viernes, 27 de febrero de 2015

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Cap. III: Algunas Razones del Malentendido (III de V)

Obviamente, a San Roberto le gustaba emplear la dicotomía “cuerpo” y “alma” para explicar e ilustrar las diversas distinciones dentro de la Iglesia. En los dos pasajes del De ecclesia militante que hemos citado en este libro, encontramos el término “cuerpo” usado con referencia a la Iglesia en tres formas y la palabra “alma” en dos. Habla de la Iglesia como “un cuerpo vivo”. A pesar del hecho de que esta terminología no se encuentra en el Breviculus collationis, como parecería suponerse por la manera de hablar de San Roberto, es una expresión estándar para describir la Iglesia de Dios. Es, fundamentalmente, el nombre de la Iglesia que se emplea en las Epístolas de San Pablo. La Iglesia es tal que puede ser descripta con precisión bajo la metáfora de un cuerpo vivo, el cuerpo de Cristo.
En la misma oración en la que habla de la Iglesia como “un cuerpo vivo”, San Roberto afirma que “hay un cuerpo y un alma” en la Iglesia. Este “cuerpo” en la Iglesia se describe como consistiendo en “la profesión externa de la fe y la comunicación de los sacramentos”. El “alma” dentro de la Iglesia, según el De ecclesia militante, está constituída por “los dones internos del Espíritu Santo, la fe, esperanza, caridad y los demás”.
Luego pasa a explicar la función del “cuerpo” y del “alma” que había descripto como existiendo dentro del cuerpo vivo que es la Iglesia.  Nos dice que “algunos son del alma y del cuerpo de la Iglesia, y por lo tanto unidos tanto interna como externamente a Cristo, la Cabeza”. En otras palabras, en este segundo capítulo del De ecclesia militante, “alma” y “cuerpo” son nombres metafóricos aplicados a dos grupos diversos de fuerzas o factores que funcionan como lazos de unión dentro de la Iglesia militante del Nuevo Testamento. La persona que es lo que San Roberto llama “de corpore Ecclesiae” es aquella unida a Nuestro Señor en Su Cuerpo Místico por la profesión de la vera fe, el acceso a los sacramentos y la sujeción a las legítimas autoridades eclesiásticas. Aquel que es “de anima Ecclesiae” está unido a Nuestro Señor en Su Iglesia por todos “los dones internos del Espíritu Santo”, o por lo menos por la fe divina genuina.
San Roberto no fue en modo alguno el primer teólogo de la Contrarreforma en incorporar una explicación de estos dos factores o lazos de unión dentro de la Iglesia para su defensa de la posición Católica. Una tal enseñanza siempre había sido parte necesaria de la defensa de la verdad Católica contra los oponentes que afirmaban que el vero reino sobrenatural de Dios del Nuevo Testamento no era en modo alguno una sociedad organizada, sino simplemente el grupo de hombres y mujeres en estado de gracia. San Agustín se enfrentó a un problema similar en su controversia contra los Donatistas, y sus escritos fueron libremente usados por los escritores Católicos que defendían la Iglesia contra los polemistas protestantes.

Dos de los primeros teólogos de la Contrarreforma, Juan Driedo y Santiago Latomo, ambos profesores de Lovaina, prepararon el camino a San Roberto por medio de su obra en la que describían estos dos lazos de unión dentro de la vera Iglesia. Driedo habló sobre ellos en este pasaje de su famosa obra, De ecclesiasticis scripturis et dogmatibus.

Agustín enseña en el libro séptimo (sobre el Bautismo) contra los donatistas que hay dos maneras de estar en la Casa de Dios o en la Iglesia. Una manera es estar en ella como un miembro en el cuerpo de justicia, esto es, como aquel que comparte la vida espiritual o está unido con los otros miembros en el espíritu de la caridad. La otra manera de estar en la casa de Dios, o en la Iglesia, es estar unido a los otros miembros como la paja al trigo[1]”.

Driedo continúa explicando que las personas deben ser consideradas en la Iglesia, o como diríamos hoy, miembros de la Iglesia si se cumplen cuatro condiciones. Los miembros son aquellos que están “visiblemente unidos a la Iglesia por el sacramento de la fe”, que viven pacíficamente con los Cristianos, que no han sido expulsados de la Iglesia, y que no la han dejado. Su enseñanza en este punto es exactamente la que San Roberto iba a dar en su de ecclesia militante media centuria después.
El lazo de unión exterior o visible en la Iglesia, la realidad a la cual San Roberto adjuntó el nombre “cuerpo de la Iglesia”, es descripta por Driedo como una unión “según una especia de forma visible de la fe Cristiana”. Lo que San Roberto llamó “el alma de la Iglesia” aparece en De ecclesiasticis scripturis et dogmatibus como “la unidad del espíritu y el vínculo de la caridad”. Los Católicos en estado de pecado mortal permanecen unidos a la Iglesia corporalmente, si bien internamente están separados de ella.

Santiago Latomo se refiere a estos dos lazos de unión dentro de la Iglesia como la comunicación corporal y la comunicación espiritual.

