sábado, 8 de marzo de 2014

Si la permisión del pecado original cae fuera o dentro de una economía reparadora, por el P. Basilio de San Pablo, C. P. (III de VIII)

I. — CONTRASTES QUE OFRECE LA PERMISION DEL PECADO
FUERA DE UNA ECONOMIA REPARADORA

La brevedad de este estudio no nos permite el intento de enumerar cuantos pudieran ofrecerse a la consideración. Nos contentaremos con apuntar estos tres:

1. Las obras de Dios nunca fallan en su conjunto.

2. La condición del hombre es ser defectible y recuperable.

3. Dios sólo permite el mal dentro de la providencia del bien.

Vamos a esclarecer estos principios, comprobando que choca contra ellos la permisión del pecado original fuera de una economía reparadora.


1. LAS OBRAS DE DIOS NUNCA FALLAN EN SU CONJUNTO

Este principio lo enuncia Santo Tomás cuando afirma que, natura consequitur effectum, vel semper, vel ut in pluribus[1]. Ha colocado Dios en ella y en cada uno de los seres que la integran ciertas formas o energías reconstituyentes, con las cuales superan los elementos patógenos contrarios que acechan su integridad o existencia.
Todos los seres, en cuanto defectibles, fallan alguna vez o en alguna de sus partes; pero nunca alcanzan los fallos a la integridad del ser o a la totalidad de sus partes.
En la naturaleza vemos campos asolados por el pedrisco; islas desaparecidas de la noche a la mañana; vivientes para quienes la cuna se convierte en ataúd. Pero todo eso constituye la excepción respecto a los campos, las islas y los vivientes.
Este principio general quiebra, según los tomistas y los escotistas, en el hombre. Dios lo recapitula en Adán, que aparece como el hombre naturaleza, vinculando a su obediencia o sumisión la felicidad relativa de la vida presente y la sobrenatural absoluta de todos sus descendientes en la vida eterna.
Se explica facilísimamente el que caiga. Lo que ya resulta muy extraño es que las aguas queden emponzoñadas en su misma fuente; que el fallo aparezca en el hombre naturaleza; que la humanidad entera se incapacite ya desde la cuna para conseguir el destino final que le ha sido señalado. Porque en la caída de Adán se dan estas gravísimas circunstancias: que cae la humanidad entera; en su misma cuna, y con caída de suyo irreparable.
El pecado de Adán, quien reconcentra en sí a toda la naturaleza humana, equivale en estos sistemas teológicos a un suicidio cósmico; por cuanto repercute en todos los seres que le están natural y sobrenaturalmente conectados.
Vivimos en la era atómica, y el mundo se siente sobrecogido ante la posibilidad de que la perversidad de unos cuantos hombres desalmados pueda barrer toda la vida del planeta.
La Providencia ha presidido estos inventos, y tal vez quiere servirse de ellos para la catástrofe final tan reiterada y minuciosamente anunciada por Jesucristo. Incluso podríamos añadir que tales inventos facilitan la realización de los fenómenos que Jesucristo anuncia verificados en el cielo, en la tierra, en los mares, y singularmente en los hombres, arescentibus prae timore. Así puede dejarlos una radiactividad precursora de la muerte.
Lo que no acertaríamos a comprender es una bomba atómica colocada en las manos de Adán, y a Dios permitiendo la hiciera explotar, ahogando toda la vida en su misma cuna. ¿Y qué otra cosa viene a ser en estas teorías la permisión del pecado original fuera de una economía reparadora? Porque Dios constituye a Adán en el hombre naturaleza; vincula a su fidelidad todos los dones preternaturales y sobrenaturales de que le ha enriquecido, y permite que los pierda para sí y para todo su linaje sin tener nada previsto respecto a su remedio.
Bien está que haya venido después ese remedio; pero desconcierta el que no estuviera decretado un signo anterior a la permisión de esa catástrofe, cayendo la permisión del pecado de Adán dentro de una economía reparadora.

No creo hayan descubierto los Padres en la catástrofe del Edén tamañas dimensiones. Después de aplicar Orígenes a nuestro linaje la frase bíblica devoravit eos terra, añade:

Nec tamen penitus desperandurn est. Possibile namque est, ut, si forte resipiscat qui devoratus est, rursum possit evomi, sicut Jonas. Sed et omnes nos puto quod aliquando terra devoratos in inferni penetralibus retinebat, et propterea Dominus noster descendit non solum usque ad terras sed usque ad inferiora terrae[2].

