miércoles, 20 de noviembre de 2013

Las LXX Semanas de Daniel, IV. Las Diversas Teorías (I de II)

I Parte

A fin de poder continuar con nuestro estudio, y a pesar que por lo dicho ya se puede ver o por lo menos intuir nuestra posición, nos parece que lo mejor será hacer un breve repaso por las diversas interpretaciones que se le han dado a esta profecía, para poder pasar luego al análisis de las mismas. Creemos que de esta forma se apreciarán mejor nuestros argumentos.
Con respecto a las interpretaciones que los exégetas le han dado a esta dificilísima profecía, lo mejor será dejar hablar a Mons. Straubinger, que en su comentario al versículo 27 trae esta larga nota[1]:

“Las interpretaciones se dividen en tres grupos: la tradicional, la moderna y la escatológica, la cual también pretende fundarse en la tradición.

1) Del grupo moderno, que ve el fin histórico de esta profecía cumplida ya en la época de los Macabeos (cf. nota v. 26, final), tomamos como ejemplo la interpretación de Nácar-Colunga, que dice: “Queda una semana que va desde la muerte de Onías hasta la de Antíoco (164). Esta semana será de persecución, la cual el intérprete (el ángel) divide en dos mitades, por la supresión del sacrificio perpetuo, realizada por Antíoco IV en 168 y que duró tres años. La salud Mesiánica vendrá después, pero tampoco inmediatamente después, como acaece en los demás profetas. El número de años de cada grupo no se ajusta matemáticamente a los años de la historia, pero téngase en cuenta que Daniel es un profeta, no un historiador, y aún en estos últimos cabrían tales aproximaciones (véase Jer. XXV, 11 s.; XXIX, 10)”.

2) Los defensores de la interpretación tradicional dicen: por la muerte de Cristo se consumará el pacto con muchos, no con todos, pues no todos van a convertirse inmediatamente a la doctrina de Cristo. Y cesarán los sacrificios, lo que significa que el culto del Antiguo Testamento será sustituído por el verdadero sacrificio expiatorio de Cristo. El Templo será destruido y profanado. Las palabras abominación desoladora (Vulgata: abominación de la desolación) se refieren, según los intérpretes antiguos, al ídolo de Júpiter que erigió Antíoco Epífanes (cfr. I Mac. I, 57) o a la imagen del César con que Pilato profanó el Templo o a una profanación semejante”.


Hasta aquí las dos primeras opiniones. Antes de pasar a la tercera, Straubinger se detiene un poco en “la abominación de la desolación”:

A este pasaje alude Jesús en su gran discurso escatológico (Mt. XXIV, 15), enseñando que volverá a cumplirse en los tiempos que Él anuncia. De ahí que no todos los Padres apliquen esta profecía a la destrucción de Jerusalén, sino más bien a los tiempos del fin. El mismo Doctor Máximo admite que puede tratarse del Anticristo, lo que, entre otros, sostienen San Hipólito, San Cirilo de Jerusalén y San Atanasio. Algunos Padres creen que en los últimos tiempos los judíos edificarán un nuevo templo en Jerusalén, que sería objeto de esa desolación por un falso Mesías, el Anticristo”.

3) Entre los modernos esta tesis escatológica ha sido defendida por Caballero Sánchez en su libro “La Profecía  de las 70 Semanas”, Madrid, Edit. Luz, 1946. Apoyándose principalmente en las palabras de Jesucristo, quien combina este verso con los acontecimientos del fin (Mt XXIV, 16-21; Lc. XXI, 20.24.28-31[2]), resume dicho autor sus puntos de vista en las siguientes palabras (pag. 115): “Las 70 semanas son tiempo judíos y… deben necesariamente interrumpirse durante los tiempos de la evacuación del Ungido y arriendo de la viña (de Israel) a otras gentes. Se reanudarán cuando, convirtiéndose a Cristo, las ramas naturales sean reinjertas en su Olivo propio. Cesa entonces la evacuación de Israel. Vuelve el hijo pródigo (el pueblo judío) a la casa paterna… Cesa también entonces el arriendo de la viña a otras gentes. Jerusalén vuelve a ser la capital religiosa de la comunidad y corre la última semana. Semana escatológica en que se atan los cabos de los siglos: siglo presente: tiempo de los gentiles; siglo futuro: era del Emanuel. Semana escatológica, la del supremo combate: guerra destructora, culto abominable, magna tribulación por un lado, y por el otro, formación del bloque anticristo, estruendosa victoria de la cuarta bestia, “pueblo invasor” de Palestina y apoteosis de su jefe. Semana escatológica que se clausura con la tempestad divina, que limpia definitivamente la tierra del Emanuel para que allí resplandezca el nuevo orden del reino de Dios, gloria de Israel”.

