jueves, 13 de junio de 2013

Ester y el Misterio del Pueblo Judío, por Mons. Straubinger, cap. II

II. EL LUGAR DE LOS JUDÍOS ES OCUPADO POR LOS GENTILES

La incredulidad del pueblo escogido trajo en consecuencia, según nos enseña San Pablo, la admisión de otros pueblos elegidos por Dios; vaticinio éste común entre los Profetas y probado con toda exactitud por la historia. Vayan como ejemplos: Deut,  32, 20 y 21; Is. 65, 1 y 2; Rom. 11, 7 ss; Ef. 2, 12 ss.

“Yo (Dios) esconderé de ellos (los judíos) mi rostro, y consideraré sus postrimerías, porque es raza perversa, e hijos infieles. Me provocaron con aquel que no era Dios, y me irritaron con sus ídolos. Yo también los provocaré con aquel que no es pueblo, y con gente necia los irritaré” (Deut. 32, 20 y 21).

La interpretación nos la da San Pablo en Rom. 10, 19 y 20; donde muestra que los que antes no fueron pueblo, los bárbaros y salvajes, serán llamados por Dios a la salud mesiánica. La "gente necia" cuya vocación al Reino irrita a los judíos, somos nosotros los cristianos que provenimos de los antiguos gentiles[1].

El Apóstol de los gentiles cita en el mismo lugar a Isaías, para probar que la conversión de los paganos y bárbaros es la respuesta de Dios a la incredulidad de los judíos.
Dice Dios en Isaías (65, 1 s.): “Buscáronme los que antes no preguntaban por Mí;  halláronme los que no me buscaron. Dije: vedme, vedme, a  una nación que no invocaba mi nombre. Extendí mis manos todo el día a un pueblo incrédulo, que anda en camino no bueno en pos de sus pensamientos”.
Siguiendo a San Pablo los Santos Padres, como San Jerónimo, San Ambrosio, San Crisóstomo, etcétera, unánimemente sostienen que Isaías aquí habla de la reprobación de los judíos y el llamado de otros pueblos a ocupar su lugar. San Pablo no se cansa de destacar el significado místico de tan grande misterio. Cuídense los cristianos de Roma, — y con ellos nosotros todos- de engreírse por la vocación a la fe: no sea que se acarreen la misma suerte que los judíos. Leemos en la Epístola a los Romanos (11, 11-22):

“Mas, pregunto: ¿(Los judíos) están caídos para no salvarse jamás? No, por cierto. Sino que su caída ha venido a ser una ocasión de salud para los gentiles, a fin de que el ejemplo de los gentiles los excite a la emulación. Que si su delito ha venido a ser la riqueza del mundo, y el menoscabo de ellos el tesoro de los gentiles, ¿cuánto más lo será su plenitud? Con vosotros hablo, ¡oh gentiles!, ya que soy el Apóstol de los gentiles. He de honrar mi ministerio para ver si de algún modo puedo provocar a emulación a los de mi linaje (los judíos), y logro la salvación de algunos de ellos. Porque si el haber sido ellos desechados, ha sido la reconciliación del mundo, ¿qué será su restablecimiento sino resurrección de muerte a vida? Porque si las primicias son santas lo es también la masa; y si es santa la raíz, también las ramas. Que si algunas de las ramas han sido cortadas, y si tú (¡oh pueblo gentil!), que no eres más que un olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas y hecho participante de la savia que sube de la raíz del olivo, no tienes de qué gloriarte contra las ramas. Y si te glorías, sábete que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pero las ramas, dirás tú, han sido cortadas para ser yo ingerido. Bien está; por su incredulidad fueron cortadas. Tú empero, estás ahora firme por medio de la fe: mas no te engrías; antes bien, vive con temor. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, debes temer que ni a ti tampoco te perdonará. Considera, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad para con aquellos que cayeron, y la bondad de Dios para contigo si perseverares en el estado en que su bondad te ha puesto; de lo contrario tú también serás cortado”.

No es difícil explicar las palabras de San Pablo, con tal que uno tenga presente la idea fundamental de que Dios desechó al pueblo ingrato e incrédulo de Israel y admitió en su lugar a las naciones gentiles. Efectivamente, la caída (v. 11), el delito (v. 12), el menoscabo (v. 12) de los judíos ha venido a ser la riqueza del mundo (v. 12), en cuanto dio lugar a la conversión de los gentiles. Fracasada la misión entre sus connacionales, los Apóstoles se dirigieron a la gran masa de los pueblos no judíos, que no tardaron en llenar el vacío. Véase sobre el mismo tema el razonamiento del Apóstol en la Epístola a los Efesios (2, 12 y ss, y Mat. 10, 6; Luc. 24, 47; Hech. 3, 26; 13, 46).
Pero guárdense los gentiles de gloriarse de que ellos, el olivo silvestre (v. 17), hayan sido injertados a Cristo: la rama natural (v. 21) son los judíos, y aunque esa rama ha sido cortada por su incredulidad, poderoso es Dios para injertarla de nuevo (v. 23) con más razón que a la otra (v. 24), la cual, a su vez, será cortada si no es fiel (v. 22).
De ellos (los judíos) procedieron las primicias (v. 16) santificadas del cristianismo: los Apóstoles y primeros cristianos; por lo cual también el resto, la masa (v. 16) queda santificada y consagrada a Dios. La consagración definitiva se verificará en el restablecimiento (v. 15), la plenitud (y. 12.), esto es, la conversión de Israel.



[1] Ver también Os. 1, 10, citado y explicado por San Pablo en Rom. 9, 25 y ss., junto a Is. 10, 22.