domingo, 30 de noviembre de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Cap. II: La Salvación y el Concepto Fundamental de la Iglesia (II Parte)

Sin embargo, según la enseñanza de Nuestro Señor, el vero reino sobrenatural de Dios existe y vive en esta tierra solo en un status transitorio y preparatorio. Su patria real está en el cielo, a donde pertenece y donde va a existir por siempre en la gloria de la Visión Beatífica. En las ciudades de este mundo vive solo en peregrinación. Aquí es la ecclesia militans, luchando contra las fuerzas que se le oponen y que han de hacer dificultosas sus operaciones hasta el fin de los tiempos. En el cielo va a ser la ecclesia triumphans, habiendo vencido completamente y para siempre estas fuerzas opositoras.
Para entender esta sección de la doctrina Católica es preciso recordar que la unidad social que es ahora la Iglesia militante es la misma comunidad que un día será la Iglesia triunfante. Nuestro Señor nos enseñó esta lección en su explicación de la parábola de la cizaña en el campo, una de las grandes parábolas del reino:

"Respondióles y dijo: "El que siembra la buena semilla, es el Hijo del hombre.
El campo es el mundo. La buena semilla, ésos son los hijos del reino. La cizaña son los hijos del maligno.
El enemigo que la sembró es el diablo. La siega es la consumación del siglo. Los segadores son los ángeles.
De la misma manera que se recoge la cizaña y se la echa al fuego, así será en la consumación del siglo.
El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino todos los escándalos, y a los que cometen la iniquidad,
Y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre"[1].

En el día del juicio, según Nuestro Señor, Su reino va a ser purificado. Aquellos que han vivido y muerto en ese reino como "los hijos del maligno" serán apartados de él por siempre. Son los Católicos que han salido de esta vida en pecado mortal, trabajando por objetivos diversos al amor de Dios y en resistencia y desprecio a Dios. Tales individuos se han puesto a trabajar definitivamente por los objetivos del reino de Satán.

viernes, 28 de noviembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo I

CAPITULO PRIMERO

El Contexto: La Profecía de los 70 años de Jeremías
y la Palabra de Dios para librar a su Pueblo Cautivo en Babilonia.

El  P. Lagrange explica el contexto de la Profecía daniélica del modo siguiente: "La Profecía de las Setenta Semanas es una instrucción transmitida a Daniel por el ángel Gabriel en respuesta al ardiente llamamiento del profeta a la Misericordia de Dios en favor de Israel y de Jerusalén. Importa, pues, en primer lugar, notar con cuidado cuál era el tema de la meditación de Daniel. Ella tenía por objeto la profecía de los 70 años de Jeremías.- En Jer., XXV, 11 ss, esos 70 años se terminan con el castigo de los Babilonios, y en XXIX, 10, con el regreso de los cautivos. Ahora bien, esa profecía se la considera cumplida en II Par. XXXVI, 22 ss., y en I Esd., I, 1, cuando Ciro manda que se construya un templo al Dios del cielo en Jerusalén[1].- Insistamos sobre Jerem., XXIX, 10 donde se dice: "Ejecutaré respectó de vosotros mi buena palabra para tornaros a este lugar." Todos concuerdan en que la oración de Daniel pide la perfecta realización de ese oráculo que debía cumplirse «sobre las ruinas de Jerusalén» (IX, 2) y, por lo tanto, debía llevar a su gloriosa restauración.»

A esa explicación del P. Lagrange hay que poner dos reparos para dar con el sentido natural del texto.

1) El primero se refiere al tiempo de la profecía que está señalado en el texto sin dejar margen a tergiversación ninguna: «En el año primero de Darío, hijo de Asuero, de la raza de los Medos, quien fue hecho rey sobre el reino de los Caldeos...» (IX, 1). Ese año, según Daniel, V, 30-31, es el que siguió a la toma de Babilonia por los Medo-Persas a raíz de la muerte de Baltasar hijo de Nabonides.
Sea quien fuere ese Darío Medo (a quien nosotros, a pesar de Herodoto, pero con la Biblia, Jenofonte y Josefo, identificamos con Ciajares II, hijo de Astiages - el Asuero de Esther- y tío de Ciro), la fecha de la Profecía de las 70 Semanas no es dudosa. Es el año 538-537, el de la elevación de Darío Medo, depuesto Nabonides, sobre los Caldeos: nuevo florón añadido a la corona que compartía con Ciro sobre la Media y la Persia.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Castellani y el Apocalipsis, XIV: Las dos Jerusalén

XIV

Las dos Jerusalén

Al comentar el capítulo XXI nos encontramos con esta sorprendente frase (pag. 250, énfasis nuestro):

Si habrá una perfecta ciudad real y física después de la Resurrección, es cosa que no puedo saber: puede que sí, puede que no, puede que quién sabe. Lacunza pone dos por falta de una —por el mismo precio podía haber puesto tres—, a saber: la Jerusalén “del cielo”, bajada realmente del Empíreo y morada de los primeros resucitados; y la Jerusalén de la tierra, reedificada por los judíos convertidos, con su Templo, sus ceremonias, e incluso los sacrificios y holocaustos de la Ley Mosaica; centro de las peregrinaciones de todo el mundo durante los mil años; en los cuales él cree como fierro”.

Por el mismo precio Castellani se podría haber ahorrado el comentario.

