martes, 24 de diciembre de 2013

La restauración de Israel, por Ramos García (V de XIII)

Diametralmente opuesta a la tesis milenista de los dos juicios es la explicación corriente en teología del juicio único, estilizado en el llamado juicio final, la cual comenzó por ser tímidamente antimilenaria y acabó por ser francamente antimilenista, sin necesidad ninguna, y aun contra toda buena razón, como veremos luego, reconociendo de paso las benemerencias de esta posición.
Ejemplar, en efecto, la oposición de los teólogos a las groserías con que hombres heréticos o despreocupados contaminaron el reino milenario, groserías que los mismos Padres milenarios son los primeros en impugnar. Razonable su actitud, contraria a la presencia visible de Cristo rey y de los Santos correinantes en el reino, origen de tantas fantasías, que ni aún algunos Santos acertaron a esquivar. Digna de respeto su opinión en declararse, si así les place, contra toda clase de presencia, sea visible o invisible, de Cristo y de los Santos en el reino, traduciendo oportunamente el adventus personal en un mero interventus providencial, según un modo de hablar no extraño a la Escritura. A la verdad, son innumerables los casos en que el sagrado texto describe un mero interventus divino como un verdadero adventus (parusía) del Señor con todos los caracteres de la parusía escatológica. Vayan algunos ejemplos: Tenéis un caso típico en el Salmo XVII, donde David describe el interventus divino en su favor como un verdadero adventus de estilo escatológico: Commota est, et contremuit terra; fundamenta montium conturbata sunt, et commota sunt: quoniam iratus est eis. Ascendit fumus in ira ejus, et ignis a facie ejus exarsit; carbones succensi sunt ab eo. Inclinavit cælos, et descendit, et caligo sub pedibus ejus. Et ascendit super cherubim, et volavit; volavit super pennas ventorum… Misit de summo, et accepit me; et assumpsit me de aquis multis. (Ps. XVII, 8-11.17[1]).
Del mismo tipo es la decripción dada por Isaías del interventus divino en Egipto: Ecce Dominus ascendet super nubem levem et ingredietur in Aegyptum et commovebuntur simulacra Aegypti a facie ejus (Is. XIX, 1[2]). Descripciones semejantes del interventus proyidencial bajo la imagen del adventus personal las hallaréis por doquier en la Escritura, en Isaías, Sofonías, etc.
Para defender la pureza de la verdad revelada, esto pudo y debió bastar a los teólogos, sin empeñarse, contra toda probabilidad, en negar la existencia misma del futuro pacífico milenio, desarticulando y dislocando lo que está bien articulado en la Escritura, es a saber, que Cristo ha de venir (o intervenir), para establecer la justicia entre los vivos con el juicio universal de las naciones y mantener luego esa justicia con el reino subsiguiente, y como secuela de la justicia social, la paz y el honesto bienestar común, tantas veces anunciado y prometido.

