miércoles, 29 de enero de 2014

La restauración de Israel, por Ramos García (XIII de XIII)

Alguien pensará tal vez que esta misión de Henokh y Elías para resistir al anticristo, más que obra de restauración, es obra de defensa y no deja de tener visos de verdad la observación. Y es que en la misión de Elías hay que distinguir dos períodos, y mejor tal vez dos misiones sucesivas, la primera de Elías sólo para antes de la aparición del anticristo y comienzos del reino anticristiano, y la otra de Henokh y Elías juntos, en las postrimerías del mismo, dicho el reinado de la bestia rediviva (Ap. XI, 7; XIII, 3; XVII, 11). En la primera misión es cuando Elías, como auxiliar extraordinario de entrambas potestades, promueve más propiamente la obra de la restauración universal y en ella la de Israel que es su parte principal; y en la segunda, juntamente con Henokh, continúa y sostiene hasta donde puede su obra restauradora en contra del anticristo; y cuando éste logra apoderarse de los dos y darles muerte, no resta sino esperar el advenimiento o intervención personal de Cristo[1].
La primera misión, esto es, la de Elías solo, está significada en el interludio al sexto sello, que comienza así: Post hæc vidi quatuor angelos stantes super quatuor angulos terræ, tenentes quatuor ventos terræ, ne flarent super terram, neque super mare, neque in ullam arborem. Et vidi alterum angelum (éste sería Elías[2]) ascendentem ab ortu solis, habentem signum Dei vivi: et clamavit voce magna quatuor angelis, quibus datum est nocere terræ et mari, dicens: Nolite nocere terræ, et mari, neque arboribus, quoadusque signemus servos Dei nostri in frontibus eorum, etc. (Ap. VII, 1-3).
La segunda misión, esto es, la de Henokh y Elías juntos, viene significada poco después en el interludio de la sexta trompeta, que comienza de esta manera: Et vidi alium angelum fortem descendentem de cælo amictum nube, et iris in capite ejus, et facies ejus erat ut sol, et pedes ejus tamquam columnæ ignis: et habebat in manu sua libellum apertum: et posuit pedem suum dextrum super mare, sinistrum autem super terram, etc. (Ap. X, 1-11, 14).
Dejando otros pormenores, que sería sabroso declarar[3], este ángel fuerte nos parece el arcángel S. Gabriel (la fortaleza de Dios), quien tiene, como sabemos, el encargo especial de anunciar el misterio evangélico[4]. Sus dos pies significarían cabalmente a estos dos profetas, en plan de portadores obligados del evangélico mensaje según aquello de S. Pablo a los Romanos: Quam speciosi pedes evangelizantium pacem, evangelizantium bona (Rom. X, 15; cf. Is. LII, 7; Nah. I, 15), y el consejo que daba a los Efesios de estar calceati pedes in praeparatione evangelii pacis (Eph. VI, 15), pues según se le muestra luego a S. Juan por medio de visiones y acciones simbólicas, parece se concederá entonces una nueva evangelización a la humanidad descreída: Oportet te iterum prophetare gentibus, et populis, et linguis, et regibus multis (Apoc. X, 11); y esto, como se ve, pertenece todavía de lleno a la obra de la restauración universal. Aparecen seguidamente estos dos profetas predicadores, como testigos abonados de la verdad, la que sostienen a fuerza de milagros, cuales otros apóstoles de Cristo, cuyo oficio más propio es el de ser testigos del misterio cristiano (Lc. XXIV, 28; Act. I, 8.22; II, 32; IV, 33; V, 32; X, 39.42; I Pet. V, 1; Jn. XIX, 35; XXI, 24; I Jn. I, 2; Ap. I, 2.9; al.).
Et cum finierint testimonium suum, bestia quae ascendit de abysso (el anticristo redivivo) faciet adversos eos bellum, el vincet illos, et occidet eos, etc. (Ap. XI, 7).
Con la muerte de estos dos profetas -que así los llama en términos S. Juan (Ap. XI, 10; cf. X, 11; XI, 3.6)- queda la Iglesia destituida de todo auxilio externo y a merced de la furia infernal del anticristo. Algún tiempo antes había desaparecido el gran Caudillo (Ap. XII, 5; cf. Is. XXII, 25), y sido extinguido el orden eclesiástico (Dn. IX, 27; XII, 11; cf. VIII, 10-14); ahora la bestia logra dar muerte a los dos grandes profetas, que parecían invencibles. No queda nadie que pueda resistir eficazmente al anticristo; es tiempo de que Cristo venga o intervenga personalmente para salvar su causa, y lo  hará como canta magníficamente el profeta Isaías:
Vidit Dominus, et malum apparuit in oculis ejus, quia non est judicium. Et vidit quia non est vir, et aporiatus est, quia non est qui occurrat; et salvavit sibi brachium suum, et justitia ejus ipsa confirmavit eum. Indutus est justitia ut lorica, et galea salutis in capite ejus; indutus est vestimentis ultionis, et opertus est quasi pallio zeli: sicut ad vindictam quasi ad retributionem indignationis hostibus suis, etc. (Is. LIX, 15-18; cf. Sap. V, 17 ss).


Conclusión y conclusiones.

