jueves, 26 de julio de 2012

Sobre una (mala) traducción en el capítulo I del Apocalipsis


No es extraño encontrar como prueba de la modificación del sábado judío por el domingo cristiano un pasaje del primer capítulo del Apocalipsis. El presente trabajo tiene como finalidad analizar si es posible concluir tal cosa o si, por el contrario, estamos en presencia de una mala traducción, cuyo vero significado nos da alguna clave sobre la interpretación misma del Apocalipsis.
El texto en cuestión es el siguiente:

“9. Yo Juan, hermano vuestro y copartícipe en la tribulación y el reino y la paciencia en Jesús, fui en la isla llamada Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del Testimonio de Jesús.
10. Fui en espíritu en el día del Señor, y oi detrás de mí una voz fuerte como de trompeta…”

Una apabullante mayoría de autores traduce o interpreta la frase “día del Señor” como domingo, entre ellos Allo, Scío, Crampon, Castellani, Bover, Gelin, Alápide, Wikenhauser, Holzhauser, Fillion, Allioli, Berry, Torres Amat, Vigouroux, pero en vano.
La Vulgata traduce literalmente “in dominica die” que puede ser entendido en dos sentidos diferentes.


Straubinger comenta: “En el día del Señor: El artículo usado en el texto griego nos hace pensar en un día determinado y conocido[i]. De ahí que, aunque muchos vierten simplemente un Domingo, otros lo refieran, como el v. 7 al gran día de juicio que lleva en la Biblia el nombre del día del Señor (Sal. CXVII, (CXVIII), 24 y nota, Is. XIII, 6; Jer. XLVI, 10; Ez. XXX, 3; Sof. II, 2; Mal. IV, 5; Rom. II, 5; I Cor. V, 5; I Tes. V, 2 etc), entendiendo que el vidente fue transportado en espíritu a la visión anticipada del gran día. Cfr. IV, 2 y nota.”

Se pueden citar numerosos textos en confirmación de lo indicado por Straubinger:

Apocalipsis VI, 12-17: “Y vi cuando abrió el sexto sello y se produjo un gran terremoto y el sol se puso negro como un saco de crin, y la luna entera se puso como sangre, y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como deja caer sus brevas la higuera sacudida por un fuerte viento. Y el cielo fue cediendo como un rollo que se envuelve, y todas las montañas e islas fueron removidas de sus lugares. Y los reyes de la tierra, y los magnates y los jefes militares y los ricos y los fuertes y todo siervo y todo libre se escondieron en las cuevas y entre los peñascos de las montañas. Y decían a las montañas y a los peñascos: “caed sobre nosotros y escondednos de la faz de Aquel que está sentado en el trono y de la ira del Cordero; porque ha llegado el gran día del furor de ellos y ¿quién podrá estar en pie?”.

Salmo CXVII, (CXVIII) 24: “Este es el día que hizo Yahvé, alegrémonos por él y celebrémoslo”.

Isaías II, 10-22: “Métete en la peña y escóndete en el polvo ante el terror de Yahvé, y ante la gloria de su majestad. Entonces serán abatidos los ojos altivos del hombre, y su soberbia quedará humillada; sólo Yahvé será ensalzado en aquel día. Pues Yahvé de los ejércitos ha fijado un día contra todos los soberbios y altivos, contra todos los que se ensalzan para humillarlos… será abatida la altivez de los hombres, y humillada la soberbia humana; Yahvé sólo será ensalzado en aquel día; se esconderán en las cuevas y en los hoyos de la tierra ante el terror de Yahvé y ante la gloria de su majestad, cuando Él se levantare para causar espanto en la tierra…”

Isaías XIII, 6-13: “¡Aullad que cercano está el día de Yahvé! Vendrá como ruina de parte del Todopoderoso. Por tanto todos los brazos perderán su vigor, y todos los corazones de los hombres se derretirán. Temblarán; convulsiones y dolores se apoderarán de ellos; se lamentarán como mujer parturienta. Cada uno mirará con estupor a su vecino, sus rostros serán rostros de llamas. He aquí que ha llegado el día de Yahvé, el inexorable, con furor e ira ardiente, para convertir la tierra en desierto y exterminar en ella a los pecadores. Pues las estrellas del cielo y sus constelaciones no darán más su luz, el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no hará resplandecer su luz. Entonces castigaré al mundo por su malicia, y a los impíos por su iniquidad; acabaré con la arrogancia de los soberbios y abatiré la altivez de los opresores. Haré que los hombres sean más escasos que el oro fino, y los hijos de Adán más raros que el oro de Ofir. Por eso sacudiré los cielos, y la tierra se moverá de su lugar, por el furor de Yahvé de los ejércitos, en el día de su ardiente ira.”

