viernes, 31 de mayo de 2013

La Iglesia Católica y la Salvación, Cap. V (III de IV)

La tercera lección y la más difícil de la Encíclica Quanto conficiamur moerore sobre el tema de la necesidad de la Iglesia para la salvación se encuentra en su enseñanza sobre la posibilidad de salvación para aquellos que ignoran invenciblemente la vera religión. Lo que la encíclica dice sobre este punto se encuentra en una oración larga y muy complicada:

“Notoria cosa es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y sabe la mente, ánimo, pensamientos y costumbres de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria.”

Esta afirmación es tremendamente rica en implicancias teológicas. Nunca va a poder entenderse bien si no es en contra de los antecedentes y en el contexto de la teología Católica de la gracia y el pecado. Desafortunadamente esta afirmación ha sido explicada a veces en una forma inadecuada.
A fin de tener un análisis adecuado y preciso desta doctrina, debemos ver claramente, antes que nada, a qué clase de personas se refiere Pío IX en esta oración. Son personas descriptas como obedeciendo cuidadosamente (sedulo) la ley natural. Están prestos a obedecer a Dios. Llevan una vida honesta y recta. E ignoran invenciblemente la verdadera religión Católica.
Ahora bien, es perfectamente obvio que esta descripción no se aplica a todos aquellos individuos que ignoran invenciblemente la Iglesia y la fe Católicas. La ignorancia invencible no es, en modo alguno, un sacramento que comunica bondad de vida a aquellos que la padecen. El hecho de que un hombre sea invenciblemente ignorante de la vera religión no le garantiza en modo alguno que va a observar celosamente la ley natural, que va a estar pronto a obedecer a Dios y que va a llevar una vida recta.

jueves, 30 de mayo de 2013

La Ordenación de los Diáconos en el N. T. y comparación de la jerarquía eclesiástica con la angélica (II de V)

II

2. La función litúrgica en especial y sus derivaciones.

De leiton, lugar o cosa popular y pública, como la curia, el prytaneum, etc. y ergon, la obra o servicio en general, se derivan los vocablos λειτουργὸς, λειτουργίᾳ, λειτουργεἶν de un significado muy parecido al de διακονος, διακονια, διακονεἶν. La diferencia principal está en que mientras el oficio del diácono era el de prestar servicio a cualquiera por institución o sin ella, el del liturgo, por el contrario, supuesta o no la misma institución, era el servicio prestado por el particular en orden al bien común (Arist.) o bien a la cosa o persona pública (Plat.). El liturgo que presta el servicio puede, pues, ser una persona privada, siempre que sirva al bien común, verbigracia, un artesano que sirve al ejército (Plut.), y eso aun a sus propias expensas (Dem., Lvs.) al contrario de lo que sucede con el diácono, cuyo oficio más característico es repartir lo común entre los particulares.
Por ese respecto que el liturgo, no menos que el diácono, aunque en orden inverso, tiene con el bien común, también la persona privada del liturgo fue adquiriendo poco a poco el carácter de persona pública, y lo adquirió de hecho al sobrevenir por necesidad la institución, y eso tanto en lo civil como en lo religioso. Así entre los clásicos griegos se llamaba liturgo al lictor (Plut.) y a otros públicos funcionarios, y luego, en el A. T., al ministro de un príncipe (III Reg. 10, 15), al profeta (Jos. 1. 1. etc.), al sacerdote (Is. 61, 6; Neh. 7, 24), al levita (Neh. 10, 39-40). Y del A. T. el vocablo, con su doble significación civil y religiosa, pasó al Nuevo, y así los magistrados civiles (Rom. 13, 6) y las mismas centellas del rayo (Hebr. 1, 7; cf. Ps. 104, 4) son los liturgos de Dios, y Cristo es el liturgo del santuario celeste (Hebr. 8, 2, cf. Eccli. 24, 14), y Pablo es el liturgo de Cristo (Rom. 15, 16), y Epafrodito es el liturgo de Pablo en su necesidad (Phil. 2, 2s) y a este tenor, las palabras λειτουργίᾳ, λειτουργεἶν se usan frecuentemente en el A. T., y algunas veces también en el Nuevo, para significar el culto o servicio divino, con esta particularidad, empero, digna de notarse, que así como διακονια, tras significar el servicio convival, vino a significar los vasos de mesa, así λειτουργίᾳ al significado de culto divino agregó el de vasos sagrados (Hebr. 9, 21).

miércoles, 29 de mayo de 2013

Melkisedek o el Sacerdocio Real, por Fr. Antonio Vallejo. Cap. V, X Parte

6) Carácter sacramental y capitalidad sacra.

