jueves, 8 de agosto de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Cap. VI (II de II)

§ La Comunión de los Santos no se detiene, pues, en el umbral de las tebaidas. No hay excelencia individual en los miembros de Cristo que no esté ligada a la vida de todo el cuerpo y no redunde en él. La Comunión de los Santos es el enriquecimiento de todos por todos; pero a menudo puede ser el enriquecimiento de todos o de muchos por uno solo. La Iglesia, considerada como tebaida de las almas, presenta una jerarquía misteriosa de valores y de poderes subordinada, sin duda, a la jerarquía visible, aunque no corresponde a sus grados; y ése es el milagro más hermoso de la Comunión de los Santos. Pero la vida y el fin son ahí la misma vida y el mismo fin que en la Iglesia ciudad. "In ecclesiastica hierarchia, interdum qui sunt Deo per sanctitatem propinquiores, sunt gradu infimi et scientia non eminentes... et propter hoc superiores ab inferioribus doceri possunt"[1]. [Dentro de la jerarquía eclesiástica ocurre que los que están por la santidad más cerca de Dios, suelen estar por el rango en el grado más bajo, y no ser eminentes en la ciencia. Y es por esto que en esta jerarquía los superiores pueden ser enseñados por los inferiores.— Santo Tomás]. Esos humildes miembros de Cristo, que forman la jerarquía de la Tebaida, llegan a veces a reproducir en ellos la imagen perfecta de Cristo, en la cual han sido incesantemente transformados[2], y parecen disponer de su poder redentor y mediador —pero siempre al servicio de la ciudad—.
San Agustín hubiera mirado como una ofensa el comparar con nuestros mártires, y aun con los miembros más flacos de la Iglesia, los héroes que los paganos deificaron: "Contra unam aniculam fidelem christianam, quid valet Juno?[3]” [¿Qué vale Juno, comparada con una fiel viejecita cristiana?].


§ La Comunión de los Santos une la Tebaida con la ciudad, y no por un vínculo puramente espiritual e invisible, sino mediante la participación en los sacramentos, en la religión de la ciudad y en la profesión de la Fe que la ciudad enseña.

§ El misterio de la Iglesia no se hace inquietante ni oscuro porque se prolongue en las profundidades de la Tebaida. No debe decirse: Quis descendet in abyssum? Pues esa hondura es toda simplicidad. En la Comunión de los Santos, el comercio de bienes invisibles no se realiza sin orden, y la jerarquía invisible de las almas está sujeta a leyes; y ese orden y esas leyes tienen su principio en la ciudad.
¿Acaso el misterio de la Iglesia no aparece sensible aun a los mismos ojos? Es la Ciudad-Esposa, tal corno el Apocalipsis nos la muestra[4], visible a todos, llena de resplandor como un fenómeno celeste. Hela aquí que desciende de las alturas luminosas, ya terminada, con sus cimientos y sus muros, y no a la manera de las viejas ciudades que dejan su recinto primitivo en la montaña para acercarse lentamente a la llanura. La Ciudad-Esposa parece suspendida en el aire, como un plano propuesto de modelo a los constructores, o invitando de lejos a los peregrinos: pero muestra, al mismo tiempo, el aspecto macizo de una ciudad fortificada; tiene una plaza, de cristal y de oro, para las reuniones y las transacciones de sus ciudadanos, para sus fiestas y sus triunfos: platea civitatis aurum tanquam vitrum perlucidum[5]. Si su vida religiosa no está localizada en ningún templo, templum non vidi in ea, no es porque allí se haga un culto abstracto, sino que el templo[6] de ella es el Cordero, con Dios omnipotente. La luz que la ilumina no es, por cierto, una claridad de este mundo, non eget sole neque luna, aunque es la Luz hecha Hombre: Lucerna ejus est Agnus[7].

§ La Ciudad-Esposa. ¡Qué idea y qué imagen! ¡Qué revelación espiritual y sensible, divina y humana! Junto a ella se desvanecen todas las tentativas de deificación de la ciudad terrestre y pagana, y eso que se ha tenido la osadía de llamar "los milagros de la civilización". También se desvanecen ante ella todos los falsos sistemas de religión puramente interior y espiritual.

§ Lo que hace la excelencia de esta Ciudad, es el ser divina y humana al mismo tiempo. Como Cristo introduce en el orden de la humanidad el tipo del Hombre Nuevo, cuya imitación es obligatoria porque es Dios, y posible porque es Hombre, así la Iglesia, porque su constitución es Divina y humana, se impone desde muy alto a todos los estados terrestres, a la vez que opera con gran eficacia sobre la misma materia humana. Decimos que se impone: en efecto, su fin sobrenatural hace de ella el tipo de sociedad más elevado que pueda darse; y a su fin se subordina el fin de las sociedades temporales. Decimos que opera: en efecto, ocupa un sitio real entre las sociedades terrestres, está visiblemente organizada, y es efectivamente activa. Dando a todos los órdenes de servicios sociales un alcance sobrenatural, puede decirse que los duplica, que acrecienta y completa la eficacia y la beneficencia propias de esos servicios[8].