Si Lacunza habla de dos Jerusalén y no de una, tres o cien, es por la sencilla razón que las Escrituras nos hablan de dos. Ni más, ni menos.

La distinción entre ambas Jerusalén es fundamental y elemental.

De ella nos hablan las páginas del Antiguo y Nuevo Testamento aquí y allá, una y otra vez: Salmos completos, por ejemplo, le son dedicada a la futura Jerusalén Terrena Restaurada, y capítulos enteros del Nuevo Testamento nos describen la Jerusalén Celeste.

lunes, 24 de noviembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Prólogo

   Nota del Blog: comenzamos aquí la publicación de este interesante libro de Caballero Sánchez sobre esta profecía de una importancia capital para poder comprender el Discurso Parusíaco y el Apocalipsis.

   Todas las notas son nuestras.

Daniel
La Profecía de las 70 Semanas de Daniel
y los Destinos del Pueblo Judío


"Vendrá de Sión el Libertador y arrojará lejos
 de Jacob las impiedades. Y ésta es para ellos la
 Alianza de parte mía, cuando quitare los pecados
 de ellos…" (Isaías - San Pablo)

TEXTO DE DANIEL IX, 24-27

"SETENTA SEMANAS HAN SIDO RECORTADAS SOBRE TU PUEBLO Y TU CIUDAD SANTA, PARA QUE SEA CONSUMIDA LA PREVARICACIÓN Y SELLADOS LOS PECADOS Y CANCELADA LA DEUDA E INTRODUCIDA LA JUSTICIA ETERNA Y SELLADA LA VISIÓN Y EL PROFETA Y UNGIDO EL SANTO DE LOS SANTOS.
SEPAS, PUES, Y ENTIENDAS QUE DESDE LA SALIDA DE UNA PALABRA PARA RESTAURAR Y EDIFICAR A JERUSALÉN HASTA UN UNGIDO-PRÍNCIPE, HAY SIETE SEMANAS Y SESENTA Y DOS SEMANAS. TORNARÁSE A EDIFICAR PLAZA Y MURO, Y ESO EN LA ANGUSTIA DE LOS TIEMPOS.
AL CABO DE LAS SESENTA Y DOS SEMANAS, UN UNGIDO SERÁ EVACUADO Y NADA PARA ÉL... Y EL PUEBLO DE UN JEFE QUE VENDRÁ DESTRUIRÁ LA CIUDAD Y EL SANTUARIO Y SU FIN EN LA INUNDACIÓN; Y HASTA EL FIN, GUERRA DECRETADA CON DEVASTACIONES; Y HARÁ FIRME LA ALIANZA CON MUCHOS DURANTE UNA SEMANA, Y POR MEDIA SEMANA HARÁ CESAR EL SACRIFICIO Y LA OBLACIÓN, Y SOBRE EL ALA HABRÁ ABOMINACIONES DE LA DESOLACIÓN, Y HASTA LA CONSUMACIÓN, PUES, DECRETADO ESTÁ QUE SEA DERRAMADA SOBRE LA DESOLACIÓN».


PROLOGO

En estos últimos tiempos la Crítica ha estudiado mucho a Daniel y la más célebre de sus profecías, la de las 70 Semanas.
Los resultados de estos estudios son, para el no iniciado en ellos, muy sorprendentes. De la personalidad de Daniel y de su espíritu de profecía, que tan divinamente resaltan en todo el libro a los ojos de los sencillos, nada queda. Nuestros sabios han descubierto allí una "ficción literaria".

La opinión dominante entre los comentadores católicos de prestigio la resume el P. Calés, S. J. en "Recherches de Science religieuse", 1929, p. 87: "Nuestras preferencias —dice— son para el sistema que coloca al escritor de las visiones daniélicas en la época de Antíoco Epífanes".
He aquí la conclusión general de la Ciencia moderna sobre el libro de Daniel, conclusión propuesta por Bigot en el Diccionario de Teología católica: "Por ficción literaria propia de los autores de apocalipsis, un escritor del tiempo de los Macabeos se puso la careta de un personaje célebre en la antigüedad judía, Daniel; reunió en un solo cuerpo antiguas tradiciones aptas para inspirar confianza en la Providencia de Dios sobre su pueblo (Dan., I-VI), y quiso, para levantar el ánimo de sus compatriotas, juntar aquellos consoladores recuerdos al cuadro de su tiempo tan probado, pintándolo al modo y estilo profético[1]" (Art. Daniel, col. 73). La Profecía de las 70 Semanas, por ejemplo, es historia de un pasado reciente escrita apocalípticamente por un autor piadoso: "Se aplica literalmente al advenimiento de Ciro, a la muerte del Sumo Pontífice Onías III, a las persecuciones de Antíoco Epífanes, en fin, a la par y a la restauración de los Macabeos" (ib., c. 82).
La única diferencia, pero es esencial, entre la Crítica independiente y la Exégesis de los católicos consiste en rechazar o admitir el sentido mesiánico afirmado por la Tradición constante de los Santos Padres, para algunos pasajes del Libro, especialmente para la perspectiva de bienes que despuntan en plenitud tras de las 70 Semanas. Y aún entonces, muchísimos sabios católicos creen que basta retener el mesianismo de estos pasajes no como sentido literal e inmediato, sino como simple sentido indirecto y típico "que guarda para la fe viva y dócil toda su fuerza persuasiva" (ibid., col. 82).
En Revue Biblique de abril 1930, el P. Lagrange publicó un artículo sobre las 70 Semanas de Daniel y lo creyó sin duda definitivo. Llegado a la espléndida madurez de su desarrollo escriturístico y aprovechándose de los últimos trabajos sobre el Libio de Daniel, el P. Lagrange vuelve a examinar el problema de las 70 Semanas, ya estudiado por él en 1904. Es su deseo explícito mostrar cómo el Exégeta católico puede comulgar al mismo tiempo con los Santos Padres sosteniendo un admirable sentido directamente mesiánico, y con toda la Crítica moderna, para la cual el fin de Antíoco Epífanes clausura las 70 Semanas historiadas sin sujeción a cómputo alguno exactamente matemático.
Sigue el P. Lagrange, en su estudio un método excelente. Busca primero la interpretación natural del texto y deja que de ahí fluyan naturalmente las aplicaciones históricas. Pero ¿hasta dónde ha logrado el exégeta dejar al texto su sabor natural sin introducir en él puntos de vista personales? Tal vez sus buenas intenciones no le salvaron de todo tropiezo. Podremos verlo siguiendo punto por punto su comentario. Quizá de este examen se pueda deducir una mayor inteligencia de la grandiosa Profecía de las 70 Semanas.