Ya hemos convenido en que el sacerdocio de la Virgen no es vicarial, como lo es el que resulta de la colación del sacramento del orden. Cabría suponer, por tanto, que le viene conferido mediante un carácter análogo al del bautismo y de la confirmación, aunque más adecuado al género especialísimo de las funciones propias del sacerdocio marial. Mas también hemos señalado que este género especialísimo es el de la unión hipostática; al cual repugna, metafísicamente, cualquier fricción que no provenga de límites connaturales. Así, la plenitud de gracia del hombre que es Jesús, redundancia de su divinidad personal, supera la de la Virgen, sin que por eso deje ella de ser la Llena de gracia. Y esta plenitud no admite determinación alguna inferior a la de su causa final propia, que es la maternidad divina. Luego, en María no se da, como tampoco en la humanidad de su Hijo, un carácter sacerdotal determinado.
Los sacramentos del bautismo, la confirmación y el orden son principios de operación sacerdotal que sólo nos facultan para ejercer una parte restringida del pleno sacerdocio de Nuestro Señor; pues los caracteres que imprimen derivan de la plenitud fontal del Pontífice divino como otras tantas participaciones[1]

martes, 28 de mayo de 2013

La Ordenación de los Diáconos en el N. T. y comparación de la jerarquía eclesiástica con la angélica (I de V)

   Nota del Blog: presentamos a continuación un interesantísimo trabajo escrito por el P. José Ramos García C.M.F., publicado en "Estudios Bíblicos" IV (1945), pag. 361 ss.
   En este trabajo Ramos García da una nueva división de la jerarquía angélica, apartándose así de la división "tradicional" que nos legara el Pseudo-Areopagita. A decir verdad nunca nos había convencido del todo esa división y este trabajo vino a corroborar nuestras sospechas.
   Con este ensayo, el autor nos ha ayudado a comprender mejor algunas visiones y personajes que intervienen en el Apocalipsis, haciéndonos mudar de opinión al respecto. 
   El presente trabajo estará dividido en cinco partes: las dos primeras serán sobre el diaconado, y luego las tres últimas, y sobre todo las secciones III y IV, tratarán sobre la jerarquía angélica.



Como se ve por él título, el trabajo tiene dos partes, partes que son sensiblemente iguales en su desarrollo, aunque otra cosa aparezca del esquema. En la primera, que es la que propiamente responde al encargo recibido, digo del diaconado como potestad y como sacramento, comparando la potestad diaconal con la sacerdotal para mejor declarar su naturaleza, y el rito de la ordenación de los primeros diáconos con el de otros sacramentos para mejor apreciar la razón sacramental de aquél. En la segunda se compara la institución del diaconado, y en general de la jerarquía eclesiástica, con la jerarquía angélica de una manera un tanto original. Esta comparación, so pena de ser vana o estéril, tiene que tener por base sólida un conocimiento verdadero de una y otra jerarquía, y en ello he trabajado con amor, echando por nuevos derroteros, con resultados al parecer satisfactorios. Teníamos para ello una mina riquísima en  la Biblia y en la tradición antigua, que la Teología escolástica no acertó a  explotar, embarazada en este punto con las especulaciones, más bien artificiosas, del Seudo-Areopagita, por la falsa persuasión de que su autor era Dionisio Areopagita convertido por San Pablo (Act. 17, 34).
Sin perderse en pormenores, que podrán ser estudiados oportunamente, el trabajo aspira a presentar un sistema doctrinal de conjunto, conexo y bien fundado, y tal que pudiera interesar a la misma Teología, la cual haría bien en tomarlo en cuenta para hacerse así en éste, como se ha hecho en otros puntos, cada vez más bíblica y positiva, en la persuasión de que con eso no perdería nada; antes ganaría mucho en relieve, precisión y colorido, pues la Biblia será siempre el alma de la Teología, al revés de lo que se advierte en ciertos exégetas, que quieren hacer de la Teología el alma de la Biblia.
Bien está la especulación, pero no hay especulación más segura y fecunda que la que gira en torno de las palabras inspiradas, de las cuales se debe decir, y con mayoría de razón, lo que el Eclesiastés afirma de las palabras de los sabios: “las palabras de los sabios son como aguijones y cual clavos hincados” (Ectes. 12, 11). Prefiero volar atado de un hilo que me contenga dentro del espacio real a vagar a mis anchas y sin trabas por el espacio imaginario.

lunes, 27 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXXIII (fin)

  Nota del Blog: en su último capítulo Bloy remata el libro con su habitual destreza. Aquel que dijo que quería ser "el escultor de la palabra" obtiene aquí una pieza hermosa. Tras este capítulo Bloy inserta como epílogo los primeros 14 versículos del tan conocido y no menos misterioso capítulo XXXVII de Ezequiel.


XXXIII

¡Silencio!

Una Voz de Abajo.

Voz de destierro, infinitamente lejana, extenuada, casi muerta, que parece dilatarse al subir de las profundidades:

La Primera Persona es la que habla.

La Segunda persona es Aquella a quien se habla.