No nos quieran convencer, por Dios, que Cristo ha derrocado ya al Anticristo, y con él y antes de él a la gran ramera, su aliada; que con ella y con él fué ya aherrojado en el abismo Satán y sus satélites, para que no seduzcan más a las naciones; que despejado el campo de todo peligro inquietante, Cristo reina ya en paz con sus Santos en este bendito suelo, es decir, que la Jerusalén celeste ha bajado ya a establecerse entre los hombres, para celebrar sus místicas bodas con el Cordero divino; y que eso es, un festín de bodas, el actual estadio de la Iglesia de Cristo, realización cumplida del reino mesiano. Y es así que ya el Señor ha destruido en todo el mundo los carros y pertrechos de guerra, y es un hecho el desarme universal, y los hombres convierten las armas en instrumentos pacíficos, y no se ejercitan más en el arte de guerrear. Ya la paz social es una realidad consoladora, y el lobo mora en paz con el cordero, y el becerro se acuesta sin miedo al lado del león que ha olvidado sus costumbres sanguinarias.
Todas estas cosas y otras muchas más, que anunciaron claramente los profetas para los tiempos mesianos, hanse ya cumplido plenamente, y no hay más que pedir ni que esperar en este lugar de destierro y valle de lágrimas. Quien otra cosa espera judaíza, por seguir la letra que mata y no el espíritu que vivifica. La Iglesia continuará siempre clavada con Cristo en la Cruz; ésa es su herencia en este suelo; ésa su dote nupcial; ésas, en fin, son aquí sus bodas, y ésas las de sus hijos; que no ha de ser el discípulo de mejor condición que su Maestro. Olvidan estos tales que Cristo, después de su Pasión, se tomó en este nuestro suelo sus buenos cuarenta días de bien merecido refrigerio en compañía de sus amados discípulos, y que las oraciones y gemidos de la Iglesia no  pueden dejar de ser oídos. Lo que con eso consiguen estos espiritualistas a ultranza es el desprestigio de las profecías, y que se las oiga leer con la mayor indiferencia, como a cosa vacía de sentido, o de una tautología insoportable, cuando son en realidad la parte más primorosa de la revelación divina[3].
Concretando más los inconvenientes de arrancar de su lugar la dovela central del sistema milenista, que es el lapso de tiempo entre ambos juicios, observo que, como consecuencia, éstos se confunden en un solo juicio final de atributos encontrados, ya que ha de ser a la vez de vivos y de muertos, social e individual, con asesores y sin ellos. Bien es verdad que echando mano del fácil recurso de la alegoría, toman los vivos por justos y los muertos por pecadores; pero el recurso es improcedente, tratándose de fórmulas dogmáticas, y no remedia más que en parte los dichos inconvenientes.
El juicio único, así considerado, es en puridad, el juicio universal de muertos, apenas recordado en la Escritura, pues sólo se habla de él en dos lugares del Nuevo Testamento, mientras del juicio universal de vivos hay descripciones y alusiones por doquier, principalmente en el final de los sellos, trompetas y copas apocalípticas, en el discurso escatológico del Señor y en los oráculos de los antiguos Profetas de Israel, que ignoran, por el contrario, el hoy para nosotros familiar juicio final.
Cuantas veces los Apóstoles aluden al cumplimiento perfecto de las antiguas profecías, se refieren al juicio universal de vivos y reinado mesiano subsiguiente, término final de la perspectiva profética del Antiguo Testamento. El juicio final, o juicio universal de muertos, único que tienen en vista esos autores, se debe a una revelación novísima, consignada en solos dos lugares, el Evangelio de S. Mateo (XXV, 31 ss.[4]) y el Apocalipsis de S. Juan (Ap. XX, 11 ss.).