En otra parte, tras la afirmación de que peccatis venundati sumus, afirma que Cristo nos rescató del poder de nuestros enemigos y que tamquam suos quidem recepisse, quos creaverat, tantquam alienos autem acquisisse, qui alienum sibi dominum peccando quaesiverat[3].
Es decir, que así como aun entregados a la tiranía del demonio por el pecado en nada pierde Dios su dominio sobre nosotros, así por igual, tras el pecado de origen, seguimos posesión de Cristo, que al rescatarnos recuperará de hecho lo que en derecho le pertenecía.
Puede naufragar el género humano; pero al caer dentro del radio de las actividades de Cristo, no puede perecer sin remedio.
No necesitamos admitir que Dios puso en manos de Adán los supremos destinos de la humanidad, permitiendo esa especie de suicidio colectivo. Lo que no ocurre en el reino de la naturaleza, no hay por qué suponerlo sin necesidad en el reino de la gracia.


2. LA CONDICIÓN DEL HOMBRE DEFECTIBLE Y RECUPERABLE

El Segundo inconveniente que se sigue de colocar la permisión del pecado original fuera de una economía reparadora consiste en que semejante economía contrasta con la condición del hombre naturalmente defectible, pero también naturalmente recuperable.
El libre albedrío del hombre no puede aparecer naturalmente confirmado en el bien. Recoge el Angélico el testimonio de San Agustín a este respecto[4] para decir a continuación:

Inter naturas rationales solus Deus habet liberum arbitrium naturaliter impeccabile et confirmatum in bono; creaturae vero hoc inesse impossibile est propter hoc quod est ex nihilo[5].

Sólo al bien infinito corresponde por naturaleza la fijeza inconmovible en la virtud. Cuantos seres poseen el bien con limitación, en sus ansias de perfección pueden ser atraídos y seducidos por el bien aparente, que en el orden moral equivale al pecado. Al ser formados de la nada, revelan su limitación en la veleidad con que se adhieren al bien, pudiendo en todo momento inclinarse hacia el mal. Se seguirá de aquí que esta potencia habrá de pasar con más o menos frecuencia al acto. La frase de Aristóteles, qui deficere potest, aliquando deficit, la aplica Santo Tomás al caso de la defectibilidad moral del hombre, afirmando: Qui peccare potest, aliquando peccat[6].

El Santo Doctor llega a plantearse la cuestión de utrum aliqua creatura esse possit quae liberum arbitrium habeat confirmatum in bono, respondiendo con resolución:

Nulla creatura est nec esse potest cuius liberum arbitrium sit naturaliter confirmatum in bono, ut hoc ex puris naturalibus conveniat quod peccare non possit[7].

Distributive, no cabe señalar una prueba en la que haya de sucumbir, pero collective, es moral y prácticamente imposible que resista a todas. La distribución de los actos no alcanza a la distribución de las potencias, por cuanto, como esclarece el Padre Beraza, potentia, non aeque se habet respectu cuiusvis actus collectionis[8].
Lo que decimos del orden natural, cabe extenderlo al sobrenatural de la gracia, y aun al orden de la justicia original de nuestro primer padre; desde el momento en que gratia est in anima sicut quaedam forma habens esse completum in se... Forma autem completa est in subiecto secundum conditionem subiecti[9].
Esto no quiere decir que no pueda Dios con su gracia confirmar a una naturaleza humana en el bien. Cabe en ella un principio intrínseco de impecabilidad, como el lumen gloriae de los bienaventurados en el cielo; o un munus gratiae quo ita inclinatur in bonum, quod non de facili possit a bono deflecti[10]; y si a ese munus gratiae se junta —como en el caso de la Santísima Virgen— una protección celestial extrínseca que nunca abandone a la criatura, podrá, no obstante su condición defectible, evitar de hecho todo pecado.
Ninguno de estos dos casos tiene aplicación a la justicia original de Adán. La acumulación de dones naturales, preternaturales y sobrenaturales no absorbían su defectibilidad natural, por lo que su possibilitas peccandi pudo pasar al actus peccati con la facilidad que refleja el texto del Génesis.
Sólo que el principio del Angélico según el cual ad providentiam divinam non pertinet naturam rerum corrumpere sed servare; unde omnia movet secundum suam conditionem[11], en las escuelas occidentales no tiene aquí aplicación. El primer hombre, que tan fácilmente cayó, no podrá en absoluto recuperarse. Lo podría en el orden de la naturaleza, pero no en el de la gracia, en el que ha sido colocado. El principio de que gratia est in subiecto secundum conditionem subiecti, no tiene aplicación en el caso. La condición del sujeto es poder pasar indefinidamente del bien al mal y del mal al bien a lo largo de su existencia terrena. En cambio, Adán ha podido precipitarse en el mal sin posibilidad en absoluto de recuperarse para el bien. A la verdad que el orden de la gracia aparece por demás inadaptado a la condición humana.

