viernes, 11 de octubre de 2013

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Primera Parte, Cap. II (I de II)

II

NATURALEZA Y EXCELENCIA DEL ORDEN EN LA IGLESIA

El orden en la obra de Dios.

El orden es la reducción del número a la unidad[1].
Ahora bien, toda obra de Dios, por una necesidad absoluta y metafísica, lleva en sí misma el carácter o sello de Dios. Este gran Dios, que es la soberana sabiduría, ve en efecto por esta sabiduría y crea por su Verbo — que es el fruto natural de esta — todas sus obras[2] es decir: su diversidad y su multitud, innumerable para el espíritu humano, le pertenece en una visión única, que es su Verbo[3], y sale de Él en el tiempo, para manifestarse en diversos grados por sus obras.
La unidad de su Verbo abarca, pues, todas las cosas[4], y en esto preside su sabiduría todas sus obras y se revela en ellas. Hace que reine en ellas esa unidad superior de la idea única que las contiene, y esta sabiduría se muestra en ellas verdaderamente soberana, porque nunca habrá nada que ella no abarque en todas las cosas existentes o, posibles[5].
De aquí se sigue que, esencialmente, todas las obras de Dios, por la necesidad de su pensamiento, que las concibe, y del ser que les da conforme a este tipo, son reducidas a la unidad y constituídas en el orden. Cada una tiene su puesto en un plan universal, y las jerarquías parciales concurren en una unidad suprema, fuera de la cual nada puede concebirse, porque Dios mismo no concibe nada que no dependa de ella. Y por esta razón nos enseña la teología que no hay más que un solo universo y que repugna que haya varios, es decir, que repugna que haya varios conjuntos de cosas, independientes unos de otros[6].

Por lo demás, las mismas inteligencias inferiores, en el rayo de sabiduría y de actividad que han recibido de Dios, están sujetas a la ley del orden y no pueden obrar sin ordenar los efectos de su acción.
Pero, entre el orden que Dios impone a las cosas y el que, a su imitación, pueden instituir los agentes creados, hay una gran diferencia, a saber, que éstos, al no tener sino una causalidad limitada a los accidentes, no pueden alcanzar directamente la sustancia. El orden que establecen es, por tanto, un orden secundario y accidental, porque en las cosas no disponen sino de los accidentes que suponen la sustancia, pero no pueden disponer del fondo del ser mismo.
Sólo Dios, que da el ser a las cosas, funda todo orden que viene de Él, en las profundidades y en las entrañas de sus obras, tanto, que este orden pertenece a su ser mismo.
Detengámonos para considerar esta eran verdad.

El orden en la creación de los ángeles.

Esta verdad se nos manifiesta primeramente en la creación de los ángeles.
En el principio crea Dios el espíritu y la materia[7], y crea las diversas especies de naturalezas espirituales; pero al mismo tiempo establece el orden en esta primera obra de su sabiduría. Este orden está fundado en las esencias mismas y en la diferencia de sus grados: la naturaleza corpórea está subordinada a la espiritual[8], la espiritual depende de Dios[9]. La misma naturaleza espiritual está distribuida en grados diversos: cada ángel es una especie distinta de las otras esencias angélicas[10], y como las esencias difieren entre sí por el grado del ser, son todas mutuamente superiores o inferiores y forman una escala armoniosa de grados no interrumpidos.
Así su jerarquía no se establece posteriormente a su ser, sino que de tal manera reposa en el ser de las cosas, que no puede ser alterada sin variación de las esencias mismas[11] y como las esencias son inmutables, la jerarquía angélica no puede ser perturbada por el pecado sino en el orden de la gloria pero no en el de la naturaleza[12].

El orden en la creación de los hombres.

