martes, 20 de mayo de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. La Iglesia Particular. Cap. IV (I de II)

IV

EL ORDEN DE LOS DIÁCONOS Y LOS ÓRDENES INFERIORES

Ministerio diaconal

Para dar al lector una idea completa de la Iglesia particular es necesario que le demos a conocer el ministerio de los diáconos y de los clérigos inferiores, ministerio establecido en ella  por institución divina y desde el tiempo de los apóstoles[1].
Los diáconos son los ministros del obispo.
Su orden no es el sacerdocio, pero le es, por decirlo así, colateral, aunque siempre inferior a él. No son sacrificadores y, por consiguiente, no son, como el obispo y los presbíteros, ministros ordinarios de los sacramentos.
El diácono prepara, asiste, presta ayuda a la acción del obispo[2].
El diácono va del obispo al pueblo para llevarle sus órdenes y sus advertencias[3]; va del pueblo al obispo para darle a conocer su estado y sus necesidades y llevarle sus votos y sus ruegos[4].
Al diácono está confiada la distribución de las limosnas, el cuidado de los pobres, de los enfermos, de los huérfanos y de las viudas[5].
Portador de las órdenes del obispo, puede aparecer revestido de su autoridad en los mandatos que le son confiados. Puede también llevar la palabra en su nombre y así, como es lector del Evangelio, puede ser predicador del mismo[6].
Pero en todas estas diferentes acciones no se puede comparar con los presbíteros, únicos asociados al sacerdocio del obispo.
Los presbíteros tienen un mismo sacerdocio con el obispo; suben con él al altar, operan con él los misterios, y él los hace sentar junto a sí alrededor de su cátedra principal.
Los diáconos no tienen asiento en el santuario. Semejantes a los ángeles, rodean como ellos el altar, pero no sacrifican. El diácono, en pie junto al obispo y a los presbíteros, oye las palabras místicas, pero no las pronuncia; es testigo del misterio, pero no lo opera[7]; es el amigo del esposo y en calidad de tal le corresponde estar en pie junto al esposo, oír su palabra y gozarse con ella; pero no es el esposo, es decir, no es el obispo ni el presbítero, en quienes está el esposo de la Iglesia, Jesucristo, operando  por ellos el misterio inefable de su unión con su esposa (cf. Jn. III, 29).
Así el diácono no tiene asiento entre el presbiterio. El obispo, que hace que los sacerdotes se sienten con él, deja al diácono de pie en medio de ellos[8].

El diácono, en  pie junto al trono del obispo, en pie junto al  altar, llevando en la estola flotante que le cae del hombro, como una imagen de las alas que figuran la naturaleza angélica, está siempre dispuesto, como ángel visible de la Iglesia, a volar en  medio del pueblo fiel para llevarle, inflamado de celo, las órdenes que provienen del sacerdocio[9].
El diácono, como pertenece al obispo, sacerdote principal, pertenece también inseparablemente, por la esencia de su orden, a los presbíteros, que forman con el obispo un solo sacerdocio. En los presbíteros y en el obispo sirve a este único e indivisible sacerdocio y cumple con los presbíteros los mismos deberes y les muestra la misma solicitud que al obispo[10].
El obispo, al dar a los presbíteros todo lo que tiene y todos los bienes de su sacerdocio, les da también sus propios ministros, y al hacerlos sacerdotes, pone bajo su subordinación a los diáconos, con la misma dependencia que tienen respecto a él.
Así, en la nueva ley, el orden de los diáconos es el orden levítico, no el orden sacerdotal. El orden sacerdotal tiene dos grados, el episcopado y el presbiterado; y como en la antigua ley servían los levitas en el altar a Aarón y a sus hijos, al pontífice y a los sacerdotes mosaicos, así los diáconos sirven igualmente al obispo y a los sacerdotes de la nueva Alianza.



[1] Concilio de Trento, sesión 23 (1563), can. 6; Dz 1776; Hefele 10, 491: «Si alguno dijere que en la Iglesia católica no existe una jerarquía, instituida por ordenación divina, que consta de obispos, presbíteros y ministras, sea anatema.»

[2] Didascalia de los apóstoles (codificación siria del s. III), c. 11, 44, 2-4: «Sea el diácono el oído del obispo, su boca, su alma, porque sois dos en una sola voluntad, y en vuestra unanimidad también la Iglesia hallará la paz».

[3] San Isidoro, De los oficios eclesiásticos, L. 2, c. 3, n.° 3; PL 83, 789: «(Los diáconos) son las voces del trueno. Porque, a la manera de un heraldo, dan en voz alta avisos a la asamblea para orar, ponerse de rodillas, cantar un salmo, escuchar las lecturas, y hasta nos piden gritando que tengamos los oídos dirigidos hacia el Señor.» Constituciones apostólicas, L. 3, c. 19; PG 1, 802: «Reciban el uno y el otro el encargo de anunciar (el Evangelio), de despejar (la Iglesia), de servir (al altar) y de desempeñar el ministerio, como dijo (Isaías) del Señor: "El siervo justo justificará a multitudes" (Is LIII, 1)".