§ Esta aleación, hecha por Dios, está tan bien equilibrada que empieza por sustraer la Iglesia a los excesos y a las confusiones que no evitan los más famosos constructores de sociedades. Vemos caer a Platón, por exceso de idealismo, en el comunismo que sabemos, tan vigorosamente refutado por Aristóteles[9]. Este, a su vez, al asignar al Estado un fin moral, y no solamente utilitario, a saber: hacer virtuoso al hombre, no destaca con suficiente precisión la idea de la virtud que espera del ciudadano[10]. Además, para completar la obra de las leyes, recurre al auxilio de la Filosofía[11], la cual no podría ser función orgánica del Estado.
La Iglesia previene esos excesos y repara esa falta. Mantiene la Ciudad cristiana en conformidad con las leyes de la naturaleza y con el fin temporal; pero bajo la dependencia, además, de una ley moral más precisa y perfecta que la virtud cívica, porque es sobrenatural.
Por otra parte, el equilibrio de los dos elementos, divino y humano, de que está hecha la Iglesia, es tan armonioso que permite justificar al uno por el otro. El origen y la base de la sociedad natural es la familia; el origen y el fundamento de la Iglesia es la Paternidad de Dios, "de quien toda paternidad toma el nombre en los cielos y en la tierra"[12]. Nuestro Señor mismo quiso tener una genealogía y una familia.
Más aún: la función esencial de la autoridad, en la sociedad humana, es hacer reinar la justicia por las leyes. De un modo semejante, la ciudad cristiana toma su vida de la justicia satisfecha en Dios por la Redención, restablecida en el hombre por la gracia. La Iglesia da a la autoridad y a las leyes su apoyo y su sanción verdaderos, haciéndolos partir de la Razón misma de Dios y concluir en su juicio. Mirando estas cosas de cerca se ve que la justicia es el alma de la Caridad; la Caridad concluye la obra de la justicia, hace encontrar en ella reposo y alegría. La justicia cristiana es, pues, la que hace de la ley cosa moral, y no cosa convencional, "como pretende Licofrón[13].
Finalmente, el más hermoso derecho de la autoridad humana es el de fiscalizar la educación de los niños —por más subordinado que esté al derecho de la familia y al de la Iglesia—; pero el derecho primordial de la Ciudad-Esposa, así como también su misión primordial, es enseñar.
Por lo demás, todas las formas que la sociedad humana puede adoptar —ya sea de un modo sucesivo, o bien combinándolas con mayor o menor acierto— la Iglesia las reúne con entera felicidad en su seno; Patriarcal en el Antiguo Testamento, la iglesia es a la vez Monarquía absoluta, Jerarquía de derecho divino, Pueblo inmenso de elegidos y de santos. Y puede decirse que al manifestar su aristocracia por la sucesión apostólica del episcopado, y canonizar el número por la catolicidad, lo hace en la misma medida en que exalta, por la unidad, su Cabeza.

§ Ese paralelismo, o más bien esa compenetración del elemento divino y del humano, ¿adónde nos conduce sino a la idea de cristiandad? La ciudad cristiana penetra en la vida de las ciudades terrestres demasiado profundamente para que entre ellas no haya un orden. Los seres colectivos, como seres individuales, tienden a formar un conjunto, pues de otro modo ya no responderían a los designios de Dios. Los planes divinos son planes de conjunto, y en eso se ve la excelencia de todo plan. "Substrahere ordinem rebus creatis est ei substrahere id quod optimum habent: nam singula in seipsis sunt bona, simul autem omnia sunt optima propter ordinem universi. Semper enim totum est melius partibus, et finis ipsarum"[14]. [Sustraer a las cosas creadas su orden, es privarlas de lo mejor que tienen: pues cada una es buena en sí misma., pero todas juntas son muy buenas, a causa del orden del universo. El todo, en efecto, es siempre mejor que las partes, y es además el fin a que están ordenadas. Santo Tomás]. La cristiandad es la manifestación necesaria de ese orden. Los pueblos y los Estados, como los individuos, también forman parte de la Iglesia.

