente distingue entre una doble presencia: la Visible y la Invisible.
Rechazando con muy sólidos argumentos escriturísticos (y en particular con un texto delicioso de Isaías) la presencia visible de Cristo (en consonancia con el famoso decreto del ´44 y con el mismo Lacunza), el P. Ramos García va más lejos aún y nos da como cierta la presencia física pero invisible de Cristo y sus Santos durante el Milenio.
De más está decir que seguir criticando el Milenarismo (sin hacer ningún tipo de distinciones) basado en el decreto del ´44 arguye un desconocimiento absoluto del tema, y trabajos como éste son una refutación al respecto.

Autor: José Ramos García, C.M.F.

Fuente: XVI Semana Bíblica Española, (Sept. 1955), publicado el año 1956, pp. 228-272 ss.


SUMARIO

Introducción. I. — Estampa del reino mesiánico. 1. El sistema teológico y el bíblico. 2. Los dos aspectos del juicio universal. 3. El carácter social del juicio universal. 4. El misterio de la iniquidad. 5. El aherrojamiento de Satán. 6. El reinado de Cristo con sus santos. 7. Las dos resurrecciones. 8. Presencia de los resucitados en el reino.

Conclusión.

II. — La presencia de Israel en el reino mesiánico. 1. La solución histórica. 2. La solución alegórica. 3. La solución homológica. 4. La solución sincrética, 5. La solución escatológica. 6. La teoría antioquena. 7. Los artífices de la restauración. 8. El tsémah y el pontífice. 9. La gesta del tsémah en las profecías. 10. Los testigos de Cristo contra el Anticristo. 11. La misión particular de Elías en la Escritura.

Conclusión.


INTRODUCCION

El objeto universal de las profecías del Antiguo y del Nuevo Testamento es el Mesías y su obra, donde podemos distinguir dos clases de profecías, unas que llamaremos, siquiera provisionalmente, históricas, y otras escatológicas. Llamamos profecía histórica a la que gira en torno a la primera venida del Mesías, y en Él y en su obra, la Iglesia histórica, se cumplió ya, o se va cumpliendo. Llamamos, en cambio, profecía escatológica, a la que está abocada a su segunda venida, antecedentes inmediatos, y obras que la acompañan y siguen en maravillosa perspectiva.

Esta distinción es poco más o menos la que hace San Pedro en su primera canónica, cuando hablando de la salud mesiana, dice así[1]:


“Sobre esta salvación inquirieron y escudriñaron los profetas, cuando vaticinaron acerca de la gracia reservada a vosotros, averiguando a qué época o cuáles circunstancias se refería el Espíritu de Cristo que profetizaba en ellos, al dar anticipado testimonio de los padecimientos de Cristo y de sus glorias posteriores. A ellos fue revelado que no para sí mismos sino para vosotros, administraban estas cosas que ahora os han sido anunciadas…” (I Ped. I, 10 ss).

Es precioso este texto del Apóstol, porque nos da una indicación neta del doble objeto de las profecías paleotestamentarias. Son por un lado los padecimientos de Cristo, y consiguientemente los de su Iglesia, que es su prolongación y complemento (τὰ εἰς Χριστὸν παθήματα), y por otro lado las glorias postrimeras (τὰς μετὰ ταῦτα δόξα), es decir, escatológicas.
Concretando un poco más la distinción, aun a riesgo de adelantar conceptos, esas profecías hablarían del Mesías y de sus gestas, referentes de una parte a la primera venida en humildad, y de otra a la segunda venida en majestad y gloria; primero en atuendo de sacerdote y víctima, y luego en atuendo de rey, como le aguardan los judíos, o de juez, como le esperan los cristianos, dos palabras que encierran un mismo concepto.

A propósito de este texto son bien de notar dos cosas:

1. La afirmación general de que todas las profecías miran a Cristo, contra lo que se dan fácilmente por satisfechos del cumplimiento de ciertos vaticinios en la historia de Israel, sin preocuparse más de su ulterior cumplimiento mesiano.

2. El cumplimiento tan literal de los vaticinios referentes a las humillaciones del Mesías, contra los que no ven nada concreto en lo referente a sus glorias posteriores para afirmarse su sentir, invocan tal vez los géneros literarios, y nos dicen de los profetas, que además de profetas son poetas, poetas orientales que es cuanto decir exagerados e idealistas, como si los profetas de Israel fueran poetas orientales sólo en la descripción de las glorias del Mesías y no en la de sus dolores.

