domingo, 2 de noviembre de 2014

Hacia el Padre, por Mons. E. Guerry (VI de VI)

66° MEDITACIÓN

LA DEVOCIÓN AL ESTADO DE GRACIA

"Si alguno me ama, conservará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos en él nuestra morada" (Juan 14, 23).

I. El estado de gracia es primero que todo LA PRESENCIA DE LA TRINIDAD SANTÍSIMA en lo más íntimo del alma

Allí están, dentro de mí, las tres divinas Personas, que poseen una misma vida, en la más total unidad de su naturaleza. El Padre y el Hijo se aman en mí en su mismo Espíritu.

Allí están, dentro de mí, los Tres, los que causan toda la felicidad de los elegidos en la gloria. El Cielo está incoado en mi alma por el estado de gracia. La gracia es el germen. La gloria será la plenitud. Pero el Maestro lo ha dicho: "El que me ama tiene la vida eterna". No ha dicho solamente: tendrá la vida eterna. Desde ahora la vida eterna está en él.

Oh Trinidad Santa, os adoro realmente presente en mi alma. El Cielo está en mí. Mi alma es un Cielo. Para gozar totalmente y para siempre de la beatitud de las divinas Personas, mi alma, al ser llamada a contemplarlas cara a cara, no tendrá que hacer otra cosa sino que asirlas dentro de ella.


II. El estado de gracia es LA DIVINIZACIÓN DEL ALMA POR UNA PARTICIPACIÓN A LA VIDA DIVINA

El estado de gracia no es sólo la Trinidad en nosotros; es la Trinidad para nosotros.

Al morar en nosotros, las Personas divinas no mantienen nuestra alma a cierta distancia… le aplican directa e inmediatamente su substancia… graban en ella su imagen, para comunicarle su semejanza… se dan a ella, y al hacerla penetrar en la intimidad de su vida divina, la hacen capaz de participar en su actividad.

El alma está toda transformada, sellada en su misma esencia, elevada a un estado divino, apta para producir el acto que no pertenece como propio sino a Dios: el de conocerlo y amarlo. Cierto es que sólo en la visión beatífica lo conocerá y lo amará tal como Él se conoce y ama. Pero la gracia santificante pone en ella el poder radical de contemplarlo así un día y, desde ahora, el poder de asirlo realmente por el amor, tal como puede hacerlo a través de las claridades de la fe.

Oh Trinidad Santa, dignáos daros a mí… sois mi Bien… yo puedo, por mis facultades, gozar de vos, de vuestra presencia, de vuestra intimidad.


III. El estado de gracia es, por último, UNA PARTICIPACIÓN A LA NATURALEZA DIVINA EN CUANTO POSEÍDA POR EL HIJO

Por nuestra introducción en la intimidad de la Trinidad, nuevas relaciones se establecen entre nuestra alma y las Divinas Personas, porque participamos de la unión de las divinas Personas entre ellas.

El Padre y el Hijo poseen la misma naturaleza divina, pero uno la posee en cuanto Padre y el otro en cuanto Hijo. Es lo que los constituye personas distintas y produce sus relaciones.

Pero la humanidad santa de Cristo participa en la relación eterna del Hijo con su Padre. Únicamente el Hijo asumió la naturaleza humana. La gracia santificante, que adorna su alma humana en plenitud, asocia esta alma y las facultades de Jesús, Verbo encarnado a la relación del Hijo: es una gracia de hijo.

Pero nuestra gracia santificante no es sino un derramamiento y una participación de la gracia de Cristo, de su gracia de Hijo. Hace de nosotros por adopción, lo que el Hijo es por naturaleza. Pone nuestra alma en participación de la misma naturaleza divina que el Hijo recibe de su Padre. Por medio de Jesús, con Jesús, somos introducidos en el seno de la familia divina. El Padre vuelve a encontrar en nosotros la imagen de su Hijo y, por el Espíritu somos llevados en la gran corriente de amor filial que lo lleva hacia el Padre.


Oh Padre, dígnate dar a todas las almas el culto del estado de gracia ¡Que comprendan que no hay aquí abajo un bien más precioso, y que se debe sacrificar todo para conservar la pureza y la integridad de ese estado!