Estas son, básicamente, las tres posturas.


Comencemos analizando primero la que aplica toda la profecía a los tiempos Macabeos.

a) En cuanto a la fecha del comienzo de la profecía, por fuerza están obligados a hacerla comenzar antes del 445 y generalmente toman o las palabras del ángel (539 a.C.) o el decreto de Ciro (538 a.C.) como fecha de partida. Pero ya dijimos AQUI que esto es imposible. 

b) Aún suponiendo que comience con alguna de estas dos opciones, sin embargo los años tampoco coinciden ya que la septuagésima semana, según estos autores, comenzó en el año 171-170 a.C. Ahora bien, si a esta fecha le sumamos las 69 semanas nos da un total de 483 años, los cuales, como veremos más adelante, pueden ser medidos en tres formas diversas: lunares (354 días), solares (365 días) o proféticos (360 días). En cualquier caso la profecía termina siendo falsa ya que tendríamos, años más, años menos, el año 638, 653 o 646 respectivamente. Fecha muy lejana al 538.
No entendemos cómo esta simple aritmética no hizo ver a grandes autores la imposibilidad de su exégesis.

c) Cuando Nácar-Colunga dicen: “La salud Mesiánica vendrá después, pero tampoco inmediatamente después, como acaece en los demás profetas”, ¿en qué se basan para decir que no viene inmediatamente después? ¿Cuál es la causa de la suspensión?

d) Además, y como si fuera poco, no vemos cómo salvar la divina inspiración y la veracidad de Dios después de estas palabras: “El número de años de cada grupo no se ajusta matemáticamente a los años de la historia, pero téngase en cuenta que Daniel es un profeta, no un historiador (?), y aún en estos últimos cabrían tales aproximaciones (véase Jer. XXV, 11 s.; XXIX, 10[3])”.
Lo que puede una mala exégesis. Realmente esto parece una burla al Texto Sacro. Con esta clase de exégesis podemos hacerle decir a Dios lo que nos plazca. ¡Exulta Loisy!

e) Tampoco se salva la exégesis si se quiere argüir en base a la figura del tipo-antitipo, es decir, afirmar que lo que sucedió bajo los Macabeos era un tipo de la liberación que traería el Mesías, etc.[4], primero porque esto no resuelve nada, además del hecho de que no es así como funciona el tipo y el antitipo, y por si fuera poco, no hay un solo argumento a favor para defender esto si no es el hecho de que ésta intenta aparecer como una honrosa escapatoria a los argumentos arriba dados que muestran la imposibilidad de aplicarlos a la época de los Macabeos.

f) Nuestro Señor en el discurso Parusíaco citó a Daniel IX, 27 como un evento todavía futuro. Ergo no había tenido lugar todavía.

No son menores las dificultades a la segunda opción, es decir, aquellos que ven realizados todas estas profecías con la primera Venida.

a) Si bien esta teoría puede comenzar con el edicto de Artajerjes I el año 445 (o 453, según otros autores), sin embargo choca en la aplicación ya que el pacto con muchos no puede tratarse de la muerte de Cristo dado que el pacto del que habla Daniel dura solamente siete años, tras los cuales vienen los bienes anunciados en el v. 24.

b) Tres años y medios después de la muerte de Cristo tiene que haber tenido lugar la abominación de la desolación en el lugar Santo. Ni siquiera la historia profana registra ningún hecho de importancia en esos años.

c) La abominación de la desolación no puede haber sido ni la de Antíoco Epífanes (ver todo lo dicho en la crítica a la primera opinión), ni la imagen del César con que Pilatos profanó el Templo.
Dejemos hablar a Maldonado que, in Mt. XXIV, 15 dice:

“Más dificultad supone concretar la abominación a que alude aquí CristoJerónimo, además de esta opinión[5], cita otras dos, que cree igualmente probables. Una que afirma ser la imagen del César, que Pilatos ordenó se colocase en el templo, dicha abominación; y la otra, la de Adriano, que se mandó poner en aquel sitio. Ninguna de las dos sentencias me parece probable a mí. Porque la imagen del César no la puso Pilatos en el templo, sino sólo la introdujo en la ciudad y de noche, clandestinamente; y se trataba únicamente de las insignias militares, que apenas estuvieron en Jerusalén unos días, porque Pilatos, vencido de las plegarias de los judíos, las mandó quitar, según Josefo dice. Además cuando esto sucedió, todavía Cristo no había tenido el presente discurso; no pudo, pues, el Maestro llamar a aquellas figuras la abominación. Mucho menos a la estatua de Adriano, cuya erección fue muy posterior a la destrucción de Jerusalén. Habla, pues, Cristo de otra abominación…”.

