jueves, 13 de diciembre de 2012

Lacunza y una objeción contra el Milenio




I. Status quaestionis.


1) Introducción.

Lacunza comienza su monumental obra “La Venida del Mesías en Gloria y Majestad[1] con un estudio general dedicado a dos cosas: primero a explicar el sentido literal de las Escrituras y luego continúa hablando de los dos sistemas existentes en lo que respecta a la Segunda Venida. Al analizar el segundo déllos, que es el que propugna, el exégeta chileno se plantea una serie de objeciones en contra del Milenio. La idea es analizar en este breve artículo la quinta objeción y la subsiguiente respuesta del P. Lacunza.


2) Objeción y Respuesta.

La objeción está tomada del capítulo XXV, 31 ss de San Mateo y la resume desta manera:

“Este lugar del evangelio es uno de los grandes fundamentos, si acaso no es el único, sobre que estriba y pretende hacerse fuerte el sistema ordinario. Porque lo primero dicen: aquí se habla conocidamente del juicio universal, y aún se describe el modo y circunstancias con que se hará. Lo segundo en este lugar se dice expresamente que el juicio universal, de que se habla se hará entonces, esto es: cuando el Hijo del hombre vuelva en su gloria, modo de hablar que junta, une, y ata estrechamente un suceso con otro y que por consiguiente no da lugar, antes destruye enteramente todo espacio considerable de tiempo entre la venida del Señor y el juicio y resurrección universal.”


La respuesta de Lacunza, aunque parece que no convenció a algunos, se impone por lo menos como argumento ad hominem. El autor acepta la primera parte de la objeción pero niega que el “entonces” signifique “inmediatamente” y cita, para confirmar lo dicho, un pasaje del Génesis.

“¿Pues qué sentido propio, verdadero y conforme a las Escrituras le podremos dar a la palabra tunc (entonces) y a todo el texto del evangelio? Para responder en breve a esta pregunta no se me ocurre otro modo más fácil que el uso de alguna semejanza o ejemplo que suele valer mucho más que un prolijo discurso. Leed el cap. IX del Génesis y allí hallaréis (ver. 20) que cuando Noé salió del arca, después del diluvio, comenzó a labrar la tierra, plantó una viña y bebiendo vino se embriagó. Oíd ahora mi bella inteligencia de estas palabras: Noé salió del arca al amanecer el día de Abril 27, y junto con él todos sus prisioneros; y habiendo en primer lugar adorado a Dios y ofrecídole su sacrificio, se puso luego a labrar la tierra, por no estar ocioso; aquella misma mañana, ayudado de sus tres hijos, plantó una viña, a la tarde hizo la vendimia y antes del anochecer ya estaba borracho ¿Qué os parece amigo de mi inteligencia? ¿Halláis qué reprender en ella guardando consecuencia? Consideradlo bien.
Yo no negaré que es bien reprensible, por infinitamente grosera. Cualquiera que lee seguidamente este lugar del Génesis, conoce al punto que el historiador sagrado va a referir directamente y de propósito lo que sucedió por ocasión de la embriaguez de Noé: esto es, las bendiciones y maldiciones (o por hablar con mas propiedad) las predicciones y profecías que pronunció, ya en pro, ya en contra de su posteridad, en favor de sus dos hijos Sen y Japhet, y en contra de Cam, y mucho mas de su nieto Canaán. Para referir todo esto de un modo claro y circunstanciado, como buen historiador, era necesario decir, primero, en breve, que el justo Noé en cierta ocasión se propasó inocentemente en la bebida, y realmente se embriagó; segundo, que ya en aquel tiempo había vino en el mundo; tercero, que también había viña; cuarto, que esta viña no era de las antidiluvianas, sino que el mismo Noé la había plantado por sus manos. De todo esto era necesario hacer mención como en un brevísimo compendio, para referir lo que el mismo Noé habló en profecía, luego que despertó de su sueño. Apliquemos ahora la semejanza: Jesucristo en esta especie de parábola va directamente a dar una doctrina: va a exhortar á los hombres á las obras de misericordia con sus prójimos. Este es su asunto principal. Para que esta exhortación tenga mejor efecto, les da una idea general del juicio universal, proponiéndoles con suma viveza y naturalidad, así el premio como el castigo que deben esperar los que hacen o no hacen obras de misericordia. Mas para dar esta idea general del juicio universal para contraer esta idea general á su intento particular, le era necesaria alguna preparación: le era necesario decir en breve, y como de paso, que Él mismo había de venir otra vez a la tierra en gloria y majestad, que cuando viniese, entonces se había de sentar en el solio de su majestad, que había de congregar todas las gentes en su presencia, etc. Mas todo esto que aquí apunta el Señor brevemente, ¿sucederá luego al punto que llegue á la tierra? ¿Todo se ejecutará en el espacio de doce ó de veinte y cuatro horas? Pues ¿cómo se cumplirán las Escrituras? ¿Cómo se podrán verificar tantas otras cosas que hay en la Escritura, reservadas visiblemente para aquel mismo día o tiempo, que debe comenzar en la venida del Señor? ¿Estas también no son también dictadas por el mismo Espíritu de verdad?
En suma: todas las expresiones y palabras del texto del evangelio, de que hablamos, son verdaderas, son propias, son naturales y perfectamente acomodadas á su fin. Cuando viniere... se sentará entonces y entonces serán todas las gentes congregadas y apartará los unos de los otros… entonces dirá, etc. Del mismo modo son verdaderos, y deben verificarse en aquel mismo día todos los anuncios de los Profetas, y todas cuantas cosas hay en el antiguo y Nuevo Testamento, claramente reservadas para este día. Para concordar ahora unas cosas con otras, para entenderlas todas con gran facilidad, y para darles á todas, y á cada una de ellas, el lugar que les pertenece, solo falta una cosa, según parece, del todo necesaria: es á saber, que no estrechemos tanto el día del Señor, como lo hace el sistema ordinario, sino que le demos, sin temor alguno, toda aquella grandeza y extensión que le es tan debida, según las Escrituras. Con esto solo tendremos tiempo para todo.”

