jueves, 28 de noviembre de 2013

La restauración de Israel, por Ramos García (I de XIII)

   Nota del Blog: Sinceramente esperamos que después de la publicación deste extenso e interesantísimo artículo cesarán de una vez por todas aquellas afirmaciones completamente falsas que hablan de una condena indiscriminada de toda clase de Milenarismo. Decimos esto porque el presente trabajo, escrito después del decreto del ´44 (de hecho el autor lo cita), da como una opinión perfectamente válida y posible, no sólo un reinado de Cristo presente durante el Milenio, sino lo que es más llamativo todavía, de una presencia visible. Si bien el autor tiene una teoría particular al respecto, no por eso condena la otra postura.
   Tanto el autor como la Revista en que fué publicado son reconocidos por su ortodoxia e integrismo. En la Revista Estudios Bíblicos escribían los principales exégetas españoles de los años 40 y 50: Bover (conocido antimilenarista), Nacar, Enciso, Muñoz Iglesias, Orbiso Teófilo, Turrado, Gonzalez Ruiz, Peinador, etc. etc.

La restauración de Israel

(Act. I, 4-8)

Autor: José Ramos García, C.M.F.

Fuente: Estudios Bíblicos, volumen VIII, año 1949, pp 75 ss.


INTRODUCCIÓN

Se Precisa el asunto de este estudio

Hay un pasaje en los Hechos de los Apóstoles que contiene las últimas recomendaciones del Señor a sus discípulos. Suena así en nuestra Vulgata: Et convescens, præcepit eis ab Jerosolymis ne discederent, sed exspectarent promissionem Patris, quam audistis (inquit) per os meum: quia Joannes quidem baptizavit aqua, vos autem baptizabimini Spiritu Sancto non post multos hos dies. Igitur qui convenerant, interrogabant eum, dicentes: Domine, si in tempore hoc restitues regnum Israël? (gr. τῷ Isr.) Dixit autem eis: Non est vestrum nosse tempora vel momenta quæ Pater posuit in sua potestate: sed accipietis virtutem supervenientis Spiritus Sancti in vos, et eritis mihi testes in Jerusalem, et in omni Judæa, et Samaria, et usque ad ultimum terræ. (Act., I, 4-8; cf. III, 20.21).
El texto, que nos hemos propuesto iluminar, es de suma importancia, entre otras razones, porque en él se contienen las postreras palabras del Señor—Domini verba suprema (Bover)—, y en ellas se le promete por última vez a la Iglesia la efusión del Espíritu Santo, que el Señor le cumplió diez días después en el Pentecostés Apostólico (Act. cap. II). Al reiterarse años adelante un fenómeno parecido en casa del centurión Cornelio, a Pedro se le acuerdan con viveza entrambas cosas, la promesa y su cumplimiento: Cum autem cœpissem loqui, cecidit Spiritus Sanctus super eos, sicut et in nos in initio. Recordatus sum autem verbi Domini, sicut dicebat: Joannes quidem baptizavit aqua, vos autem baptizabimini Spiritu Sancto (Act. XI, 15.16; cf. Mt. XIII, 11 y par.).
Sin quitar nada de su valor a estas razones, para nosotros la importancia capital del texto está en su carácter preeminentemente programático, por contenerse en él el programa evangélico de Cristo y el programa personal de los Apóstoles, antes de ser iluminados por el Espíritu Santo. Ese programa personal viene indicado en aquella sugestiva pregunta, hecha al Señor, que se les va: Domine, si in tempore hoc restitues regnum Israel? La restitución del reino a Israel, o sea la restauración e independencia nacional, y aun la hegemonía de Israel sobre los demás pueblos, ¿no es eso lo que les había de traer el Mesías? Eso es, por lo menos, lo que aguardaban de de él sus Apóstoles (Act. I, 6).
Pregúntase, pues: El programa evangélico del Maestro y el que le insinúan los discípulos, ¿son necesaria e irreductiblemente antagónicos o habrán de correr parejas algún día? He ahí el asunto que me propongo esclarecer, por la trascendencia exegética que en sí lleva.

