viernes, 31 de mayo de 2013

La Iglesia Católica y la Salvación, Cap. V (III de IV)

La tercera lección y la más difícil de la Encíclica Quanto conficiamur moerore sobre el tema de la necesidad de la Iglesia para la salvación se encuentra en su enseñanza sobre la posibilidad de salvación para aquellos que ignoran invenciblemente la vera religión. Lo que la encíclica dice sobre este punto se encuentra en una oración larga y muy complicada:

“Notoria cosa es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y sabe la mente, ánimo, pensamientos y costumbres de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria.”

Esta afirmación es tremendamente rica en implicancias teológicas. Nunca va a poder entenderse bien si no es en contra de los antecedentes y en el contexto de la teología Católica de la gracia y el pecado. Desafortunadamente esta afirmación ha sido explicada a veces en una forma inadecuada.
A fin de tener un análisis adecuado y preciso desta doctrina, debemos ver claramente, antes que nada, a qué clase de personas se refiere Pío IX en esta oración. Son personas descriptas como obedeciendo cuidadosamente (sedulo) la ley natural. Están prestos a obedecer a Dios. Llevan una vida honesta y recta. E ignoran invenciblemente la verdadera religión Católica.
Ahora bien, es perfectamente obvio que esta descripción no se aplica a todos aquellos individuos que ignoran invenciblemente la Iglesia y la fe Católicas. La ignorancia invencible no es, en modo alguno, un sacramento que comunica bondad de vida a aquellos que la padecen. El hecho de que un hombre sea invenciblemente ignorante de la vera religión no le garantiza en modo alguno que va a observar celosamente la ley natural, que va a estar pronto a obedecer a Dios y que va a llevar una vida recta.