[1] Uno no puede menos que quedar absolutamente sorprendido de encontrar este párrafo en el famoso DTC. Realmente cuesta creer que esta estupidez haya recibido aprobación eclesiástica.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. XII (III de III) y Conclusión.

   Nota del Blog: Terminamos aquí este largo y hermoso tratado.

Dom Adrien Gréa


Exención de las Iglesias y de las personas.

Las exenciones se pueden dividir en dos clases. Unas afectan principalmente a Iglesias o a territorios determinados; respectan a la jerarquía de las Iglesias, penetran en su seno, por lo cual revisten carácter local o territorial, como esta misma jerarquía.
Otras tienen por objeto primero y principal órdenes o clases de personas constituidas fuera de la jerarquía de las Iglesias.
Las exenciones de la primera clase son las más antiguas en la historia. Su primera aplicación tuvo lugar en favor de los monasterios; y aquí no queremos hablar de los simples privilegios apostólicos, legislación tutelar que ponía bajo la protección de la Santa Sede la santa libertad de los religiosos y los defendía contra las intromisiones seculares y contra los posibles manejos de los obispos mismos tocante a los bienes de los monasterios o a la integridad de la observancia.
Estos privilegios prepararon el camino a las exenciones propiamente dichas, que aparecieron más tarde. Éstas vinculan inmediatamente el monasterio a la Santa Sede, de modo que el Soberano Pontífice se convierte en su único obispo, y la jurisdicción se ejerce en nombre y por comunicación de su autoridad.
Fácilmente se comprende la gran conveniencia de estas exenciones para las grandes instituciones monásticas.
La Iglesia de África había sentido ya la necesidad de vincular inmediatamente a la sede metropolitana de Cartago los monasterios de aquella región que se reclutaban en toda el África cristiana y que por su importancia parecían a veces eclipsar a la Iglesia episcopal vecina, sobre todo en aquellas regiones en que las sedes episcopales se habían multiplicado con cierto exceso[1].
En Oriente, una disciplina semejante sometía los grandes monasterios a la autoridad inmediata de los patriarcas[2].
Causas análogas explican las exenciones de los grandes monasterios de Occidente. ¿Era conveniente que poderosas abadías, cuyas colonias y prioratos se extendían lejos y en gran número de diócesis, que instituciones que por su desarrollo providencial adquirían importancia universal e interesaban a la Iglesia entera, dependieran de una sede episcopal próxima y de una ciudad mediocre?

jueves, 20 de noviembre de 2014

Algunas Notas a Apocalipsis I, 9

9. Yo Juan, el hermano vuestro y copartícipe en la tribulación y reino y perseverancia en Jesús, fui en la isla, la llamada Patmos, a causa de “la Palabra de Dios” y de “el Testimonio de Jesús”.


I) Yo Juan, el hermano vuestro y copartícipe
en la tribulación y reino y perseverancia en Jesús

Notas lingüísticas:

Zerwick: “συνκοινωνὸς: consorte, partícipe con alguien de la misma cosa”.

El término es usado en Rom. XI, 17; I Cor. IX, 23; Ef. V, 11; y Fil. I, 7; IV, 14; Apoc. XVIII, 4.

Zerwick: “θλίψει, βασιλείᾳ, ὑπομονῇ (tribulación, reino, perseverancia): Notar que los tres están bajo un solo artículo; son tres ideas que recorren todo el libro”.

Zerwick: “ἐν Ἰησοῦ: los tres sustantivos tienen íntima relación con Jesús”.

   
Comentario:

1) Yo Juan.

Fillion: “Las palabras “Ego Joannes”, están puestas con énfasis. Cfr. Dn. VIII, 1; IX, 2 y X, 2. Es la tercera vez que el autor se nombra, cfr. v. 1 y 4.


2) En la tribulación y reino y perseverancia.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. XII (II de III)

Aplicación de esta autoridad.

El ejercicio de la jurisdicción inmediata del Sumo Pontífice sobre todas las partes de la Iglesia universal y en todas las Iglesias particulares puede en su aplicación y en sus manifestaciones resumirse en tres capítulos principales.
El Sumo Pontífice puede o bien ejercer de paso un acto de la autoridad episcopal, o bien reservarse mediante una disposición duradera tal o cual parte de los poderes episcopales, o también mediante una disposición igualmente duradera, reservarse todos los poderes sobre lugares o personas determinadas, es decir, establecer lo que se llama propiamente la exención.