Esa Tercera Persona soy Yo, Israel, praevalens Deo, hijo de Isaac, hijo de Abrahán, generador y bendecidor de los doce Leoncillos instalados en las gradas del Trono de marfil[1] para vigilancia del gran Rey y perpetuo recelo de las naciones.

Yo soy el Ausente de todas partes, el extranjero en todos los lugares habitables, el Disipador de la Substancia, y mis tabernáculos están plantados en colinas tan lúgubres, que hasta los reptiles de los sepulcros han hecho leyes para que los senderos de mi desierto sean borrados.

Ningún velo es comparable a mi Velo, y nadie me conoce, porque nadie, excepto el Hijo de María, ha podido adivinar el enigma infinitamente obscuro de mi condenación.

Ya en los tiempos en que parecía fuerte y glorioso, en los antiguos tiempos pletóricos de prodigios que precedieron al Gólgota, mis propios hijos no me reconocían y con frecuencia se rehusaban a recibirme, pues mi yugo es áspero y mi carga muy pesada.

Me acostumbré de tal suerte a asumir el Arrepentimiento espantoso de Jehová, "pesaroso de haber creado los hombres y los animales"[2], y ya se ve que lo sobrellevo de la misma manera que Jesús cargó con los pecados del mundo.

He ahí por qué tengo en mí el polvo de tantos siglos.
Hablaré, sin embargo, con autoridad de Patriarca inamisible, investido cien veces con la elocución del Todopoderoso.

domingo, 26 de mayo de 2013

Oración de Sor Isabel de la Trinidad al Dios Uno y Trino.



ELEVACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

La Síntesis de su vida interior.

"¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Vos, inmóvil y apacible, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro Misterio!
Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión preferida y el lugar de vuestro reposo. Que nunca os deje solo; antes bien permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reserva a vuestra Acción creadora.
¡Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros... hasta morir de amor! ... Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra Vida. Venid a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.
Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo de Vos. Luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en Vos y permanecer bajo vuestra gran luz. Oh amado Astro mío, fascinadme para que no pueda ya salir de vuestro resplandor.
Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí para que en mi alma se realice una como encarnación del Verbo; que sea yo para Él una humanidad suplementaria, en la que Él renueve todo su misterio.
Y vos, oh Padre, inclinaos hacia vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra, no veáis en ella sino al Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.
Oh mis “Tres”, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en la que me pierdo, entrégome a Vos como una presa, sepultaos en mi para que yo me sepulte en Vos, hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas."


21 de noviembre de 1904.

sábado, 25 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXXII

XXXII

Pero ese instinto de mercantilismo y de trapacería, despojado de sus conexiones misteriosas, no fue ya desde entonces sino una áspera pendiente que descendía a los lugares más bajos de la avaricia y la concupiscencia.
La Cobarde "suplantación" del pobre coloso Esaú, ante quien Jacob, fuerte sólo contra Dios, jamás dejó de temblar, y el despojo universal de los egipcios, se convirtieron en funciones corrientes, inaptas para prefigurar otra cosa que el castigo definitivo, cuya forma, ignorada sin embargo, será tal que aquel que la conozca por confidencia del Espíritu Santo, sabrá, seguramente, el indescifrable secreto del desenlace de la Redención.
Incontenibles en su caída, rodaron hasta el último peldaño en la Escalera de los Gigantes de la ignominia.
No habiendo retenido de su patrimonio soberano otra cosa que el simulacro del poder, que es el Oro, este metal infortunado, convertido entre sus garras de aves de presa en una inmundicia, fue obligado a trabajar a su servicio en el embrutecimiento del mundo. Y en el temor de que este servidor exclusivo se les escapara, lo encadenaron ferozmente y se encadenaron a él con cadenas monstruosas que dan siete vueltas a sus corazones, empleando así su duro despotismo para convertir a su esclavo en instrumento de su propia esclavitud.
Y el alma de los pueblos se contaminó a la larga, de su pestilencia.
Puesto que habían esperado más de dos mil años una oportunidad para crucificar al Verbo de Dios, bien podían seguir esperando diecinueve veces cien años más que una colosal explosión de la Desobediencia transformara en cerdos a los adoradores de esa Palabra dolorosa, para que a Israel, que había disipado su substancia, le quedara, al menos, la piará del "Hijo Pródigo".

viernes, 24 de mayo de 2013

El castigo al pueblo judío antes de su conversión.

G. Dore. La desolación de Jerusalén

“Num in aeternum repellet Deus, nec propitius erit ultra?
Num in perpetuum deficiet gratia eius,
Irrita erit promissio in omnes generationes?
Num oblitus est misereri Deus?
An iratus occlusit misericordiam suam?”

Salmo LXXVI, 8-10

“In tribulatione sua mane consurgunt ad me: Venite et revertamur ad Dominum quia ipse cepit et sanabit nos, percutiet et curabit nos. Vivificabit nos post duos dies; in die tertia suscitabit nos et vivemus in conspectu eius. Sciemus, sequemurque ut cognoscamus Dominum: quasi diluculum praeparatus est egressus eius, et veniet quasi imber nobis temporaneus et serotinus terrae”.