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Y al juzgar así de ciertas opiniones teológicas, no creemos meter la hoz en mies ajena, pues les concedemos de buen grado a los teólogos que esas sus opiniones pueden ser teológicamente verdaderas, y sólo exegéticamente las damos por erróneas o dudosas. Cuanto, en efecto, afirman de positivo sobre su único juicio final es teo-lógicamente verdadero, ya que coincide, o quieren que coincida, con lo que la Escritura nos dice del universal juicio de muertos, pero creemos que yerran exegéticamente al querer refundir en ese único juicio el otro juicio universal, anterior a él, que es el de vivos, y del que están llenas las páginas sagradas; lo cual procede de otro error exegético, que es el haber suprimido el lapso de tiempo que separa a ambos juicios entre sí. Asimismo puede pasar por teológicamente cierto cuanto enseñan de la Iglesia de Cristo en su estadio presente con su paz y serenidad interna imperturbable, mas juzgamos exegéticamente erróneo el encuadrar de cualquier modo en ese estadio los vaticinios mesianos sobre el reino, los cuales literalmente se refieren a un estadio ulterior de paz externa, circunscrito por entrambos juicios. Igualmente puede darse pór teológicamente verdadero cuanto enseñan sobre la resurrección espiritual, ya se la tome como el tránsito del pecado a la gracia, o de la gracia a la gloria, o bien a una posición de privilegio dentro de la misma gloria; pero es exegéticamente discutible que sea precisamente eso lo que signifique el entronizamiento de las almas escogidas, dicha (el entronizamiento) resurrección primera, de que nos habla S. Juan en el Apocalipsis a propósito del reino milenario (Ap. XX, 4-6; cf. I Thes. IV, 14-16; al.). Finalmente, es asimismo teológicamente cierto cuanto con S. Agustín afirman y documentan sobre la prisión de Satanás por Cristo Redentor, pero es exegéticamente erróneo el decir que ésa, y no otra, es la prisión del dragón apocalíptico por el ángel, como comienzo y razón del pacífico milenio (Ap. XX, 1.2.7), pues la prisión de que nos habla S. Agustín es muy precaria y harto relativa, perfectamente compatible con la girovagancia maleante del demonio, mientras la prisión de que nos habla S. Juan es absoluta, y excluye positivamente entrambas cosas. Por eso la santa Iglesia, que no funda su fe en humanas opiniones, ruega insistentemente a S. Miguel ut Satanam aliosque spiritus malignos, qui ad perditionem, animarum pervagantur in mundo divina virtute, in infernum detrudat. Esta súplica de la Iglesia prueba dos cosas: primera, que Satanás sigue suelto todavía; segunda, que algún día será atado, como ella pide, pues no puede dejar de ser oída.
A la eliminación de Satanás (Ap. cap. XX) ha precedido la del Anticristo con sus huestes (Ap. cap. XIX), y a la de éste, la de la gran ramera su aliada (Ap. cap. XVII y XVIII), es decir, que de los tres enemigos del hombre, quedan eliminados los dos externos, que son el mundo con sus escándalos (Mt. XIII, 41; cf. XVIII, 7) y el demonio con sus seducciones (Ap. XX, 3; cf. XII, 7), siguiendo en vigor sólo el interno, esto es, la carne, que acompañará al hombre hasta la sepultura; y en esto erró gravemente el Dr. Rohling, pues sostenía la eliminación conjunta de este tercer enemigo y por eso fue justamente condenado por el S. O. (v. Hetzenauer, Exegesis Ap. ad usum priv., Romae, 1914; pág. 384).
Puestos fuera de combate los dos enemigos externos del hombre, es consiguiente que suceda en el mundo la paz externa de la sociedad humana, continuando, sin embargo, en cada uno la lucha interna por la virtud, aunque muy favorecida y facilitada por el nuevo ambiente. Es esto una manera de redención escatológica, debida como la histórica a los méritos de Cristo, admitida la cual se explican fácilmente un buen número de textos apostólicos, que miran la redención como una cosa futura, entre ellos aquel paso del discurso escatológico del Señor según S. Lucas, que tanto embarazaba a algunos exégetas: His autem fieri incipientibus respicite et levate capita vestra, quoniam appropinquat redemptio vestra; y variando un poco la frase, dice luego: Ita el vos, cum videritis haec fieri, scitote quoniam prope est regnum Dei (Lc. XXI, 28.31). Ese reino de Dios, de que aquí habla, no es la Iglesia en su primer estadio, en que ejerce sólo el sacerdocio de Cristo, sino la misma Iglesia en un estadio ulterior en que recibirá además en dote su realeza.
Distinguimos, pues, en la Iglesia dos estadios o etapas sucesivas, la una histórica (llamémosla así), que corre hasta el juicio universal de las naciones, y la otra escatológica, que va desde este juicio universal de vivos hasta el juicio universal de muertos, llamado también juicio final. Cada etapa tiene su meta propia. La meta de la primera etapa es el juicio universal de vivos, o simplemente juicio universal; la meta de la segunda etapa es el juicio universal de muertos, o más sencillamente juicio final. Con este esquema histórico-escatológico a la vista encuadraréis fácilmente cualquier vaticinio mesiano tanto del Viejo como del Nuevo Testamento. Sin él os haréis un lío, y las profecías serán para vosotros una madeja inextricable, cuyos hilos no desenreda, sino corta, el espiritualismo alegorista.
Al final de la primera etapa, ¿viene Cristo con sus Santos en persona, siquiera sea invisiblemente o sólo interviene providencialmente, para asegurar eficazmente en el mundo la justicia con el juicio universal y reinado subsiguiente? Es cuestión que han de ventilar entre sí amigablemente interventistas y adventistas. Lo que a nosotros aquí nos interesa es la afirmación de la segunda etapa, o sea del pacífico milenio, como lapso de tiempo determinado o indeterminado entre el juicio universal (de vivos) y el juicio final (de muertos), adonde vengan a converger los grandes vaticinios y esperanzas sobre el reino mesiano, que a tenor de lo expuesto no se cumplen, ni se cumplirán, al menos plenamente, en la presente etapa de la Iglesia. Causas semejantes traen siempre aparejados efectos semejantes.


