lunes, 23 de diciembre de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Cuarta Parte: Escatología, cap. VI

Nota del Blog: el interesantísimo capítulo V "El Problema judío a la luz de la Sagrada Escritura" ya había sido publicado con anterioridad AQUI.

ANTICREACION

Meditación apocalíptica sobre la bomba atómica.

I

La bomba atómica parece ser un fenómeno del Apocalipsis opuesto al primer capítulo del Génesis.
No solamente es, como las otras y más que ellas, arma de destrucción, y en tal sentido resulta un instrumento del mal y del rencor contrario a la caridad entre los hombres, sino que constituye también, en sí misma, un producto de la disgregación y desintegración, o sea de Anticreación.
Dios, al crear ex nihilo, con la omnipotencia de su palabra, encerró la fuerza en la materia, según lo descubrieron los físicos. Ahora esa energía cambia el signo, y, en vez de congregar, disgrega. Y al disgregar produce la más increíble fuerza de destrucción. Cristo, el Verbo, "por quien fueron hechas todas las cosas" (Rom. I, 5) podría aplicarle su palabra: "El que no recoge conmigo, dispersa" (Luc. XI, 23).
En la naturaleza, aunque caída mal de su grado junto con el hombre (Rom. VIII, 20 ss.), y en la tierra, aún maldita a causa del pecado, subsiste en la esencia misma de las cosas ese principio de atracción que es la cohesión de los átomos, sin la cual nada podría existir. Las cosas parece que se aman en cierta manera, decía San Agustín. Y he aquí que ahora hemos llegado a destruir ese principio, que llamaríamos vital de la materia. Antes se descubrió la destrucción de la vida, y no ya sólo en los actos de guerra, imitación perfeccionada de Caín y fruto de rivalidad como los de éste, sino la supresión de la vida humana en su mismo germen, gracias al anticoncepcionalismo neomaltusiano, que hoy ya parece una virtud social a fuerza de difundido y confesado sin rubor, y que permite deshacerse de los hijos que Dios manda, sin necesidad de arrojarlos al fuego de Moloc (cfr. Lev. XX, 1 ss.). Pero recordemos, en honor de aquellos idólatras, que esto lo hacían con la idea de purificarlos, no de suprimirlos (cfr. Deut. XVIII, 10).


II

Volviendo a la bomba atómica, observamos que más bien podría llamarse antiatómica, porque la voz griega a-tomos quiere decir precisamente lo que no se puede dividir, y he aquí que ahora no sólo se lo divide, sino que se lo desintegra, para que, a su vez, sea la mayor fuerza de destrucción y devastación. Se la ha definido solemnemente como "la dominación del poder básico del universo, la fuerza de la cual el sol extrae su poder".
Según esto, el descubrimiento no sería menor que la realización del mito de Prometeo, quien intentó robar el fuego del cielo. Pero subsiste la diferencia fundamental en el terreno del espíritu, y es que la bomba, manejada por el hombre, trae la muerte, en tanto que el sol, manejado por el Creador, trae la vida. La Biblia lo llama "ese admirable instrumento, obra del Excelso. . . una fragua que se mantiene encendida para las labores que piden fuego muy ardiente” (Ecli. XLIII, 2 s.). Y dice también que “no hay quien se esconda de su calor" (Salmo XVIII, 7).
No dudamos que, en cuanto al progreso industrial, el asombroso invento podrá brindar en el tamaño de un dedal, energía suficiente para que una locomotora dé varias veces la vuelta al mundo. Pero no podernos menos de recordar las palabras de León Bloy que ante otra gran conquista de la ciencia: el avión (que es quien hoy arroja las bombas), trató de imbécil a un escritor que veía en ello el triunfo de la fraternidad que suprimiría las fronteras entre las naciones, y previó claramente —aunque no en todo su horror— que los hombres harían todo lo contrario y convertirían el avión en el más mortífero auxiliar de la guerra. Los acontecimientos han justificado el pesimismo de Bloy, como lo muestran las ciudades destruidas en el corazón de la cultura europea.


III

Aunque hoy pudiéramos prescindir del momento histórico candente de pasiones, en que aparece el nuevo invento, sirva tal antecedente para no soñar que el poder de la bomba, por ser tan grande, hará imposible las guerras. El Apocalipsis que es muy poco "humanista" porque es totalmente "divinista", nos muestra varias veces que los hombres sufrirán las plagas más atroces, pero no cambiarán, porque “el resto de los hombres, los que no fueron muertos con esas plagas, ni aún así se arrepintieron de las obras de sus manos... ni de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus latrocinios" (Apoc. IX, 20 s.); "y se mordían de dolor las lenguas y blasfemaron del Dios del cielo a causa de sus dolores y de sus heridas, mas no se arrepintieron de sus obras" (ibid. XVI, 10 s.).
La filosofía materialista no podrá menos de batir palmas ante este tiempo de la materia vivificada en energía. Pero es energía de muerte. También Satanás es un gran poder, y su agente, el Anticristo, hará toda clase de milagros y falsos prodigios para engañar "a los que se pierden por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos" (II Tes. II, 9 s.).

Aparentemente podría significar un progreso de la materia inerte, esta monstruosa transformación en energía, que es más que un supervolátil. Pero no es, en manera alguna, una espiritualización de la materia, un triunfo del espíritu sobre la carne según lo que enseña la Escritura. Es un fenómeno que no sólo se mantiene en el puro orden físico, sino que, aun como tal, tiene ese sello terrible de anticreación, como si fuera, a manera de la rebelión de los ángeles, un supremo esfuerzo nihilista del Anti-Dios para que el mundo dejase de ser como Dios lo hizo.