Las personas invenciblemente ignorantes descriptas por Pío IX en la encíclica Quanto conficiamur moerore, han, de todas formas, alcanzado su posición espiritual cooperando con la gracia divina. Debe tenerse presente, por supuesto, que las personas en estado de pecado, aquellos que no cooperan con la gracia de Dios, pueden realizar obras buenas. La Quanto conficiamur moerore, habla, de todas formas, de personas que observan con mucho cuidado y celo la ley natural y que llevan una vida honesta y recta. Tales personas no están alejadas de Dios por el pecado.
De hecho las personas descriptas por la Quanto conficiamur moerore muy probablemente están en estado de gracia, y de aquí que sean individuos que poseen la vera fe, esperanza y caridad. Es, por supuesto, un dogma de la Iglesia que no todas las obras o actos de los que están en pecado, son pecaminosas. Aparte de toda ayuda sobrenatural de la gracia, el pecador es capaz de llevar a cabo algunas obras naturalmente buenas y de evitar pecados mortales y veniales individuales. Pero a fin de evitar el pecado mortal por un tiempo largo el hombre necesita la ayuda de la gracia[1]. A fin de observar todos los preceptos de la ley natural por un período considerable de tiempo, el hombre debe ser fortalecido, muy probablemente, por la gracia santificante. Ciertamente que no puede hacerlo sin alguna ayuda sobrenatural de la gracia divina.
Esta es precisamente la condición descrita en la encíclica de Pío IX. El pasaje pertinente de la Quanto conficiamur moerore se refiere solamente a aquellas personas invenciblemente ignorantes de la vera religión Católica que, al mismo tiempo, observan diligentemente la ley natural, están preparados para obedecer a Dios y llevan una vida honesta y recta. Tales individuos obviamente que no están meramente evitando algunos pecados mortales y haciendo algunas obras buenas, sino que más bien continúan, durante un período largo, obedeciendo los preceptos de la ley natural y evitando ofensas graves contra Dios. De otra forma no sería correcto decir que llevan una vida honesta y recta.
Sea que los individuos a los que se refiere esta parte de la encíclica estén en estado de gracia, lo cual es lo más probable, sea que estén movidos por la gracia actual hacia la justificación, es importante notar que la Quanto conficiamur moerore enseña que “pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la gracia”. Obviamente que no hay aquí indicio alguno de que estas personas están en situación de obtener la vida eterna o salvación si no es “dentro” de la Iglesia Católica. De todas formas, existe sin dudas, la inferencia de que pueden salvarse aunque permanezcan invenciblemente ignorantes de la vera religión.
La “luz divina” a la que se refiere la encíclica es, obviamente, la iluminación de la vera fe sobrenatural. Nadie va a obtener la Visión Beatífica a menos que haya salido de esta vida con la fe, aceptando como vera, basado en la Autoridad de Dios mismo, la doctrina sobrenatural que Dios ha enseñado.
La “gracia” de la que habla el documento es, básicamente, la gracia santificante o justificante, la cualidad por medio de la cual el hombre es capaz de obrar a nivel divino, y vivir como hijos adoptivos de Dios y como hermanos de Jesucristo. Quien posee esta cualidad tiene siempre, junto con la ella, toda la variedad de virtudes sobrenaturales o infusas y los dones del Espíritu Santo. La virtud máxima en todo este organismo sobrenatural es la caridad. Nadie va a obtener la Visión Beatífica a menos que deje esta vida en posesión de la gracia santificante, la caridad y las virtudes de las cuales la caridad es tanto la corona como el lazo de perfección. Las gracias actuales tienden a mover al pecador hacia la posesión de la gracia santificante en la Iglesia.
Ahora bien, esa fe que es absolutamente necesaria para la adquisición de la vida eterna no es en modo alguno un mero deseo de creer. Es la aceptación actual, como perfectamente verdadero, del mensaje sobrenatural que Dios reveló. Específicamente, es la aceptación del mensaje que Dios ha revelado por medio de Nuestro Señor Jesucristo, la enseñanza que la teología designa como la divina revelación pública.
La divina revelación pública está compuesta de un cierto número de verdades o afirmaciones. Es completamente obvio que la genuina y sobrenatural fe divina puede existir, y de hecho existe, en individuos que no tienen un conocimiento claro y distinto de algunas destas verdades, sino que simplemente las aceptan como contenidas o implicadas en otras enseñanzas. Pero, a fin de que haya fe debe haber un mínimo de enseñanzas que sean comprendidas distintamente por el creyente y dentro del cual esté implícito el resto del mensaje revelado. La teología Católica sostiene que es posible tener fe divina genuina cuando son creídas en forma explícita dos, o según otros escritores, cuatro, de estas verdades reveladas: la existencia de Dios como Cabeza del orden sobrenatural, el hecho de que Dios recompensa el bien y castiga el mal y las doctrinas de la Santísima Trinidad y de la Encarnación.
Sin duda alguna no forma parte de la enseñanza de los teólogos Católicos el hecho de que no pueda haber un vero acto de fe divina y sobrenatural si no hay un conocimiento y aceptación explícitos de la religión Católica como la vera religión y de la Iglesia Católica como el vero reino de Dios. Por el contrario, es doctrina común de los teólogos que la fe sobrenatural puede existir cuando hay solamente una creencia implícita en la Iglesia Católica y en la religión Católica. A fin de cuentas este es el hecho que puede sacarse de la Quanto conficiamur moerore cuando ese documento nos dice que una persona invenciblemente ignorante de la vera religión puede obtener la vida eterna por medio de la divina luz y de la gracia.
Todo acto de genuina fe sobrenatural y divina, sin importar cuán pobre sea en su contenido explícito, puede ser la base intelectual para un acto de divina caridad. La vera caridad sobrenatural es un acto de amor de benevolencia y amistad a Dios conocido sobrenaturalmente, a la luz de la Visión Beatífica en el próximo mundo, o a la luz de la fe divina en este. Todo aquel que cree en Dios con vera fe sobrenatural y divina puede, con la ayuda de la gracia de Dios, amarlo en la forma en que se lo conoce. Y este amor sobrenatural de Dios, si es un amor de benevolencia y amistad, es el acto de la caridad divina.
La gracia santificante siempre acompaña el amor de caridad. Aquel que muere en estado de gracia santificante va a obtener la Visión Beatífica inevitablemente. De aquí que, puesto que es posible tener una genuina fe y caridad sobrenatural y la vida de la gracia santificante sin tener un conocimiento distinto y explícito de la vera Iglesia y de la vera religión, sea posible para esta persona salvarse con tener sólo un conocimiento y deseo implícito de la Iglesia.



[1] Cf. Salmanticenses, Cursus Theologicus (Paris y Bruselas 1878), IX, tract. XIV, diss. 2, dub. 5, 223 ss. Billuart, Cursus theologiae (Paris, 1904), III, Tractatus de gratia, diss. III, art. 5, 6, 343 ss. Billuart enseña que “el hombre caído no puede obedecer completamente la ley natural quoad substantiam sin la gratia sanans” (344), y que “el hombre caído en estado de pecado mortal no puede, sin una ayuda especial de Dios, evitar por un largo tiempo (diu) todo pecado mortal contra la ley natural y vencer todas las tentaciones (contra la ley natural)” (348).
Los teólogos tomistas señalan la enseñanza de Santo Tomás en su Summa theologica, Ia-IIae, a. 4 y 8. Apelan especialmente a una afirmación del magisterium, el del décimo sexto Concilio de Cartago, can. 3: “Igualmente plugo: Quienquiera dijere que la gracia de Dios por la que se justifica el hombre por medio de Nuestro Señor Jesucristo, solamente vale para la remisión de los pecados que ya se han cometido, pero no de ayuda para no cometerlos, sea anatema”. (Denz. 103).