Hasta aquí las palabras del ilustre jesuita chileno.
Si bien la respuesta debería ser suficiente creemos que existe una refutación más precisa y contundente.


II) Una (nueva) respuesta.


1) Introducción.

Nos parece que la respuesta debía cortar la objeción por la mitad negando el supositum mismo, es decir, rechazar de plano que Nuestro Señor esté hablando del juicio universal, antes bien, por el contrario, creemos que está hablando sobre su Parusía, sobre el juicio de las naciones y sobre el Milenio. No hay ninguna alusión al juicio universal en esta parábola.
Es preciso ir por partes. Primero transcribamos el texto y luego sometámoslo a un pequeño análisis.

“Cuando el Hijo del hombre vuelva en su gloria, acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará sobre su trono de gloria, y todas las naciones serán congregadas delante de Él y separará a los hombres, unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los machos cabríos. Y colocará a las ovejas a su derecha, y los machos cabríos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: “Venid benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer… etc. Entonces los justos le responderán diciendo: “¿Señor cuándo te vimos hambrientos y te dimos de comer… etc? y respondiendo el Rey les dirá: “En verdad os digo en cuanto lo hicisteis a uno solo, el más pequeño de estos mis hermanos, a Mí lo hicisteis”. Entonces dirá también a los de su izquierda: “Alejaos de Mí malditos al fuego eterno: preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, etc. Entonces responderán ellos también: “Señor ¿cuándo te vimos, hambriento…?” Y entonces Él les responderá: “En verdad os digo: en cuanto habéis dejado de hacerlo a uno de estos, los más pequeños, tampoco a Mí lo hicisteis”. Y estos irán al suplicio eterno, mas los justos a la vida eterna”.


2) Respuesta y Análisis.

Creemos que tanto del texto como del contexto del capítulo XXV de San Mateo se pueden sacar las siguientes conclusiones:

A) Texto.

1) Notar que la parábola está hablando de la Venida de Jesús en su gloria, es decir “en gloria y majestad”.

2) Todas las naciones serán congregadas[2] ante su presencia, es decir, se trata del juicio a las naciones que tiene lugar durante 45 días después de la destrucción del Anticristo como consta por Daniel XII. No se habla de todos los hombres.

3) Jesucristo se sentará sobre su trono de gloria, es decir, hoy por hoy no está sentado en su trono sino en el de su Padre, como lo indica claramente el Apocalipsis, en III, 21: “Al vencedor le haré sentarse conmigo en mi trono, así como Yo vencí y me senté con mi Padre en su trono”.

