domingo, 19 de octubre de 2014

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Cap. I, El Concepto de la Salvación (II de II)

Ahora bien, para una apropiada comprensión de esta doctrina, especialmente teniendo en cuenta la enseñanza sobre este tema contenido en algunos recientes libros y artículos, es necesario entender la condición religiosa de las personas a las cuales dirigió San Pedro su sermón en el primer Pentecostés Cristiano. De nuevo, los Hechos de los Apóstoles contienen información esencialmente importante.
Este libro los describe en general con la afirmación de que "Habitaban en Jerusalén judíos, hombres piadosos de todas las naciones que hay bajo el cielo". El país natal de estos hombres se enumera en la afirmación atribuida a la misma multitud.

"Se pasmaban, pues, todos, y se asombraban diciéndose: “Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo es, pues, que los oímos cada uno en nuestra propia lengua en que hemos nacido? Partos, medos, elamitas y los que habitan la Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y el Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las partes de la Libia por la región de Cirene, y los romanos que viven aquí, así judíos como prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.[1]

Según el texto de los Hechos, la mayoría de estas personas eran peregrinos, hombres y mujeres que habían ido a Jerusalén a celebrar la gran fiesta judía de Pentecostés. Nuestro Señor había muerto en la Cruz hacía apenas un poco más de siete semanas antes que San Pedro diera ese sermón, y muchas de estas personas que lo escucharon debieron haber estado en marcha hacia Jerusalén al momento de la muerte de Nuestro Señor. Habían comenzado su peregrinaje como un acto de culto en la religión judía al momento en que ésta era la aprobada especialmente por Dios y cuando la sociedad político-religiosa judía era el reino sobrenatural de Dios sobre la tierra, la ecclesia del Antiguo Testamento.
Estas personas, en cuanto individuos, probablemente no tuvieron absolutamente nada que ver con la persecución y muerte del Verbo de Dios Encarnado. Comenzaron su viaje como miembros del pueblo elegido de Dios, el pueblo de su alianza. Su viaje a Jerusalén fue hecho precisamente a fin de adorar y honorar a Dios. Verdaderamente eran personas devotas.