- En primer lugar, el Papa puede siempre y cada vez que lo juzgue oportuno atribuirse la colación de un oficio eclesiástico o evocar a su tribunal el juicio de una causa.
Puede ejercer en todas partes las funciones episcopales, tales como la dedicación de las Iglesias y la administración de todos los sacramentos.
Puede igualmente diputar comisarios apostólicos para toda clase de asuntos. Puede finalmente dar a las parroquias, a las Iglesias o a las diócesis administradores apostólicos que reciban de él mismo su jurisdicción en calidad de delegados suyos.

- En segundo lugar, el Sumo Pontífice puede, no sólo por un acto transitorio, sino como medida legislativa que entre en el cuerpo del derecho, reservarse todos los casos que juzgue oportuno determinar. Así, en la colación de los beneficios se ha reservado el Papa en los tiempos modernos la primera dignidad de las Iglesias catedrales, y en el orden de los juicios se ha reservado ciertas causas, independientemente del derecho de apelación, que puede ejercerse siempre.
Análogas reservas apostólicas se hallan en todas las otras ramas de la administración eclesiástica.

- Finalmente, y en  tercer lugar, mediante las exenciones sustrae el Sumo Pontífice a la autoridad de los obispos a Iglesias o personas, a las que somete exclusivamente a la suya.

Las exenciones ocupan un puesto muy importante en las instituciones eclesiásticas. Por ello vamos a hacer brevemente algunas observaciones acerca de las mismas, por parecernos importantes para que se conozcan mejor su naturaleza y su utilidad.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Reseña a "La profecía de las setenta semanas de Daniel y los destinos del pueblo judío" de Caballero Sánchez (I de II)

   Nota del Blog: Traemos la crítica que recibió este muy buen libro del autor ecuatoriano y que fuera publicada en Revista Española de Teología, Vol. IX (1949), pag. 130-133. 
   Hemos agregado un par de notas al pie.

 Pablo Caballero Sánchez, C. M.: La profecía de las setenta semanas de Daniel y los destinos del pueblo judío.- Editorial Luz. Madrid, 1946, pp. 119.

Confiada y resueltamente acomete el presente estudio un tema difícil y obscuro: las setenta semanas de Daniel.
No es el aspecto apologético el que interesa al autor, aunque también dedica atención al cumplimiento del vaticinio cronológico, sino el exegético, y con preferencia singular consagra la parte relativamente mayor de su trabajo a exponer el significado de la semana septuagésima.
A la versión directa de Dan. IX, 24-27, que como portada nos ofrece la página 7 (aunque en ella se desliza por dos veces la errata "setenta y dos"), sigue un breve prólogo (p. 9-10), en el que se trata de poner ante los ojos las posiciones de la crítica actual con respecto a la persona y libro de Daniel. El autor declara desde este prólogo que la solución de Lagrange le parece fallida, y por ser significada entre los católicos, a ella principalmente consagra su análisis. Pero como Lagrange a su vez se ocupa detenidamente en refutar a Knabenbauer, un estudio de éste se impone, y así quedarán en la criba los elementos aprovechables de uno y otro, elementos que, reunidos, contribuirán a la síntesis que anhela el P. Caballero.
Un análisis de conjunto del v. 24 (p. 17-22) excluye ciertamente cualquier sentido no directamente mesiánico, pues los bienes prometidos son claramente mesiánicos. Pero como dichos bienes no se han realizado en Jerusalén y para el pueblo judío, para quienes están profetizados, el autor concluye: "Cuando los judíos, reconciliados con Dios por la fe, sean bautizados en Cristo; cuando la iglesia Madre haya engendrado a su Benjamín Israel, ya podrá el germen vivo crecer hasta la madurez, ya podrá vislumbrarse la pronta aparición de la plenitud mesiánica sobre Jerusalén e Israel, sin que sean en ninguna forma desvirtuadas las grandiosas y precisas expresiones de nuestra Profecía” (p, 22).
¿Hay entre las setenta semanas y la aparición de esos bienes mesiánicos un espacio de tiempo indefinido, como quiere Lagrange, aplicando la doctrina de la falta de perspectiva profética, o tras la semana 70° vienen sin demora los bienes del v. 24? Texto y contexto—dice el P. Caballero— muestran que no hay intervalo. El contexto, porque nos presenta a Daniel cronólogo, es decir, con preocupaciones de cronólogo, que serían defraudadas por Dios si mediase un espacio indefinido. El texto, porque Dios hace un recorte en el bloque de los tiempos, indicándonos que, hecho el corte, viene la era nueva. Por tanto, las setenta semanas son recortadas sobre Jerusalén y el pueblo judío en orden a los bienes mesiánicos: son tiempos concretos esencialmente judíos en orden a esos bienes.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. XII (I de III)

XII

COMPENETRACIÓN DE LA IGLESIA UNIVERSAL
Y DE LAS IGLESIAS PARTICULARES

Llegamos al término de nuestro trabajo. Hemos estudiado la vida de las Iglesias particulares, hemos contemplado su sagrada economía, y terminamos con una última ojeada sobre el misterio de su jerarquía, que nos conduce otra vez a la autoridad del sucesor de san Pedro, de aquel en quien todas ellas reposan como en único e inquebrantable fundamento, y en quien todas son la única Iglesia de Jesucristo.
Ahí reside su verdadera grandeza y su más noble prerrogativa. En su multitud pertenecen al misterio de la unidad, todas concurren y se confunden en esa gran unidad de la Iglesia católica y la Iglesia católica, a su vez, subsiste y vive en cada una de ellas.
Esta misteriosa compenetración de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares se revela al exterior y tiene su espléndida y especial manifestación en la jurisdicción inmediata que el vicario de Jesucristo, cabeza de la Iglesia universal, posee y ejerce en cada una de las Iglesias particulares.
Vamos a exponer brevemente este último aspecto de las actividades jerárquicas del cuerpo místico de Jesucristo.