Oseas, VI, 1-3.

No cabe la menor duda a través de todas las SSEE sobre la existencia de un trato preferencial por parte de Dios para con los judíos, pueblo amado a causa de los padres, como nos lo dice San Pablo en uno de los pasajes más conocidos, pero no debe olvidarse tampoco que esta diferencia se manifiesta no sólo en la elección o en los premios sino también en los castigos, es decir que Dios no castiga por igual a Israel y a las naciones.

Isaías en su capítulo LI nos narra el último castigo que Dios enviará a los judíos. El texto dice:

jueves, 23 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXXI


XXXI


Tales son los Judíos, los Judíos auténticos, semejantes en todo a aquel Natanael que fuera visto debajo de la emblemática higuera y de quien, no obstante, Jesús dijo: “He aquí un verdadero israelita, en el cual no hay engaño".
Tales plugo a Dios formarlos en su origen y tal, por amor, no temió configurarse Él mismo al hacerse, en cuanto a la carne pasible y mortal, Hijo de Abraham.
He renunciado hace ya demasiado tiempo a no desagradar, para que me detenga ahora el temor de congestionar a algunos fogosos sacristanes diciendo, como digo, que Nuestro Señor Jesucristo debió cargar también eso, de la misma manera que cargó con todo el resto, vale decir, con una exactitud infinita.
Sin hablar ya del gran Holocausto, que fue evidentemente la "especulación" más audaz que un israelita haya concebido jamás, poco costaría encontrar en lo exterior de las palabras infinitamente amables y sagradas del Hijo de Dios, ciertos vínculos de familia con ese eterno espíritu judaico que hace rebullir a la gentilidad.

martes, 21 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXX

Abraham y los tres Ángeles, por G. Doré.

XXX

LA PRIMERA ESPECULACIÓN JUDÍA


—El clamor de Sodoma y Gomorra se ha multiplicado —dijo el Señor— y su culpa se ha agravado infinitamente[1].
Estas palabras fueron dirigidas confidencialmente a Abraham, a continuación de la promesa de un Hijo, en quien todos los pueblos de la tierra serían bendecidos. Promesa que hizo reír a la vieja Sara "detrás de la puerta del tabernáculo", como había hecho reír algunos días antes, al centenario Abraham.
La risa es muy rara en las Escrituras. Abraham y Sara, esos dos antepasados de la dolorosa María, Madre de las Lágrimas, son los encargados de iniciarla, y esta circunstancia misteriosa es tan importante, que el nombre de la primera rama del roble genealógico de la Redención, en el momento en que este árbol sale de la tierra, es precisamente Isaac que significa Risa.
Es en circunstancias en que vibra todavía en el aire esa risa sorprendente cuando Dios habla a su Patriarca del clamor de las ciudades culpables y comienza la sublime historia de los cincuenta justos.
La belleza infinita de ese pasaje inspira tanto respeto y tan tenebrosa admiración, que parece casi imposible tratar de comentarlo sin incurrir en blasfemia.
Hay que tener presente que era en el comienzo de todo y que el Pueblo elegido vale decir, la Iglesia militante, acababa de ser convocado.

domingo, 19 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXIX


XXIX

Entre todos los prejuicios y opiniones congénitas aceptados por la generalidad de la gente, ninguno está tan fuertemente remachado en el alma cristiana como el lugar común architrivial que consiste en considerar que la famosa codicia judía y el instinto de mercantilismo versal del pueblo errante son obra de un riguroso decreto que lo castiga así por haber traficado con su Dios.
Incontestablemente, a partir de la venta de Cristo, en que ese instinto se desencadenó, vale decir, a partir del justo punto matemático en que se consumó innoblemente su vocación de depositarios de las profecías, los Judíos quedaron fijados en su infidelidad, del mismo modo que todos los hombres, según la Teología, quedan irremisiblemente amarrados, cuando la muerte los sorprende, a la circunstancia precisa del pecado del cual están impenitentes.
No otra cosa he dicho toda mi vida, y hasta creo haber entreabierto, para hacer entrar un poco de luz en las tinieblas, la pálida puerta de lo Irrevocable.

sábado, 18 de mayo de 2013

Melkisedek o el Sacerdocio Real, por Fr. Antonio Vallejo. Cap. V, IX Parte.