Cuando Dios crea la especie humana, hace una multitud de seres incluídos en una sola naturaleza.
El orden no podrá ya establecerse en ellos por la diversidad de las esencias, pero Dios lo funda en la comunicación de esa naturaleza única. Crea toda la humanidad en un solo hombre (Sab. X, 1) y por el gran misterio del matrimonio funda el orden patriarcal de la familia universal que será la especie humana, de las grandes familias que serán los pueblos y de las familias inferiores que en todas partes llevarán la misma impronta jerárquica: Adán, jefe único e inmortal; tras él, sus hijos, que reciben de él la naturaleza humana y la transmiten a su vez; grandes ramas que se subdividen para formar todo el conjunto de la especie humana.
En este plan, la gracia sigue el designio de la naturaleza, y esta jerarquía debía ser toda ella penetrada y ennoblecida por la gracia, como debía también ser su canal. Y así como la jerarquía angélica abarcaba el orden de la gracia juntamente con el de la naturaleza[13], así la jerarquía humana, en el primer designio de Dios, comprendía también el orden de la santificación y Adán debía transmitir la gracia con la naturaleza, es decir, la naturaleza en el estado de justicia sobrenatural en que había sido constituida en su misma creación, vaso y vehículo de la gracia.
Convenía, además, que el hombre fuera santificado por medios apropiados a su naturaleza: como ser corporal debía recibir gracia por medio de operaciones sensibles[14]. En estas leyes todo era muy puro y muy santo en su origen; y como el alimento sensible del fruto del árbol de la vida era quizá un sacramento destinado a sostener a la vez la vida de la naturaleza y la vida sobrenatural, así, las leyes augustas de la paternidad, en su integridad y santidad originales, debían transmitir la una y la otra[15].
Y aquí no importa que este orden primordial de la humanidad fuera perturbado por el pecado, porque fue claramente expresado e incluido en su totalidad en la bendición dada, por Dios al hombre antes del pecado: “Sed fecundos, multiplicaos” (Gén. I, 28).
Así la humanidad está jerarquizada en las condiciones de su ser. Y aun aquí tampoco hace Dios en su obra un orden post factum, sino que el orden que establece en ella está en tan íntima conexión con el fondo de las cosas, que el hombre, por el hecho de recibir el ser, recibe al mismo tiempo su rango, que no puede cambiar sin cesar de ser determinadamente el mismo hombre.

Principios jerárquicos.

La jerarquía angélica y la jerarquía humana están, a no dudarlo, enraizadas una y otra en el fondo de las cosas y, sin embargo, el principio de ambas parece diferente.
La jerarquía angélica reposa sobre la diferencia específica de los seres que la componen; y la jerarquía humana, dentro de la unidad específica de los hombres, está  fundada en su semejanza misma y en la transmisión de esta naturaleza única que le es  común.
La jerarquía humana parece a primera vista más perfecta. Posterior en los designios de Dios, es como un progreso en su obra; termina en una unidad más estrecha y parece acercarse más al tipo del orden que hay en Dios mismo, donde el número, sólo procede de la comunicación de la sustancia.
Sin embargo, estos dos principios del orden establecido por Dios en las cosas no están tan alejados ni son tan incompatibles  que no se compenetren mutuamente.
La jerarquía angélica, que reposa sobre el primero, a saber, sobre la diversidad de las naturalezas, tiene algo del segundo, es decir, de la ley de comunicación, y esto de dos maneras. En primer lugar, los ángeles superiores no comunican el ser a los inferiores, les dan por  lo menos la perfección del ser, por la iluminación que derraman sobre ellos[16], y en segundo lugar, los ángeles reciben una perfección más de su misma subordinación, por la belleza de la armonía que ennoblece a cada parte del todo, como las partes inferiores de un edificio reciben de las superiores esa belleza que no pertenece a las partes sino por razón del conjunto del diseño: los ángeles, como todas las obras de Dios, son buenos en sí mismos, y son muy buenos en el orden total que los abarca, como en el libro del Génesis se dice que Dios juzgó buena a cada una de las cosas en sí misma y muy buena en su universalidad (Gén. I, 10-31)[17].
La jerarquía humana a su vez admite cierta desigualdad en los seres que comprende. La naturaleza creada no puede dar el ser y la vida por sus propias fuerzas, no es ministro de esta comunicación sino por una bendición y un privilegio divino sobreañadido[18]; toda paternidad deriva su nombre de Dios mismo (cf. Ef. III, 15) y así, con su título, lleva como un reflejo divino que, entre los hombres, no pertenece sino a los padres, no es conferido a los hijos y da a los padres una superioridad real sobre los hijos, aun cuando unos y otros tienen la misma naturaleza. Esto basta para excluir la igualdad perfecta en esta jerarquía.
Por lo demás, es patente que Dios, por encima de todas las jerarquías creadas y a una distancia infinita de su imperfección, lleva en Sí con respecto a ellas y en grado sobreeminente la doble soberanía que las constituye. Está por encima de todas las esencias, y está por encima de todas las causas; esencia primera e infinita, de la que todas las esencias particulares son, en grados diversos, como reflejos siempre imperfectos; causa primera e infinita, de la que todas las causas dependen y reciben su fecundidad y virtud limitadas.