Autoridad soberana del Sumo Pontífice.

La Iglesia particular pertenece a su obispo, y este obispo es su esposo, en un sentido muy verdadero.
Mas estas nupcias místicas deben entenderse de un misterio más alto. Son las nupcias mismas de Cristo, cuya alianza lleva el obispo a su Iglesia.
En nuestra parte primera hemos enseñado ya que la Iglesia particular, que procede de la Iglesia universal lleva en sí todas las divinas relaciones de ésta. El nombre sagrado de Iglesia que le pertenece la vincula con Cristo en un sacramento indivisible.
La Iglesia universal no está dividida en las Iglesias particulares sino que vive entera en todos sus misterios en cada una de ellas. Es única, y en ella todas y cada una de las Iglesias son la única esposa de Jesucristo.
Por esta razón las jerarquías inferiores no son como intermediarios necesarios que puedan detener y quebrar los impulsos que vienen de más arriba. Todas las Iglesias convergen en la unidad superior de la Iglesia universal, en ella son consumadas, y todas pertenecen a Jesucristo por un vínculo muy simple y muy inmediato.
Sobre el profundo fundamento de esta doctrina está establecida la autoridad inmediata del Sumo Pontífice en todas las Iglesias particulares. Jesucristo, que las posee a todas sin intermediario, lo estableció en su lugar para que fuera su representante en la tierra, y en él se muestra como cabeza de estas Iglesias, como él mismo es el cabeza de la Iglesia universal en el mismo misterio de unidad.
Esa autoridad inmediata del Sumo Pontífice como vicario de Jesucristo sobre las Iglesias particulares, definida por el concilio Vaticano I, es propiamente episcopal[1], porque no hay ninguna parte de la autoridad episcopal que no le pertenezca esencialmente y que él no pueda ejercer siempre.
La predicación de la doctrina, la administración de los sacramentos, el gobierno pastoral, la colación de la potestad eclesiástica, los juicios, todas esas funciones que forman el campo del poder episcopal, son también, sin restricción posible, objeto de potestad del Sumo Pontífice en cada Iglesia.
Pero si esta autoridad es propiamente episcopal en su objeto, tiene frente al episcopado un carácter de soberanía y de excelencia que lo aventaja. Es el episcopado en su fuente y en su cabeza.
Y como el obispo mismo, en las funciones del sacerdocio, obra con una dignidad más alta que los sacerdotes, aunque con la  misma eficacia, así también el Sumo Pontífice, al ejercer este poder episcopal en las Iglesias, lo hace con toda la majestad y soberanía de su principado.
Así todos sus actos tienen un carácter de soberanía y de independencia, al que los obispos mismos no pueden aspirar en sus Iglesias.
En virtud de un derecho superior se pueden trazar a éstos reglas y se pueden poner límites a su jurisdicción, sus actos pueden ser invalidados, se puede recurrir contra sus juicios; pero los actos del Sumo Pontífice, incluso en el gobierno inmediato de las Iglesias, no dependen de ningún superior de aquí abajo, llevan consigo la legitimidad esencial que pertenece a los actos del primer soberano. Y si al ejercer esta jurisdicción en las Iglesias por medio de delegados le place a veces fijarles límites e imponerles estrechas condiciones, de su sola voluntad depende determinar los limites que no pueden rebasar.
Por lo demás, la autoridad del Sumo Pontífice aventaja a la de los obispos no solamente por su excelencia, sino también porque la precede en el orden del misterio de la jerarquía.  Los cristianos,  antes de pertenecer a sus obispos, pertenecen a Jesucristo y consiguientemente a su vicario; antes de pertenecer a las Iglesias particulares, pertenecen a la Iglesia universal. En la mente de Dios y en el cumplimiento de su designio, la Iglesia universal precede en todas partes a las Iglesias particulares; y al formarse éstas no pudieron hacer mella a las relaciones anteriores que habían ligado ya a los fieles con Jesucristo y con su vicario ni al lazo primordial que se los había sometido anticipadamente.
Por esto el Sumo Pontífice es con toda verdad y por la esencia misma de su autoridad el ordinario del mundo entero y puede siempre y en cada momento ejercer por sí mismo o por sus mandatarios la jurisdicción que a este título le corresponde.



[1] Concilio Vaticano I, constitución Pastor aeternus 3, Dz 3060: «Enseñamos, por ende, y declaramos que la Iglesia romana, por disposición del Señor, posee el principado de potestad ordinaria sobre todas las otras, y que esta potestad de jurisdicción del Romano Pontífice, que es verdaderamente episcopal, es inmediata”.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Algunas Notas a Apocalipsis I, 7-8 (II de II)

8. Yo soy “el Alfa y la Omega”, dice Yahvé, el Dios, “el que es y el que era y el que viene”, “el Todopoderoso”.

Notar en todos los casos el uso del artículo definido.

