jueves, 30 de abril de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (VII de XIV)

CONCLUSIÓN DE LA PRIMERA PARTE

Como colofón a todo lo expuesto pongamos de resalto el nudo central de todo este drama y su desenlace fulminante.

El mundo todo estaba en poder de Satán, a quien por eso se llama repetidas veces el "Príncipe de este mundo" (Jn. XII, 31; XIV, 30; XVI, 11; cf. Ef. VI, 12), y por vivir con él en infame contubernio, especifica San Juan que "el mundo entero está bajo el Maligno" (I Jn. V, 19). Vino Cristo a deshacer ese contubernio infame: "Para esto se manifestó el Hijo de Dios: para destruir las obras del diablo" (I Jn. III, 8). Pudo condenar a ambos igualmente, mas optó por separarlos, dando al diablo sentencia de expulsión del mundo, y al mundo un plazo de salud (II Pet. III, 15; II Corintios VI, 2 etc.), para que volviera a su Hacedor y Salvador: "Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo será expulsado y Yo, una vez levantado de la tierra, lo atraeré todo hacia Mí" (Jn. XII, 31 s.; cf. Heb. II, 14). En el depósito de la fe hay, pues, un hecho indubitable, y es la sentencia de reclusión que pesa sobre el diablo, y la amenaza consiguiente contra el mundo si no se da por entendido (cf. Jn. XVI, 8-11).

Desde la aparición de Cristo entre los hombres, el diablo no tiene sobre el mundo más que un dominio precario, que se irá restringiendo poco a poco con la acción constante de la Iglesia, mientras dura el pazo de gracia concedido al mundo[1]. Pasado este plazo, a la obra lenta de la Iglesia sucederá la obra violenta del Señor en su parusía, "en llamas de fuego, tomando venganza en los que no conocen a Dios y en los que no obedecen al Evangelio" (II Tes. I, 8), juicio inter vivos, de un carácter eminentemente social, que según expusimos oportunamente, se desdobla en varios actos sucesivos. Paralelos a éstos hay una serie de actos misteriosos, ordenados a la expulsión efectiva del demonio, con que se le arroja primero del cielo a la tierra (Ap. XII, 7-17) y luego de la tierra al abismo (Ap. XX, 1-3), como actualmente pide la Iglesia de continuo, y su oración no puede quedar defraudada.

lunes, 27 de abril de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (VI de XIV)

8. PRESENCIA DE LOS RESUCITADOS EN EL REINO

Es evidente que si Cristo ha de venir a juzgar y reinar entre los vivos, que ha de estar entre los hombres con una presencia diferente de la que antes tenía. Esa será la parusía.
Pero una cosa es la presencia, todo lo real y eficaz que se quiera y otra la visibilidad[1]. Según la respuesta del S. O. del 12 de julio de 1944, ésta no se puede enseñar seguramente: "vendrá visiblemente a esta tierra para reinar… no puede enseñarse sin peligro", al menos por lo que atañe al reinado de los mil años, que es el objeto directo del decreto.
Y nosotros, algunos años antes en nuestra Summa isagogico-exegetica in libros [N.T.][2], Romae, 1940, pág. 280/281, haciendo extensiva la doctrina a los santos correinantes, escribíamos:

Cristo y los santos que han de resucitar, que serán dignos de aquel siglo y de la resurrección, no permanecerán en la tierra como sostuvieron los quiliastas insanos (Cerinto, Montano, Nepos, Apolinario), y tal vez también los sanos (Justino, Ireneo, Hipólito, Tertuliano, Lactancio y otros), sino más bien invisibles, como corresponde a los cuerpos incorruptibles. En efecto, el descenso [del Señor] destruirá el efecto de la Ascensión; por lo cual Cristo y los santos estarán en el reino futuro de los mil años entre los hombres [viadores], pero casi en el mismo estado en el que estaba Cristo resucitado durante los 40 días antes de su Ascensión[3].

