miércoles, 18 de febrero de 2015

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo XVI

CAPITULO DECIMOSEXTO

LA CONSUMACIÓN DE LA DESOLACIÓN

V. 27c: «...y hasta la consumación; pues decretado es que sea derramada sobre la desolación.»

La traducción literal no es complicada. La del P. Lagrange: «hasta que sea ejecutado el decreto dado sobre el horrífico», es exacta substancialmente; pero nos parece mejor conservar lo más posible las palabras técnicas de «consumación decretada», y dejar al schomem su sabor tradicional de «desolación» abominable y horrenda.

En cuanto al sentido profundo de este inciso, estamos plenamente de acuerdo con el P. Lagrange para rechazar la interpretación patrocinada por Knabenbauer.

Este ilustre exégeta imagina que aquí se habla del decreto divino que sanciona la ruina eterna del Judaísmo devastado: «super locum vastatum (res judaica) iterum iterumque vastatio ac desolatio erit, largiter effundetur vehementer instar imbris vel tempestatis, donec excidium omni ratione absolutum ac perfectum fuerit consummatum, quod divino judicio est decretum ac sancitum...» (In Dan., p. 262).

¡Linda manera de oír Dios las angustiadas oraciones de Daniel sobre Jerusalén arruinada y su pueblo disperso! Y ¡qué eficacia la de la oración del mismo Jesucristo crucificado: «Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen...!".

No nos dejemos llevar de fobias antijudías.

En la perspectiva de Daniel y de los demás profetas hay varias «consumaciones y devastaciones».

En el versículo anterior se nos ha recordado «la guerra con devastaciones, decretada» por Dios sobre Jerusalén y la Tierra santa, devastación que reviste también en los Profetas el aspecto de ira consumidora de Dios contra su pueblo para juzgarlo y purificarlo: Purgatorio de Israel. Dura, en su realidad escatológica, "hasta el fin" de la semana, tres años y medio.


En ese mismo versículo se nos ha hablado también de otro fin y de otra consumación devastadora: «la inundación» que pone término al «pueblo del Jefe que viene» y a este mismo Jefe, sin duda, al expirar el corto plazo de su apoteosis con el fin de la 70° semana. Cataclismo destruidor. Ira de Dios que acaba para siempre con la Bestia antimesiánica. Consumación del «siglo malo» en el aspecto del organismo social  que lo encarnaba y presidía.
Pero, en el inciso que nos ocupa, no se trata de ninguna de esas dos «consumaciones devastadoras».

No de la primera; porque lo que se nos presentó como Purgatorio pasajero no puede ahora dársenos por condenación eterna. Tanto más que toda la profecía debe desembocar, al terminarse la 70° semana, no en una Jerusalén plenamente condenada, sino en una Jerusalén plenamente redimida, visitada y consolada por Dios, vestida de gala y hecha un trasunto del reino celestial... (v. 24).

Tampoco se trata de la «inundación», que directamente se refiere al «pueblo », organismo político que integra la base fundamental del bloque anticristo.
Aquí parece evidente que la ira consumidora de Dios recae con todo su peso sobre el Monstruo nefando del inciso anterior, schomem, que tiene esencia religiosa y litúrgica, Monstruo que se instaló sobre el lugar santo en vez del «sacrificio de la oblación». «Desolación abominable» apocalípticamente personificada en las visiones de Juan por la Mujer escarlata, antítesis de la Reina vestida de sol.

Juicio de Babilonia la grande[1].

En armonía con su sistema preconcebido de interpretación, el P. Lagrange cree que aquí se habla siempre de Antíoco Epífanes, el perseguidor de los judíos. El sería la "cosa horrífica" consumida por justo decreto de Dios.

Se apoya en otro pasaje de Daniel. En XI, 36, dícese que (Antíoco) "prosperará hasta que sea consumada la ira, porque hecho está el decreto…". -..» Ira consumidora. Decreto divino. Monstruo perseguidor. ¿Qué más se desea para identificar los dos pasajes?

Pues lo que se desea es una perspectiva escatológica y no macabea, y más aún, que el texto hable no de Antíoco, sino del famoso Servicio litúrgico abominable schomem, con el cual Antíoco no es identificable. Con esta «Desolación» horrible sólo se identifica en la visión profética cierta simbólica Meretriz, Iglesia disidente de Jerusalén cristiana, Reina de las Gentes, pero que las Gentes, al fin y al cabo, dejarán «desolada y desnuda y descuartizada y quemada». Tiene por nombre místico Babilonia la grande, pero también la llamó el Espíritu antiguamente Tiro, y Egipto y Sodoma, etc...

Y es la Iglesia imperial escatológica desgajada del Olivo cuando en éste hayan sido reinjertadas sus ramas naturales, Iglesia de Jerusalén, para gloria de Israel.




[1] No. El Anticristo y Babilonia son dos cosas diferentes; el primero es destruído en la batalla del Armagedón (cap. XIX) y la segunda tras la séptima copa (cap. XVII y XVIII); uno es aniquilado por el mismo Jesús y la otra por los diez cuernos de la Bestia, etc.