Contundente. Nada para agregar.

d) Tampoco sirve afirmar que la abominación de la desolación fue la muerte de Cristo y esto por varias razones:

- Tres años y medio antes tiene que haber tenido lugar el pacto con muchos. Lo único que puede equipararse a esto es el comienzo de la vida pública de Nuestro Señor (y para esto hay que suponer que hubo cuatro Pascuas, quod demonstrndum est), pero por lo general los autores afirman que Nuestro Señor fue bautizado en enero (sentencia común en los Padres Griegos), con lo cual tendríamos una duración de su vida pública en tres años y unos tres meses.

- La cesación de los sacrificios y la oblación se presenta como algo malo. Oñate, en su conocido trabajo exegético sobre el discurso Parusíaco, dice lo siguiente:
“En los cuatro lugares supra citados[6] se puede ver que la abominación de la desolación sucede después de haberse hecho cesar el sacrificio perenne o el sacrificio y la oblación, como si la abominación fuese la consumación de este acto”.[7]

- Nuestro Señor manda a sus discípulos huir cuando vean la Abominación de la desolación, pero nadie pretenderá que la huída y abandono de diez de los once Apóstoles haya sido algo laudable mientras que lo de San Juan al pie de la Cruz haya sido vituperable.

El lector atento podrá encontrar numerosas razones más con un poco de esfuerzo, pero con lo dicho nos parece más que suficiente.

Esto basta para combatir las dos primeras posturas. En el siguiente artículo analizaremos la tercera de las teorías.

Vale!





  [1] La división del texto (punto aparte, etc.) es nuestra.

  [2] Recordar lo que hemos dicho al respecto en nuestra serie dedicada alDiscurso Parusíaco.

  [3] Sobre estos pasajes de Jeremías ya hablamos en otra oportunidad AQUI

  [4] No es así como funciona la figura del tipo y antitipo. En general se dan como ejemplos désto: el discurso Parusíaco (ruina de Jerusalén y del fin de siglo), el Apocalipsis (persecución de los emperadores romanos como figura de la del Anticristo), ruina de Babilonia, y la Virgen de Isaías VII.
  Del primero hemos dicho que parte de un falso supuesto, que es el hecho de que se trata de un solo discurso.
  Sobre el Apocalipsis negamos absolutamente toda referencia basada a las persecuciones romanas, por varias razones, entre ellas porque lo que hace San Juan es simplemente describir todo lo que ve y todo lo que se le muestra, lo cual está relacionado con “el día del Señor”. La única referencia que vemos en el Apocalipsis a las persecuciones romanas es una profecía en la Iglesia de Esmirna. Del tipo y antitipo ni una palabra.
  Con respecto a Babilonia, lo que hay, en líneas generales, por parte de los exégetas, es una confusión entre la toma de Babilonia por los persas y la caída o destrucción de Babilonia, y cuando el texto protesta la violencia que se le hace al aplicar esas profecías a la toma de Babilonia por Ciro, utilizan el comodín del tipo y antitipo. Floja defensa que se repite una y otra vez en los tres ejemplos dados.
  Nos está quedando la de la doncella/Virgen que da a luz. Sobre esto, y a la espera de un estudio más profundo, lo único que diremos por ahora es que las interpretaciones varían de tal forma que no todos aplican aquí esta figura bíblica.
  Sirva esto como resumen a lo que sería la segunda parte de “Derribando Mitos”.

  [5] Se refiere a la que ve en la Abominación al Anticristo.

  [6] Dn. VIII, 13; IX, 27; XI, 31 y XII, 11.

  [7] “Así Segarra, Greg. 19 (1938), 360. Cf. Ceuppens, De Prophetiis messianicis in A. Testamento, pag. 503.” Oñate: “El Reino de Dios ¿tema del discurso escatológico?”, Estudios Bíblicos 1944-1945.