domingo, 21 de octubre de 2012

La Iglesia Católica y la Salvación, Cap. III (II de II)


Además, no debemos perder de vista el hecho de que todos los hombres necesitan la redención. Absolutamente nadie puede pasar al amor y amistad de Dios por sus propias fuerzas naturales. Todos necesitan la remisión del pecado, que se encuentra sólo en el sacrificio expiatorio de Nuestro Señor. La infusión u otorgamiento de la vida sobrenatural de la gracia es el aspecto positivo de la remisión del pecado original o mortal, y esta vida de la gracia es una participación de la vida divina, participación que no puede obtenerse fuera del Verbo Encarnado. Desde el pecado de Adán no ha habido ni nunca va a haber remisión del pecado o el otorgamiento de la vida de la gracia santificante a ningún ser humano fuera del sacrificio expiatorio de Nuestro Señor.
Sucede también que en los designios de la divina providencia los hombres alcanzan el contacto salvífico con Nuestro Señor en su Reino o en su Cuerpo Místico. Tal es, de hecho, la noción básica del reino de Dios incluso aquí en la tierra, puesto que es inherentemente la comunidad del pueblo elegido de Dios. El reino de Dios sobre la tierra es la unidad social o la compañía de aquellos que están “salvados” en el sentido de que han sido quitados del dominio del príncipe deste mundo. Es la sociedad dentro la cual habita Nuestro Señor y sobre la cual preside como vera e invisible Cabeza. Y según la voluntad de Dios, esta sociedad, en el período del Nuevo Testamento, es la Iglesia Católica.
Algunos de los que han escrito con lo que parece ser la intención declarada de debilitar u obscurecer esta sección de la doctrina católica han admitido (como todo Católico debe hacerlo) que no hay salvación fuera de la redención de Nuestro Señor, pero también enseñaron que no sabemos la dirección de aquellas gracias que Dios concede, por medio de Nuestro Señor, a aquellos que están fuera de la Iglesia Católica. Esta afirmación es definitivamente falsa.
Todos los auxilios sobrenaturales que Dios otorga a los hombres son conducentes a la posesión de la Visión Beatífica. De la misma manera nos dirigen hacia aquellas realidades que, sea por su propia natura o por institución de Dios, son requeridas para la obtención de la Visión Beatífica. Una déllas es la Iglesia Católica visible, la sociedad religiosa sobre la cual preside el Obispo de Roma como Vicario de Cristo en la tierra. Las gracias que Dios otorga a todo aquel que está fuera de la Iglesia van a conducir a las personas inevitablemente hacia la Iglesia.
Si el hombre es fiel a las gracias que Dios le dio, ciertamente obtendrá la salvación eterna, y ciertamente la misma será “dentro” de la Iglesia de Jesucristo. La gracia de Dios va a conducir al hombre hacia la justificación, según lo enseñado por el Concilio de Trento. Va a hacer que crea el mensaje revelado de Dios con un asentimiento cierto basado en la autoridad de Dios mismo que revela. Lo conducirá hacia el temor y esperanza saludables, hacia el amor inicial a Dios y hacia la penitencia. En última instancia le conducirá hacia el deseo del bautismo, aunque en algunos casos el mismo será sólo implícito. Y el bautismo es en sí mismo la puerta de entrada en la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, dentro de la cual se encuentran la vida de la gracia y la salvación. En el caso de aquel que ya está bautizado, la preparación para la justificación incluye una intención (al menos implícita) de permanecer dentro del reino de Dios del cual el bautismo mismo es la entrada.
Catalogar la enseñanza de la Cantate Domino como “rigorista” o exigente, es vano y engañoso. Esta enseñanza, que es la tradicional, no es más que la expresión de lo que Dios ha enseñado sobre el lugar del Cuerpo Místico de Su Hijo en la economía de la salvación. Ni la Iglesia Católica ni los encargados de enseñar en la Iglesia han hecho de la Iglesia un requisito para la obtención de la Visión Beatífica. Cuando la Iglesia hace esta clase de afirmaciones lo que hace es meramente actuar como la maestra de lo que Dios mismo ha revelado. Como el Cuerpo Místico de Cristo, la sociedad dentro de la cual Nuestro Señor mismo es el Maestro supremo, la Iglesia no puede hacer otra cosa.