4) Los “benditos de mi Padre” no pueden ser todos los salvados puesto que Jesús da la razón al afirmar que han cumplido las obras de misericordia. Esto sólo puede ser dicho con propiedad de los santos y no de aquellos que, habiendo vivido en la tibieza, no curaron cultivar la vida espiritual por medio de la práctica heroica de las virtudes. Para esos tales existe el purgatorio.


B) Contexto.

1) ¿Quiénes son los justos?

Esta parábola no se entiende si no se tiene en cuenta lo dicho en otra parábola: la de la cizaña (Mt. XIII):

“El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre. El campo es el mundo. La buena semilla, esos son los hijos del reino[3]. La cizaña son los hijos del maligno. El enemigo que la sembró es el diablo. La siega es la consumación del siglo[4]. Los segadores son los ángeles. De la misma manera que se recoge la cizaña y se la echa al fuego, así será en la consumación del siglo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino todos los escándalos, y a los que cometen la iniquidad, y los arrojará en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes[5]. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre ¡Quien tiene oídos oiga!

La similitud con Mt XXV salta a la vista.

Sin salirnos de los Evangelios vemos que el término “justo” en el lenguaje Bíblico no tiene el sentido de lo que hoy llamamos justificación (estado de gracia) sino el de santidad, y así vemos que José (Mt. I, 19), Zacarías e Isabel (Lc. I, 6), Simeón (Lc. II, 25), y el mismo Jesús (Mt. 27, 19) son llamados justos.
Por su parte Jesús reprendió a los escribas y fariseos porque pretendían pasar por justos ante los hombres siendo que “están llenos de hipocresía y de iniquidad”, además de ser hijos de quienes dieron muerte a los justos y a los profetas (Mt. XXIII, 28.29.35), etc.

Lo mismo vemos confirmado en el Antiguo Testamento:

Daniel XII, 1 ss: “En aquel tiempo se alzará Miguel, el gran príncipe y defensor de los hijos de tu pueblo; y vendrá tiempo de angustia cual nunca ha habido desde que existen naciones hasta ese tiempo. En ese tiempo será librado tu pueblo, todo aquel que se hallare inscrito en el libro. También muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para vida eterna, otros para ignominia y vergüenza eterna. Entonces los sabios brillarán como el resplandor del firmamento, y los que condujeron a muchos a la justicia, como las estrellas por toda la eternidad”.

Straubinger comenta: “Los sabios: los observadores de la Ley de Dios… La promesa que en este pasaje se da a los que ejercen el apostolado de enseñar tiene su paralelo en las palabras de Cristo: “los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre (Mt. XIII, 43)”.

Sabiduría III, 7 ss: “Brillarán los justos y discurrirán como centellas por un cañaveral. Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos. El Señor reinará sobre ellos eternamente. Los que confían en Él, entenderán la verdad; y los fieles a su amor descansarán con Él pues que la gracia y la paz es para sus escogidos.”[6]

Straubinger comenta: “En griego: al tiempo de la recompensa brillarán, etc. Véase el premio máximo según Daniel XII, 3 y Mt. XIII, 43. Además, los justos participarán en juzgar a los hombres (Mt. XIX, 28; I Cor. VI, 2; Dan. VII, 27; Apoc. XX, 4), y según San Pablo también a los ángeles (I Cor. V, 3)”.

Con respecto al libro de la Sabiduría, para su recta comprensión, debemos recordar la advertencia de Lacunza[7] cuando nos dice: “Contra este hombre o contra estos hombres, que han formado la grande estatua y todo cuanto en ella se incluye, debe bajar directamente la piedra… este hombre o estos hombres son los más amenazados en toda la Escritura, especialmente se puede consultar a este propósito todo el libro admirable de la Sabiduría, que se dirige a ellos inmediatamente”.

Por último Nuestro Señor termina una de sus parábolas en la que encarece una de las obras de misericordia de la que habla en el cap. XXV con esta extraña frase: “Y feliz serás, porque ellos no tienen cómo retribuirte, sino que te será retribuido en la resurrección de los justos[8]”, tras lo cual uno de los invitados le dijo: “Feliz el que pueda comer en el reino de Dios” y Nuestro Señor le respondió con la parábola del gran banquete donde habla de los escogidos.