5) La compasión sacrifical

Además, cualquier pretensa acción sacrificante subjetiva, es decir, no terminada en una oblación exterior (sea pasada, presente o futura, mas siempre acepta a Dios desde su eternidad), de ningún modo realiza la esencia cabal de sacrificio. Mediante un examen crítico de esta noción, tal como la presentan las definiciones tradicionales, se ha tratado de demostrar recientemente que el sacrificio consiste en el acto interno de conocer a Dios y de reconocer su soberanía como Creador[1]. El sacrificio no exige, de suyo, esta o aquella materia ritual; y ni siquiera una ceremonia litúrgica; es cierto. Pero también es verdad que para ser una acción práctica transitiva, como todos los actos cultuales de la virtud de religión, debe concluir en un término exterior concreto. Forma eminente de justicia, connotativa de la idea de débito, la virtud de religión permanece in actu primo, ineficaz, mientras no pasa, del reconocimiento de lo que debe, al pago contante y sonante de la deuda. Con decirme a mí mismo que mi voluntad debe someterse a la de Dios hasta el entero don de mi persona, estoy muy lejos de haber cumplido un acto cultual religioso. Ese sometimiento debe ser actualizado de alguna manera práctica. No se trata únicamente de poner un hecho externo que le demuestre a Dios y nos persuada a nosotros mismos la sinceridad de nuestro reconocimiento teórico. Se trata de poner un hecho externo que someta efectivamente nuestro albedrío a la autoridad absoluta del que nos ha hecho libres. O de aceptar, como emanado de la voluntad soberana de Dios, un hecho ajeno a la nuestra y que nos ofrece, por contrariarnos de algún modo, la ocasión de negarnos a nosotros mismos y de darnos al Autor de nuestro ser.

viernes, 17 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXVIII


XXVIII

Sé muy bien cuán absurdo, monstruoso y blasfematorio debe parecer imaginar un antagonismo en el seno mismo de la Trinidad; pero no es posible, de otro modo, presentir el inexpresable destino de los  judíos, y cuando se habla amorosamente de Dios, todas las palabras humanas parecen leones ciegos que buscaran una fuente en el desierto.
Se trata, realmente, de algo que los hombres pueden concebir sólo como una rivalidad.
Todas las violaciones imaginables de lo que se ha convenido llamar la Razón pueden aceptarse de un Dios que sufre, y cuando se sueña en lo que es necesario creer para ser apenas un mísero perro cristiano, no significa un gran esfuerzo conjeturar, por añadidura, "una especie de impotencia divina, provisionalmente convenida entre la Justicia y la Misericordia con miras a una inefable recuperación de Substancia dilapidada por el Amor"[1].

miércoles, 15 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXVII


XXVII

¿Osaré yo ahora, corriendo el riesgo de pasar por un miserable fomentador de sofismas heterodoxos, hablar, así fuere con timidez de paloma o prudencia de serpiente, del conflicto adorablemente enigmático entre Jesús y el Espíritu Santo?
He hablado ya de Caín y Abel, del Hijo Pródigo y de su hermano, como lo había hecho del Buen y del Mal Ladrón, que tan extrañamente los evocan. Hubiera podido recordar asimismo la historia de Isaac e Ismael, de Jacob y Esaú, de Moisés y el Faraón, de Saúl y David, y cincuenta otros menos populares, donde la rivalidad mística entre el Primogénito y el Segundogénito, decisiva y sacramentalmente promulgada en el Gólgota, fue notificada a través de las edades a la manera profética.

lunes, 13 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXVI


XXVI

Cierto es que los mismos Circuncisos están condenados a llevar la Cruz desde hace diecinueve siglos, pero de muy distinta numera.
Dije antes que a los Judíos de la Edad Media, perseguidos a la vez por todas las jaurías de la indignación y de la generosidad cristianas, les quedaba el recurso de oponerles, frenéticos, el Signo terrorífico desenterrado de entre los huesos del primer Caín en virtud del cual nadie podía exterminarlos con la espada de la Cólera ni con la espada de la Dulzura sin ser castigado siete veces,[1] es decir, sin exponerse a la represalia infinita del Septenario omnipotente a quien los cristianos llaman Espíritu Santo.

domingo, 12 de mayo de 2013

Melkisedek o el Sacerdocio Real, por Fr. Antonio Vallejo. Cap. V, VIII Parte.


4) El sacrificio de la Madre de Dios y el del altar.

Antes de discurrir sobre el tema del subtítulo, era casi indispensable poner ante los ojos del lector una imagen concreta, dar una idea viva, del lugar que el eterno Sacerdote reconoce a la Virgen en su obra; y de cuán judaica (no perversa, necesariamente, sino característicamente judaica) es cualquier teología que no reconozca todas las consecuencias de glorificación de lo humano, reales, propias, que resultan de ser Nuestra Señora Madre de Dios; y de tener nosotros el carácter de hijos de Dios.
Hay quienes reconocen aquella prelacía óntica de la Virgen, y la superioridad consecuente de su sacrificio. Mas, por no tomar en cuenta la absoluta novedad del sacerdocio cristiano, afirman al mismo tiempo que el sacrificio de la Madre de Dios es menos propiamente sacerdotal que el de los obispos y presbíteros de la Iglesia católica[1].
Menos propiamente ministerial, es la calificación que corresponde. Y ello porque María (conforme lo señalamos en el parágrafo 2 del presente capítulo), actúa en comunión de voluntad e inteligencia con el supremo Sacerdote; no en cumplimiento de órdenes suyas, mediante poder instrumental infuso.
Una mas ceñida participación formal no puede producir, en la línea de la forma participada, efectos menos propios. Los ejemplos que el P. Laurentin aplica a su paradoja, a modo de lubrificante, no logran hacerla andar. En cambio, consiguen poner de manifiesto el preciso punto vulnerable de su magnífico alegato en favor del sacerdocio de la Virgen; y nos muestran la razón de que sus conclusiones se detengan, irresolutas, más acá de la visual de las premisas.