De creer a ciertos autores, ambos programas serían diametralmente contrarios, habiendo entre ellos una oposición total, sustantiva y de principio: y esto habría querido indicar ahí el Señor con su repulsa: e invocan a este propósito la oposición irreductible entre la mentalidad judaica y la cristiana, entre la letra que mata y el espíritu que vivifica.
Sin embargo, hay razón para dudar de la exactitud de esta apreciación. La respuesta del Maestro, a tono con la pregunta de los discípulos, no toca para nada la sustancia de las cosas, sino sólo una de sus circunstancias, la del tiempo. Sobre el tiempo le habían preguntado y sobre el tiempo les responde. Y en su respuesta parece presuponer lo mismo que ellos presuponían en su pregunta, es a saber la futura restauración de Israel. Hay tiempos y momentos señalados, en que esa restauración tendrá lugar. Sólo que de esos tiempos y momentos no tienen que preocuparse ellos. El Padre los hará llegar cuando quisiere, pues entran en el círculo de aquello sobre los cuales el Padre se ha reservado disponer, así como del día y hora de la parusía  (Mt. XXIV, 36; Mc., XIII, 32; cf. Zac., XIV, 7; Ps., CXVII, 24), que tan estrecha relación tiene con la obra de la restauración (Act., III, 20.21).
Para ver con claridad en la cuestión, es preciso ante todo un conocimiento suficiente de ambos programas, el del Maestro y el de los discípulos. Ahora bien, mientras conocemos o nos parece conocer lo bastante el programa evangélico de Cristo, por verlo realizarse cada día en su Iglesia, tenernos tal vez ideas confusas o inexactas acerca del que le sugieren los Apóstoles; y, en consecuencia, será necesario hacer, siquiera brevemente, un estudio de investigación acerca del alcance de la restauración en vista; y eso es lo que aquí nos proponemos en concreto.
Como expresión del programa evangélico de Cristo, ahí está la Iglesia fundada por Él, que es una sociedad perfecta, perfectamente humana además, por los hombres que la integran, pero divina al mismo tiempo, por la misión de que fue investida, consistente en comunicar a los hombres el Espíritu, que recibió en el Cenáculo, poniéndolos por Su ministerio, y en virtud de los méritos del Redentor, en una comunión misteriosa con la divinidad, que les hace participantes de la misma vida divina; hasta lograr finalmente, no sin una peculiar intervención del Cristo que aguarda, el que vencidos todos los obstáculos que se oponen a la difusión de esa vida, sea Dios todas las cosas en todos —ut sit Deus omnia in omnibus. (I Cor. XV, 28) — ¿No es éste el genuino programa de Cristo, de índole preferentemente espiritual?
No parece que pueda haber duda en admitirlo.
Sólo falta despejar la incógnita de esa su final intervención para dar la última mano a su obra redentora; y una vez despejada, el programa de Cristo se podría expresar tal vez así: Si Cristo, la imagen viva y sustancial de la divinidad, es el instrumento universal para reducir todas las cosas a Dios, la Iglesia, que es como una expansión de Cristo por el Espíritu de Pentecostés, es a su vez el instrumento universal para reducir todas las cosas a Cristo, y eso por la actuación de la doble potestad mesiana, es a saber el sacerdocio y la realeza, irradiaciones ambas del Espíritu de Cristo, llamado a intervenir oportunamente, no sólo en el orden divino, o de los hombres para con Dios (quae sunt ad Deum), sino también en el orden humano, o de los hombres entre sí (quae sunt ad hominem), y en general en el orden mundano o de los seres creados.
Entendido así el programa del Maestro, con esa amplitud histórico-escatológica, ¿es compatible o no con el que le sugieren los discípulos sobre la restitución del reino a Israel? No lo será, si esa restitución no entra para nada en el círculo de la actuación del sacerdocio: ni en el de la realeza de Cristo en su Iglesia. Lo será, si entra de algún modo en la actuación de una u otra potestad, y mejor en la de las dos potestades a la vez. Mas para averiguar esto, es de precisión un estudio objetivo de la restauración prometida y esperada; y eso es lo que vamos a emprender sin más preámbulos.
Sólo me vais a permitir una pequeña observación, y es que no tiene importancia el hecho de que los discípulos atribuyan directamente al Señor (restitues) la dicha restauración, pues lo mismo la podía realizar El por sí personalmente que poniendo en juego los recursos mil de su Providencia. Lo que interesaba a los discípulos era el tiempo, y a nosotros lo que importa es la realidad misma.
Y con esto se declara otro extremo, que alguien pudiera relacionar con nuestro tema; y es que si acaso llegamos a establecer la existencia futura del reino mesiano en su sentido propio, ese reino en virtud de nuestra argumentación no será de tipo milenario, ya que en rigor el reino milenario implica necesariamente la reyecía de Cristo rey y aun de los Santos correinantes en el reino; y nada de eso entra necesariamente en vista en mi trabajo, como haré ver palpablemente a quien tenga la paciencia de leerme.