2) Como es sabido San Mateo agrupó su Evangelio por temas y no por orden cronológico. En los capítulos XXIV-XXV vemos que el “tema” del que trata es la Parusía y el Reino Milenario, y no hay alusión alguna al juicio final.
Prueba de lo dicho:

a) San Mateo calla toda referencia a la ofrenda de la viuda que traen tanto Mc como Lc.

b) El discurso escatológico (tanto la pregunta como la respuesta) está todo dirigido a la Parusía[9]: primero comienza hablando sobre los signos inmediatos anteriores (falsos profetas, guerras, hambres, pestes, y persecuciones) al gran signo: la abominación de la desolación en el lugar Santo, tras lo cual viene la gran tribulación junto con otros Falsos Profetas, y finalmente el juicio de las naciones (señales en el sol, la luna y las estrellas), rapto de la Iglesia[10] y parábola de la higuera. Por último San Mateo agrega otras admoniciones o parábolas pronunciadas en otra ocasión[11]: similitudes con los tiempos del diluvio, parábolas del amo y de los servidores vigilantes, de las diez vírgenes y de los talentos; todas ellas con un denominador común: la venida del Mesías en Gloria y Majestad. Ergo es lógico suponer que los versículos 31 ss se refieren al mismo tema.

2) Apocalipsis XX, 11-15: “Y vi un gran trono blanco y al sentado en él, de cuya faz huyó la tierra y también el cielo; y no se halló más lugar para ellos. Y vi a los muertos, los grandes y los pequeños, en pie ante el trono y se abrieron los libros –se abrió también otro libro que es el de la vida- y fueron juzgados los muertos, de acuerdo con lo escrito en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; también la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron arrojados en el lago de fuego. Esta es la segunda muerte: el lago de fuego. Si alguno no se halló inscrito en el libro de la vida, fue arrojado al lago de fuego”.

Texto súmamente misterioso que, como diría Lacunza[12]: “es el único en todas las Escrituras canónicas, que habla clara y expresamente del fin de todos los vivientes viadores y de la resurrección de todos y juicio universal”.

Dejemos hablar a Straubinger:

Descripción del juicio final, cuya explicación encierra todavía muchos misterios para la exégesis moderna. Se diría que, como en 19, 11 ss y en Mt. 25, 31 ss el juez es Cristo, el Hijo a quien Dios entregó el poder de juzgar al mundo después de haber hecho entrega de ese mismo “para que el mundo se salve por Él” (Jn. 3, 16 s). Sin embargo los autores modernos (Fillion, Pirot, etc) dan por seguro que San Juan presenta aquí a Dios Padre a quien llama desde el principio “el que está sentado en el trono” (4, 9s; 5, 1.7.13; 7, 15 etc) y que es “el único juez supremo” (Gelin).
Huyó la tierra, etc: no es a parcialmente como en 6, 14 y 16, 20, sino que aquí no hay más tierra de modo que, dice Pirot, “es imposible ubicar el lugar del juicio”, y por tanto no puede aplicarse, como en Mt. 25, 31 ss, lo anunciado sobre el juicio de las naciones al retorno de Cristo en el Valle de Josafat (Joel 3, 2), ni expresa allí Jesús las otras características que aquí vemos, como la resurrección[13], el tratarse sólo de muertos (v. 12 y 13)[14], sin quedar ninguno vivo (v. 9. Cfr. I Tes. 4, 16-17); los libros abiertos; la exclusiva mención del castigo y no del premio (v. 14 y 15)[15]; el contenido general del juicio sin referencia a las obras de caridad (Mt. 25, 35 ss), ni al Rey (id. 34 y 40), ni a su Parusía, ni a sus ángeles (id. 31), ni a sus hermanos (id. 40), ni a las naciones (id. 32), ni a la separación entre ovejas y machos cabríos (v. 33). Por ahí vemos cuánto debe ser aún nuestro empeño en profundizar la doctrina e intensificar nuestra cultura bíblica”.