[1] Hacernos notar al lector que empleamos indistintamente las palabras orden y jerarquía para significar toda pluralidad reducida a la unidad y contenida en la unidad. La teología da con frecuencia un sentido más restringido a la palabra jerarquía.

[2] Santo Tomás III, q 3, a. 8: «El Verbo divino, que es el concepto eterno de Dios, es también el ejemplar ideal de toda creación»; cf. Ch.-V. Héris, Le Verbe incarné, t 1. p. 158 Cf. San Anselmo de Cantorbery, Monologion, 30-31; PL., 158, 183-185.

[3] Santo Tomás I, q. 34, a. 1, ad 3: «Conociéndose a Sí mismo, y al Hijo, y al Espíritu Santo, y todos los demás objetos comprendidos en su ciencia, es como el Padre concibe al Verbo, de modo que, en el Verbo, "es dicha" la Trinidad entera, e incluso toda criatura».

[4] Id. I., q. 34, a. 3, ad 4: «Conociéndose Dios, conoce a toda criatura: de ahí viene que en Dios no hay más que un Verbo”; cf. Ibid., p. 52.

[5] Ibid., q. 34, a. 3: «En un solo acto se conoce Dios a Sí mismo y conoce todas las cosas; así pues, su único Verbo no expresa solamente al Padre, sino también las criaturas. Por otra parte, mientras que con respecto a Dios el pensamiento divino es conocimiento puro, con respecto a las criaturas es conocimiento y causa; así el Verbo de Dios es pura expresión del misterio del Padre, pero es expresión y causa de las criaturas»; cf. ibid., p. 49-50.

[6] Id. I, q. 47, a 3: «El orden mismo que reina en las cosas tal como las ha hecho Dios, prueba la unidad del mundo. En efecto, el mundo se califica de uno con una unidad de orden en cuanto unas de sus partes tienen relación con otras. Ahora bien, todos los seres que vienen de Dios tienen relación los unos con los otros y tienen relación con Dios... Por esta razón sólo han podido admitir una pluralidad de mundos aquellos que no asignaban como causa a este mundo una sabiduría ordenadora, sino el azar»; cf. A.-D. Sertillanges, La création, p. 110-120; véanse las puntualizaciones sobre la unidad del mundo. ibid., p. 267-273.

[7] IV Concilio de Letrán (1215), profesión de fe Firmiter; Concilio Vaticano I (1870), constitución Dei Filius, cap. 1; véase antes, cap. 1, nota 6.

[8] San Gregorio Magno (590-504), Diálogos, t. 4, c. 5; PL 77, 239: «En este mundo visible no puede establecerse nada sino por mediación de la criatura invisible.» Santo Tomás I, q. 110, a. 1: «Todos los seres corpóreos están dominados por los ángeles».

[9] San Agustín, La Trinidad, L. 3, c. 4, n.° 9; PL 42, 873: «Todos los cuerpos son gobernados jerárquicamente por un viviente, y el viviente sin razón por el viviente inteligente, y el viviente inteligente que deserta y peca por un viviente inteligente fiel y justo, y éste Por Dios mismo».