sábado, 11 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXV


XXV

No tengo, ciertamente, motivo para suponer que los cristianos de la Edad Media poseyeran, en general, tan transcendentales percepciones acerca de Dios y de su Palabra. Pero, no habiendo conocido el siglo XVII ni la Compañía de Jesús, eran simples, y si no creían con un alma enamorada, creían con un corazón tembloroso, como está escrito de los demonios[1], y eso bastaba para que algo adivinaran, para que sus temores y sus esperanzas llegaran más allá de los mezquinos horizontes entrevistos por los soñolientos rebaños de la piedad contemporánea.
"No te he amado para divertirme", oyó un día la visionaria sublime de Foligno. Estas cándidas palabras cuentan la historia de millones de almas.
La religión no movía entonces a risa, y la Vida divina, para esa gente simple, era la cosa más seria, más perentoria del mundo.
En el Evangelio se habla de cierto Simón de Cirene, a quien los Judíos obligaron a llevar la Cruz con Jesús, que sucumbía bajo su peso. La tradición nos dice que era un hombre pobre y piadoso y que inmediatamente quiso hacerse cristiano, para tener el derecho de llorar como tal recordando a la Víctima cuya ignominia había tenido la gloria de compartir.
¿No se piensa conmigo que semejante adjunto del Redentor humillado es una evidente prefiguración de esa Edad Media plena de horcas y de basílicas[2], de tinieblas y de espadas sangrantes, de sollozos y de plegarias, que durante mil años cargó sobre sus hombros, hasta donde pudo, la inmensa Cruz, caminando con ella por los negros valles y las colinas dolorosas, exaltando a sus hijos en la misma angustia, sin sepultarse en la tierra hasta que ellos hubieron crecido lo suficiente para sustituir su compasión con la propia?
¡Prodigiosa, infatigable resignación!

El pan le falta muchas veces, y el reposo siempre;
La mujer, los hijos, los soldados, los impuestos,
Los acreedores, la carga vecinal,
Forman la exacta pintura del rigor de sus desdichas.
Llama a la Muerte; viene sin tardar
Y le pregunta qué se le ofrece:
—Que me ayudes a volver a cargar Este Madero...[3]

La Fontaine se equivocó. No era un haz de leña lo que los leñadores pedían a la Muerte que les ayudará a cargar sobre sus hombros. Era el Madero de la Salvación del mundo, la "Esperanza única" del género humano, que los Judíos los obligaban despiadadamente a llevar.
Nunca se negaban a hacerlo por mucho que estuvieran agotados por la fatiga y envueltos en una perpetua niebla de miserias, y si a veces se rebelaban contra los pérfidos era, como he dicho, porque éstos se negaban a poner fin a las Congojas de Cristo, sentimiento de una ternura inefable que ya nadie comprenderá jamás.


[1] "Tú crees que Dios es uno: haces bien; también los demonios lo creen, y tiemblan". Santiago, II, 19.

[2] Paul Verlaine.

[3] La Fontaine: La Muerte y el Leñador.

jueves, 9 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXIV


Nota del Blog: Sin dudas uno de los capítulos más interesantes del libro, lo cual no es poco decir.

XXIV

De ahí que la Raza anatematizada fuera siempre, para los cristianos, a la vez que un objeto de abominación, la  causa de un temor misterioso.
Cierto es que se trataba del rebaño sumiso de la dulce y poderosa Iglesia, infalible e indefectible, en cuyo seno se tenía la seguridad de no perecer; pero sabíase también que el Señor no lo había dicho todo, que su revelación parabólica y similitudinaria era penetrable sólo hasta una mínima profundidad...
Sentíase que había allí algo que no estaba explicado, algo que la misma Iglesia no conocía del todo y que podía ser infinitamente temible. 

miércoles, 8 de mayo de 2013

El Discurso Parusíaco V


El Discurso Parusíaco V: Derribando mitos, I Parte.