Isaías XXIV, 16-23: “Mas yo dije: “¡Estoy perdido! ¡Perdido estoy! ¡Ay de mí!” Los prevaricadores prevarican, los prevaricadores siguen prevaricando. El espanto, la fosa, y el lazo están sobre ti, oh morador de la tierra. El que huyere del grito del espanto, caerá en la fosa, y el que subiere de la fosa, será preso en el lazo; porque se abrirán las cataratas de lo alto y se conmoverán los cimientos de la tierra. La tierra se rompe con gran estruendo, la tierra se parte con estrépito, la tierra es sacudida con violencia, la tierra tambalea como un borracho; vacila como una choza; pesan sobre ella las prevaricaciones; caerá y no volverá a levantarse. En aquel día Yahvé juzgará a la milicia del cielo en lo alto, y aquí abajo a los reyes de la tierra. Serán juntados como se junta a los presos en la mazmorra, quedarán encerrados en el calabozo, y después de muchos días serán juzgados. La luna se enrojecerá y el sol se oscurecerá, porque Yahvé de los ejércitos reinará en el monté Sión y en Jerusalén, y delante de sus ancianos (resplandecerá) su gloria.”

Joel II, 30-32: “Haré prodigios en el cielo y en la tierra; sangre y fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que llegue el grande y terrible día de Yahvé. Y sucederá que todo aquel que invocare el Nombre de Yahvé será salvo. Porque como dijo Yahvé, habrá salvación en el monte Sión y en Jerusalén, y entre los restos que habrá llamado Yahvé.”

Joel III, 12-16: “¡Levántense y asciendan los gentiles al Valle de Josafat! Porque allí me sentaré para juzgar a todos los gentiles a la redonda. Echad la hoz, porque la mies está ya madura; venid y pisad porque lleno está el lagar; se desbordan las tinas; pues su iniquidad es grande. Muchedumbres, muchedumbres hay en el valle de la Sedición, porque se acerca el día de Yahvé en el valle de la Sedición. El sol y la luna se oscurecen, y las estrellas pierden su resplandor. Yahvé ruge desde Sión, y desde Jerusalén hace oír su voz; y tiemblan el cielo y la tierra. Más Yahvé es el refugio de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel.”

Ezequiel XXX, 2-3: “Así habla Yahvé: ¡prorrumpid en aullidos! ¡Ay de aquel día! Porque cercano está el día, se ha acercado el día de las tinieblas que será el tiempo de los gentiles.

II Tes. II, 1-2: “Pero con respecto a la Parusía de nuestro Señor Jesucristo y nuestra común unión a Él, os rogamos hermanos que no os apartéis con ligereza del buen sentir y no os dejéis perturbar, ni por espíritu, ni por palabra, ni por pretendida carta nuestra en el sentido de que el día del Señor ya llega…”

