sábado, 26 de julio de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. Las operaciones Jerárquicas en la Iglesia Particular. Cap. VIII (I de III)

VIII

CONSTITUCIÓN DE LAS DIÓCESIS

Formación de las diócesis.

La diócesis es la suma de las Iglesias que dependen de un solo obispo. Es la noción primera que de ella nos ha transmitido la antigüedad.
Como resultado y consecuencia de esta primera noción, la diócesis es una circunscripción territorial que abarca toda la extensión de la región en que se ejerce la jurisdicción de una sola sede episcopal.
¿Cómo se formaron las diócesis en su origen?
En primer lugar, no creemos que las más de las veces, por lo menos en la más alta antigüedad, se comenzara por trazar esta suerte de circunscripciones dejando y reservando al obispo de una Iglesia el cuidado de establecer las otras Iglesias en tal territorio. Es posible que las cosas se desarrollaran así en las regiones perfectamente organizadas, por lo que hace a los obispos establecidos en las ciudades cuyo territorio estaba perfectamente determinado, ciudades que ejercían sobre dicho territorio una influencia establecida legalmente, y donde la circunscripción eclesiástica se amoldó naturalmente a la circunscripción civil.
Pero generalmente, y aun en el caso en que no se hallaba trazado de antemano el marco de dichas divisiones territoriales, con la libertad apostólica de los primeros tiempos, los obispos, usando para el establecimiento de las Iglesias del poder general de que hemos hablado en la parte tercera, llevaban por sí mismos o por sus discípulos la antorcha de la fe a las poblaciones más próximas y a las que podían evangelizar sin abandonar el cuidado de la Iglesia misma donde se erigía su cátedra episcopal.
Luego, cuando este apostolado había producido sus frutos, cedía el paso a la institución de Iglesias estables y fundadas con sus sacerdotes y sus ministros titulares, de los que seguía cuidando el obispo.
Debido a este origen, las Iglesias episcopales eran llamadas madres e Iglesias matrices de las diócesis.
Así, lo que hemos visto en el establecimiento de las Iglesias episcopales a través del mundo entero se reproducía en pequeño en la creación de Iglesias sin obispos y en la institución de las diócesis. Y como en el universo cristiano la predicación de los apóstoles y de los varones apostólicos había precedido a la ordenación de los obispos titulares, así en cada diócesis precedió a la institución de las parroquias propiamente dichas, provistas de un clero titular, en las ciudades menores y en las aldeas, en los castillos y en los poblados, un ministerio análogo al de los misioneros, ejercido por el obispo o bajo su dirección y por sus enviados.
A falta de documentos, el mero orden de las cosas bastaría para convencernos de que fue así como se desarrollaron los hechos. Pero la antigüedad no se calla absolutamente sobre este particular.
La carta de san Clemente, llamada ad Virgines, cuyo texto se ha hallado afortunadamente en una versión siríaca, describe con valiosos detalles el orden observado en los tiempos apostólicos por los obispos y los ministros cuando visitaban a los cristianos y les llevaban los auxilios espirituales en los lugares en que no había sacerdotes y ministros residentes[1].
Mucho tiempo después eran todavía raras las parroquias en Occidente.
Establecidas generalmente en los poblados más importantes, como Candes en la diócesis de san Martín, o como Monzón en de san Remigio, dejaban vastos territorios sin títulos eclesiásticos determinados. Los obispos erigían allí oratorios, lugares de estación para la predicación y para las otras funciones eclesiásticas, que bastaban para las necesidades de las poblaciones de los campos, todavía poco numerosas.
Poco a poco estos oratorios cedieron el puesto a las primeras parroquias de nuestras regiones, cuando al cambiar estas condiciones se les dio un clero permanente.
Luego, a medida que las poblaciones, hasta entonces desparramadas por las vastas posesiones de los romanos o de los bárbaros, se multiplicaron y se fueron agrupando cada vez más, aquellas primeras parroquias o Iglesias madres se fueron desmembrando a su vez.
Los grandes establecimientos monásticos fueron los que principalmente influyeron en estos progresos de la vida eclesiástica parroquial en medio de nuestros campos.
En Oriente, por el contrario, donde las poblaciones, bajo el imperio, estaban más concentradas y donde eran diferentes las condiciones económicas de los campos, en fecha temprana había adquirido gran desarrollo la institución de las parroquias.
La diócesis de Ciro, al advenimiento de Teodoreto, contenía ochocientas[2], y la de san Basilio nos ofrece una situación tan floreciente a este respecto, que pudo erigir varias parroquias en obispados[3].
Egipto, donde las ciudades episcopales están poco distantes entre sí, nos ofrece ejemplos semejantes, y aunque las diócesis son allí menos extensas, es general la institución de las parroquias. Sin hablar de las Iglesias de la Mareótide, en la diócesis de Alejandría, que ya hemos citado, las vidas de los padres hacen con frecuencia mención de las Iglesias de los lugares menores y del clero que las atendía[4].
En el transcurso de los tiempos se mantuvo siempre esta disciplina; la institución de las Iglesias diocesanas se desarrolló con los progresos de la fe; hoy día la hallamos en todas partes y se muestra tan evidentemente necesaria para la vida cristiana de las naciones que no se puede concebir su ausencia o su desaparición sin la destrucción de la religión misma.





[1] 2° Carta a las Vírgenes, l.2.4; PG 1, 418.420-422.424-426.

[2] Teodoreto, Carta 113 al Papa León, PG, 83, 1315.

[3] San Gregorio Nacianceno, Panegírico de San Basilio (Oratio 43), 59; PG 36, 571-574.

[4] Vida de san Pacomio, c. 3, n. 20, en Bolandistas, Acta Sanctorum, t. 16, p. 303; Vida de los padres, san Mucio, l. 2, c. 9; PL 21, 423.