viernes, 14 de septiembre de 2012

Sobre el Pecado Venial (I parte)

Nota del Blog: siguen a continuación unos bellos pensamientos sobre la malicia del pecado venial tomados del libro "Práctica progresiva de la confesión y de la dirección" (1905) del P. Beaudenom.


§ I. — El pecado venial con relación a Dios.

I. ES UNA OPOSICION A SU VOLUNTAD

Es el primer aspecto bajo el cual se presenta: negarse a obedecer; resistencia en materia leve.
Contemplar en Dios su voluntad… Es elevada, serena, bienhechora; no está sujeta a ningún error…; es infinitamente digna de ser amada, admirada y obedecida.
¡Obedecida!... Ved hasta qué punto lo es por el mundo material. El sol, los astros, las poderosas fuerzas de la naturaleza siguen con exactitud absoluta las leyes que les ha trazado… Ni una sóla infracción tiene lugar a través de la inmensidad del espacio y de los siglos…
¡Y yo, ínfima creatura, perdida en el seno de cosas tan grandes, al llamamiento de esa misma voluntad, me sustraigo o me resisto!...
¿Despreciaré esa voluntad porque mi desobediencia no ha de ser castigada con el infierno?.. ¿O pensaré que esta voluntad es menos perspicaz, menos sabia en las cosas pequeñas?
¿No tiene Dios el derecho de mandarme? ¿No me ha creado? ¿No es mi verdadero dueño?...
Cometer un pecado venial es decirle: ¡no quiero!... Suele suceder que no se da uno bastante cuenta de ello.



II. EL PECADO VENIAL ALTERA EL PLAN DE DIOS

Hemos hablado de la voluntad de Dios en sí misma, veamos ahora cuál es su objeto: no es otro sino su plan. Toda acción de un ser sabio, obedece a un plan preconcebido. El plan formado por una inteligencia infinita, por grande que sea, se extiende necesariamente hasta los más pequeños detalles. Todo en él concurre al objeto final; todo en él es bueno y todo en él es justo. Dios quiere la ejecución de su plan. Sus mandamientos no son órdenes arbitrarias; forman parte del orden general de las cosas; son su expresión, su ley.
Ir contra la menor de sus prescripciones es, pues, turbar ese orden; es siempre disminuir y con frecuencia alterar el plan divino, el faltar a cualquiera de esas reglas… ¿Habías pensado jamás en ello?
Hay más; la alteración que mi pecado introduce en ese orden mantiene a muchas almas alejadas de Dios, y ese alejamiento puede prolongarse aún después que yo haya desaparecido. En un mecanismo los engranajes dependen unos de otros. En el plan de Dios, todos los elementos que lo componen son solidarios entre sí; el alejamiento de mi voluntad libre puede repercutir fatalmente sobre otros seres; autoridad mal ejercida, insuficiencia frente al deber; influencia de una palabra, de un ejemplo… ¡Terrible desconocimiento lleno de responsabilidades! ¡Pues si ignoramos esas lejanas consecuencias, sabemos, sin embargo, que no en vano se altera un plan concebido por un Dios, y compuesto de tantas partes solidarias!


III. EL PECADO VENIAL NOS SUSTRAE A LA ACCION DE DIOS

En la ejecución de su plan, Dios es el motor universal. Ni uno solo de los actos que a Él concurren puede ejecutarse sin que El lo inspire y lo sostenga; acción invisible y misteriosa, pero acción cierta y necesaria. ¡El mismo Dios no podría concederme el poder de obrar solo, ni una sola vez!...
En toda falta por leve que sea, me niego al movimiento divino; me substraigo a su influencia legítima; ¡mi acto permanece vacío, muerto, despreciable, porque Dios falta en él!
Obrar en mí y por mí es su derecho inalienable. A ese derecho, falto yo… Sin duda esa verdad me era casi desconocida; sin duda cuando he cometido pecados veniales no me he hecho cargo de que existe esa parte misteriosa; pero, ¿no estaba advertido, por lo menos de una manera general, de que todo pecado es un mal y encierra consecuencias insondables?
¡Hacer que la acción de Dios resulte vana, qué triste y qué terrible poder!...