En sustitución de dos llamadas, no tan acertadas según nuestro modo de ver actual, se han entreverado esas dos palabras, que van entre corchetes. Lo demás está como en la Summa, que puede así considerarse como un feliz antecedente del decreto del S.O.

Hoy nos atreveríamos a precisar más la doctrina invisibilista tomándola no sólo por más segura, sino por cierta[4]. El Señor tras su espectacular Descenso (Script. pass.), bien diferente de su primera aparición y la de su obra entre los hombres (cf. Lc. XVII, 20), se hace "el Dios escondido", de que nos habla Is. XLV, 15. Lugar de su escondimiento, desde donde hará sentir fuertemente su presencia invisible, el novísimo Templo de Jerusalén, dedicado al culto cristiano, y no al mosaico pese a ciertas apariencias y de cuya futura existencia apenas es posible dudar, dado que el último anticristo se lo disputará temerariamente al mismo Cristo, según II Thes. II, 4; Ap. XI, 1 ss.; XIII, 6; cf. Ez. XLIII, 7; Ag. II, 7-10; Mal. III, 1 etc. etc.[5]

viernes, 24 de abril de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (V de XIV)

7. LAS DOS RESURRECCIONES

En función de los dos juicios San Juan pone dos resurrecciones. Los de la primera resucitan para juzgar, o sea reinar, en el juicio de vivos, y los de la segunda para ser juzgados en el juicio final de muertos. La primera es propia de algunos felices privilegiados; la segunda es común a buenos y a malos, no exclusiva de los malos como sostuvo el error de Nepote[1].
A la resurrección primera, o de privilegio, parece aludir el divino Maestro, hablando de aquellos, "los que hayan sido juzgados dignos de alcanzar el siglo aquel y la resurrección de entre los muertos" (Lc. XX, 35). Eco de estas palabras del Señor serían las expresiones apocalípticas: "¡Bienaventurados los muertos, los que mueren en el Señor desde ahora!" (Ap. XIV, 13 gr.); “¡Bienaventurados los llamados al banquete nupcial del Cordero!” (Ap. XIX, 9; cf. III, 20); "Bienaventurado y Santo el que tiene parte en la resurrección" (Ap. XX, 6). No es de extrañar que en antiguas liturgias se pidiese el tener parte en la resurrección primera.
Admitido sin mayor dificultad todo esto, pues la Escritura no puede ser anulada (Jn. X, 35), surge la cuestión batallona sobre si la primera resurrección es o no corporal, ni más ni menos que la resurrección final de buenos y malos. Nosotros nos podríamos ahorrar en meternos en esta cuestión, pues según el plan que aquí nos hemos propuesto, no nos interesa tanto investigar la naturaleza íntima de las cosas, cuanto su futuridad escatológica. Una vez establecida ésta, y articulado el acontecimiento en la serie de los del mismo plano, nos debíamos dar por satisfechos.

Como no podía ser menos, ante la evidencia del sagrado texto, a la resurrección primera todos la articulan con el reinado de los mil años, pero a tenor del puesto y significación que a ese reinado se concede, así es la significación mínima que se da a la resurrección primera. ¿Comienza el milenio con el cristianismo? Pues esa resurrección significaría el paso de las almas a la vida nueva. ¿Comienza con la paz constantiniana? Entonces esa resurrección sería el culto tributado a los mártires tras las persecuciones sangrientas. ¿Comienza con la institución del Sacro Romano Imperio y destrucción de la herejía iconoclasta? Pues la tal resurrección significaría el triunfo del culto de los santos en la liturgia cristiana. ¿Comienza, en fin, el milenio, según los escatologistas con el reinado de Cristo con sus santos como una continuación necesaria del juicio universal de vivos? Entonces la significación mínima que se concede a la resurrección primera, es la exaltación de las almas de los mártires, confesores, etc. (cf. Ap. XX, 4) en la participación de la potestad real y judicial de Cristo en el juicio-reinado universal de vivos, según promesas muchas veces repetidas:

martes, 21 de abril de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (IV de XIV)

5. EL AHERROJAMIENTO DE SATÁN

Se han empleado tantas palabras y gastado tanta tinta y papel, para probar que estamos ya en el mejor de los mundos, porque va a hacer veinte siglos que Satán fué arrojado al abismo y aherrojado allí tan fuertemente, que no puede dañar sino al que se le acerca.