Otros textos podrían agregarse pero prefiero cerrar la idea citando al genial exégeta chileno Manuel Lacunza[ii]:
 “Este día se llama en las Escrituras “día grande y tremendo” (Malaquías IV, 5), “día de confusión… no será ni de día ni de noche” (Zac. XIV, 6.13), “día de la venganza del Señor… el día de su ardiente ira” (Is. XXXIV, 8 y XIII, 13), “día de Madián” aludiendo a la célebre batalla de Gedeón (Is. IX, 4 y X, 26) se llama “día de ira, de angustia y aflicción, día de devastación y de ruina, día de tinieblas y oscuridad, día de nubes y densas tinieblas, día de trompeta y alarma” (Sof. I, 15), se llama “día grande que no tiene otro igual” (Jer. XXX, 7), se llama “día repentino” el cual “caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra” (Lc. XXI, 34), se llama “día de su gran ira” (Apoc. VI, 17), se llama en suma, por abreviar “día del Señor” (Is. II, 12), todo lo cual comprehende Daniel en estas breves palabras: “se desgajó una piedra, no desprendida por mano de hombre, e hirió la imagen en los pies, que eran de hierro y de barro y los destrozó (II, 34)”.[iii]
Y después de hablar magistralmente por largo tiempo sobre los “cielos nuevos y tierra nueva” (II Ped. III, 13) pasa a explicar en una adición el tiempo de duración: 
    “Aunque dije al principio del párrafo IV que es incierto cuánto tiempo durará el día del Señor, o lo que es lo mismo, la conmoción, conturbación, contrición y agitación de nuestro globo (palabras todas de que usa Isaías XXIV), más habiendo ahora leído con mayor reflexión el cap. XII de Daniel, me parece cierto que no puede durar menos que el espacio de cuarenta y cinco días naturales. Cualesquiera que lea este capítulo conoce al punto sin poder dudarlo que todo es una profecía enderezada a los últimos tiempos, bien inmediatos a la venida del Señor, pues en él se anuncian únicamente estos dos sucesos capitales: primero la vocación y conversión de los Judíos y segundo la tentación y tribulación anticristiana entre las gentes. De ésta dice el profeta o el ángel que habla con él, que durará en toda su fuerza mil doscientos y noventa días, que hacen cuarenta y tres meses (XII, 11), los cuales días concluidos (sin duda con el principio del día del Señor), añade estas palabras que siempre se han mirado como enigma insoluble: “¡Bienaventurado el que espere y llegue a mil trescientos treinta y cinco días!”. El residuo entre estos dos números son puntualmente cuarenta y cinco.
Se pregunta ahora: estos cuarenta y cinco residuos ¿qué uso tienen? ¿En qué se emplean? ¿Qué se hace en ellos? ¿No lo veis amigo con vuestros ojos? De manera que, concluidos con la venida del Señor los tiempos de la tribulación Anticristiana; concluidos con ella el día de los hombres; destruido con el esplendor de su parusía el hombre de pecado con todo su misterio de iniquidad, etc. será dichoso el que esperare o permaneciere vivo cuarenta y cinco días más. ¿Por qué dichoso? Porque será uno de los pocos a quienes no tocará la espada de dos filos que trae en su boca el Rey de reyes; porque será uno de los pocos racimos que restarán en la grande viña después de acabada la vendimia (Is. XXIV, 13); porque será uno de los pocos que no será hallado digno de la ira de Dios omnipotente, ni de la ira del Cordero; porque será uno de los pocos que, habiendo visto esta tierra y cielos presentes, merecerá ver también el cielo nuevo y nueva tierra, que esperamos según su promesa, etc.”[iv]

Caballero Sánchez en su comentario al Apocalipsis, al hablar sobre el “día del Señor” y sobre la partícula “fui” dice:

“Los “críticos” habituados a desmenuzar los textos para amputarlos según su propio gusto, notan que se acaba de poner la expresión: “fui a la isla…”, y que ahora se repite la misma locución: “fui en espíritu al Día dominical”. Sospechan que aquel primer “fui” es un duplicado del segundo, y por lo tanto debe suprimirse como interpolación que vuelve el estilo torpe.
Como no existe absolutamente ningún derecho para semejante amputación “crítica”, nosotros, deseosos de comprender el motivo de la repetición de “fui”, pensamos que así está puesto para hacernos entender de qué Día dominical se habla…
Si antes aquel “fui” conservaba toda su fuerza griega de “vine a encontrarme en la isla por fuerza superior”, ¿por qué aquí no se le dará el mismo sentido: “vine a encontrarme situado por la fuerza del Espíritu en el DIA DEL SEÑOR”? ¿No será que los “sabios”, con ese miedo instintivo que sienten para la Parusía, quieren borrar aquí también la idea de ella, y quedarse tranquilos traduciendo inocentemente: caí en éxtasis un día domingo…”?
Traducción inaceptable, primero porque suprime el paralelismo de expresión y de sentido entre el primer “fui” con su complemento “en la isla”, y el segundo “fui” con su propio complemento “en el día del Señor”, solo que en el primer inciso Juan no dice de qué modo “vino a estar” en la isla; mientras que en el segundo señala en único vehículo que explica cómo pudo “venir a estar” en el Día del Señor: una moción carismática del Espíritu. Inaceptable también porque, en segundo lugar, considera como inútil el artículo que lleva Día. Si para los “sabios” un artículo más o menos no tiene ninguna importancia, sí la tiene para Juan que sabe lo que dice. Y suponiendo que la celebración de los domingos fuese ya institución oficial en la Iglesia del año 64[v], y que Juan, habiendo tenido toda la serie de sus Visiones en un solo domingo, quería determinar ese día, debía haber escrito: “el domingo tal…” y si no quería determinarlo, debía haberse contentado con poner: “un domingo…”. Pero tales suposiciones son inútiles. El texto es diáfano: “por soplo del Espíritu vine a estar en el DIA DEL SEÑOR”.