Por más desagradable que pueda parecer a algunas personas, la Iglesia Católica tiene que enfrentar los hechos. Uno de los hechos básicos es que, si no fuera por la redención de Jesucristo, todos los hombres hubieran sido excluídos necesariamente por toda la eternidad de la posesión de la Visión Beatífica, en la cual solamente pueden alcanzar los hombres el último y eterno fin y felicidad. Otro de los hechos es que el castigo por un pecado mortal no perdonado (pecado del cual el culpable no se ha arrepentido) es la pena eterna del infierno, una pena que incluye tanto la poena damni como la poena sensus. Otro hecho es que el perdón de los pecados y la infusión de la vida de la gracia se encuentra, gracias a Cristo, sólo “dentro” de Su reino, su Cuerpo Místico, que, en su período del Nuevo Testamento, es la Iglesia Católica visible. Tal es, en último análisis, la enseñanza de la primera sección de nuestra cita de la Cantate Domino.
La segunda afirmación de la parte del documento que hemos traducido al comienzo deste capítulo trae a colación el hecho de que actos que de otra forma serían muy apropiados para la salvación, son desprovistos deste efecto si son llevados a cabo “fuera” del lazo de unidad de la Iglesia Católica. Enseña que ni siquiera la recepción de los sacramentos pueden ser “provechosos para la salvación”, es decir que no pueden producir sus efectos en la vida de la gracia divina para aquellos que están fuera de la de la unidad del cuerpo eclesiástico. Además, afirma que ninguna obra que por su propia natura debería ser saludable, puede aprovechar para la salvación a menos que sean hechas “dentro” de la vera Iglesia de Jesucristo.
Ahora bien, los sacramentos producen la gracia por sí mismos, ex opere operato, como se dice en el lenguaje técnico-teológico. Los sacramentos producen este efecto excepto donde hay alguna disposición de parte del que lo recibe, que sea incompatible con la recepción de la vida de la gracia santificante. Según la terminología de la Cantate Domino, tal obstáculo existe en aquella persona que está “fuera” de la unidad del cuerpo eclesiástico, el Cuerpo Místico de Jesucristo.
Una vez más, a esta altura es absolutamente imperativo recordad que estar “dentro” de la Iglesia no es exactamente lo mismo que se miembro desta unidad social. Una persona es miembro de la Iglesia cuando está bautizada, y cuando no ha renunciado públicamente su profesión bautismal de la vera fe, ni se ha separado de la compañía de la Iglesia, y cuando no ha sido expulsado de la compañía de los discípulos al recibir la plenitud de la excomunión. Pero el hombre está “dentro” de la Iglesia en la medida en que pueda salvarse dentro délla cuando es miembro o incluso cuando desea entrar en ella sinceramente, aunque tal vez sólo implícitamente. La condición requerida para que les aprovechen la recepción de los sacramentos o para que ciertos actos sean saludables, es estar “dentro” de la Iglesia.
Ahora bien, si bien es posible tener un deseo de estar dentro de la Iglesia, e incluso ser miembro délla sin tener el amor de caridad para con Dios, es absolutamente imposible tener caridad sin estar dentro de la vera Iglesia, por lo menos por medio de un deseo implícito de estar en ella. El amor de caridad es, por su propia natura, un afecto soberano. Se define en términos de la intención más que de la mera veleidad; y necesariamente incluye una intención más que una mera veleidad, de hacer lo que de hecho Nuestro Señor quiere que hagamos. Y Nuestro Señor quiere que todos los hombres entren y permanezcan dentro de la sociedad de Sus discípulos, Su Reino y Su Cuerpo Místico en este mundo.