Sales: “Dios eterno, infinito y omnipotente confirma con su autoridad la realidad de la venida de Jesucristo para el juicio”.


I) “Yo soy el Alfa y la Omega

Este atributo se usa de nuevo en XXI, 6 y en XXII, 13; en el primer caso para el Padre y en el segundo parece que se le atribuye a Jesús.
Cfr. también Is. XLI, 4; XLIV, 6; XLVIII, 12.


Notas Lingüísticas:

Zerwick: “Ἄλφα καὶ Ὦ (alfa y omega): expresión rabínica adaptada al griego”.


Comentario:

Allo: “Esta designación (el Alfa y la Omega), que será aplicada más tarde al mismo Jesucristo, significando también la divinidad de su Persona, tiene una analogía con el símbolo rabínico de la “Sékinah: אֵ ת (Aleph-Tau), o א מ ת (solidez)”.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. XI (XIII Parte)

A la imagen del único Santo.

Dentro de los límites de este breve tratado hemos intentado mostrar el puesto que los diferentes institutos religiosos ocupan en la vida exterior de la Iglesia y los ministerios públicos que en ella ejercen.
Pero pueden ser considerados también en otro aspecto: penetrando en su vida íntima se pueden descubrir maravillas de otro orden.
Las diversas formas de la vida religiosa que revisten estas grandes familias de elegidos están destinadas a reproducir en ellas, y por ellas en la Iglesia, los rasgos diversos del único y divino modelo de la santidad.
En este profundo designio de la divina Providencia, cada uno de estos institutos además de la misión exterior que desempeña acá abajo cerca de los hombres — misión que puede vincularse a las necesidades especiales, accidentales y variables de los tiempos y de los lugares, y que puede también pasar o modificarse con las vicisitudes de las sociedades humanas —, recibe una misión más alta, y más sublime, misión que  mira más directamente a  Jesucristo mismo y al acabamiento cada vez más perfecto de su semejanza y de su vida en la Iglesia.
Este género de misión no está llamado a pasar con los siglos, y por este lado las órdenes religiosas todas adquieren un carácter de perpetuidad que ninguna institución humana puede compartir con ellas. Todas están destinadas a aguardar con la Iglesia la última consumación de la obra divina aquí en la tierra, y el espíritu que las sostiene interiormente las reanima cuando parecen flaquear bajo la acción del tiempo, mediante la intervención de los santos y las reformas que rejuvenecen su vigor.
En este grande y profundo trabajo de la santidad cada uno de los institutos religiosos cumple un destino particular y misterioso; cada uno aporta su rasgo diferente, y todos juntos contribuyen a reproducir en la Iglesia la imagen perfecta de Jesucristo, ejemplar de toda perfección.
Así la orden de santo Domingo honra su celo y su doctrina; la orden de san Francisco celebra su pobreza; los carmelitas tienen su parte en la oración, los mínimos en el ayuno, los cartujos en el retiro al desierto; la Compañía de Jesús glorifica su vida pública e iza su nombre como un estandarte; los pasionistas, con sus austeridades, llevan por todas partes el misterio de sus sufrimientos.
Podrían multiplicarse estas aplicaciones sin agotarlas jamás, pues no tienen nada de exclusivo, y todas las familias religiosas gozan, en común, de todas las riquezas de Jesucristo. Y si cada una de ellas parece llevada por el Espíritu Santo a elegirse entre este tesoro la joya de una virtud o de un misterio distinto para hacer de ella su ornato especial, no por ello dejan todas de poseer en común todas estas riquezas indivisibles; porque ¿cómo podría Cristo dividirse?
Desgraciadamente, tenemos que hablar el lenguaje de los hombres. ¡Pobres de nosotros! Porque nuestros labios están mancillados, y sería necesaria la palabra de los ángeles para describir dignamente estos misterios ocultos de la obra divina, lo que hay de más íntimo en la santidad de la Iglesia, las delicias de este huerto cerrado del Esposo. ¿Cómo pintar esa divina vegetación, esos árboles poderosos, esas flores fragantes, esos frutos saludables que no cesa de producir el Espíritu Santo?

¿Pero cómo narrar las visitas y la morada del Esposo que se deleita entre los lirios y las rosas? Nosotros no somos dignos de penetrar en ese huerto cerrado; acerquémonos a las puertas y a las barreras sagradas, entreveamos esas maravillas, recojamos los perfumes que se exhalan hasta nosotros de en medio de las delicias divinas. Glorifiquemos al autor de esos bienes. Así es como Él mismo glorifica ya en las pruebas de este mundo a su amada Iglesia y se complace en ella como en su Esposa muy amada. La Iglesia nos aparece en estos esplendores revestida de inmortal juventud y nuevas familias, fruto de su inagotable fecundidad, no cesan de salir de su seno para regocijar al cielo al mismo tiempo que cubren la  tierra de inestimables beneficios.

lunes, 10 de noviembre de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Cap. II: La Salvación y el Concepto Fundamental de la Iglesia (I Parte)

