martes, 30 de diciembre de 2014

La Viña Abandonada, por León Bloy


La Vigne abandonnée, por Henry de Groux


                                                    LA VIÑA ABANDONADA

ELOI, ELOI, LAMMA SABACTHANI?

En otros tiempos,  cuando  estas palabras hebreas eran leídas en el evangeliario lleno de estampas, durante el oficio del segundo día de la Semana dolorosa, el pueblo se desplomaba sobre las losas del templo.
Sentíase, entonces, una pena infinita, porque todos los hombres eran niños, y cuanto más fuertes eran, más parecían niños pequeñitos.
Sentíase, entonces, verdaderamente, un dolor de muerte al ver que Jesús era abandonado, en su Cruz y en su Postración, por su adorable Padre.
¡La Postración de Dios, las angustias de Dios!... Era eso,  sobre, todo, lo que destrozaba el corazón…


* * *

Henos aquí, ahora, lejos de esos tiempos rudimentarios. Desde que se dejó de llorar de amor, ¡qué razonables y qué sabios nos hemos hecho bajo este firmamento explicado!
El pálido pincel de las proyecciones eléctricas pone en evidencia, de hoy en más, con precisión, la ignorancia del Salvador de las Almas.
Su lívido rayo aclara este Sol extinguido, que ya no da luz, y cuyo lugar mismo está tan profundamente olvidado que aquellos que lloran habían renunciado a buscarlo.
He ahí al pobre Dios, que no puede ser abandonado, que no puede morir jamás, y que muere, decididamente, por el oprobio científico, sin haber sido auxiliado.
Las bestias inmundas pueden aproximarse. Serán menos afrentosas que esa pálida fosforescencia que las incita.



* * *

EGO SUM RESURRECTIO ET VITA. ¿Es ésta tu última Palabra, Señor?
He aquí que tus últimos amigos, y hasta los pobres, huyen de Tí. Tu Calvario se ha hecho tan horrendo, que hasta los muertos — ¿no crees Tú?— huirían de Tí, dando gritos, si resucitaran.
En otros tiempos, doliente Redentor, eras el Padre de los pobres. Tú te llamabas su Padre y ellos se llamaban tus miembros, porque esperaban tu Gloria.
Pero esto, ahora, es demasiado, verdaderamente, y si Tú continúas languideciendo, si continúas languideciendo un siglo más, será necesario que te llamen el Padre de los Muertos.


* * *

Alguien aparece, sin embargo, Alguien bañado en llanto.
No es la Madre. No es el Evangelista. No es la Enamorada de oro, la Desposada magnífica, la Magdalena de los incendios, cuyas lágrimas son tan "duras" como los cristales del Infierno.
No es ni un Mártir, ni una Virgen, ni un Confesor. Y tampoco, menos, ciertamente, uno de esos Inocentes torturados que juegan, desde hace dos mil años, con sus palmas y coronas, bajo el Altar de los Cielos.
Es un Extraño entre todos los extraños. Es un Desconocido solitario que no oye a nadie y a quien nadie oye.
¿Será Aquel a quien Jesús llamara tanto en su Angustia? ¿Será el Libertador misterioso que debe descrucificarlo? Pero, entonces, ¡cuánto ha tardado en venir, Dios bendito!


* * *

¡Ah, sin duda! Cuando el Cristianismo era realmente sublime y la Sangre ardiente de Jesucristo corría por las venas de sus primeros Santos como un impetuoso metal fundido que galopara por acueductos de bronce; cuando los niños pequeños y las niñas impúberes imitaban "la voz de las cataratas para cantar"; cuando un ejército de leones y todo un imperio de verdugos estaban frente a frente; cuando los Cristianos paseaban entre las torturas como por un delicioso jardín y el rumor de sus tormentos hacía sudar de espanto a las murallas de los pueblos del Asia; sí, sin duda, en ese tiempo no había por qué desclavar al Salvador del mundo.


* * *

Los siglos vinieron, pues, a acostarse tímidamente al pie de la Cruz. Y cuando la Iglesia llegó, finalmente, a asentar los pilares de su trono sobre los cuatro ángulos de la tierra, la Edad Media, almenada de basílicas, no esperó otra cosa que sufrir.
Faltaba el remate actual, faltaba el ciclón de ignominias que sopló del protestantismo.
Pero, una vez más, es tarde ya. ¡Y qué mísero parece ese supuesto Libertador, ese Elías del lodo y de la canalla, que se exhibe en lágrimas en el lúgubre instante del Fin de los fines!
Si éste es el Consolador, tan por debajo del infortunio se muestra, que la miseria espantosa de Cristo, por contraste, parece de inmediato magnificencia.


* * *

Después de todo, el Señor que agoniza tiene su Cruz. Tiene su Iglesia, aunque ahora, en verdad, grotescamente ornamentada de injurias.
Después de todo, tuvo adoradores que se hicieron desollar vivos por El, y muchos otros que a fuerza de mirarlo lograron para sí mismos el estigma de las Llagas.
Es el Salomón de las ignominias, y el universo, el triste y sarnoso universo, está lleno, hasta más no poder, de su Rostro.
El otro no tiene nada, absolutamente nada. Ni siquiera la mirada de un desesperado, ni siquiera la atención de las bestias venenosas, que hormiguean para siempre en el Gólgota.
¡Y bien, tanto mejor! SURGE ILLUMINARE, JERUSALEM! Para liberar al Rey de los pobres, se necesitaba, acaso, alguien que fuese más pobre que El y que llegara... demasiado tarde.
Es el Obrero del último segundo de la última hora.


* * *

Es el que creyó que el Día no terminaría jamás y que viene, después de todos los parásitos, imaginando llegar demasiado temprano.
Si el Amo de la Viña remunera tanto a los obreros de la "oncena hora" como a los trabajadores que han llevado el peso del día, ¿qué hará con este imposible compañero que se presenta cuando ha terminado de pagar a los mercenarios, cuando todo el mundo se ha marchado y se han abierto ya los pozos de la Noche?
Será necesario entregarle la Viña misma, la macilenta y abandonada Viña, la pobre Viña del Señor que agoniza...