[10] Santo Tomás I. q. 50, a. 4: «Aunque los ángeles tuvieran materia, no podría haber varios en una misma especie»; cf. Ch-V. Héris, Les anges, p. 32. Id., Contra Gentiles, L. 2, c. 93, n° 3: «La razón de la multiplicación de los individuos en una sola especie en las realidades corruptibles es la conservación de la naturaleza específica, que no pudiendo perpetuarse en un solo individuo, se perpetúa en más de uno; por lo demás, ésta es la razón por la que en los cuerpos incorruptibles no hay más que un individuo por especie».

[11] Id. 1, q. 108, a. 7: «El rango se diversifica en los ángeles según las diferencias de gracia y de naturaleza... Y estas diferencias permanecen siempre en los ángeles; en efecto, por una parte no se les podría quitar la diferencia de naturaleza sin destruirlos...»; cf. Ch-V. Héris, Le gouvernement divin, t. 1, p. 193.

[12] I. 1, q. 109, a. 1: «Si se consideran los órdenes angélicos en relación con la perfección de la gloria, los demonios no pertenecerán jamás a estos órdenes... Finalmente si consideramos en los demonios lo que proviene de su naturaleza, desde este punto de vista pertenecen todavía a los órdenes angélicos, pues… ni han perdido sus dones naturales» cf. ibid. 203-204.

[13] Id. I, q. 108, a. 4: «Desde este punto de vista (del fin), los órdenes angélicos se distinguen, en forma acabada, según los dones de la gracia en cuanto a lo que los dispone a ellos, según los dones naturales. En efecto los dones de la  gracia fueron asignados a los ángeles en proporción con sus dones naturales»; cf. ibid., D. 165-166. 36.

[14] Id. III, q. 61, a. 1: «Es propio (de la naturaleza humana) encaminarse de lo corpóreo y sensible a lo espiritual y a lo inteligible. Ahora bien a la divina Providencia corresponde equipar a cada ser según el modo de su condición. La sabiduría divina obra pues, armoniosamente confiriendo al hombre los auxilios de la salvación bajo signos corpóreos y sensibles, a los que se llama sacramentos”.

[15] San Anselmo, La concepción virginal y el pecado original, c. 10; PL 158, 444: Dio dió a Adán esta gracia: creándolo sin intervención de la naturaleza reproductora ni de la voluntad creada, lo hizo a la vez racional y justo. Así como es claro que la naturaleza racional fue creada también justa, esto prueba que los que hubieran sido engendrados por la naturaleza humana antes del pecado, habrían recibido a la vez la justicia y la facultad de razonar

[16] Pseudo-Dionisio, La jerarquía eclesiástica, c. 5 n.° 4; PG 3, 503: «No hay ningún inconveniente en que el Principio fundamental de toda armonía, sea invisible o visible, permita primero que los rayos que revelan las operaciones divinas penetren hasta los seres que han alcanzado la máxima conformidad con Dios y que, por medio de ellos -inteligencias más diáfanas y mejor dispuestas por la naturaleza para recibir y transmitir la luz-, dispense sus iluminaciones a los seres inferiores manifestándose a éstos proporcionalmente a sus aptitudes»; Cf. Santo Tomás I, q. 106.

[17] Santo Tomás I, q. 47, a. 2, ad 1: «No cabe duda de que a un agente excelente le corresponde producir un efecto excelente, si esto se entiende de la totalidad de este efecto; pero no es necesario que haga absolutamente excelente cada parte del todo; basta con que éstas sean excelentes con relación al todo... Así Dios hace excelente et conjunto del universo, en cuanto esto se compadece con la criatura; pero no cada criatura  particular; entre ellas, una es mejor que otra. Así, de las criaturas tomadas aparte se dice en el Génesis: "Vio Dios que la luz era buena", y así de lo demás; pero de todas juntas se dice: "Vio Dios que todas las cosas que había hecho eran muy buenas". Cfr. A.-D. Sertillanges, La Création, p. 115.116.

[18] San Anselmo, La concepción virginal..., c. 10; PL. 158, 443: «Como Adán no se hizo hombre él mismo, tampoco se dio a sí mismo el poder de la reproducción; pero Dios, que había creado al hombre, puso en él este poder para que de él fueran engendrados los hombres.»