II

La Salvación y el Concepto Fundamental de la Iglesia

En el capítulo previo estudiamos lo que el mensaje revelado de Dios tiene para decir sobre la natura de la salvación. Hemos visto que este concepto, como Dios mismo lo describió, es el de un traslado efectuado por la gracia que Dios da a los hombres en razón de la muerte expiatoria de Nuestro Señor, del traslado de muerte espiritual al de la vida espiritual de la gracia santificante. Hemos visto que en última instancia termina en la posesión eterna de la vida de la gracia en el cielo.
También es manifiesto, sin embargo, que, en el mensaje divino, la salvación es representada como algo que tiene tanto un aspecto social como uno individual. No es sólo un paso del estado de pecado a la vida de la gracia en su eterna perfección; se trata también, y esencialmente, de un transitus de una unidad social descrita como el reino de Satán al vero y sobrenatural reino de Dios.
La unidad social llamada propiamente el vero y sobrenatural reino de Dios está en su lugar, en su ambiente propio y eterno, solamente en la gloria del cielo. También vive, en un estado transitorio y preparatorio, en este mundo. Es parte esencial de la doctrina divinamente revelada sobre la salvación que nadie entra a la Iglesia triunfante, el reino de Dios en el cielo, a menos que haya salido de esta vida "dentro" del reino de Dios sobre la tierra. En la dispensación del Nuevo Testamento, que durará hasta el fin del tiempo, la Iglesia Católica Romana se identifica completamente con el reino sobrenatural de Dios sobre la tierra. De aquí que nadie va a alcanzar la Visión Beatífica a menos que muera "dentro" de la Iglesia Católica.
Esta lección es un elemento de la prueba teológica fundamental de la necesidad de la Iglesia para la salvación. El otro elemento está basado obviamente en el examen de la forma en la que la Iglesia se describe como el reino de Dios en el contenido de la revelación pública. Esta es la temática del presente capítulo.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. XI (XII Parte)

Obras de misericordia.

Podríamos limitarnos a estas rápidas consideraciones sobre el estado religioso y sobre las formas que ha revestido a lo largo de les tiempos al servicio público de la Iglesia y de las almas.
Pero al lado de los ministerios espirituales que los institutos religiosos han desempeñado tan laboriosamente y con tanta utilidad hay otro orden de servicios que los mismos han prestado y que no podemos pasar enteramente en silencio.
Nos referimos a las obras de misericordia que ha realizado por ellos la Iglesia para alivio de la humanidad.
Nada recomienda tanto el Evangelio como el ejercicio de la caridad con el prójimo, mandamiento que todos los cristianos tienen recibido de la boca del Señor.
Ahora bien, como ya hemos indicado antes, por encima de las obras de beneficencia individual apareció desde los comienzos el gran ministerio de la caridad de las Iglesias.
Todos los fieles, asociados por el vínculo mismo de la comunión eclesiástica, concurrían a formar esta unión de todas las fuerzas benéficas del pueblo cristiano.
Las Iglesias eran poderosas sociedades caritativas, incluso las únicas que se conocían entonces; en efecto, con la admirable energía de la vida que las animaba respondían más que suficientemente a todas las aspiraciones generosas de las almas y satisfacían todos los piadosos deseos de asociación para el bien.
De esta manera la caridad se convertía en el mundo en un ministerio público y revestía un carácter jerárquico en el seno de cada Iglesia.
Su dirección estaba confiada al sacerdocio; los clérigos, como jefes y magistrados espirituales de la santa ciudad, estaban a la cabeza de las obras de beneficencia pública. Estaban presididos por el obispo, establecido por su misma dignidad como padre de los pobres[1]. Los diáconos habían sido establecidos desde el comienzo por los apóstoles como ministros principales en este orden de solicitudes (Act. VI, 1-6), y así la entera jerarquía sacerdotal y levítica aparecía revestida del magnífico carácter de dispensadora de las limosnas del pueblo cristiano. Éstas, al pasar por sus manos, adquirían carácter sagrado; se ponían, por así decirlo sobre el altar y del altar se derramaban sobre los infortunios humanos.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Algunas Notas a Apocalipsis I, 7-8 (I de II)

7. He aquí, viene con las nubes y le verá todo ojo y los que le traspasaron y harán luto por Él todas las tribus de la tierra. Sí, Amén.


I) He aquí, viene con las nubes

Notas Lingüísticas:

Zerwick: “μετὰ τῶν νεφελῶν: con las nubes”.

Allo:μετὰ τῶν νεφελῶν según Dan. VII, 13 en Teodoción, los LXX leen ἐπὶ. Cfr. Mt. XXIV, 30; XXVI, 64; Mc. XIV, 62; IV Esd. XIII, 3; Apoc. XIV, 14-16”.


Comentario:

Caballero Sánchez: “La "gloria" y el "poder" de Cristo, evocados en la primera estrofa, llevan de inmediato a la contemplación de la Parusía del Señor: "He aquí que viene con las nubes". Cuando ante los sumos sacerdotes judíos y el Sanedrín, Jesús se había declarado Mesías e Hijo de Dios, había añadido: "enseguida veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre y viniendo sobre las nubes del cielo".
¿Cuáles son esas "nubes" que vienen acompañando al Señor, como que fueran seres racionales inseparables de Jesucristo glorioso?
En general, los intérpretes ven en ellas una simple imagen literaria que hace resaltar el triunfo de Cristo. No se acuerdan que bien pudieran ser lo que pensó S. Judas Tadeo leyéndolo en Hénoc: "He aquí que el Señor viene con sus miríadas santas". (14). Otro tanto escribió S. Mateo en un lugar paralelo, habiéndoselo oído al mismo Jesús: "el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con los ángeles suyos". (XVI, 27), palabras que reproduce S. Lucas con igual claridad: "cuando el Hijo del hombre venga en la gloria suya y del Padre, y de los santos ángeles".
Ahora bien, los espíritus angelicales no forman ninguna "nube" blanca. Quienes forman "nube" son las falanges de los "santos" resucitados o transformados, que trae consigo el Señor en su Parusía. Y estos "santos" son los ángeles del Cordero, aquellos "siervos" que, enviados por Jesús a anunciar el Evangelio del reino, le dieron testimonio con su vida y con su muerte. Ahora forman su corte gloriosa que se manifiesta al mundo”.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. XI (XI Parte)