Del aherrojamiento de Satán en los abismos habla San Juan en Ap. XX, 3. Pero antes había escrito en su primera epístola estas palabras: "El mundo todo está asentado sobre el maligno" (I Jn. V, 19). Y San Pablo a su vez precisa: "Porque para nosotros la lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los espíritus de la maldad en lo celestial" (Ef. VI, 12). Y San Pedro remacha con viveza: "Vuestro adversario el diablo ronda, como un león rugiente, buscando a quien devorar" (I Ped. V, 8 s.). El arma de la fe contra el diablo, es la misma que San Juan nos manda esgrimir contra su aliado el mundo: “Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe” (I Jn. V, 4).

Por los textos aducidos, y otros que se podrían aducir, aparece manifiesta la fuerza seductora que para los Apóstoles conserva el demonio, aun después de establecida en el mundo la nueva economía. Mas para que no se juzgue pasajero ese estado de cosas, y que con el desarrollo posterior del cristianismo cesó automáticamente el maleante vagabundeo de Satán, véase el uso tan frecuente que de los textos alegados hace la Iglesia en su liturgia; y en lo que atañe al momento actual, nada mejor para mostrar su fe y esperanza en este punto, que la oración ordenada por León XIII al sacerdote para después de la misa rezada:

“Sancte Michael Archangele, defende nos in proelio; contra nequitiam et insidias diaboli esto praesidium. "Imperet illi Deus" supplices deprecamur. Tuque princeps militiae caelestis Satanam aliosque spiritus malignos, qui ad perditionem animarum pervagantur in mundo, divina virtute in infernum detrude”.

Aquí la Iglesia, con manifiesta alusión al citado texto de San Pablo y al discutido capítulo XX del Apocalipsis, nos enseña abiertamente, dos cosas:

1. Que Satán no está aherrojado ni mucho menos, de manera que no seduzca (Ap. XX, 3).

2. Que algún día, sin embargo, lo estará, pues ella no puede ser desoída.

sábado, 18 de abril de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (III de XIV)

3. EL CARÁCTER SOCIAL DEL JUICIO UNIVERSAL

Pero con lo hasta aquí expuesto no aparece suficientemente claro el carácter social del juicio universal de vivos. No basta, en efecto, establecer la eliminación de los impíos en masa, con el fin de que campeen los justos libremente. Hay que expresar además lo que ya se sobreentendía, y es que esos impíos estaban organizados en sociedad, la sociedad del último anticristo, y es esa sociedad escatológica de los impíos, infieles, incrédulos y apóstatas, la que se hará desaparecer en el juicio universal, para que pueda campear libremente la sociedad de Cristo, que es la Iglesia. No se trata ya de la fundación de la Iglesia, o implantación del reino de Cristo entre los hombres, sino de quitar de en medio el reino del anticristo, para que campee libremente el reino de Cristo ya existente.
Este es en sustancia el fin y el desenlace de todas las Profecías (cf. Hab. II, 3), y a él se refiere San Pablo, cuando escribe compendiosamente: "Después el fin, cuando Él entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya evacuado todo principado y toda potestad y toda virtud". Es necesario, pues (así el griego), que Él reine (I Cor. XV, 24-25). Lo que antes llamábamos limpieza general de los impíos, es ahora evacuación, o quite de en medio, que importa aniquilamiento, no mero aplastamiento, de toda otra potestad que se supone hostil a la regia potestad de Cristo, porque es necesario que Cristo, sólo Cristo, reine.
Esa es la perspectiva escatológica de los profetas de Israel, a comenzar desde David (Sal. II y CIX [CX]: cf. Heb. X, 13), los cuales al juicio y exterminio universal de las naciones hostiles al pueblo de Dios, hacen seguir el pacífico reinado mesiano. "Y reinará Yahvé, que concluye Abdías; Y Yahvé será Rey sobre la tierra entera ", que explica Zac. XIV, 9 (cf. XIV, 5), y así una multitud de equivalentes lugares paralelos.