“Toda comunicación eclesiástica es o corporal o espiritual. La comunicación espiritual pertenece a aquellos que están en la casa como formando parte de la misma. Ésta es la comunicación de quienes poseen la caridad y que están unidos al Dios uno y entre ellos. De la misma manera la comunicación espiritual pertenece a aquellos que están en la casa, pero que no son partes de la misma. Están aún unidos espiritualmente a las partes de la casa; y, por otra parte, las partes de la casa están unidas a ellos en paz Católica. Aunque esta paz Católica es efecto de la caridad, su extensión es mucho más grande que la de la caridad y se encuentra en algunas personas en quienes no existe la caridad. Quiero decir, la caridad de un corazón puro, a través de la cual el Espíritu Santo habita en el corazón del hombre. A través de esta unión los malos Católicos comparten incluso espiritualmente muchos dones que los herejes y cismáticos no comparten. El mal Católico es privado de estos dones cuando es justamente excomulgado y entregado a Satán.
De la misma manera se divide la comunicación corporal. Existe una cierta comunicación corporal en cuanto al lugar, y en la vida común, y en la comunicación activa y pasiva de los sacramentos visibles. Existe otra comunicación corporal de superior e inferior[2]”.

En el campo de la eclesiología es la gloria especial de San Roberto Belarmino haber clarificado y perfeccionado las enseñanzas de Latomo y Driedo en esta sección particular del tratado sobre la Iglesia y de haber usado esta enseñanza como la clave para su clásica definición de la Iglesia en términos de su membrecía. Lo que vino a ser completamente desafortunado para entender la enseñanza de San Roberto por los teólogos posteriores fue su aplicación de los términos “cuerpo” y “alma” a los dos lazos de unión dentro de la Iglesia que habían sido reconocidos y descriptos por sus predecesores.
Uno de los giros irónicos de la historia es que San Roberto, preeminente entre los escritores de la Iglesia Católica por la claridad de su expresión, haya dado ocasión para tan serio malentendido. No puede haber duda alguna sobre la magnitud de su cumplimiento en cuanto a la claridad en su exposición de los dos lazos de unión eclesiástica. En efecto, Latomo y Driedo habían enseñando en lo que hoy sería visto como un modo altamente esotérico. Sus tesis fueron expresadas con palabras y frases de San Agustín, y el hombre tenía que estar muy al tanto de lo que realmente había escrito San Agustín, sobre todo en sus escritos controversiales contra los donatistas y en su In epistulam Ioannis ad Parthos a fin de entender la cabal importancia de lo que Latomo y Driedo habían escrito. San Roberto, por el contrario, escribió efectiva y claramente de forma que todo aquel que pudiera leer latín no tuviera dificultad en captar lo que tenía para decir.
Hubiera sido mucho más fácil para él y mucho más provechoso para los teólogos posteriores si simplemente hubiera nombrado los dos lazos de unión en la Iglesia como lo que realmente son. Su brillante y más joven contemporáneo, Francisco Silvio de Douai, hizo exactamente eso. Silvio habló de una doble colligatio dentro de la Iglesia militante del Nuevo Testamento. Afirmó que: “Uno es interno, de las mentes, a través de la fe y del afecto común que la Segunda de Pedro llama “amor de hermandad” (amor fraternitatis)”. Y explicó que: “el otro lazo de unión es externo, y consiste en la administración y recepción de los sacramentos y en otras cosas que pertenecen al culto de Dios y a la administración de la Iglesia[3].
Obviamente, Silvio, al igual que muchos de sus contemporáneos no concordó con San Roberto sobre la pertenencia a la Iglesia. El teólogo de Douai estaba equivocado en este punto, pero fue mucho más afortunado que San Roberto al designar los factores que unen a los hombres con Nuestro Señor y entre sí en el reino sobrenatural de Dios sobre la tierra.
El brillante y distinguido teólogo de Lovaina Juan Wiggers de hecho usó y explicó apropiadamente la propia terminología de Belarmino.

“Y así, la Iglesia existe, como si dijéramos, con una doble forma, una interna y la otra, en cierta forma, externa. Pues tiene algunas características que corresponden al alma y a sus perfecciones y adornos, y todavía otras que tienen una analogía con la forma externa del cuerpo, como sus figuras y propiedades movimientos faciales.
Propiamente, la fe corresponde al alma de la Iglesia. A los adornos del alma corresponden allí la caridad y las otras virtudes que la acompañan y que pertenecen a la dote y perfección de la Iglesia. Al cuerpo corresponden allí la profesión externa de la fe, las obras de amor fraternal, la comunión de los sacramentos y tal vez otras características[4].



[1] Driedo, De ecclesiasticis scripturis et dogmatibus (Louvain, 1530), Iv, c. 2, p. 517.

[2] Latomo, en su Ad Oecolampadium responsio, en las Opera (Lovaina, 1550), 131v.

[3] Silvio, Controversiarum Liber Tertius, en su Opera omnia (Antwerp, 1698), V, 237.

[4] Wiggers, Commentaria de virtutibus theologicis (Lovaina, 1689), p. 97.