martes, 22 de abril de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Cuarta Parte. La Iglesia Particular. Cap. I (III de III)

   Nota del Blog: importante sección del libro de Dom Gréa cuya doctrina fuera admirablemente expuesta por Fenton, en este exelente artículo AQUI.

Indefectibilidad de la Iglesia (particular) de Roma

Ahora bien, aunque entre todas las Iglesias ninguna tiene, por ley común, la seguridad de permanecer en su integridad hasta el fin del mundo, hay, sin embrago, una que sustrayéndose a esta ley posee por privilegio singular esta seguridad, que se le ha garantizado con una promesa.
Esta Iglesia es la santa Iglesia romana. Guardiana de la cátedra de san Pedro, debe conservar la herencia del vicario de Jesucristo como un depósito sagrado del que es responsable ante el mundo entero hasta el fin de los siglos.
De esta manera el destino de esta santa Iglesia está estrechamente ligado al de la Iglesia Universal; participa de las promesas hechas a ésta y de su indefectible perpetuidad.
Más aún: precisamente por medio de ella se cumplen las promesas hechas a la Iglesia universal, y la firmeza de Pedro, es decir, la inquebrantable estabilidad de la Iglesia romana, que es la cátedra de Pedro, es su propia firmeza[1].
En efecto, es evidentemente necesario que este cuerpo de la Iglesia Universal tenga un centro inmutable, en torno al cual gravite todo lo demás y del que todas las partes reciban una misma vida. Mientras todos los pueblos que entran en este cuerpo pueden un día salir de él y cesar de pertenecer por su infidelidad, mientras las Iglesias particulares pueden nacer y morir, es preciso que haya un punto inmutable, un principio de vida e identidad en este cuerpo cuyos elementos son móviles y por su primer origen participan de la inconstancia de las cosas humanas.
La Iglesia romana es el centro necesario; de ella reciben todas las demás, con su comunión, la comunión de la Iglesia Universal; por la Iglesia romana pertenecen a la Iglesia universal, y ésta es la razón por la que se puede decir que la Iglesia Universal subsiste en la Iglesia romana.
Por este singular y admirable privilegio, la Iglesia romana viene a ser en todo semejante a la Iglesia Universal. Al igual que esta, está dotada de eterna juventud; las decadencias no pueden abatirla; el Espíritu Santo la guarda con celosa solicitud; la cátedra de san Pedro hace irradiar sobre ella el vigor de la fe, única que vivifica, cura y reforma a todas las Iglesias del mundo, se purifica y se reforma así misma.
De esta manera da al mundo la espléndida prueba de la asistencia omnipotente de Dios en ella. En efecto, la Iglesia romana presenta el hecho único y contrario a todas las leyes de la historia y de las cosas humanas, verdadero milagro en el orden moral, de una institución que halla en sí misma la fuerza para restablecerse, que vuelve a erguirse cuando parece doblegarse, que por una energía intima recobra el vigor de su primer origen y hace que revivan todos los principios de su constitución primitiva.
Pero si ello es así, salta a la vista que la Iglesia romana, llamada con razón madre y maestra de todas las otras, ha de ofrecer a nuestros ojos a todo lo largo de este estudio el tipo principal de las Iglesias particulares y que en ella habremos de buscar los principios y las leyes constitutivas que rijan a las demás.





[1] Pío IX, encíclica Inter multiplices (21 de marzo de 1853): “… Esta cátedra del bienaventurado príncipe de los apóstoles, sabiendo muy bien que la religión misma no podrá jamás caer ni flaquear mientras esté en pie esta cátedra fundada sobre la piedra, de la que no triunfan nunca las puertas del infierno y en la que está entera y perfecta “la solidez de la religión cristiana”. Id., Encíclica Amantissimus (8 de abril de 1862): “De hecho esta cátedra de Pedro ha sido siempre reconocida y proclamada como la única, la primera por los dones recibidos, brillando por toda la tierra en el primer rango, raíz y madre del único sacerdocio (San Cipriano), que es para las otras Iglesias no solamente la cabeza, sino la madre y maestra (Pelagio II), centro de la religión, fuente de la integridad y de la perfecta estabilidad del cristianismo”. Pío XII, alocución de 2 de junio de 1944: “La Madre Iglesia Católica romana, mantenida fiel a la constitución recibida de su divino Fundador, y que todavía hoy se mantiene, inquebrantable, sobre la solidez de la piedra sobre la que edificó la voluntad de éste, posee en el primado de Pedro y de los legítimos sucesores la seguridad, garantizada por las promesas divinas, de conservar y de transmitir en su integridad y pureza, a través de los siglos y de milenios hasta el fin de los tiempos, toda la suma verdad y de gracia contenida en la misión redentora de Cristo”; Alocución de 30 de enero de 1949..” Si algún día - lo decimos por pura hipótesis- la Roma material viniera a derrumbarse; si algún día esta basílica vaticana, símbolo de la única, invencible y victoriosa Iglesia Católica, viniera a sepultar bajo sus ruinas sus tesoros históricos y las tumbas sagradas que encierra, ni aun entonces se vería por ello la Iglesia derruida ni agrietada; la promesa de Cristo a Pedro sería siempre verdadera, el papado duraría siempre, como también la Iglesia, una e indestructible, fundada sobre el Papa que entonces viviera”.