Una exégesis que no quiera ser arbitraria, ha de comenzar por tener sumo respeto a la letra, dejándola hablar libremente en cualquier género literario, tomando las palabras, ahora en sentido propio, ahora en el metafórico o figurado, según las exigencias del contexto, sin otras restricciones extrínsecas, y menos, prejudiciales. Es la lógica viril de la hermenéutica.
Dando de mano a las profecías referentes a la primera venida del Mesías, aquí nos ceñiremos a las que nos hablan de su segunda venida "a juzgar a los vivos y a los muertos", fórmula dogmática, cuyo complejo contenido coincide con el de "las glorias postrimeras". A las pasiones del Mesías no nos vamos a referir, si no es tal vez incidentalmente como introducción a sus gloriosas gestas, cuya cronología, u orden de sucesión en el tiempo, quisiéramos determinar posiblemente.
Determinado en líneas generales el campo escatológico, había que descender seguidamente a señalar los particulares acontecimientos y después de ordenarlos pacientemente con orden de sucesión, tratar de investigar la naturaleza íntima de cada uno. Lo que aquí más nos interesa es la existencia futura de tales acontecimientos, y el orden en que se producirán. La investigación de su naturaleza íntima no cabe en los lindes de un artículo y está preñada de dificultades. Estas se irán disipando paulatinamente, una vez conseguida la disposición orgánica de hechos tan complejos, pues ordenados como en un esquema por sus coyunturas naturales, mutuamente se han de iluminar y esclarecer, como acontece con los hechos de la historia, una vez establecida su cronología.
Como base previa, indispensable, para poner un poco de orden en el caos de tantas visiones y descripciones proféticas del último porvenir, hemos tenido que hacer un minucioso estudio comparativo de todos los vaticinios de asunto escatológico, tanto del Viejo como del Nuevo Testamento, recorriendo muchas veces un campo tan extenso y tan poco cultivado. Mas pronto nos dimos cuenta que era imposible poner orden en ese caos sin la ayuda de San Juan, que nos dió la clave en el Apocalipsis, recogiendo, completando y ordenando los vaticinios anteriores sobre la gloriosa vuelta del Mesías, en una obra de sistematización, semejante a la que hará luego en su Evangelio con respecto a los Sinópticos. Sin el IV Evangelio es imposible cronizar los Sinópticos y sin el Apocalipsis, imposible cronizar las profecías.
No se ha reparado lo bastante en el esfuerzo consciente de San Juan, el último de los autores inspirados, para completar y poner orden, no sólo en el campo de la historia evangélica, sino primero y principalmente en el de la profecía escatológica. De ahí el trato tan desigual que se ha dado al genial autor del Apocalipsis.

Como resultado del esfuerzo personal, sostenido con tales adminículos, damos en nuestro trabajo un esquema razonado de los acontecimientos que señalan el desenlace final de la historia humana, bajo la acción poderosa del Mesías redivivo, puesto al servicio de sus escogidos. Si logramos asentar bien la futuridad y sucesión de tales acontecimientos, nos daremos por muy satisfechos, sin meternos en muchas honduras acerca de su naturaleza, que puede ser el objeto de una investigación ulterior hecha sobre el esquema.
No citamos autores. Ni aludimos a nadie determinadamente. Nos mantenemos en el orden de las ideas, que pueden ser, y serán muchas veces históricas, pero las presentamos deliberadamente en una abstracción casi absoluta de sus patrocinadores, lo mismo cuando las admitimos que cuando las rechazamos. No queremos hacer un status quaestionis detallado, aunque habrá algo de eso en nuestro estudio. El intento es dar, analizar, clasificar ideas, vengan de donde vinieren, en orden a una inteligencia más cumplida de los vaticinios sobre el reino mesiano, superando dos tendencias extremas, la de los que todo lo quieren ver cumplido en Israel sin la Iglesia, o todo en la Iglesia sin Israel, que es a quien directamente se hacen las promesas.
Creemos sinceramente, que la plena inteligencia está en verlas cumplidas a la vez en Israel y en la Iglesia, cuando aquel se incorpore a ésta según la perspectiva de San Pablo en Rom. XI[2]. Como a tenor de la sentencia del Apóstol, ellos no habían de llegar a la consumación sin nosotros (Heb. XI, 40), así nosotros no llegaremos a la consumación sin ellos. Y eso no se puede realizar si no es en un reino mesiano, por fuerza escatológico, como veremos oportunamente. Establecer y dibujar ese reino es el asunto de la primera parte, y explicar la presencia de Israel en ese reino es el asunto de la segunda.




[1] El autor cita casi siempre el texto latino de la Vulgata. Por comodidad del lector damos, por lo general, la traducción de Straubinger.

[2] ¿Realmente dice San Pablo en Rom. XI que Israel va a entrar en la Iglesia?