Por cierto, una intención es un acto de la voluntad que se expresa diciendo que, de hecho, estoy dispuesto a hacer algo; por el otro lado, una veleidad es un acto de la voluntad por la cual digo que me gustaría hacer algo. Si realmente quiero hacer algo, por ejemplo realizar un viaje, esa intención necesariamente afecta todos mis otros planes y mi conducta en ese momento. Aquel que realmente quiere tomar un avión hacia Nueva York ciertamente que no va a planear algo incompatible con el viaje que ha decidido hacer. La mera veleidad, por su parte, no tiene esa eficacia. Si digo que me gustaría viajar a Nueva York, esta afirmación y el acto de la voluntad de la cual es la expresión, no tiene influencia alguna sobre el resto de mis planes. La veleidad es una mera complacencia en una idea. No envuelve preparación actual para cumplir el objetivo.
El amor de caridad es algo esencialmente en la línea de la intención y no en la de la mera veleidad. Aquel que ama a Dios con el vero afecto de caridad de hecho quiere, en la medida en que puede, hacer la voluntad de Dios. Definitivamente es la voluntad de Dios que todos los hombres entren y vivan dentro del Cuerpo Místico de Jesucristo. Es imposible para aquel que realmente ama a Dios con el afecto de la caridad divina, no estar dentro de la Iglesia como miembro o por lo menos desear con una intención sincera y efectiva, aunque tal vez sólo implícita, entrar en esta sociedad.
De aquí que si el hombre no está “dentro” de la Iglesia por lo menos por medio de un deseo o afecto sincero, no tiene el amor genuino de caridad para con Dios. En tal caso hay alguna intención que va en contra de la voluntad de Dios que actúa como la guía y motivación de su vida. Si esa intención persiste, permanece incompatible con el amor de caridad y con la vida de la gracia santificante, que es inseparable del amor de Dios. Aquel hombre con esa intención no está en una posición de aprovecharse de los sacramentos o de una acción que, por su propia natura, debería ser salutífera. La vida de la gracia santificante es imposible para aquel hombre que posee una intención incompatible con la de la caridad. Aquel que está fuera de la Iglesia, en el sentido de que ni siquiera tiene un deseo implícito de entrar en el reino de Dios en la tierra, obviamente actúa movido por tal intención.
Así, pues la Cantate Domino, expone claramente los siguientes hechos que antes fueron expuestos en forma implícita en declaraciones previas de la Iglesia.

1) Todos aquellos que están fuera de la Iglesia, incluso los individuos que no han cometido pecado alguno contra la fe, están en una posición en la que no pueden ser salvos a menos que entren o se unan a la Iglesia de alguna manera antes de que mueran.
2) La alternativa a la salvación eterna y sobrenatural es la privación de la Visión Beatífica. En el caso de aquellos que son culpables de un pecado mortal que permanece sin ser perdonado, esto incluye tanto la pena de daño como la pena de sentido en el infierno.
3) La condición espiritual de aquel que no está “dentro” de la Iglesia por lo menos por un deseo implícito, es incompatible con la recepción de la vida de la gracia santificante.

Además, un estudio de la Cantate Domino debe hace concluir que el dogma de la necesidad de la Iglesia para la obtención de la salvación eterna no está dirigida “en contra” de ninguna clase de individuos o de sociedades. Este dogma es sólo una afirmación hecha por la Iglesia de la verdad que Dios ha revelado y que ha confiado a la Iglesia. Según el mensaje de Dios, los hombres en este mundo están en la necesidad de una genuina salvación, y en su bondad y misericordia, Dios hizo a Su reino sobrenatural en la tierra, la sociedad en la cual únicamente puede obtenerse esta salvación.
Es bueno recordar que la enseñanza de la Cantate Domino no es que los hombres deban ser de hecho miembros de la Iglesia para salvarse. El documento insiste en que los paganos, judíos, herejes y cismáticos no van a salvarse a menos que antes del fin de sus vidas se unan (aggregati) a la única verdadera Iglesia. La enseñanza Católica es, y lo seguía siendo cuando se escribió la Cantate Domino, que el hombre que está dentro de la Iglesia en el sentido que sinceramente desea, aunque sea sólo implícitamente, vivir dentro délla, está en una posición de ser salvo si muere antes de obtener la membresía en la Iglesia.