Hasta aquí un breve repaso por esta parábola tan conocida y citada por los partidarios de la identificación entre Parusía y fin del mundo.
Creemos que este pasaje evangélico prueba exactamente lo contrario de lo que se le quiere hacer decir y bueno hubiera sido ver a Lacunza desarrollar esta parábola según los principios que hemos enunciado. ¡Cuántas maravillas nos hubiera hecho ver escondidas en el texto Sacro!
Mientras tanto, y con mucha audacia nos hemos atrevido a corregir al genial exégeta chileno, y hemos aceptado sin problemas el argumento de nuestros adversarios que afirma que el adverbio “entonces” debe ser tomado en su sentido natural.

Vale!



[1] Citamos la obra según la edición de Manuel Belgrano en 4 tomos.

[2] Mismo verbo usado en Mt XXIV, 28 cuando dice: “Allí donde esté el cuerpo, allí se congregarán las águilas”. Cfr. también Lc. XVII, 37.

[3] Es decir, para los “benditos de Mi Padre” para quienes fue preparado el Reino. Estos herederos son los mismos vencedores de los que hablamos AQUI:

[4] Lamentablemente esta frase ha sido muy mal traducida y ha dado lugar a pésimas consecuencias. Nos remitimos al excelente análisis de Van Rixtel AQUI :

[5]Alejaos de Mí malditos al fuego eterno: preparado para el diablo y sus ángeles...

[6] Con respecto a los “escogidos” cfr. Mt. XXII, 14; XXIV, 22.24.31 y Mc. XIII, 20.22.27; Lc. XVIII, 7.

[7] Fenómeno X, párrafo V, comentando Isaías II, 22.

[8] Straubinger: “La resurrección de los justos: cfr. Lc. XX, 35; Jn V, 25 ss; VI, 39 ss; XI, 25 ss; Apoc. XX, 6; I Cor. XV, 22 s; XV, 51 ss (texto griego); I Tes. IV, 16; Fil. III, 11; Hech. IV, 2; XXIV, 15.

[9] Sobre esto ya tendremos tiempo de volver. Damos esto por supuesto porque la prueba nos llevaría mucho tiempo y sería ajeno a este pequeño artículo.
Con respecto al versículo 2 del cap. XXIV, que trata sobre la destrucción del Templo, debemos decir que esto es sólo una pequeña introducción por parte del evangelista a fin de ubicarnos en el momento y circunstancias en que fue pronunciado en discurso.

[10] Muchos pasan este detalle por alto, tanto los que rechazan el Milenio, como así también los que propugnan el llamado “rapto pre-parusíaco”. Sed circa hoc postea.

[11] Tampoco podemos detenernos demasiado en esto. Baste por ahora comparar este discurso con el texto de San Marcos para ver lo que decimos.
Lo mismo puede verse en otras partes del discurso Parusíaco, y así creemos, por ejemplo, que los versículos 9-12 y 26-29 no pertenecen al discurso Parusíaco original sino que fueron pronunciados en otra ocasión, como así también lo opuesto se ve en el cap. X, 17-22, donde estos versículos fueron sacados de su lugar original (discurso parusíaco el martes Santo) y trasladados a otros pasajes en los que Jesús les predice persecuciones a los Apóstoles y discípulos.

[12] T. 4, pag. 355.

[13] Seguramente en Mt. XXV están incluidos aquellos bienaventurados que tienen parte en la primera resurrección.

[14] Es decir esto coincide con el juicio de muertos, así como la Parusía y el Milenio implicó el juicio de vivos.

[15] Tema difícil. Creemos que el texto distingue dos clases de muertos: por un lado los que están “de pie ante el trono” y por el otro los que entregan el mar y la muerte y el Hades.
La primera locución: “estar de pie”, “estar de pie ante” parece ser un signo distintivo que significa “estabilizarse, durar, conservarse, subsistir” como lo indica Maimónides en su “Guía de perplejos”, cap. XIII. Sobre el significado desta frase (y su contrario) pueden consultarse los siguientes pasajes: Sal. I, 5; XIX, 7-10; XXXV, 13; XLV, 1-4.7; LXXIV, 10-11; LXXV, 8-9; Nahum I, 5-6; Mal. III, 2; Lc. XXI, 28; Apoc. VII, 9; VIII, 2; XI, 4, etc.
Con respecto a los muertos de “la muerte y del Hades” creemos que la respuesta hay que buscarla en el cuarto sello (Apoc. VI, 7 ss).