Sin embargo, el cuerpo religioso al que pertenecían había cesado de ser la ecclesia de Dios. La unidad social judía político-religiosa había rechazado definitivamente a Nuestro Señor, el Mesías prometido en el Antiguo Testamento. Esta comunidad había gozado hasta entonces su posición como ecclesia de Dios o Su congregatio fidelium en virtud del hecho de que había aceptado y profesado su aceptación del mensaje divino sobre el divino Redentor. Al rechazar al mismo Redentor, esta unidad social había rechazado automáticamente la enseñanza que Dios les había dado sobre Él. El rechazo de este mensaje constituía un abandono de la misma fe divina. Al manifestar este rechazo de la fe, la unidad religiosa judía cayó de su posición como la congregación del pueblo elegido. Dejó de ser la ecclesia de Dios, su reino sobrenatural sobre la tierra. Pasó a formar parte del reino de Satán.
Mientras la gran unidad social judía rechazaba a Nuestro Señor repudiando así su aceptación del mensaje divinamente revelado sobre Él, la pequeña compañía de los discípulos, organizada por Nuestro Señor alrededor de Sí mismo, retuvo esta fe. Continuó a aceptar y obedecer a Nuestro Señor y a creer el mensaje divinamente revelado centrado sobre Él. Así, al momento de la muerte de Nuestro Señor sobre el Calvario, el momento en que terminó la antigua dispensación y la asociación religiosa judía cesó de ser el reino sobrenatural de Dios sobre la tierra, esta sociedad recientemente organizada de los discípulos de Nuestro Señor comenzó a existir como la ecclesia o reino.
Esta sociedad era la verdadera continuación de Israel. Quienes estaban dentro de ella eran los verdaderos hijos de Abraham, en el sentido de que tenían la genuina fe de Abraham. Esta sociedad era la nueva asociación del pueblo elegido. Sus miembros eran, como los llamaba San Pablo, los elegidos o escogidos de Dios.
Debemos entender, dicho sea de paso, que esta sociedad era en realidad el reino sobrenatural de Dios sobre la tierra en un sentido mucho más completo y perfecto que lo que nunca fue el antiguo pueblo judío. El antiguo Israel había constituido el pueblo de la alianza. Según las constantes promesas de Dios, el Redentor iba a nacer dentro de esa compañía, pero las condiciones eran tales que nunca fue necesario que el hombre perteneciera a esta sociedad para obtener la salvación eterna.
Por el contrario, el nuevo y fiel Israel era completamente idéntico con el reino sobrenatural de Dios sobre la tierra. Era la verdadera ecclesia o compañía de los fieles en el sentido de que nadie puede obtener la salvación eterna a menos que salga de esta vida "dentro" de ella. Esta sociedad organizada, dentro de la cual estarán entremezclados los miembros indignos y los buenos hasta el fin de los tiempos, era en realidad el propio Cuerpo Místico de Cristo.
Así, cuando San Pedro le habló a la multitud en el primer Pentecostés cristiano, la sociedad sobre la cual había sido constituido cabeza visible, era en realidad la ecclesia Dei, el término necesario del proceso de salvación. Sus oyentes, que un par de semanas atrás, habían pertenecido al reino sobrenatural de Dios sobre la tierra en razón de su pertenencia en la antigua nación israelítica, se encontraron ahora en la "generación perversa" precisamente en razón de la misma pertenencia. Cuando San Pedro les habló por primera vez, estaban en una situación en la cual necesitaban ser salvados. Ya no eran miembros del pueblo elegido.
Al prestar atención y obedecer las palabras de San Pedro volvieron a obtener la posición que antes habían tenido, y su nueva posesión de la dignidad de pertenencia en la ecclesia  fue mucho más perfecta y completa que la que previamente habían gozado. Antes habían estado dentro de una sociedad que había sido la congregatio fidelium de Dios en razón de la profesión del mensaje divino centrado sobre la promesa de un Redentor. Cuando aceptaron la enseñanza de San Pedro, cumplieron su deber de penitencia y al recibir el sacramento del bautismo fueron "agregados" a la sociedad de los discípulos de Nuestro Señor, entraron en el reino sobrenatural de Dios que gozaba de su status en razón de la aceptación del mensaje divinamente revelado sobre el Redentor que se había encarnado y había muerto para reconciliarlos con Dios.
Es de suma importancia que recordemos que las personas a las cuales San Pedro urgió que se salvaran de esta generación perversa en la cual estaban viviendo en aquel tiempo, no eran personas sin religión. Eran miembros devotos de la institución que había sido, menos de ocho semanas atrás, el reino sobrenatural de Dios sobre la tierra. En ella habían aprendido a amar a Dios y a ser celosos en su servicio. Muchos de ellos estaban tan movidos por el celo del servicio de Dios que estaban dispuestos a recorrer distancias muy considerables y sufrir serias privaciones a fin de poder asistir a los sacrificios en el Templo en Jerusalén durante los días de la gran festividad de Pentecostés.
San Pedro no recomendó a esta gente la Iglesia como algo meramente mucho más perfecto que la afiliación religiosa que ya tenían. De ninguna manera afirmó implícitamente que, al entrar a la ecclesia, simplemente pasarían a una mejor comunidad religiosa. Muy por el contrario, dejó bien en claro que era necesario que pasaran de la "generación perversa" en la cual estaban entonces a una condición de salvación. La aceptación de su enseñanza fue de hecho una entrada a la Iglesia. Es en línea con esta enseñanza que San Pablo, en sus epístolas, se refiere a los que están dentro de la Iglesia como "salvados". La epístola a los Efesios nos dice que Dios, "cuando estábamos aún muertos en los pecados, nos vivificó juntamente con Cristo (de gracia habéis sido salvados)[2]". Y explica que "habéis sido salvados por la gracia por medio de la fe; y esto no viene de vosotros: es el don de Dios"[3]. Todo el contexto del Nuevo Testamento muestra el hecho de que al entrar en la Iglesia Católica, los hombres son en realidad salvados del dominio de Satán, el príncipe de este mundo.
Este es el aspecto social fundamental del proceso de salvación. En ese proceso siempre hay implícito un pasaje o transitus desde el enemigo espiritual del reino de Dios al actual reino de Dios, Su ecclesia. San Pedro dejó en claro que, al entrar a la Iglesia, las personas a las cuales les estaba hablando en el primer Pentecostés cristiano, estaban siendo realmente salvadas.
No debemos perder de vista que en nuestros propios días existe la tendencia a imaginar que las personas que están en una posición comparable con la de aquellos a los cuales se dirigió el sermón de San Pedro están realmente en una situación aceptable. Las personas que favorecen esta tendencia tienen cuidado en afirmar que la Iglesia Católica está en una posición más ventajosa que las otras religiones. Afirman que la Iglesia tiene la plenitud del mensaje revelado de Dios; pero al mismo tiempo, insisten igualmente que las otras religiones son realmente de Dios, y que constituyen la plenitud del mensaje de Dios para aquellos a los que no llama a una posición más alta del Catolicismo. El modernista Von Hügel enseñó esto en un libro recientemente republicado en Estado Unidos. Según Von Hügel:

"La religión judía no fue falsa durante los trece siglos de las operaciones pre cristianas; era, para aquellos tiempos, la más completa auto-revelación de Dios, y las más profunda aprehensión de Dios por el hombre; y esta misma religión judía puede ser, es, la verdad religiosa más completa para numerosos individuos a quienes Dios deja en su buena fe; el no exigirles directamente una más completa o la más completa luz y ayuda a la cristiandad. Lo que es especialmente verdadero para la religión judía es en un grado menor pero aun así muy real, verdadero de los musulmanes e incluso del hinduismo, etc."