Progresión histórica.

Las órdenes apostólicas, esas grandes creaciones del Espíritu Santo en el seno del estado religioso, no aparecieron en el mundo sin una preparación providencial, sino que enlazaron con las instituciones de las edades precedentes mediante una transición insensible. Los mismos fundadores, elegidos por Dios con vocación especial para darles origen, las más de las veces no conocieron los designios divinos cuyos instrumentos eran, sino después de su realización. El Espíritu de Dios, que los guiaba en el desarrollo de aquellas obras admirables, a fin de que quedase perfecta constancia de que Él solo era su autor y para que toda la gloria recayera sobre Él, sólo poco a poco les revelaba lo que necesitaban conocer respecto al plan del edificio; y este divino arquitecto no comunicaba su secreto a sus obreros predestinados sino en el orden y en la medida que requería el progreso de la construcción.
Así la divina Providencia, por una parte preparaba poco a poco el terreno en el que debían elevarse para la gloria de Dios aquellos magníficos monumentos, y por otra parte suscitaba en el momento oportuno los hombres que debían emprender y dirigir las obras.
Por lo demás, esto mismo se verificó en todas las diferentes fases porque pasó el estado religioso y en los sucesivos desarrollos que recibió en el transcurso de los siglos.
Ya en el seno del orden monástico, el advenimiento de las congregaciones de abadías que tuvo lugar con la orden del Cister, había sido preparado por las numerosas filiaciones de prioratos dependientes de Cluny y de los otros monasterios. La importancia creciente de estos prioratos y la autonomía relativa que comenzaban a darles esta importancia y la distancia de los lugares, fueron las que abrieron el camino a la confederación de las abadías en un instituto común. Esta fecunda innovación en la orden del Cister ofrecía el primer tipo que inmediatamente fue imitado, y así el orden canónico tuvo su gran congregación Premonstratense.
Un siglo más tarde, cuando apareció santo Domingo, en el momento en que iban a nacer, gracias a él y a su hermano san Francisco, las órdenes religiosas propiamente dichas, aquel gran hombre no pareció concebir en un principio otro designio que el del establecimiento de una congregación de canónigos regulares. El primer diploma pontificio otorgado a su orden no deja entrever otra cosa, y santo Domingo mismo dio el título de abad a uno de sus primeros discípulos[1].
Pero las necesidades del apostolado encauzaron por nuevas vías al naciente instituto.
Hubo un maestro general, priores provinciales, y todos los religiosos pertenecieron a un único cuerpo, cuya verdadera cabeza era el maestro general.

martes, 4 de noviembre de 2014

El Discurso Parusíaco XVII: Respuesta de Jesucristo, XII. El Juicio de las Naciones y la Parusía (III de III)

El Discurso Parusíaco XVII: Respuesta de Jesucristo, XII.

El Juicio de las Naciones y la Parusía (III de III)


Por su parte, el texto “paralelo” de San Lucas es muy diferente al de los otros dos sinópticos y trae una frase un tanto misteriosa:

Lc. XXI, 28: “Más cuando estas cosas comiencen a ocurrir, erguíos y levantad la cabeza porque vuestra redención se acerca."

Aquí surgen básicamente dos preguntas: primera: ¿a quién va dirigido? y segunda: ¿a qué se refiere con “estas cosas”?

Para la primera pregunta caben dos respuestas: o bien se trata de los mismos elegidos de Mt y Mc o bien se trata de Israel.

Si bien la primera opción parecería estar confirmada por algunos pasajes bíblicos que hablan de la redención (ἀπολύτρωσις) para los cristianos (cfr. Rom. III, 24; VIII, 23; Ef. I, 7.14; IV, 30; I Cor. I, 30; Col. I, 14; Tito, II, 14; Heb. IX, 15; I Ped. I, 18), sin embargo creemos que el texto se refiere a la redención de Israel y esto por dos motivos:

1) En San Lucas el término ἀπολύτρωσις  o sus equivalentes se refieren siempre a Israel, y así tenemos:

a) Lc. I, 68 ss: “Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido (λύτρωσιν) a su pueblo, al suscitarnos un poderoso Salvador, en la casa de David su siervo, como lo había anunciado por boca de sus santos profetas, que han sido desde los tiempos antiguos: un Salvador para librarnos de nuestros enemigos, y de las manos de todos los que nos aborrecen; usando de misericordia con nuestros padres, y acordándose de su santa alianza, según el juramento hecho a Abraham nuestro padre, de concedernos que, librados de la mano de nuestros enemigos, le sirvamos sin temor en santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días”.
 La misma idea se encuentra en el Magnificat.