Mas en este particular es singularmente expresivo el profeta Daniel, cuando tras el reinado de las cuatro bestias y quema del cuerpo de la cuarta y última, quitado en juicio el poder también a ésta, el ejercicio de toda potestad y la grandeza del reino subceleste se trasfiere al Hijo del hombre, que viene sobre las nubes (= Ap. I, 7; Mat. XXIV, 30; XXVI, 64 y par.) y al pueblo de los santos del Altísimo (Dn. VII, 11 ss.).

miércoles, 15 de abril de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (II de XIV)

I

II ESTAMPA DEL REINO MESIANO

Una lectura de conjunto, aún superficial, de los profetas nos presenta los últimos tiempos de la humanidad, como el desenlace del drama de la historia, bajo su aspecto social e individual, tanto en la vertiente política como en la religiosa, otras tantas dimensiones que era preciso estudiar conjuntamente, pues sobre todas ellas hay indicaciones múltiples en ambos Testamentos, con interferencias frecuentes de unos aspectos en otros, y una mayor acentuación del aspecto individual en el Nuevo.


1. EL SISTEMA TEOLÓGICO Y EL BÍBLICO

Sobre esos eventos finales se ha hecho corriente entre los cristianos un sistema muy sencillo, que podemos llamar teológico, por ser el que interesa a la teología, y que podría expresarse así: Sesión del Señor a la diestra del Padre; su vuelta al juicio final; universal resurrección muertos; celebración del juicio final en que se hace la separación entre buenos y malos, y cada uno va a ocupar su puesto en la eternidad feliz o desgraciada.

Todo esto es verdad pero no toda la verdad. La Escritura Profética en su conjunto es mucho más rica y puntual, así acerca del juicio como de la resurrección.
El juicio que en ese esquema brevísimo se nos da, no es el juicio escatológico en su totalidad, sino sólo el último acto de ese juicio, que por eso se llama justamente juicio final, y del que hay en la Escritora sólo dos descripciones ciertas (Mt. XXV, 31-46[1] y Ap. XX, 11-15), y una o dos alusiones inequívocas (II Cor. V, 10; cf. Rom. XIV, 10[2]).
Como se ve por las citas, el juicio final así descrito, nos es conocido por una revelación estrictamente cristiana. En vano se buscaría en los profetas de Israel la expresión de creencia semejante: la perspectiva de los antiguos profetas es indefinidamente terrestre, y si acaso introduce la resurrección (Sal. CIX, 3[3]; Is. 26, 19; Dn. XII, 2 s.; Sab. VII, 8; Lc. XIV, 14; XX, 33 ss.), sería en orden al subsiguiente Reino mesiano, en que desemboca la dicha perspectiva y conforme a este modo de ver habría que interpretar la fe en la resurrección de los mártires Macabeos (II Mac. VII). En otras palabras, la resurrección, según la antigua fe judaica, tendría más bien los caracteres de la resurrección primera, previa al reinado milenario (Apoc. XX, 4 s.), que no los de la segunda, previa al juicio final (Ap. XX, 12 s.).

domingo, 12 de abril de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (I de XIV)