IV. EL PECADO VENIAL DISMINUYE A DIOS EN SU OBRA

El pecado venial disminuye a Dios, no en su esencia, ni en su vida, sino en su obra..., en la gloria que de ella espera..., en su satisfacción en nosotros..., en su honor para con las criaturas inteligentes.
¡Contar las disminuciones de que he sido causa! Por mi su gloria brillará, eternamente, menos de lo que hubiese brillado… su dicha accidental será menos completa…; del fin de los tiempos no podrá repetir las palabras que pronunció después de la creación; ''¡Ved cómo he hecho bien todas las cosas!'' Por mi parte, he impedido su éxito.
¿Continuaré haciéndole sufrir nuevas disminuciones? Lo quiera o no, cada una de mis faltas le priva de algo.


V. EL PECADO VENIAL CRUEL TRABA AL AMOR DE DIOS

 He aquí una consideración muy conmovedora: quiere Dios poder estimarnos un poco, amarnos mucho y colmarnos de bienes, ¡como que es padre!. . .
Si trata de recibir de nosotros, es con el fin de tener la facilidad de darnos mucho más. Ardientemente desea vernos dichosos. El fondo de todo esto es un gran amor, un amor tan grande, que no podemos comprenderlo; y el amor desea la reunión, la intimidad, la confianza; necesita todo esto, sólo de ello vive.
Cada pecado venial aleja más a Dios. Le prohíbe ciertas regiones de nuestra intimidad… No le permite que cumpla en nosotros los designios de su amor…
Cada pecado venial es una mirada de desconfianza que hiela…, una falta de delicadeza que hiere..., un mal modo de proceder que desune los lazos de la amistad; ¡no dejamos que se nos ame!
¡Ver a Dios triste, afligido, alejándose cada vez más…, ver que reprime el amor de su corazón, cómo se contienen las lágrimas..., ver al Padre que no puede hacerse amar como él quisiera por sus hijos y que Él mismo se ve obligado a privarles de parte de su afecto!...[i]
¡Mi Dios, mi Padre, reducido por mí a eso! ¿Y por qué? Porque tal esfuerzo me cuesta…, porque tal satisfacción me atrae… ¿No se llama esto en toda justicia egoísmo, dureza de corazón?

VI. EL PECADO VENIAL CONTIENE CIERTO DESPRECIO DE DIOS

No se trata aquí de ese desprecio grave y explícito que rompe toda amistad, pero sí de una especie de desdén parcial, bastante inconsciente, aunque real.
Para darse cuenta de él, bastará echar una mirada atenta sobre una de las consideraciones que anteceden. Recorrámoslas bajo el punto de vista especial que nos ocupa: el desprecio.
Preferir nuestra voluntad a la de Dios es indudablemente un desprecio y un desprecio personal. Por un lado el ser infinito, del otro el ser de la nada; y entre ellos esta oposición: ¡Yo quiero! ¡Yo no quiero!...
¿Alterando sin inmutarme el plan de Dios, no parece que pienso que ese plan no merece gran consideración? ¿No es despreciar su sabiduría?
¡Substraerse a la acción de Dios! ¡Es rehusar positivamente su divina colaboración!
Cuando privo a Dios dé algún rayo de gloria, de alguna satisfacción íntima al disminuirle de ese modo, lo trato como a uno de esos seres de los que uno no se preocupa.
¡Pero ningún desprecio iguala al desprecio del amor! ¡Tiendo los brazos a un amigo y éste me vuelve la espalda! ¡Corro feliz a su encuentro con los dones de la amistad, y me desdeña juntamente con mis dones!
¡Señor! ¡Seguramente yo no veo todas estas consecuencias cuando peco; pero ciertamente que el hecho mismo las contiene, y Vos no podéis hacer que no sea así!... Cuando aflijo a un amigo, no siempre comprendo hasta qué punto le he herido… El niño que desobedece a su padre, con frecuencia ni imagina la pena que ese acto va a causarle...
¡Así sucede conmigo!... ¡Oh Padre, perdonadme!... ¡Oh amigo, no os sintáis ofendido!... ¡No lo sabía! Hoy, en fin, lo sé y sufro.
Profunda es mi humillación en cuanto al pasado, gran lección para el porvenir.




[i] El pecado venial no disminuye en nada el afecto esencial que Dios nos tiene, porque este está fundado en el estado de nuestra gracia santificante al cual no ataca este género de pecados. Debilita sus buenas disposiciones respecto de nosotros. Hablamos del pecado venial de propósito deliberado.