En la III Parte desta serie concluíamos diciendo: “Creemos que desta manera el discurso fluye más naturalmente ya que es difícil creer que, habiendo anunciado en el Templo su destrucción y en presencia del pueblo allí reunido, todos se quedaran, sin embargo, callados y no quisieran conocer ningún pormenor; así, pues, desta manera se evitan teorías un poco extrañas como decir que los Apóstoles identificaban la ruina del Templo con el fin del siglo y que por lo tanto preguntaron todo confusamente y que Nuestro Señor mismo respondió incluso algo confusamente. Creemos que no es necesario tampoco hacer alusión al tipo y al anti-tipo. La solución parece ser mucho más sencilla… etc”

Es decir, combatíamos dos opiniones muy en boga entre los autores, a saber: la identificación de la destrucción del Templo con el fin del Siglo por parte de los Judíos y de los Apóstoles y por otra parte el uso de la figura del Tipo y Anti-tipo. Desta forma buscan los autores explicar las diferencias en los discursos entre los Evangelistas.
Creemos, no sólo que esto no es necesario para explicar estas diferencias sino que además estas teorías no resuelven ninguna de las dificultades, sino que por el contrario plantean otras más.

En esta primera parte vamos a decir dos palabras sobre la primera destas afirmaciones.

Quien lee los principales comentarios al llamado “Discurso Parusíaco” observa muy a menudo una cita de Maldonado, que en su comentario a Mt XXIV, 5 dice:

martes, 7 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXIII


XXIII

Los Judíos no se convertirán mientras Jesús no baje de su Cruz, y Jesús no puede bajar de ella mientras los Judíos no se hayan convertido.
Tal es el dilema insoluble en que se retorcía la Edad Media como entre los brazos del un torno. De ahí que no cesaran de maldecir y exterminar a esos abominables antagonistas más que para suplicarles, sollozando a sus pies, que tuvieran piedad del Dios doliente.
No hay poema comparable con ese arrodillamiento insensato de todos los pueblos ante un rebaño de bestias abyectas, para implorar en nombre de la Sabiduría Eterna agonizante: "Qui feci tibi, aut in quo cantristavi te?
"¡Pueblo mío! ¿Qué he hecho o en qué te he contristado? Respóndeme.
"Porque te saqué de la tierra de Egipto, preparaste una Cruz a tu Salvador…
"Porque te guié cuarenta años en el desierto y te sustenté con maná y te llevé a una tierra de abundancia, preparaste una Cruz a ti Salvador...
¿Qué más debí hacer por ti que no haya hecho? Yo te planté como mi viña magnífica, y tú me has salido tan amarga, que apagaste mi sed con vinagre y traspasaste con lanza el costado de tu Salvador...
"Por ti descargué mi azote sobre Egipto y sus primogénitos, y tú me entregaste para ser azotado...
"Yo te precedí en la columna de nubes, y tú me llevaste al pretorio de Pilatos...
"Yo te sustenté con maná en el desierto y me diste golpes y bofetadas...
"Por tu culpa herí á los reyes de los cananeos, y tú con una vara heriste mi cabeza...
"Yo te di un cetro real, y tú pusiste en mi frente una corona de espinas...
"Yo te exalté a gran poderío, y tú me levantaste en el patíbulo de la Cruz..."[1]

Imploración vana y siempre la misma insultante negativa. "Ha puesto su confianza en Dios. Pues entonces, que Dios lo salve ahora,  si le interesa, ya que ese salvador de los otros ha pretendido ser hijo suyo". ¡Ni la amenaza del derrumbe de los cielos hubiera podido arrancarles otra respuesta!


[1] Oficio del Viernes Santo. Adoración de la Cruz.

domingo, 5 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXII


XXII

Oremos también por los pérfidos Judíos; para que Dios Nuestro Señor quite el velo de sus corazones, a fin de que reconozcan con nosotros a Nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh Dios Omnipotente y Eterno, que no excluyes de tu misericordia ni a los pérfidos Judíos! Oye las plegarias que te hacemos por la ceguera de ese pueblo, para que, reconociendo la luz de tu verdad, que es Cristo, salga de sus tinieblas".
Tales eran y tales serán hasta el Fin las plegarias de la Iglesia por la asombrosa descendencia de Abrahán. Plegarias absolutamente solemnes que sólo son recitadas públicamente el Viernes Santo.
En ese momento, sin duda, los corazones de otros tiempos suspendían sus latidos y el silencio de la cólera era prodigioso, en la esperanza universal de oír llegar de los lugares subterráneos el primer suspiro de la conversión del Pueblo obstinado.
Se comprendía confusamente que esos hombres de mugre y de ignominia eran, a pesar de todo, los carceleros de  la Redención, que Jesús era su cautivo y su cautiva la Iglesia, que su consentimiento era necesario para la difusión de los gozos espirituales, y que a eso se debía  que un persistente milagro protegiera a su progenitura.