Nota del Blog: Sin dudas este gran trabajo del P. Ramos García fue para nosotros un feliz hallazgo. Cuando publicamos hacia fines de 2013 su estudio sobre La Restauración de Israel (ver AQUI la I Parte) desconocíamos por completo este estudio.
En aquel entonces ya le habíamos criticado su teoría (bastante extraña, por cierto) donde distinguía entre el mero Advenimiento de Nuestro Señor, en contraposición a su Presencia o Parusía.
Para nuestra sorpresa (y alegría, por supuesto) hemos visto que el autor modificó, varios años después, su posición anterior en consonancia con lo que criticábamos y en plena conformidad con Lacunza, a quien sin dudas ha leído y estudiado.
En este nuevo estudio deja de lado su distinción entre el mero “Advenimiento” y “Presencia”, y simplemente distingue entre una doble presencia: la Visible y la Invisible.
Rechazando con muy sólidos argumentos escriturísticos (y en particular con un texto delicioso de Isaías) la presencia visible de Cristo (en consonancia con el famoso decreto del ´44 y con el mismo Lacunza), el P. Ramos García va más lejos aún y nos da como cierta la presencia física pero invisible de Cristo y sus Santos durante el Milenio.
De más está decir que seguir criticando el Milenarismo (sin hacer ningún tipo de distinciones) basado en el decreto del ´44 arguye un desconocimiento absoluto del tema, y trabajos como éste son una refutación al respecto.

Autor: José Ramos García, C.M.F.

Fuente: XVI Semana Bíblica Española, (Sept. 1955), publicado el año 1956, pp. 228-272 ss.


SUMARIO

Introducción. I. — Estampa del reino mesiánico. 1. El sistema teológico y el bíblico. 2. Los dos aspectos del juicio universal. 3. El carácter social del juicio universal. 4. El misterio de la iniquidad. 5. El aherrojamiento de Satán. 6. El reinado de Cristo con sus santos. 7. Las dos resurrecciones. 8. Presencia de los resucitados en el reino.

Conclusión.

II. — La presencia de Israel en el reino mesiánico. 1. La solución histórica. 2. La solución alegórica. 3. La solución homológica. 4. La solución sincrética, 5. La solución escatológica. 6. La teoría antioquena. 7. Los artífices de la restauración. 8. El tsémah y el pontífice. 9. La gesta del tsémah en las profecías. 10. Los testigos de Cristo contra el Anticristo. 11. La misión particular de Elías en la Escritura.

Conclusión.


INTRODUCCION

El objeto universal de las profecías del Antiguo y del Nuevo Testamento es el Mesías y su obra, donde podemos distinguir dos clases de profecías, unas que llamaremos, siquiera provisionalmente, históricas, y otras escatológicas. Llamamos profecía histórica a la que gira en torno a la primera venida del Mesías, y en Él y en su obra, la Iglesia histórica, se cumplió ya, o se va cumpliendo. Llamamos, en cambio, profecía escatológica, a la que está abocada a su segunda venida, antecedentes inmediatos, y obras que la acompañan y siguen en maravillosa perspectiva.

Esta distinción es poco más o menos la que hace San Pedro en su primera canónica, cuando hablando de la salud mesiana, dice así[1]:

miércoles, 8 de abril de 2015

Malas traducciones de la Vulgata en el Apocalipsis, VII Parte

Capítulo XIV

12)

Vulgata:

v. 5: “Et in ore eorum non est inventum mendacium: sine macula enim sunt ante thronum Dei”.

Traducción correcta:

v. 5: “Y en su boca no se halló mentira: son irreprochables”.


Observaciones: “Ante el trono de Dios” implicaría que los 144.000 están en el cielo, pero esto no es así.
Este grupo está compuesto por aquellos que no recibieron la marca de la Bestia, y son tal vez, junto con los 144.000 judíos sellados del sexto Sello, los únicos en no ser marcados.


13)

Vulgata:

v. 13: “Et audivi vocem de cælo, dicentem mihi: Scribe: Beati mortui qui in Domino moriuntur. Amodo jam dicit Spiritus, ut requiescant a laboribus suis: opera enim illorum sequuntur illos”.

Traducción correcta:

v. 13: “Y oí una voz del cielo que decía: “Escribe: ¡Bienaventurados los muertos, los que mueren en el Señor desde ahora! , dice el Espíritu, que descansen de sus trabajos, pues sus obras siguen con ellos”.