Por último no debe perderse de vista que el domingo nunca es llamado en el Nuevo Testamento “día del Señor”, sino “el primer día de la semana”; cfr. Mt. XXVIII, 1; Mc. XVI, 1.9; Lc. XXIV, 1; Jn. XX, 1.16; Hechos XX, 7; I Cor. XVI, 2.

Conclusión: De los tres sistemas de interpretación: el escatológico, el que ve una historia completa de la Iglesia y el meramente histórico que afirma que ya se cumplió todo el libro en la época del Imperio Romano, este último se vería contradicho por la traducción que acabamos de proponer.


Valete!



[i] Esta es una de las claves. En griego, a diferencia de otros idiomas, el uso del artículo determinado tiene gran importancia, e indica algo bien específico o conocido de antemano. En nuestra lengua para remarcar el artículo necesitamos enfatizarlo, sea modificando el tono de voz, escribiéndolo en cursiva, etc. Y así, para aplicar este caso a otros ejemplos podemos ver que no es lo mismo “gran tribulación” de la Iglesia de Sardes (II, 22) que “los que vienen de la gran tribulación”, es decir los muertos por el Anticristo (VII, 14); así también a la Mujer del capítulo XII no se le dan dos alas de águilas sino “las” dos alas de águila, lo cual daría a entender que se trata de algo conocido de antemano.
[ii] Op. cit. Tercera parte, cap. I.
[iii] Straubinger in Mt. XXIV, 4 ss dice: “Para comprender este discurso… hay que tener presente que según los profetas los “últimos tiempos” y los acontecimientos relacionados con ellos que solemos designar con el término griego escatológicos, no se refieren solamente al último día de la historia humana, sino a un período más largo que Santo Tomás llama de preámbulos para el juicio o “día del Señor”, que aquel considera también inseparable de sus acontecimientos concomitantes”.
Y luego in Mt. VII, 22 cita Sal. CXVII (CXVIII), 24: el día que hizo Yahvé; Is. II, 12: día de juicio; Ez. XXX, 3: día de Yahvé, día de tinieblas; Joel I, 15: día de Yahvé; Abd. 15: día de Yahvé; Sof. I, 7: día de Yahvé; Rom. II, 5: día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios; I Cor. III, 13: el día; II Cor. I, 14: día de Nuestro Señor Jesús; Fil. I, 6.10: día de Cristo Jesús, día de Cristo; II Ped. III, 12: Parusía del día de Dios; Jud. 6: juicio del gran día.  
[iv] Esta es una de las tantas genialidades del gran exégeta chileno. Deshace aquí, como por encanto, numerosas oscuridades que se presentan en el Texto sacro. El famoso juicio a las naciones, del cual el cap. XIV, versículos 14 ss del Apocalipsis nos da un breve y sustancioso resumen, se identifica con estos 45 días. Terminados los cuales, los que quedaren vivos serán llamados bienaventurados porque participarán del Reino Milenario (como viadores); tras esos misteriosos 45 días tendrá lugar la aparición de Jesucristo en gloria y majestad, y es a esa manifestación a la cual alude Nuestro Señor cuando dice que nadie sabe el día, “ni siquiera el Hijo” (Mc XIII, 32)
[v] El autor afirma, contra el común sentir de los exégetas, que el Apocalipsis fue escrito bajo Nerón y no bajo Domiciano hacia finales del siglo I. De todas maneras el argumento subsiste, solo basta cambiar 64 por 95 más o menos.