[4] Didascalia de los apóstoles, c. 9, 28.6: «Los laicos) tendrán gran confianza con los diáconos, no molestarán constantemente al jefe, sino que le comunicarán lo que desean por medio de los servidores, es decir, los diáconos, porque nadie puede acercarse al Señor todopoderoso, sino por Cristo. Darán, por tanto, a conocer al obispo por medio de los diáconos todo lo que quieren hacer, y luego lo harán».

[5] Didascalia de los apóstoles, 71.72; «El número de los diáconos será proporcionado al del pueblo de la Iglesia, a fin de que puedan distinguir y socorrer a cada uno. Prestarán a todos los servicios que necesiten, a las personas de edad que ya no tienen fuerza, como a los hermanos y hermanas enfermos... Si, pues, el Señor hizo esto (lavar los pies a sus apóstoles), vosotros, los diáconos, ¿vacilareis en hacer otro tanto con los enfermos y los inválidos, vosotros, que sois los soldados de la verdad, y que tenéis el ejemplo del Mesías?... Debéis, por tanto, diáconos, visitar a todos los indigentes y poner en conocimiento del obispo a los que tienen necesidad, debéis ser su alma y su pensamiento...»; Testamento del Señor (compilación siríaca, posterior al 450), 1, 35: «Cuide a los enfermos, ocúpese de los extranjeros, ayude a las viudas, sea el padre de los huérfanos y recorra todas las casas de los pobres para ver si no hay nadie en necesidad, enfermedad o desgracia».

[6] San Ignacio de Antioquía, en su Carta a los Filadelfios 11, menciona a «Filón, diácono de Cilicio, hombre atestiguado, que aun ahora me sirve en el ministerio de la palabra de Dios, con Reo Agatópode»; Cf. Pontifical romano, ordenación de un diácono: «El diácono debe servir en el altar, bautizar y predicar.».

[7] San Isidoro, De los oficios eclesiásticos, L. 2, c. 8, n. 4; PL 83, 789: «Los levitas cubren el arca de la alianza. Porque todos no ven los altares de los misterios, que están cubiertos por los levitas para que no vean los que no deben ver.»

[8] Didascalia de los apóstoles, c. 12, 57, 4-6: «En vuestros lugares de reunión, en las santas iglesias... reservad un puesto para los presbíteros en el lado oriental de la casa; el trono del obispo esté situado en medio de ellos y siéntense con él los presbíteros... En cuanto a los diáconos, esté uno siempre (de pie) junto a los presentes de acción de gracias...»; Constituciones apostólicas, l. 2, c. 57; PG 1, 726: «Colóquese en medio de la iglesia el sitial del obispo; el presbiterio, siéntese a cada lado, los diáconos estén de pie, prestos y ligeramente vestidos.»

[9] San Justino, Apología I, 67; PG 6, 430: «Ahora viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias  y su envío a los ausentes, por medio de los diáconos».

[10] Constituciones apostólicas, L. 3, c. 20; PG 1, 304-306: «Esté el diácono al servicio del obispo y de los presbíteros, es decir, ejerza el ministerio o diaconía.» Ibid., I. 8, c. 46; PG 1, 1154: «Habiendo sido instruidos por el Señor sobre el fin de las cosas, hemos asignado a los obispos lo que corresponde al pontifical, a los presbíteros lo que corresponde al sacerdocio, a los diáconos lo que está sujeto al ministerio de uno y otro»; Cánones de Hipólito, can. 5: «No le es dado ser elevado al sacerdocio, sino al diaconado, como servidor de Dios. Sirve al obispo y a los presbíteros en todas las cosas, no sólo en el momento de la liturgia, sino que también sirve a los enfermos...»; Cf. Hipólito Romano, La Tradición apostólica, "Ordenaremos que sólo el obispo imponga las manos en la ordenación del diácono, porque éste no está ordenado al sacerdocio, es decir, al ministerio sacerdotal, sino al servicio del obispo, para hacer lo que éste le ordene»; Pseudo-Isidoro, Carta a Leudefranco, PL 83, 895; Labbe 6, 421: «Al diácono corresponde asistir a los sacerdotes, servirles en todo lo que concierne a los sacramentos de Cristo, a saber, en el bautismo, el crisma, la patena y el cáliz; llevar las ofrendas y disponerlas sobre el altar, adornar, vestir la mesa del Señor, llevar la cruz, proclamar el evangelio y la epístola.»