viernes, 3 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXI


XXI

Pero he aquí que la voluntad de esos  malditos era, precisamente, infernal. Se sabían poderosos y su abominable alegría consistía en retardar indefinidamente, eternizando a la Víctima, el Reino glorioso esperado por los cautivos.
La Salvación de todos los pueblos se veía así, por su perversidad, diabólicamente suspendida —en sentido figurado y en sentido propio— y el apóstol fariseo, que comprendía sin duda mejor que nadie estas cosas, no pudo menos que confesar que el mundo no estaba salvado sino "en esperanza", sólo en esperanza y que había que aguardar aún la Redención, exhalando, con el doliente Espíritu del Señor "gemidos indecibles”[1]
La negativa de esos canallas detenía espantosamente, por minutos y por segundos, los más rápidos episodios y todas las peripecias de la Pasión.

jueves, 2 de mayo de 2013

Melkisedek o el Sacerdocio Real, por Fr. Antonio Vallejo. Cap. V, VII Parte.


Las cosas han cambiado; y de un modo realmente imprevisible. Yahveh ha descendido de nuevo a la tierra (hablamos a lo humano, con deliberado antropomorfismo). Pero no está frente a Israel; no se manifiesta, invisible, desde la cumbre de una montaña, desplegando la majestad de su poder en un vasto friso de terrores; no dicta un reglamento de conducta y un prolijo ceremonial bajo amenaza de castigos temporales, ni con promesa de pingües galardones en este mundo.
Ha descendido de la cumbre. Está en el llano y camina entre los hombres. Su intérprete no es ahora un caudillo de rostro fulgurante, de trato insoportable, a causa de la familiaridad con que Yahveh lo distingue. Es una mujer, una virgen; a la cual ha hecho, con el mayor de los milagros (y el más ordinario, el más sencillo, el menos ruidoso y teatral), su propia madre, la Madre de Dios.
La poca fe de algunos verá en Él a un gran hombre, hijo de José el carpintero; tal vez un gran profeta; el más grande de todos, seguramente; pero nada más. La mala fe de muchos verá en Él a un hombre molesto; y en ciertas circunstancias, peligroso. Estos y aquéllos serán, al fin, los causantes verdaderos de su indecible pasión, los autores reales de su muerte. Porque ha venido a eso, a morir. Ha venido sabiendo que el venir le costaba la vida. Y no obstante haber venido a eso, a dar su vida por sus propios verdugos, los deicidas no tendremos escapatoria, no tendremos excusa. Empero, si no nos obstinamos en alegar excusas, habremos obtenido, con el crimen, el perdón.
Para lo cual, además de no excusarse, habrá de ser necesario acusarse a sí mismo. Acusarse delante de Él, delante de ese hombre que es Dios; creyendo en Él; creyendo que es Dios, y amándole como a tal, con todo lo que por Él somos y poseemos. No es difícil, a condición de desearlo; y de desearlo con todos los requisitos de la buena voluntad.

miércoles, 1 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XX


XX

Las desolaciones y los terrenos del Evangelio creaban un ambiente tal, alrededor de la buena gente de otros tiempos, que su aversión a los Judíos ponía en la naturaleza misma de su sensibilidad algo de profético.
Los Judíos no solamente habían crucificado a Jesús, no solamente seguían crucificándolo en su presencia, sino que, por añadidura, rehúsan hacerlo descender de su Cruz creyendo en Él.
Porque las palabras del Texto siguen vigentes.
Para esas almas profundas y amorosas no podía haber cuestión de retórica o de vana literatura cuando se trataba de la Palabra de Dios.
Los fabricantes de libros, que lo han dilapidado todo, dormían todavía en los limbos de las maternidades futuras, y grande habría sido el horror si alguien hubiera osado suponer que el Espíritu Santo pudo haber referido una anécdota o un incidente accesorio cuya supresión no significara inconveniente.
No había en el Libro una sílaba que no se refiriese al mismo tiempo al pasado y al porvenir, al Creador y a las criaturas, al abismo de arriba y al abismo de abajo, envolviendo a todos los mundos a la vez en un único resplandor, como el remolinante espíritu del Eclesiastés, que “pasa considerando los universos in circuitu y que vuelve siempre sobre sus propios círculos".
Este ha sido siempre, por otra parte, el infalible pensamiento de la Iglesia que elimina de sí, a la manera de un miembro podrido, a quienquiera que toque esta Arca santa llena de truenos: la Revelación por las Escrituras, eternamente actual en el sentido histórico y absolutamente universal en el sentido de los símbolos.
En otros términos, la Palabra divina es infinita, absoluta, irrevocable en todo sentido y, sobre todo, prodigiosamente iterativa, pues Dios no puede hablar sino de Sí mismo.
Aquellas almas simples se hallaban, pues, "razonablemente" persuadidas de que la Burla judía consignada por los dos primeros Evangelistas, significaba nada menos que un cumplimiento profético de la historia de Dios contada por Dios, y Su instinto les advertía que el "Reino terrenal" del Crucificado y el fin glorioso de su permanente Suplicio dependían, en forma inexpresable de la buena voluntad de esos infieles.