  Observaciones:

  Según la Vulgata el “desde ahora” es lo que dice luego el Espíritu, a saber “que descansen de sus trabajos”, pero en el griego el “desde ahora” va unido a la bienaventuranza[1] de los que mueren a partir de ese momento; de hecho, para traducir como lo hace, la Vulgata se ve obligada a eliminar la partícula “Sí”.




[1] Sobre este tema cfr. AQUI.

domingo, 5 de abril de 2015

Algunas Notas a Apocalipsis I, 12-13 (II de II)

III) vestido de túnica talar
y ceñido el pecho con un ceñidor de oro


Notas Lingüísticas:

Ἐνδεδυμένον (vestido): cfr. XV, 6 y XIX, 14. En ambos casos parecería aplicarse sólo a ángeles.

Zerwick: ποδήρη (talar): que llega hasta el pie; túnica talar".

Allo: "ποδήρη, vestido talar, Cfr. Ex. XXVIII, 4, para traducir מְעִ֔יל, entre las vestimentas del Sumo Sacerdote; Sap. Sal. XVIII, 24, sobre el vestido de Aarón; Zac. III, 4, vestimenta del Sumo Sacerdote Jesús (LXX); Josefo, Ant. Jud. III, 7, 2. Den. b. Salibi dice que esta palabra corresponde en sirio a "efod". Se trata, pues una vestimenta sacerdotal".

Allo: "ζώνην χρυσᾶν (ceñidor de oro): Cfr. Dan. X, 5 y en I Mac. X, 89, πόρπην χρυσῆν (hebilla de oro), distinción reservada a los príncipes de sangre real y enviada por el rey Alejandro a Jonatás".

Zorell: מְעִ֔יל: vestido exterior más ornamentado, manteo, talar: lo usaban para vestirse el pontífice (Ex. XXVIII, 4.34; XXXIX, 23; Lev. VIII, 7); el rey (I Rey. XXIV, 5.12; Ez. XXVI, 16; I Par. XV, 27); el hijo y la hija del rey (I Rey. XVIII, 4; II Rey. XIII, 18); Samuel (I Rey. II, 19; XV, 27), los nobles (Job I, 20; II, 12; Ester IX, 3.5)".


Comentario:

Allo: "… la intención de Juan es de las más claras. Jesús se le aparece como sacerdote (ποδήρη) y como rey (ζώνην χρυσᾶν)".

Alápide: "Cristo está vestido con túnica talar porque ésto corresponde con propiedad a los siete candelabros. Cristo asume aquí la forma con la cual nos representa su oficio pontifical sobre estas iglesias y algunas otras, a las cuales corrige, enseña, amonesta, perfecciona, como se verá en los capítulos II y III. Todas estas cosas hasta el capítulo IV pertenecen a la primera parte del Apocalipsis que es sobre la corrección e instrucción de las siete Iglesias y Obispos del Asia. De aquí que en el capítulo V, donde comienza la otra parte, es decir, la profética, se propone otra visión de Cristo y de otra forma, a saber, como un Cordero inmolado".

jueves, 2 de abril de 2015

Malas traducciones de la Vulgata en el Apocalipsis, VI Parte

Capítulo XIII
9)

Vulgata:

v. 2: “… et dedit illi draco virtutem suam et potestatem magnam”.

Traducción correcta:

v. 2: “... y el Dragón le dio su poder y su trono y gran autoridad”.


Observaciones:

Sobre este trono se derrama la quinta Copa (XVI, 10).


10)

Vulgata:

v. 8: “Et adoraverunt eam omnes, qui inhabitant terram: quorum non sunt scripta nomina in libro vitæ Agni, qui occisus est ab origine mundi”.

Traducción correcta:

v. 8: “Y lo adorarán (a la Bestia) todos los que habitan sobre la tierra, cuyos nombres no han sido escritos en el libro de la vida del Cordero (del que fué muerto) desde la fundación del mundo”.


Observaciones: