domingo, 7 de julio de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Prólogo III

Los títulos de la obra del P. Clerissac responden a esta línea esquemática:

¿Qué es?

1) La Iglesia es una realidad vital sobrenatural.
(“Palabras preliminares”).

2) ¡La Iglesia es Cristo!
(“La Iglesia en el pensamiento de Dios”).
(“Cristo en la Iglesia y la Iglesia en Cristo”).

3) Personalidad característica de esta sociedad.
(“La personalidad de la Iglesia”).

¿Qué hace?

4) Culto.
(“La vida hierática de la Iglesia”.)

5) Magisterio.
(“El don de Profecía en la Iglesia”).

6) Régimen.
La personalidad individual en el cauce jerárquico.
(“La Iglesia, Tebaida y Ciudad”).
(“La Misión y el Espíritu”).
(“Maternidad y primacía de la Iglesia”).

Los tres primeros apartados entran dentro del marco de ideas que acabo de esbozar.

Unas palabras sobre los siguientes.

La vida hierática de la Iglesia. Capítulo precioso. La idea fundamental es ésta. La misión primaria de Cristo-Sacerdote es dar culto al Padre a la cabeza de todos los hombres: revestir de aceptabilidad nuestras relaciones religiosas, que se reducen a las condensadas en los cuatro fines del sacrificio: latréutico (adoración, alabanza), eucarístico (acción de gracias), impetratorio (petición), satisfactorio (por los pecados).
Sólo el Sacrificio de la Cruz es acepto al Padre. Sólo uniéndonos a Él podemos agradar al Padre y sentir su benignidad. En la Cruz está toda nuestra vida.
¿Será, pues, necesario que a la altura del siglo XX vuelva la Iglesia los ojos de su recuerdo al Calvario, para poner por delante de su oración al Padre la figura salvadora de Cristo Crucificado? Sí, pero ¡de qué modo! Todo lo que llevamos dicho sobre la presencia continúa de Cristo en la Iglesia, sobre la unidad de Cristo-Iglesia se realiza de un modo extraordinariamente concreto en la Eucaristía. ¡Recuerdo en que se presenta la persona recordada!
La vida está en la Cruz. Los que han de recibir esa vida son los hombres y las generaciones del siglo X, del siglo XV, del siglo XX. Pues la Iglesia actual, la de cada generación, tiene presente el cuerpo de Jesús, a Jesús. Y ese cuerpo crucificado y resucitado, por el cual nos da la vida el Padre, se lo ofrece en este momento al Padre. Es el mismo sacrificio del Calvario, la aplicación de su vitalidad. La Iglesia se reúne en banquete de amigos con Jesús, exactamente como en la Ultima Cena. Al ver el Padre en medio de nosotros al Jesús crucificado, que está en el Cielo presentándole las llagas, por las que está dispuesto a darnos vida, el Padre nos mira complacido: nos da la vida.
La Misa es toda la Religión, y no por cierto en el sentido cómodo o burlesco de muchas gentes. Como la Cruz, cuya actuación es. Pero aquí vuelve —aquí se concreta— el Misterio de la Iglesia. La Misa es el Sacrificio de Cristo total. A la oblación de Cristo Crucificado, presente en el Altar, une la Iglesia de hoy la oblación de su propia vida, la que viven sus fieles a lo largo de todas las horas del día y de la noche. Y es acepta al Padre, por ir unida a la de Cristo. Para eso se actúa tan repetidas veces el Sacrificio de la Cruz. No hay oración, no hay suspiro que llegue al Padre, a no ser por medio de Cristo nuestro Señor en el Altar del Sacrificio.
La Eucaristía es el centro que mantiene continuamente la unidad de la Iglesia. En ella convergen todos los corazones; de ella nos viene toda la vida. “Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de este único pan[1].
No es preciso hacer resaltar —lo hace muy bien el autor— el puesto esencial y vital que tiene en la Iglesia la Liturgia. Su condición de recuerdo-actualidad nos la hace presencia viva de los Misterios Divinos.
Magisterio. — Es la actuación, adaptada a las necesidades de los fieles, de la Enseñanza de Jesús. El Espíritu de Cristo mantiene su unidad y vitalidad. “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho[2]. “Cuando venga el abogado, que Yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí[3]. “Os enseñará toda la verdad. Porque no hablará de por sí mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. El me glorificará, porque tomará de lo Mío y os lo dará a conocer[4].
En los tres capítulos sobre “La Iglesia, Tebaida y Ciudad”, “La Misión y el Espíritu”, “Maternidad y Primacía de la Iglesia”, el P. Clérissac proyecta luz de matices delicadísimos sobre las relaciones entre las que se ha dado en llamar “Iglesia jurídica” e “Iglesia de caridad”, y que no son sino dos aspectos de una misma Iglesia: cuerpo vivificado por el alma; organización jurídica, externa, sociedad visible y acción interior del Espíritu.
En ninguna sociedad se aúnan tan íntimamente como en la Iglesia (“Tebaida y Ciudad”) lo individual -independiente— y lo colectivo —jerárquico—. Cada uno somos la Iglesia. Fijémonos en la caridad, sustancia de la vida cristiana y vínculo de unidad social. ¿Hay algo más individual y autónomo que la vida? La caridad no es un afecto cualquiera, es amor a la vida plena de Dios, y amamos esa vida comunicada por Dios a todos los hermanos de Cristo: nos amamos a nosotros y al prójimo como a nosotros mismos. Porque amamos todos una misma vida.

Maternidad y primacía. —Supuesto lo que es la Iglesia para nuestra vida, es absurda la posición de tantos como pretenden reducir a un mínimum sus relaciones con ella. No ven más que unas cuantas normas que se imponen y que hay que procurar impidan lo menos posible el desarrollo autónomo de la propia vida.
A la luz de la Maternidad de la Iglesia toda la contextura jurídica de nuestras relaciones con Ella cobra calor de intimidad hogareña. No es extraño que en el apogeo del influjo materno de la Iglesia, cuando la Cristiandad era Imperio, muchos propugnasen el poder directo de la Madre, aun en las cosas temporales de sus hijos.
Basta el poder indirecto. Pero no entendido en un sentido minimalista e inexacto. El autor subraya muy bien la extensión prácticamente ilimitada de este poder en manos de una Madre que vela por sus hijos.
Hay que mirar con ojos sobrenaturales el Derecho Público de la Iglesia. Sí; también las Sociedades civiles son hijas de la Iglesia. Es una pena. En la enseñanza, aun a veces en los centros eclesiásticos, por virtud de reacciones diversas, se nos infiltra prácticamente una concepción liberalista sobre la Iglesia y el Estado. Evidentemente, por desconocer el Misterio de la Iglesia[5].
* * *

La Iglesia lucha, crece y se perfecciona, como Reino de Cristo, hasta el día del Gran Juicio. Entonces, expulsados los miembros indignos, se consumará definitivamente en la Visión ele Dios. Cristo habrá completado su obra. Hablando de la Resurrección de Cristo dice San Pablo: “...en Cristo somos todos vivificados. Pero cada uno a su tiempo. El primero, Cristo; luego, los de Cristo, cuando El venga; después será el fin y entregará a Dios Padre el reino, cuando haya reducido a la nada a todo principado, a toda potestad y a todo poder. Pues preciso es que El reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo reducido a la nada será la muerte, pues ha puesto todas las cosas bajo sus pies... Cuando le queden sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se sujetará a quien a El todo se lo sometió, para que sea Dios en todo[6]. Cristo, sentado a la derecha del Padre, tendrá consigo el cuerpo de los elegidos. Todo el Cristo, Cuerpo y Cabeza, vivirá ya para siempre plenamente la vida de la Trinidad con el Padre en el Espíritu Santo.



[1] I Cor. X, 17.

[2] Jn. XIV, 26.

[3] Jn. XV, 27.

[4] Jn. XVI, 13-14.

[5] Trascribo de un trabajo mío sobre San Ambrosio:
“... Conviene hacer resaltar aquel principio luminoso, clave para una solución integral, que Ambrosio, con su equilibrio, supo llevar a la práctica, y el Emperador Teodosio entendió y aceptó plenamente: “Imperator intra Ecclesiam... est”, el Emperador está dentro de la Iglesia. Ambrosio no concebía las relaciones con el Emperador a la manera un poco simplista, unilateral y secamente matemática con que las conciben ahora no pocos, imbuidos, sin darse cuenta (sino en la formulación, sí en el espíritu) de un verdadero Liberalismo.
Para Ambrosio, todo el conjunto de derechos, obligaciones, soluciones prácticas, etc., arrancaban de un núcleo medular muy hondo, y por eso salían con vitalidad y jugo, con sentido.
El Emperador, como todos los ciudadanos, es hijo de la Iglesia. El Emperador y la Iglesia no son dos Potencias que marchan paralelamente por su camino, con una serie de vallas respetuosas y unas normas de urbanidad tiesa y de etiqueta. Son, sencillamente, hijo y Madre. Y las relaciones son de hijo y Madre, teniendo en cuenta, desde luego, el matiz especial que les imprime el carácter peculiar de la Iglesia. El hombre no es sólo lo que aparece a los ojos en la vida de cada día en este mundo; tiene relaciones trascendentes con Dios. La Iglesia tiene por campo de su misión entre los hombres esas relaciones trascendentes. Pero estas relaciones trascendentes se dan en toda la vida del hombre, puesto que se fundan en la misma estructura esencial de su ser. No puede haber compartimientos en la sucesión de actos vitales. Es cierto que algunos están dedicados especialmente a las relaciones con Dios (actos de culto); pero no basta: en la nueva Religión en espíritu los actos deben tener ese valor trascendental y de eternidad. Sin excepción. Por eso, aunque es verdad que la Iglesia no se mete en los negocios y actividades terrenas de sus fieles, su influjo impregna íntima y decididamente toda su vida. El fiel no tiene cosas en que es hijo de la Iglesia y cosas en que no: toda su vida tiene que orientar a Dios, toda su vida tiene que orientársela la Iglesia. Está siempre dentro de ella.
Porque muchos fieles se organicen para ayudarse en sus necedades terrenas, no dejan de ser hijos de la Iglesia. Y no sólo como simples fieles. Sus actividades públicas —exactamente igual que las privadas— tienen sentido trascendente. El Imperio y el Emperador están dentro de la Iglesia. La Iglesia sigue siendo Madre de unos fieles, que están organizados en una gran sociedad y con una gran potencia. La Jerarquía, desde luego, no interviene directamente en los negocios. Pero la misma gran potencia, como tal, por ser una sociedad de hijos, es hija suya. Más estrictamente: los fieles (organizados en sociedades civiles) son la Iglesia. Y al que tiene la responsabilidad de esas organizaciones, por su enorme influjo, la iglesia lo considera como un fiel digno de espacialísimos cuidados. El Emperador, si sabe orientar a Dios su acción, como debe, es un fiel distinguido, un hijo predilecto y acariciado por la Madre Iglesia. Esta pide en particular por él, le aconseja y asiste, no sólo para que respete unos determinados estatutos jurídicos sobre ciertas materias, no sólo para que deje obrar a la Iglesia, sino para que él mismo obre como hijo de la Iglesia, positivamente la proteja, dé sentido trascendente a toda la actividad social. Y para eso también le corrige, le castiga...
La reacción contra el Liberalismo ha de ser el conocimiento y el amor del Cuerpo Místico, del Misterio de la Iglesia. Díganlo aquellas mentalidades de la España de hoy, que son un augurio optimista de más luz cristiana en el campo de las ideas.

[6] I Cor. XV, 22-28.