§ Esa armonía de los dos elementos, divino y humano, que se realiza en la Iglesia, explica también la predestinación de Roma a ser el asiento de la primacía pontifical. En efecto, ¿qué personificaba Roma, sino el genio de la ciudad terrestre? En ella se afirmaba la unidad del mundo, se organizaba poco a poco aquella legislación que debía llegar a ser la razón escrita, la ley latina, madre de todas las legislaciones. El apogeo de Roma debía, pues, ser la señal de la aparición de la Ciudad-Esposa; las dos ciudades, unidas, realizan como un resumen del plan divino. Esa unión no es alcanzada sin lucha, las luchas de las persecuciones imperiales -pero por parte de la Iglesia nunca fué una absorción, no obstante las muchas probabilidades que tuvo de sustituirse al Imperio—. Las palabras del Maestro, Non veni legem solvere, sed adimplere, pueden ser repetidas por la Ciudad-Esposa con alusión a la ciudad romana, sin casi variar el sentido. Cristo se digna hacerse ciudadano de Roma para llevar a perfección su civilización y su ley[15]: por efecto de esa unión con la Iglesia, Roma reviste un ser nuevo, espiritual, simbólico, que abarca todos los tiempos y se extiende aún más allá de los tiempos. Como se dice la Jerusalén celeste, se dirá la Roma eterna.

§ Es a la Edad Media que corresponde el honor de haber concebido a la Iglesia bajo la forma de una ciudad gloriosa, de haber penetrado tanto y haber conocido tan profundamente la razón de la diversidad y del orden de las funciones de ese gran organismo: "Diversitas officiorum in Ecclesia pertinet ad perfectionem, ad actionem, ad de-corem"[16]. [La diversidad de los oficios en la Iglesia está ordenada a la perfección, a la acción y a la belleza de la Iglesia] — de haber siempre basado sobre la vida general de la Iglesia, o sobre una institución hecha a su imagen, el perfeccionamiento del individuo y de la persona—. Eso no quiere decir que haya ignorado las alegrías de la Tebaida. Instintivamente y únicamente ha vivido de la fe en el Misterio de la Iglesia. "Relación de todas las cosas con la Iglesia, y de la Iglesia con todas las cosas"[17], señalaba Bossuet. Esa fué toda la Edad Media.


[1] Sum. theol., Ia, q. CVI, a. 3.

[2] II Corintios, III, 18.

[3] Serm. 273, t. IX, Edit. Gaume.

[4] Apocalipsis, XXI, 10 sg.

[5] Ibid., 21.

[6] Ibid., 22.

[7] Ibid., 23.

[8] Nota (¿del traductor o de Guerra Campos?): "A los hombres políticos que declaran a la Iglesia una guerra sin tregua, después de haberla denunciado como enemiga; a los sectarios que no cesan de calumniarla y vilipendiarla con un odio digno del infierno, a los falsos paladines de la ciencia que se ingenian para hacerla odiosa con sus sofismas, acusándola de ser la enemiga de la libertad, de la civilización y de los progresos intelectuales, contestad con intrepidez que la Iglesia Católica, señora de las almas, reina de los corazones, domina al mundo porque es la esposa de Jesucristo.
Teniendo todo en común con El, rica de sus bienes, depositaria de la Verdad, ella es la única que puede reclamar de los pueblos la veneración y el amor.
Por eso, todos los que se vuelven contra la autoridad de la Iglesia, bajo el injusto pretexto de que ella invade el dominio del Estado, imponen límites a la verdad; los que, dentro de una nación la declaran extranjera, declaran al mismo tiempo que la verdad debe ser extraña a esa nación; los que temen que la Iglesia debilite la libertad y la grandeza de un pueblo, vense forzados a confesar que un pueblo puede ser grande y libre sin la verdad”. (Discurso del Sumo Pontífice Pío X, en ocasión de la Beatificación de Juana de Arco, abril de 1909).

[9] Polit., II; véase Outlines of the Philos. of Aristotle, by Edwin Wallace, cap. VIII.

[10] Nota (¿del traductor o de Guerra Campos?): "De estas dos ideas: rectitud moral y eficiencia, la segunda tenía mayor parte en lo que los griegos entendían por virtud." (Véase esta interpretación de la Política de Aristóteles, con las citas precisas, en Political and moral Essays, del R. P. Rickaby, S. J., pág. 146 y sigs.).

[11] Polit. II.

[12] Efesios, III, 15.

[13] Nota (¿del traductor o de Guerra Campos?): Aristóteles, Polit. lib. III, c. 5, 11.

[14] Contra Gentes, III, 69.

[15] Nota (¿del traductor o de Guerra Campos?):
Sarai meco, senza fine, cive
Di quena Roma onde Christo e Romano...

[Serás conmigo, por siempre, ciudadano
De aquella. Roma en que Cristo es Romano]

(Purg., XXXII, 102.)

Aquí Dante opone la Roma eterna del Cielo a la Roma terrestre. Pero no, ya no debe hacerse tal oposición; si Jerusalén no es más que un símbolo, Roma está viva, así en la tierra como en el cielo.

[16] Sum. theol., IIa IIae, q. CLXXXIII, a. 2 y 3.

[17] Pensées, Lebarq, VI.