Von Hügel, al igual que otros como él, tuvo cuidado en insistir en que "no es cierto que todas las religiones sean igualmente verdaderas, puras, fructuosas". Pero, de hecho, nadie excepto el más militante e ignorante ateo afirmó jamás tal cosa. Su posición es completamente incompatible con la enseñanza de San Pedro en su sermón del primer Pentecostés. Von Hügel describió a las religiones no cristianas como aceptables, aunque menos perfectas que el catolicismo. Si su afirmación hubiera sido cierta en algún sentido, entonces San Pedro hubiera sido culpable de haber engañado seriamente a aquellos a los cuales habló esa mañana de Pentecostés. Definitivamente no es cierto decir que una persona es salvada cuando es llevada de una situación menos perfecta a una más perfecta. Solamente es salvada al ser transferida de una posición dañina a un status en el cual puede vivir como debe.
Von Hügel describió la condición religiosa de las personas a las que se dirigió San Pedro como "la verdad religiosa más completa para numerosos individuos a quienes Dios deja en su buena fe; el no exigirles directamente una más completa o la más completa luz y ayuda a la cristiandad". San Pedro afirmó que estos individuos estaban en una generación perversa y les dijo que se libraran de ella. No hay posibilidad de acuerdo alguno entre estas dos posiciones.
En toda época de la Iglesia ha habido una porción de la doctrina cristiana que los hombres han estado especialmente tentados en malinterpretar o negar. En nuestros tiempos es la parte de la doctrina Católica que fue enseñada con especial fuerza y claridad por San Pedro en su primer sermón misionero en Jerusalén. En cierto sentido está fuera de moda hoy en día insistir, como lo hizo San Pedro, que aquellos que están fuera de la Iglesia de Jesucristo necesitan ser salvados dejando sus propias posiciones y entrando en la ecclesia. Sin embargo, ésta permanece siendo parte del mensaje revelado de Dios.
Es parte de la doctrina Católica que la entrada en la Iglesia Católica (de hecho pasando a ser miembro de la Iglesia; y cuando esto es imposible, por un deseo o intención implícito aunque sincero) es parte del proceso de salvación. Sin embargo, es también parte de la enseñanza Católica que esto no es, en modo alguno, la única parte. El hombre se salva del mal de pertenecer al reino de Satanás entrando en la Iglesia, pero esta entrada no garantiza de ninguna manera que el hombre gozará de la Visión Beatífica por toda la eternidad. El proceso de salvación no está completamente terminado, no puede decirse que el hombre está "salvado" en todo el sentido del término, hasta que alcance la Visión Beatífica.
Santiago, escribiendo a hombres que ya eran cristianos, miembros de la vera Iglesia, les amonesta a "recibir en suavidad la palabra (ingerida) en vosotros que tiene el poder de salvar vuestras almas"[4]. Estaba exponiendo la enseñanza de Dios cuando les recordaba a los que estaban dentro de la Iglesia que todavía estaban obligados a trabajar, bajo la dirección de la doctrina divina, por la salvación de sus propias almas. Sigue siendo posible que un hombre esté dentro de la Iglesia y sea desleal para con Dios. Este hombre se hace un indigno miembro de la Iglesia y, a menos que se arrepienta de sus pecados, va a ser separado del reino de Dios por toda la eternidad cuando muera. Y si el pecador que está dentro de la Iglesia retorna a Dios, es salvado por el poder de Jesucristo, que obra a través del sacramento de la penitencia. Obviamente que no puede ser salvado si no es en y por medio de la Iglesia Católica.
Así, a pesar del hecho de que es posible que el hombre esté dentro de la Iglesia y pierda su alma, la salvación en sí misma implica un aspecto social. Todo aquel que ha nacido desde el pecado de Adán, con la excepción de Nuestro Señor y su Santísima Madre, ha venido al mundo o comenzado su existencia como miembro de la familia caída de Adán, y por lo tanto perteneciendo a lo que San Pedro designó como "generación perversa" y León XIII como "reino de Satán".
De la misma manera ha comenzado su existencia como ser humano en estado de pecado mortal y muy frecuentemente ha aumentado su separación de Dios por medio de sus pecados mortales. El proceso de salvación es aquel por el cual tales hombres han sido llevados desde una condición de separación de Dios a la posesión final e inamisible de Su amistad y el goce de la Visión Beatífica. Dentro de ese proceso, por institución divina, está el traspaso del reino de Satán al reino sobrenatural de Dios sobre la tierra. Desde el momento de la muerte de Nuestro Señor sobre la Cruz, ese reino ha sido, de nuevo, por divina institución, la Iglesia Católica, el Cuerpo Místico de Jesucristo en la tierra.
Así, si examinamos el significado actual de salvación, encontramos que la Iglesia, como reino de Dios sobre la tierra, está realmente incluída en ella. Por lo tanto, en este proceso, la Iglesia no es meramente un actor extraño que ha sido introducido de alguna manera en la doctrina cristiana sobre la salvación eterna. Es, en el aspecto social de la salvación, el terminus ad quem necesario del traspaso por el cual los hombres son llevados del pecado a la gracia, al ser cambiados de una posición en la cual pertenecían al reino de Satán, el reino de "el príncipe de este mundo", al único reino sobrenatural de Dios sobre la tierra.



[1] Hech. II, 7-11.

[2] Ef. II, 5.

[3] Ef. II, 8.

[4] I, 21.