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Por el solo hecho de admitir la existencia futura del milenio apocalíptico, sin prejuzgar nada en concreto acerca de su esencia, llamamos a este sistema milenismo. Ni hay en esto, tal vez, otra  novedad que la del nombre, pues no son raros los intérpretes, aun fuera del campo milenario, que con C. Alápide (in Dan. cap VII) y Allioli (in Ap. cap. XX) admiten un lapso de tiempo no pequeño entre la muerte del Anticristo y el juicio final; y eso es cabalmente lo que hacemos también aquí nosotros. Si todavía el nombre de milenismo desasosiega a alguno, suscitando en él la idea del milenarismo histórico, vea lo que en su Retórica, cap. 4, dice Aristóteles, poniendo ejemplo en la nariz humana, es a saber, que tal variación se puede introducir en lo romo o aguileño de ella, que la nariz deje de ser nariz, sic nasum afficiant, ut ne nasus quidem esse videatur. Y ése es aquí nuestro caso.
Por consiguiente, nadie quiera pensar que nuestro milenismo no es más que un milenarismo disfrazado; algo así como un lazo para cazar incautos; un puente por do hacer pasar fácilmente del antimilenarismo teológico al milenarismo histórico. Yo concedo de buen grado que nuestro milenismo es un puente, pero un puente como todos los demás, como el internacional sobre el Bidasoa, por ejemplo, que lo mismo sirve para pasar de España a Francia que de Francia a España. Os puedo asegurar, sin temor de equivocarme, que más de un milenarista de cepa se ha de ver desagradablemente sorprendido ante la desconcertante ecuación del adventus-interventus, que él no se esperaba, y que parece trastornar todas sus concepciones milenarias[5].
Y con esto damos por terminada la exposición del esquema escatológico que a tenor de un literalismo sano era necesario esbozar siquiera, para poder encuadrar debidamente la restauración nacional de Israel, de que diremos ahora. Bien veo que la exposición ha sido muy breve, mas para ilustrados lectores juzgo muy suficiente lo apuntado: intelligenti pauca.



[1] Nota del Blog: Este Salmo es, al igual que todos los demás, claramente escatológico. Aquí se narran las peripecias de la huída de Israel hacia el desierto (cfr. Apoc. XII), por ejemplo comparar:

1) El v. 5olas de muertes me rodeaban, me alarmaban torrentes de iniquidad” con lo que se dice en Apoc. XII, 15 s: “Y la serpiente arrojó de su boca en pos de la Mujer agua como un río, para que ella fuese arrastrada por el río. Y la tierra ayudó a la Mujer, y la tierra abrió su boca y sorbióse el río que el dragón había arrojado de su boca”.

2) El v. 7 habla de la “angustia”, término quasi técnico a través de todos los salmos y profetas en lo cual se narra la persecución de Satanás y la huída al desierto por parte de la Mujer. Las citas podrían multiplicarse casi hasta el infinito.

3) Los v. 8-11 bien podrían ser una narración de la Parusía y la consiguiente destrucción de los enemigos.

4) El resto del Salmo parece una descirpción más detallada de la huída al desierto y la posterior supremacía de Israel por sobre las naciones durante el milenio.

[2] Nota del Blog: Sea. No negamos el principio del autor. Sólo que nos parece que los ejemplos no terminan de convencer. Este “oráculo contra Egipto” es claramente escatológico y se refiere a “aquel día”, es decir a “el día del Señor”, vale decir, a los sucesos inmediatamente anteriores y posteriores a la segunda Venida.

[3] Nota del Blog: Poco se puede agregar a estos dos últimos párrafos, de una claridad meridiana. El peligro de espiritualizar las Escrituras no es más que vaciar las profecías de todo contenido real y por consiguiente, hacerlas tediosas para el simple Católico, cuando en realidad son una parte riquísima y extremadamente actual a la cual es preciso recurrir en estos dificilísimos tiempos. ¡Quiera Dios que esta advertencia de Ramos García no caiga en oídos sordos!

[4] Nota del Blog: recordar lo que dijimos más arriba al respecto.

[5] Nota del Blog: el autor nos parece demasiado optimista con su teoría.