Escribe muy oportunamente el Padre Mersch:

"No es el pecado como tal quien reclama la encarnación para su reparación adecuada; es el pecado cometido en el orden de la gracia y de la encarnación. Un pecado que sólo fuera humano, en un orden que no sería sino humano, ¿por qué no podría ser borrado en forma correspondiente a la naturaleza humana por las solas energías humanas? ¿Es que el hombre habrá de ser una criatura tan mal constituida, tan incapaz de resistir a la vida, que quede irremisiblemente perdido por el primer pecado, que ¡ay! tan pronto puede sobrevenir? Nimis periculose vivimus… se lamenta Boson en el Cur Deus homo. A la verdad que en este caso, al crear Dios a los hombres los encamina a la carnicería, y su obra está planeada para asentarse con frecuencia y casi por regla general en el mal antes que en sí misma.
¡Siempre será posible llegar a ser malo siendo bueno, y jamás llegar a ser bueno siendo malo! ¿Cómo descubrir en esta primacía del mal la bondad increada?”[12].

Tal vez parezca demasiado enérgico este lenguaje, pero no cabe negar que en el fondo es muy verdadero. Si Dios creaba al hombre en el estado de naturaleza pura, ponía en su misma esencia la posibilidad de recuperarse. Creado en el estado de naturaleza elevada al orden sobrenatural, lleva en su esencia humana el poder caer, y en la esencia de su gracia el no poder recuperarse. Demasiado duro. Afirma el Angélico que gratia perficit hominem secundum suam naturam[13]. Aquí tenemos una gracia que no se acomoda a la condición natural del hombre, y una providencia que la conmina ante la perspectiva del primer pecado con un trágico morte morieris, sin esperanza de recuperación salvadora.
Se nos dirá que ese pecado reclama para su reparación condigna la encarnación de una persona divina. Muy bien discurre el Padre Mersch al afirmar que en tanto la reclama en cuanto ha sido cometido dentro de la economía de la misma.
Las obras de Dios son perfectas en sus líneas generales. Creó al hombre naturalmente defectible y recuperable. Elevado al orden sobrenatural, si ni en su naturaleza ni en la gracia recibida poseía un principio de recuperación, lo poseía fuera de sí en aquella humanidad deificante que corona, recapitula, sustenta y repara todo lo defectible del linaje en el que ha sido engastada.
El gravísimo inconveniente de una naturaleza defectible, abocada a la caída y sin posibilidades de recuperación, queda salvado con sólo colocar la permisión del pecado original dentro de la economía reparadora en que actualmente se nos ofrece.




[1] Contra Gentes, 2, 44, 1.

[2] Hom. 6 in Exod.; PG 12, 336.

[3] Ib. ib., n. 9, p. 338.

[4] De Civ. Dei, L. 12, c. 1, n. 3: PL 41, 349.

[5] De veritate, q. 24, a. 7.

[6] Contra Gentes, 3, 71.

[7] De veritate, q. 24, a. 8.

[8] Tract. de Gratia n. 265.

[9] III, 63, 5 ad 1.

[10] De veritate, 3, c. 155.

[11] I-II, 10, 4.

[12] Cf. La Theol. du Corp Mystique, 4 edición (París 1954) 305-306.

[13] I, 62, 5.