No podemos seguir los pasos al héroe divino, que nos llevaría muy lejos, y es fuerza detenerse aquí. Sólo advertiré que no viene todavía a juzgar a los muertos en el juicio  final, sino a establecer y mantener la justicia en la tierra, eliminando de ella las causas externas de toda turbación, comprendidas en el mundo con sus escándalos (Mt. XIII, 41) y el demonio con sus seducciones (Ap. XX, 1-3). Quedan así fuera de combate la gran ramera con sus refinamientos, el anticristo con sus huestes y el dragón con sus satélites y sucede la paz universal en el tercer mundo de que nos habla S. Pedro cuando dice: Novos vero coelos et novam terram, secondum promissa ipsius expectamus, in quibus justitia habitat (II Pet. IV, 13); y la Jerusalén celeste puede aterrizar seguramente, para celebrar entre los hombres sus bodas con el Cordero (Ap. Capítulos XXI y XXII = XIX, 6-10).
Como preoaración próxima a todo este nuevo orden de cosas, preséntase la restauración universal (Act. III, 21), y en ella, como parte primera y principal, la restitución del reino a Israel (Act. I, 6), lo cual implica la hegemonía teocrática de este pueblo sobre todos los demás, según se le tiene cien veces prometido, prerrogativa ésta que él perdió al renegar del Mesías verdadero, y que hallará de nuevo en el Mesías al convertirse sinceramente a Él, entrando como pueblo en la Iglesia católica, la cual, desde ese momento, queda autornáticamente provista y ataviada con el pleno ejercicio no sólo del sacerdocio, que ya tiene, sino también de la realeza, que le traerá Israel; poderes ambos de derecho cristiano positivo, los cuales ella ejercerá por medio de dos distintos vicarios de Cristo, el uno para lo espiritual el otro para lo temporal, con perfecta armonía entre ambos coronados (Zac. VI, 13). Y de esta manera, y no de otra, llegará a ser un hecho la recapitulación de todas las cosas en Cristo (Eph. I, 10) y  la consiguiente evacuación de todo otro poder que no sea el suyo (I Cor. XV, 24.25 cf. VI, 2): Et nunc reges intelligite.
Heredero del dragón rojo, el último anticristo intenta desbaratar ese nuevo y viejo orden de la cosa pública, asentado sobre la doble potestad de Cristo rey y sacérdote, y tras la desaparición del vicario temporal (Ap. XII, 5), perpetra la supresión del vicario espiritual con toda su jerarquía (cf. Dn. IX, 27; XII, 11; al.), y se apresta a dar muerte a sus dos celestes auxiliares, llamados los dos testigos o profetas, obtenida la cual (Ap. XI, 7), ya no resta más que hacer sino que venga Cristo en persona a salvar su obra, haciendo valer los derechos de su soberanía (Ap. XI, 15 ss.). Y, en efecto, Cristo vendrá, o intervendrá, para establecer la justicia en la tierra con el juicio universal o de vivos, y mantenerla luego con el reinado subsiguiente, en que vienen a converger todos los antiguos vaticinios sobre el reino mesiano. Y sólo después de este reinado, que es la última perspectiva de los profetas de Israel, tiene lugar el juicio final o de muertos, cuyo conocimiento es debido a una revelación reciente, genuinamente cristiana y apostólica (Mt. XXV, 31 ss.; Ap. XX, 11 ss.).
Pregúntase, pues, ahora: Al establecer Cristo la justicia en la tierra con el juicio universal, ¿restablecerá también en su puesto a sus dos vicarios teocráticos? Creemos que sí; y si no, nos sería difícil probarlo, pero rebasa el ámbito de nuestro tema. ¿Se quedará, además, Cristo con sus Santos a reinar aqui visiblemente? No hay manera de probarlo, antes hay muchas razones que hacen por la contraria. ¿A qué, si no, el gobierno por vicarios? Amén de que los cuerpos resucitados no son naturalmente visibles a ojo mortal (v. nuestra Summa isagógico-exegetica, II, pág. 280-281). ¿Se quedará acaso invisiblemente, como entre bastidores, o del todo no se quedará porque aun no vino en realidad, sino que intervino solamente? Es cuestión que han de tratar entre sí amigablemente interventistas y adventistas. Lo que nosotros no podemos en manera alguna admitir es el empeño de espiritualizar sobre este tema, y desarticulando las futuras realidades, bien trabadas entre sí por la revelación, decir que unas ya se cumplieron con la primera venida de Cristo, y las que no, que se cumplirán en un juicio final mal pergeñado.
Si con mis observaciones y toques de atención he logrado persuadir sobre este punto a mis lectores, o siquiera hacerles desconfiar de ciertas posiciones, más que falsas, defectuosas, me daré por suficientemente satisfecho.


Santo Domingo de la Calzada, Colegio Mayor de PP. Misioneros,
20 de Mayo de 1946.

JOSÉ RAMOS GARCÍA, C.M.F.





[1] Nota del Blog: ver lo que dijimos más arriba sobre este error.

[2] Nota del Blog: sobre la identidad del ángel ver nuestra opinión ACA.

[3] Según una revelación privada, hecha al Bto. Antonio Maria Claret, ese ángel fuerte sería él mismo, que puso primero el pie derecho en el mar (Canarias y Cuba) y luego el izquierdo en tierra firme (España); y los siete truenos, que a su rugido de él articularon sus voces, serían los misioneros de la Conregación por él fundada (Autobiografía del Bto., parte III, pag. 18). Es una linda acomodación hecha por el mismo Cristo, que certeramente nos orienta acerca del sentido evangélico de todo este pasaje (Ramos García).

[4] Nota del Blog: No nos acordábamos de este pasaje de Ramos García cuando publicamos nuestro ensayo sobre San Gabriel. Sirva, pues, como otro testimonio a su favor.